José Noé Mercado: la vida siempre será parte de la muerte
José Noé Mercado (Ciudad de México, 1977) es uno de los más connotados críticos de la música sinfónica y la ópera en el país, pero hace tres años en su novela Apocalipsis zombi se adentró en el tema de una pandemia evidentemente sin tener idea de que, sólo un par de años después, en efecto padeceríamos esta calamidad sanitaria originada en China…
El zombi es la respuesta para todo aquello que no tiene respuesta
—A ver, José Noé, el virus se esparce supuestamente por la caída de varios meteoritos, si bien se busca la confirmación de este horroroso caso. La descripción que haces del anuncio de la epidemia se ajusta perfectamente a nuestra realidad actual… ¡pero lo escribiste tres años atrás!: el confinamiento, las fronteras cerradas, los viajes cancelados, el miedo de los contagios. ¿De dónde te imaginaste tal panorama? ¿Y en qué momento lo fusionas con los zombis?
—El zombi fue el punto de partida de mi novela; el escalofrío de la pandemia, las apuradas medidas de contención y la angustia por las infecciones y muertes brotaron como consecuencias.
“Esa criatura infecciosa y letal es complicada de imaginar e incluso inofensiva sin la globalidad que nos rodea. Por ello me resulta deslumbrante, cercana y de culto. Su origen es americano (nace en Haití y evoluciona en Norteamérica) e impersonal (podría ser cualesquiera de nosotros); pero su peligro y monstruosidad es imposible de ignorar en el mundo entero, no sólo porque puede viralizarse en todo terreno geográfico, político o socioeconómico, sino por la múltiple posibilidad que ofrece para cargarse de significados contemporáneos. Max Brooks, escritor neoyorquino del bestseller Guerra Mundial Z, dijo en algún documental especializado en ficción de terror que una horda zombi requiere justo para surgir la clase de mundo que tenemos ahora mismo.
“La caída de algunos meteoritos y consecuentes lluvias de colores, principalmente rojas, en diversas partes del mundo, incluido el Distrito Mexicano, es la explicación científica adoptada por las autoridades sanitarias para ubicar la causa del brote zombi, pues habrían entrado a nuestra atmósfera microorganismos procedentes de otras zonas del universo.
“Esa idea se basa en la teoría de la panspermia, según la cual la vida llegó a la Tierra desde el exterior, no a través de alienígenas verdes y con antenas como supondría la imaginación popular, sino como simples bacterias casuales o sembradas. Tal hipótesis fue defendida por personalidades de la ciencia como el físico y químico sueco Svante Arrhenius, galardonado con el Nobel de Química en 1903.
“Sin embargo, en Apocalipsis zombi nadie está seguro de que realmente esa versión oficial sea la causa del virus, pues ante la incertidumbre surge la especulación de todo tipo, incluso la científica. Y, en rigor, los estragos de una pandemia e incluso su posible control o mitigación de consecuencias no requieren de un origen que quizá nunca pueda conocerse.
“El zombi, en ese sentido, es también la respuesta para todo aquello que, si somos sinceros y humildes, no tiene respuesta, ya que supera nuestra comprensión y escapa a nuestras manos como organismo biológico, como especie mortal o como individuos dentro de una sociedad de capas inabarcable. Por eso no hay una sola realidad lingüística en el ambiente y se fertiliza el terreno de las verdades alternativas, los escenarios emocionales o las teorías conspirativas. Es un caldo de cultivo que, ya vemos en estos días, genera una terrible desazón al ser humano.
“Ya como protagonista de mi historia, el virus zombi comenzó a infectar incluso las regiones más transparentes del Distrito Mexicano sin que en la idea creativa pudiera detenerlo. No quise hacerlo.
“Sin buscar un nuevo orden mundial dentro de la novela, ni nada parecido, capté que la trama se iba a desarrollar en una versión personal del clásico tablero indio de Serpientes y Escaleras en el que los personajes de la obra y de su sociedad ficticia podrían subir o hundirse en cada movimiento, sin importar su condición previa.
