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El arte ilustrado de Jorge Flores Manjarrez

Los secretos pictóricos de Manjarrez son puestos al descubierto en esta conversación. Hablamos de un artista que no hace caso a nadie sino sólo a sus propios impulsos creativos.


Sentado en el rincón de una cantina, Jorge Flores Manjarrez se confesaba…

—Veamos, ¿por qué momento pasa mi vida? —dijo, y posó su mirada en un punto indeterminado del lugar.

En la televisión, a la que le habían bajado el volumen, el Barcelona jugaba al futbol. Alrededor nuestro, los parroquianos comían sin prestarnos demasiada atención. Afuera, la Ciudad de México se derretía ante un Sol inclemente…

Manjarrez entonces me miró:

—Cuando uno hace lo que le gusta creo que la felicidad, o eso que llaman felicidad, viene a la par, viene incluida… Mira, en este momento pinto, hago caricatura, escribo… vaya, ¡estoy haciendo todo lo que me gusta! Así que, sí, creo que soy feliz.

Hizo una pausa mientras sus manos jugaban con una botella de cerveza en la mesa. Continuó:

—Estoy en una etapa en la que sigo aprendiendo. Estoy haciendo cartón político de nuevo, que me gusta y pienso que es necesario siempre en una sociedad. Estoy en una etapa en la cual siento que trabajo más depurado, más libre, más resuelto… Pero, insisto, sigo aprendiendo. Además, ya tengo algunos proyectos en puerta, como una novela gráfica y una nueva exposición, que está casi terminada.

“Así que estoy bien. Pero, además, si miro hacia atrás, desde que empecé profesionalmente, he participado en casi todos los medios importantes e interesantes. Y lo mejor: nunca he dejado que me digan lo que tengo que hacer. Hasta la fecha, hago lo que me gusta y lo que quiero”.

Manjarrez alzó la botella.

—¡Salud! —dijo.

—¡Salud! —contesté.

Incertidumbre y vocación

“Hay que ser bien terco”, me dijo hace ya varios años Jorge Flores Manjarrez mientras hablábamos de lo difícil que había sido para él entrar a los medios periodísticos; de hecho, para ese momento, él llevaba casi un lustro de camino recorrido.

Visto en perspectiva, ha pasado más de dos décadas desde que comenzó a publicar monitos, y está claro que esa terquedad lo ha puesto en el lugar en el que ahora se encuentra: convertido, ya, en uno de los mejores caricaturistas de México.

Desde luego —y es obvio, ¡por favor!— no sólo su obstinación lo ha llevado tan lejos, también su talento. Su enorme talento, si me apresuran. Sé que rozo el lugar común, pero si algo ha quedado claro, a estas alturas de su trayectoria, es que tiene un trazo y un estilo únicos en el país. No hay nadie parecido en todo el territorio mexicano, ni nada parecido de lo que sale de su mano, de su mente, y, sobre todo y ante todo, de su mirada.

Eso sí —y mejor aclaro desde ahora—: si la vida tuviera lógica, Jorge tendría que ser en estos momentos un próspero diseñador gráfico. Fue lo que estudió en un principio; sin embargo, siguiendo sus impulsos, no quiso traicionar su vocación.

Nacido en 1968, año de revueltas y peace and love, Manjarrez —que es como lo conocen sus amigos— siempre se la pasaba dibujando cuando era niño y ya no tan niño. Así vagó durante algún tiempo: entre la incertidumbre de seguir su camino u obedecer lo que querían que fuera.

El desenlace lo tiene aquí. Hoy —y como él mismo lo ha dicho— su trabajo ha sido publicado en casi una docena de medios periodísticos: desde la legendaria (y ya desaparecida) sección de cultura del viejo El Financiero, hasta Generación, unomásuno, La Jornada, Reforma, El Universal, La Mosca en la Pared, pasando por Playboy, Rolling Stone, emeequis o Código Topo.

