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Eliseo Diego: un (breve) perfil


Empezaba yo a escribir mis primeros poemas, al inicio de la década de los años setenta del pasado siglo, cuando un amigo me regaló un libro de Eliseo Diego, ese gran poeta cubano cuyo centenario de nacimiento conmemoramos este año.

La impresión que me causó ese libro fue el comienzo de un largo diálogo con la obra de un autor que es, indudablemente, uno de los mejores poetas de todos los tiempos en lengua española.

Tuve la dicha de conocerlo personalmente y admirar su delicadeza de caballero antiguo, su serena sabiduría y su cuidadosa manera de acercarse a los jóvenes, alentándolos siempre a seguir el difícil camino de una vocación que no siempre alcanza la cima a la que llegó el inolvidable autor de En la calzada de Jesús del Monte.

Fundador junto a Lezama Lima, Fina García Marruz, Cintio Vitier y Virgilio Piñera, entre otros, del grupo y la revista Orígenes, Eliseo comenzó publicando unos cuentos cuyo valor no siempre es resaltado como se debería.

Sin embargo, se consideró sobre todo poeta. «Soy de oficio, poeta, es decir, un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en versos. Y lo hago, no por vanidad, ni por el deseo de brillar o qué se yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que se llaman poemas», dijo en una ocasión.

Pero la labor intelectual de este grande de la literatura cubana lo llevó por muchos caminos: el del ensayo, el de las traducciones y el de la prosa, mostrando en cada uno de estos géneros su gran talento y su absoluto dominio de la palabra, esa limpieza y musicalidad exquisita distintivos de su estilo en todo lo que salió de su pluma.

Eliseo Diego nació el 2 de julio de 1920 en La Habana y siendo muy niño viajó con su familia a Francia y Suiza, experiencia que siempre calificó como determinante en su formación de escritor.

Esta última comenzó en su primera década de vida cuando escribió sus primeros cuentos infantiles. La preocupación por los más pequeños fue otra de las constantes de su vocación y así lo demuestran sus traducciones de las más importantes figuras de la literatura infantil de habla inglesa.

Era un gran admirador de la obra de los escritores anglosajones y dominaba a la perfección esa lengua hasta el punto de dar cursos especializados de autores ingleses y estadounidenses en la Casa de las Américas.

Siempre trabajó a favor de la cultura cubana, desempeñándose, indistintamente, como responsable de Literatura y Narraciones Infantiles de la Biblioteca Nacional o como redactor de la revista Unión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).

Lo recuerdo también como jurado en los talleres literarios. Su acercamiento a los escritores de mi generación fue determinante en muchos de nosotros y nuestra pasión por su obra lo convirtió en uno de los poetas más frecuentados y hasta imitado por muchos de nosotros.

En 1986 le fue entregado el Premio Nacional de Literatura y recibió muchas veces el Premio de la Crítica. Casi al final de su vida, en 1993, fue reconocido con el prestigioso Premio Internacional de Literatura latinoamericana y caribeña Juan Rulfo [premio ya con otro nombre, NdlR].

Gabriel García Márquez lo consideró uno de los grandes poetas de la lengua española y fue estudiado en universidades extranjeras y se ganó el favor de un público que lo tuvo entre sus ídolos y paradigmas literarios.

Cuando se conmemoran cien años de su nacimiento, no podemos olvidar a este inmenso poeta que nos dejó un legado imperecedero.

Esperemos que este sea sólo un comienzo para un aniversario que traiga de vuelta a nosotros al autor de Los días de tu vida, libro que prefiero entre todos los que escribió Eliseo Diego, uno de los más grandes poetas cubanos de todos los tiempos.

El presente texto fue publicado originalmente en Granma.

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