“Me centré en lo que ocurriría en el Distrito Mexicano, que no es exactamente nuestro país, porque me resultó necesario priorizar condiciones creativas y por ello fijar licencias y distancias diversas para hilvanar, ante todo, una historia literaria coherente, lógica y con verosimilitud; sin descuidar que fuera atractiva y comercial, si me permites usar el término sin vejaciones, sino más bien para referir que deseaba que tuviera lectores. No tenía mayores objetivos (menos aún los premonitorios, ni el afán de probar que lo improbable era posible), pero no eran pocos para un retador y entretenido proyecto de escritura.
“Es claro que mucho de lo que se narra en la novela sintoniza la misma frecuencia de lo que ahora ocurre frente al miedo, el horror y el luto que ha generado la pandemia provocada por ese microscópico pero desolador virus SARS CoV-2 causante del covid.
“Si Apocalipsis zombi tiene muchas de nuestras reacciones individuales, las entrañas sociopolíticas de México e incluso su propio doctor en epidemiología al frente de la crisis sanitaria a través de los medios, es porque toda persona interesada en informarse (que observa, que describe y concibe hipótesis como si su imaginación pasara por el tamiz del planteamiento científico) es capaz de adelantarse, en cualquier medida, al presente que vive. El tiempo comprueba si ese actor miraba con ojos atentos o no, si bien más en el terreno de una inútil pero bella serendipia que en el de los soberbios actos adivinatorios. Aunque en ocasiones esa sincronía entre la ficción y la realidad, como en mi novela, luzcan el lúgubre plumaje de un cisne negro: el de una descomunal calamidad sólo racionalizada en retrospectiva”.
Los componentes de la tragedia ya estaban ahí
—Si bien la invasión epidémica no proviene de un virus mortífero animal, de cualquier modo imaginaste, hace tres años, un conflicto sanitario atormentador, esta vez proveniente de muertos vivientes, cuya posibilidad acaso sea nula. Lo trascendente en el caso de tu novela Apocalipsis zombi es la alegoría de la pandemia que se venía por delante de manera inusitada e imprevista, por supuesto, ya que una epidemia mundial no puede pronosticarse…
—No creo que profetizara ecos del futuro. La invasión zombi es, más bien, un agente revelador de lo que ocurriría con la sociedad en la que vivimos si llegaba una gran crisis global de cualquier naturaleza. Elegí una sanitaria, porque en materia de salud pública, y es más claro aún en una pandemia, intervienen tres grandes factores: la enfermedad, una comunidad y el Estado. Proyectar ese escenario de ficción espectacular, de múltiples efectos especiales nacidos desde mi gusto por el cine, la literatura y otros géneros del horror y la ciencia ficción, e inyectarle dosis de información real de nuestro mundo, de nuestro entorno latinoamericano, es lo que me atrajo para concebir la novela: una sociedad desigual y egoísta que privilegia el individualismo y el consumo y no el interés común y humano o su tragedia.
“De hecho, la colectividad representada por los zombis aterra porque pronto se convierte en masa sin rostros, en numeralia, en horda para la que el orden, el privilegio, la ley o la cultura poco importan en su apetencia ciega y corrosiva; o así lo vemos porque se transforman en los otros, en los que nos van a dañar. Las disputas ideológicas, que lejos de buscar tregua ante una amenaza universal se radicalizan en lo comunitario, las agendas ocultas de los medios informativos y la manipulación de acuerdo a sus líneas editoriales que no siempre son éticas ni periodísticas, la infaltable y oportunista demagogia de los gobiernos o la carencia de empatía ante la condición de quienes nos rodean constituyen un contexto devastador, igual o peor que el de la oleada zombi y la crisis sanitaria que implican los contagios.
“Lo trágico, y esa sensación de que una historia así pudo previsualizarse, surge porque antes de la pandemia del covid-19 todos esos componentes ya estaban ahí; quizá no tan expuestos, tal vez camuflados, posiblemente detrás del telón, pero igual de letales y escabrosos de mirar.