Incluso, es de los pocos caricaturistas —quizás el único en México— que puede presumir —si me permite el término— de que caricaturas suyas hayan sido robadas —¡no sólo una sino dos veces!— en dos distintas exposiciones. A tal grado están cotizadas sus obras…

Estilo, técnica y evolución

Al inicio de nuestra conversación, le pregunté a Manjarrez sobre su estilo: ¿lo conserva?, ¿cuánto había cambiado?, ¿tenía características que lo pudieran identificar?

Para explicarse mejor, puso como ejemplo la nueva exposición en la que está trabajando. Sin una fecha exacta para su inauguración —“Espero que sea entre abril o mayo”, me dijo—, esta nueva muestra es un claro reflejo de su evolución artística:

—Esta exposición refleja la etapa actual de mi trabajo; no de culminación sino de evolución —aclaró—. Desde que comencé a publicar, allá por 1996, la experiencia se ha ido acumulado. Así que son pinturas más maduras, porque uno evoluciona. Hace poco un colega me preguntaba si tomaba o no, él, un curso de dibujo para mejorar su estilo. Yo le respondí que lo hiciera, pero que el estilo venía de otra parte. Es decir, en este momento, estoy consciente que tomar un curso de dibujo no viene al caso. Es bueno que uno lo haga, por supuesto: saber anatomía, saber dibujar el cuerpo humano; pero lo más difícil para un caricaturista es construir tu estilo… Para mí, está claro: el estilo se va puliendo con la chamba. Y eres tú el que lo va definiendo, trabajando, cincelando. Por eso hablo de la exposición. Pienso que estoy en una etapa en la que ese estilo en la caricatura, del que te hablo, lo he pulido un poco más. Sigo aprendiendo, desde luego, porque esto nunca se acaba. Eso es lo interesante…

Aquí le interrumpí: ¿y la técnica?

—La técnica te la va dando la experiencia y el ejercicio: trazar y trazar diario, horas, días. Así es como se va curtiendo la técnica: experimentas con ella, con soportes, con materiales. El óleo, por ejemplo, es noble y te quedan unas capas increíbles. El acrílico, por otro lado, es más cómodo; lo puedes trabajar más rápido y meterle más cosas… Así que la técnica o el camino puede ser cualquiera, lo importante es llegar al objetivo: plasmar lo que tienes en la mente (que luego no es tan fácil).

Que hablara de ello me permitió preguntarle sobre trabajar a mano o en computadora, y, en particular, sobre el debate que ha surgido al respecto.

Negó con la cabeza que fuera eso, un debate:

—Me gustan las dos; aunque, al final, estás trazando de igual forma. Al menos es mi caso: pincel o pluma digital, dibujo igual. Incluso, mucha gente me ha comentado (y yo lo tomo como un halago) que no se nota si lo he hecho con el pincel o con la pluma digital. Lo que significa que mi trazo es el mismo, y no pierde la esencia, aun cuando es digital. Un colega me decía: si tú dejas la computadora y el lápiz digital, ahí, en el escritorio, vas a comer, y luego regresas, ¡el pinche dibujo no se ha hecho! Porque tienes que hacerlo tú… Como puedes ver, tiene razón…

Manjarrez, entonces, hizo una pausa. Ambos le dimos un gran sorbo a nuestras respectivas botellas. (Aunque el lugar se encontraba fresco, la preocupación de que se “calentara” la bebida apresuraba nuestra sed.)