“El cineasta estadounidense George A. Romero, padre de los zombis modernos gracias a La noche de los muertos vivientes y otras películas del género que utilizaban a esa criatura depredadora para simbolizar los horrores diversos de las décadas de los sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado, expresó alguna vez que no le importaba qué eran o de dónde venían aquellos monstruos voraces, pues podían ser cualquier desastre, un huracán, un terremoto, pero sin duda representaban un cambio global de algún tipo. Y coincido en que, incluso más allá de su improbabilidad etiológica, son una metáfora extraordinaria que permite hablar de nuestros miedos materializados frente a sus consecuencias. En mi caso, resultan aterradores porque son un reflejo distorsionado, indeseable, putrefacto, de nosotros mismos. De las instituciones, los sentimientos, las condiciones que no tienen vida, pero se siguen moviendo. Y no los podemos sobornar, ni persuadir; ni siquiera buscan el diálogo o alguna finalidad. Son la semilla harapienta de la destrucción.
“Aunque debo decir que en Apocalipsis zombi, como en cualquier otra crisis inconmensurable, también surgen personajes que aman, que construyen lazos con heroísmo, que se aferran a los valores más encomiables de nuestra cultura y a la solidaridad que puede hacernos sentir menos desgraciados al crear situaciones que nos brindan esperanza y nos atan como seres humanos a la vida”.
Personajes habituados al horror
—Los zombis como metáforas de lo malnacido ha sido, entonces, una constante en el país que luego cambian, para seguir aterrorizando, de partido político sin ninguna conmiseración. Lo cierto, José Noé, es que esta epidemia ha alzado un miedo como nunca antes en las últimas décadas: sentir algo deformante caminar a tu lado no es algo que pueda olvidarse con facilidad. ¿Lo zombi como algo intangible también? ¿Cuánto tiempo rondó en tu cabeza la planeación de esta novela?
—Ese miedo que acompaña a la pandemia es una experiencia traumática que no sólo no vamos a olvidar, sino condicionará la manera en que percibimos la realidad. Seremos una referencia histórica, como lo son las poblaciones que atravesaron algún periodo crítico de la humanidad: guerras, epidemias, la transición de un modelo sociopolítico a otro, de una época a la siguiente. Y eso genera incertidumbre y dolor, pues descubrimos que lo que creíamos o sabíamos no es suficiente para entender y protegernos del acontecer del mundo que de pronto se vuelve una amenaza contra la cotidianidad en términos generales.
“En mi novela, como en otras ficciones de horror y ciencia ficción, hay lugar para cierto heroísmo, incluso para alguna chispa de cinismo o humor para enfrentar un sentimiento apocalíptico que parece aplastar a los personajes y su entorno; pero esta pandemia nos muestra que ese pesar es muy distinto en la realidad, más parecido a un silencio que nos encapsula y hace tiritar en el desvelo. Uno de los protagonistas, Lautaro Simard, es un experiodista de guerra y otras zonas de conflicto; Luciana Scaramelli también es reportera de investigación; el capitán Vicuña es piloto aviador. Hay otros oficios y profesionistas en el elenco: deportistas, intelectuales, empleados de cine o teatro, artistas, incluso hay un nini, pues me atraen los personajes comunes que muestran su humanidad cotidiana dentro del contexto social, pero es claro que para un escenario pandémico se requería a personalidades habituadas al peligro y al horror por momentos insoportable que genera la condición de supervivencia casi como único objetivo. Y aun así sufren los estragos en carne propia o en la de sus seres queridos en forma de pánico, tragedia o luto, sentimientos que son muy complejos de asimilar en tan corto tiempo. Es en esas condiciones en las que se identifican sin ambages los actos más ruines y viles del ser humano, pero también sin filtro aparecen las acciones más nobles y generosas de las que es capaz nuestra especie humana. En la novela, como en esta pandemia, muy pronto ubicamos a los seres con los que estaríamos dispuestos a enfrentar un apocalipsis, con quienes colaboraríamos como grupo para encarar el destino; y también a aquellas personas o colectivos que nos harían ese pasaje de vida o muerte doble o triplemente insoportable.
“La concepción y escritura de la novela llevó cerca de dos años. Aunque en términos periodísticos escribo a diario, en el ámbito literario no soy adepto a sentarme frente al teclado todos los días para ver qué surge de la página en blanco. Mi plan creativo es más parecido a la filmación de una película. En la preproducción atrapo la historia, imagino a los personajes, sus acciones y diálogos; concibo la trama y defino el lenguaje y la estructura que me motive y permita crear algo que para entonces ya ronda con ansia en mi mente. La escritura sería el rodaje, ya en las locaciones elegidas, y el proceso de editar con toda calma es la postproducción. En todo ese gozoso camino mis ideas las contrasto con Paulina Arancibia, una amiga chilena de mi total confianza que con su formidable ojo crítico funge como una especie de productora creativa y es fundamental para cocrear, discutir o potenciar mi imaginación; incluso para frenarla o redirigirla cuando resulta un despropósito para conectar con el plan original o con el posible lector.
“Al concluir Apocalipsis zombi me quedó una certeza, que siempre ha estado ahí pero que en la rutina de lo cotidiano solemos dejar en segundo plano, muchas veces con la soberbia del individualismo: que somos seres frágiles y mortales. Es la misma sensación que me ha llegado en esta pandemia por la covid-19. En ambos casos se hace prístina la sensación de que la vida, por más hermosa y apetecible que nos resulte, siempre será parte de la muerte. Y ante ello, tal vez la mayor distopía, el horror más recóndito, consiste en construir con amor el futuro, aunque tal vez no seamos parte de él”.
Entre periodistas te veas
—Hablas de tus personajes habituados al horror recurriendo a dos periodistas (uno ya no lo es). Cinematográficamente, los héroes por lo regular son personas honorables, a diferencia de la mayoría informativa. Entiendo que el oficio periodístico todavía mantenga un aura de arrojo (y los periodistas asesinados en México son la exhibición de dicha audacia, aunque los desaparecidos estén al margen de los privilegios y las famas). Pero estos años recientes sólo están exponiendo las carencias y las irritaciones infundadas de un sector mayoritario de la prensa. Sé que tu periodismo no raya en la soberbia y los intereses privados, pero en México, por decir algo, no vas a encontrar a personajes policiacos honrados ni a políticos probos. ¿Un periodista desnudando el horror de la pandemia zombi?
—Lautaro Simard no desvela la pandemia zombi. En su condición de experiodista en zonas de conflicto que desempeña en la novela, lo que busca es poner a salvo a sus seres más queridos, entre ellos a sus familiares y a su amiga reportera Luciana Scaramelli que, en rigor, es una extranjera varada cuando la epidemia se declara, sin la posibilidad de regresar a su país de origen o de reportar siquiera el brote de contagios.
“Lautaro padece el azote de infecciones y la devastación en el Distrito Mexicano, porque es una especie de encarnación del llamado gen egoísta, principio biológico que busca a toda costa su conservación. Dejó el periodismo ante el peligro de lo que solía cubrir; la adrenalina y el ideal de esa noble profesión que degustó al salir de las aulas ya no eran suficientes para equilibrar su miedo. Y se decidió porque poco a poco en sus medios le fueron recortando los espacios (en periodicidad y caracteres), los recursos y la remuneración. Así que mejor se dedicó a escribir novelas de misterio, exitosas pero sin impacto social. Ganó muchos más lectores y público del que jamás tuvo al hablar de cárteles o de zonas bélicas. En lo personal, no considero que Lautaro se haya vendido; sólo desistió, porque precisamente conocía el otro lado de la moneda de una manera muy cercana y a la que él no quiso ceder: el periodista estrella, afamado y multimillonario, que entraba a todos los rincones del país a través de la televisión, radio, prensa, Internet y demás plataformas de la mano de los intereses económicos y políticos menos honrosos.
“En Apocalipsis zombi ese periodismo utilitario y corrompido es representado por un personaje secundario, acaso encantador y con múltiples cualidades como la belleza a cuadro, de nombre Dalila Velasco. Su habilidad para desviar mediáticamente la atención de la pandemia, para maquillarla y digerirla, es proporcional a su arte para distorsionar o criminalizar las diversas luchas sociopolíticas del Distrito Mexicano, cuyo gobierno silencia con letalidad de cadáver viviente.
“Dalila Velasco estudió en la misma escuela, en igual aula y generación que Lautaro Simard. En esos tiempos universitarios de sueños profesionales, incluso, fueron novios. Cada quien siguió su camino.
“La magnitud de la pandemia, la escala de la destrucción y el horror que se vive en el Distrito Mexicano con la enfermedad, su población y su gobierno, es expuesta a sus habitantes y al lector por un personaje apenas marginal y excéntrico: el Tío NorMan.