Regresé sobre el estilo. Le expliqué lo que me había dicho otro gran caricaturista meses atrás —en una charla publicada en estas mismas páginas—: Luis Fernando me decía que ahora hace más suelto su trazo, que ya no le preocupa si la línea se sale un poco, ni le preocupa tanto lo de la precisión…

Jorge se tomó unos segundos. Luego, dijo:

—Dos cosas. Una: admiro mucho el trabajo de Luis Fernando, sin duda. Dos: tiene toda la razón. Como me decía un pintor: el error tiene que estar presente siempre, de lo contrario el trabajo se vuelve no sólo muy monótono sino cuadrado. He aprendido a absorber los errores y los accidentes. Sin embargo, a mí me gusta también una pincelada mal intencionada, libre, la cual, muchas veces, da mejores resultados que el error mismo. Me refiero a que te tomas la libertad de aventarte una pincelada sin tapujos, y luego sale algo muy padre, muy espontáneo, incluso muchas veces genial. En mi trabajo siempre está presente ese tipo de líneas: libres, sueltas, rebeldes. El equilibrio entre el descuido y el cuidado da buenos resultados siempre…

—Si en la poesía y en la música el silencio es importante, ¿en su caso qué peso tendría el error, el descuido, lo espontáneo? —le pregunté.

—Mucho. Sin embargo, también quiero dejar en claro que la poesía está presente en mi trabajo. Cualquier conjunto de formas y de colores que es armónico, es poesía. ¿Por qué es poesía? Porque te hace sentir bien. Te da una paz. Entonces, trato de que también esté la poesía en mis trazos. De hecho, un conjunto de trazos y colores crea una armonía poética.

“Ahora bien, la irreverencia, la libertad del trazo, el error, eso también es importante. Incluso, llega un momento en el que además ya no te da miedo… Mira, el trabajo maduro de cualquier artista hace que su trazo espontáneo sea interesante para la gente, provoca que la mirada de la gente se dirija a ese trazo… Crea como una forma de misterio. Crea una obra irrepetible. Algo que nadie puede copiar. Una pieza única”.

Manjarrez se quedó unos segundos en silencio. Yo iba a añadir algo, pero entonces continuó:

—En este momento de mi vida y trayectoria, yo sí siento que hay una madurez en mi trabajo. Estoy consciente de que cada día uno mejora. Insisto: sigo aprendiendo. Y no sólo eso: sigo explorando otras cosas, otras formas, otras líneas, otras texturas…

Reyes y rebeldes

Una característica de Jorge Flores Manjarrez ha sido su búsqueda constante por llegar a más y más gente, y por llegar más y más lejos; no sólo hablo de su obra, sino de su gremio.

Me explico: desde sus inicios, o por lo menos desde que lo conozco, él siempre ha buscado darle salida a su trabajo y ayudar en la medida de lo posible a su gremio, el de la caricatura. En cuanto a este último, en 2015 fue uno de los principales organizadores del Congreso Latinoamericano de Cartón Político, Ilustración y Dibujo; también, fue editor de la revista La Pistola Digital, publicada por la Sociedad Mexicana de Caricaturistas. Actualmente es secretario general de esta sociedad, y director del Museo de la Caricatura (recinto que sigue en remodelación).

En cuanto a su obra, la cosa va más allá: lo mismo ha impreso playeras con sus caricaturas, que calendarios. Es más, puso en circulación el Póker del rock: su propia baraja con ilustraciones de ilustres roqueros. Todo un éxito. Y no sólo eso: también ha buscado nuevas forma de expresión. Así, ya tuvo su primera exposición pictórica y va a incursionar en la novela gráfica. De igual forma, ya tiene en su haber un libro de poesía: Apuntes eróticos, y tres enormes murales en tres puntos estratégico: Un viaje por el rock y Urbanistorias del rock mexicano (en las estaciones Auditorio y Chabacano del Metro de la Ciudad de México) y Woodstock (en el Hard Rock Hotel de Cancún). Además, ya ilustró un libro para niños: Rinocerónteros, de Víctor Roura.

Por lo pronto, su nueva exposición, que se llamará Reyes y rebeldes, estará integrada por personajes de la cultura, sobre todo escritores y músicos.