“NorMan sí es un periodista de raza y, a su manera, heroico. Ejerce el oficio bajo la independencia de su propio medio multiplataforma, casi como un apostolado. Lo han corrido de gran cantidad de medios, vive amenazado, sobrevivió atentados y si continúa reportando es porque en una sociedad con tantos intereses cruzados, como los del Distrito Mexicano, si hay quienes quieren callarlo, de igual forma hay quien tiene necesidad de que se mantenga activo, aunque sus ratings, audiencias y lectores sean de volumen modesto. Lautaro recibió algunos consejos de NorMan al inicio de su carrera.
“En mi novela, en todo caso, Lautaro y Luciana, tanto como Dalila y el Tío NorMan, saben que en una sociedad descreída como el Distrito Mexicano da lo mismo la cantidad de verdad que contenga la información periodística porque sus habitantes igual van a creer lo que quieran o lo que les conviene creer.
“Con esta reflexión me doy cuenta de que la figura del periodista y los roles claroscuros que desempeña en la sociedad tienen gran impacto en mis ficciones; tal vez por ese cuarto poder mediático que va desde encumbrar o erosionar regímenes, personajes o ideas, hasta entrar detrás de cualquier escenario para escudriñar lo que la gente en general no logra ver, aunque en ocasiones exponerlo tenga un alto precio; incluso el de la vida, en un país como el nuestro”.
Un zombi, el riesgo máximo de contagio
—Las catástrofes noveladas ocurren posteriormente a los hechos pesarosos. No es tu caso, ni el de Agustín Ramos, por ejemplo, en cuyos libros previeron la calamidad sanitaria que ahora vivimos. ¿Hay mérito en ello? Cuando se habla de estas epidemias mundiales necesariamente volteamos a ver a Camus: el novelista adentro de la trama, si bien a la distancia. Aunque no es posible hablar de autobiografías en estas novelas casi proféticas, es notoria la disquisición personal (sobre el ejercicio periodístico, digamos en este vaso), y la definición de personajes, a partir de una vivencia propia. ¿Por qué la pandemia como eje central literario?
—Toda premonición, profecía o arte adivinatoria en una novela me parece una fatuidad, pues el mérito o reparo en los que debería estimarse una obra de ficción y su autor tendrían que ser de naturaleza estrictamente literaria.
“El escenario pandémico me sedujo por sus posibilidades para experimentar un escenario de cepa extraordinaria, incluso más transversal que la de un conflicto bélico, un desastre natural, revoluciones, accidentes nucleares o invasiones alienígenas, sobre todo porque ese ataque globalizado, sin remedio, saca a flote la verdadera idiosincrasia nacional y latinoamericana: tanto sus vicios como sus virtudes.
“Además, desde un inicio tuve la apetencia creativa de probar una oleada apocalíptica en lugares simbólicos y por ello identificables de la Ciudad de México y sus alrededores, tal como otros autores en el cine y la televisión, en la literatura, en los cómics o los videojuegos, habían catado la destrucción y la supervivencia en las grandes urbes del mundo: Nueva York, Los Ángeles, Atlanta, Tokio, Hong Kong, Londres o París, por ejemplo.
“Creo que esa aproximación bordea toda autobiografía, incluso la novelada. Aunque confieso, si no resulta del todo explícito, que como autor sólo me motiva escribir aquello que siento cercano, me afecta y me involucra. Se me complica muchísimo abordar un tema del que no me haya apropiado de alguna forma.
“La particularidad de Apocalipsis zombi respecto de otras ficciones de fantasía, horror y ciencia ficción (que no es el grueso de nuestra producción literaria, aunque haya por supuesto referencias e incursiones destacadas como el hidalguense Agustín Ramos o el toluqueño Alberto Chimal), surgió no sólo de sus coordenadas geográficas sino sociales, políticas, incluso culturales e individuales, que pude abordar con total libertad y distancia a través de los monstruos babeantes y mordedores, por su aparente condición irreal e improbable.
“Concebí a los zombis como el riesgo máximo de contagio de la enfermedad, del horror y la devastación del orden y quehacer cotidianos. Eran la muerte caminando hacia nosotros, implacables, ciegos y sin voluntad, impedidos para hacer concesiones o excepción alguna de clase, edad, ideología o estatura moral e intelectual.
“Visualmente, y para efectos de narración, tienen un gran atractivo, tal vez más que un virus silencioso y microscópico, aunque ciertamente letal. Los muertos vivientes resultaron una vigorosa, potente y actual imagen de nuestro mundo contemporáneo, en el que todo apocalipsis, a fin de cuentas y como estamos viendo en las noticias, siempre será personal. Y es justo ahí donde más duele y aterra, porque la humanidad seguirá con vida, aunque en esta pandemia algo de ella habrá muerto”.
El sonido del silencio
—El retrato de Dorian Gray o El fantasma de Canterville, en efecto, nos parecen más reales que el virus contagioso del covid-19, aunque aquéllos sean productos de la imaginación y el minúsculo monstruo invisible no lo sea, como tus zombis, que son, hasta cierto punto, fascinantes por inexistentes. Pero sin duda realzan la cinemanía del crítico de música clásica que eres. ¿Visualizas alguna ópera zombi? ¿Tu propia historia, acaso, montada entre sopranos y tenores?
—Tienes razón. Entre más crudos y lacerantes son los vericuetos del miedo, la devastación y la anormalidad, más irreales nos parecen. La ficción y, en particular, el género fantástico cumplen esa labor cautivadora de dibujarle cuerpo a lo intangible. Al horror, para no ir más lejos.
“En Apocalipsis zombi, la segunda temporada, que es el capítulo en el que estalla la pandemia, transcurre al interior del teatro de ópera emblemático del Centro Histórico del Distrito Mexicano: el Lírica Imperial.
“Fue una de las temporadas más desafiantes, y no sé si mejor recibidas, de la novela. La ópera, que sintetiza la reunión armoniosa de las artes clásicas, sucumbe; como el anquilosado concepto de repertorio, el ornamentado recinto que la albergaba, el infectado sistema que la producía y la vanidad del colectivo artístico que la interpretaba, divismo que no alcanza para protegerse de la invasión zombi o para adaptarse a los códigos de la cultura pop que los muertos vivientes representan. Sólo un par de personajes sobreviven, de momento, a ese escenario musical ruinoso; tal vez por ser los únicos capaces de concebir ese apocalipsis y adelantarse a él sin pasmarse ante la hecatombe improbable, pero más que posible.
“En esta pandemia por la covid-19, las funciones operísticas y, de hecho, los conciertos clásicos en todo el mundo fueron de las primeras actividades en suspenderse; ello causó resquemor en personalidades susceptibles del ámbito musical, incapaces de conciliar la realidad en que ese oficio artístico no era una labor esencial en las actuales condiciones sanitarias.
“Frente a ese contexto, la producción operística y la celebración de programas sinfónicos en teatros y salas de concierto se convertirán en un parámetro para la tan añorada normalidad. Y ocurrirá así, porque serán de las actividades últimas en volver a presentarse sin peligro de contagio o diversas medidas de precaución sanitaria, que por el momento hacen lucir estética y financieramente inviables las representaciones líricas y musicales clásicas.
“Resulta desolador ese panorama en el que el canto como parte de un elenco, más aún como integrante de un coro, o el ejecutar un instrumento en conjunto, sobre todo en la sección de alientos, son actividades de elevado riesgo por su alta eficiencia de transmisión del virus. Y pueden ser letales. Un toqueteo corporal, por odio o erotismo, o un beso de los personajes en escena es en nuestros días un argumento de ciencia ficción.
“En mi irreverente perspectiva, esa trama de la vida real es más poderosa en su horror que otras variantes zombis, como la de la bella Eurídice traída desde la muerte por el mítico Orfeo, capaz de domar con su lira y su canto a las fieras más aterradoras para cruzar las esferas infernales del Hades, que nutre ya el primer drama per música de la historia operística.
“Habrá algunas otras óperas de estirpe zombi, ni duda cabe, pues su ingrediente dramático es muy potente para discurrir sobre la humanidad y la falta de ella. No me opondría a que un compositor hiciera que algún pasaje de mi Apocalipsis pudiera cantarse y presentarse con música en escena. Pero es claro que, mientras sigamos en las fauces de la covid-19, el sonido de esa obra sería el silencio”.