—Son las personalidades que me gustan —me dijo, en cierto momento, Manjarrez—: esas que siempre intentan ir a contracorriente, que desafían el status quo, que son marginales e, incluso, hasta radicales. Al final, todos los reyes son rebeldes y viceversa: hacen lo que quieren, viven como quieren. Porque también algunos escritores son rockstar. Así han vivido: de manera intensa. Y eso es lo que trato de reflejar. Esa intensidad. Esa libertad. Y lo hago a través de un trabajo que tiene la libertad como característica: como lo es la pintura, el dibujo y, sobre todo, la caricatura… De hecho, me atrevería a decir que la caricatura es de los trabajos que se pueden vanagloriar de su libertad en todas sus facetas. Incluso, más que la pintura. Porque la caricatura va más allá, no tiene miedos, no tiene tapujos de ir hasta el borde del precipicio y que no pierda la esencia.

La muestra estará integrada por alrededor de 25 cuadros:

—Habrá obra nueva, así como obra ya conocida. Dentro de ésta, hay algunas que había exhibido solamente en impresión, ahora estarán los originales. También habrá cuadros que ya tenía pero que los renové, los depuré más, porque había detalles que no me gustaban. Así que lo que verán es una obra más madura… Por cierto, la exposición estará montada con unos marcos que me está haciendo un amigo: Oliver Villalobos, quien es un tallador de madera excelente, un artista, que se está acoplando a mi trabajo. Ya lo verán.

Mi querido viejo

El guitarrista cruzó las puertas de la cantina, sutilmente, queriendo pasar lo más invisible posible.

Manjarrez me miró, miró al músico, y volvió a mirarme.

Le regresé la mirada, sin palabra alguna, llevándome la mano a la frente.

De pronto nos percatamos del error que habíamos cometido. Novatos. Estar en una cantina un martes cualquiera, a plena hora de la botana, y con el Sol aplastando cualquier indicio de vida afuera, puede ser peligroso para una conversación sana. Y lo fue. Lo que siguió después fue una serie de interrupciones con canciones (muy mal cantadas).

Mientras escuchábamos “Mi querido viejo”, le grité a Manjarrez:

—De un tiempo a la fecha ha regresado de nuevo al cartón político.

—Sí-sí —dijo emocionado, pero al mismo tiempo confundido por la música—. Hace poco, en una entrevista, decía que me daba mucha hueva pintar políticos. Porque tienes que dibujarlo, aproximadamente, más de mil veces durante un sexenio. Sin embargo, ahora que he regresado, reconozco que también es divertido. Porque además lo vas puliendo. Incluso, lo vas sintetizando, ya que te sabes de memoria sus facciones. Lo dibujas casi con los ojos cerrados. Por ejemplo, a Andrés Manuel López Obrador lo dibujo hasta con su gallito en el cabello…

Manjarrez sorbió de su bebida. El guitarrista cantaba ahora algo sobre el amor y el odio. Mirándolo de reojo, le pregunté a Jorge qué lo había motivado a regresar al cartón político:

—Me gusta. Tiene su gracia y su dificultad. La caricatura política es como esa novia voluble que tenías, que de repente la vuelves a ver, y con la cual quieres intentarlo de nuevo… Después de todo, ¿a quién no le gusta opinar, ser crítico, y que te paguen por ello? Pero además, y he aquí lo más importante: estamos en un momento en el que es muy necesario. La caricatura política es, tiene que ser, contrapeso del gobierno, de cualquier gobierno. Izquierda, derecha, centro, ¡no importa!: el cartonista político debe ser crítico y no sirviente del poder. Debe ser un contrapeso.

“En ese sentido, López Obrador nos está dando una gran cantidad de material con su intento de rescatar al país, con su intento de rescatar lo poco que quedó tras la extinción (como esperamos muchos) del dinosaurio; pero, sobre todo, tratando de limpiar todas esas cloacas que hay de corrupción, las cuales, como hemos vistos, aparecen un día sí y otro también. Todo mundo robaba, y robaba cabrón.

“Entonces, todo este proceso de tratar de limpiar la casa, que a veces le sale bien y mucha otras veces no tan bien, nos da material para hacer cartones al por mayor. Además, el señor se contradice tres veces al día. Está en una situación cabrona, lo sé. Y la gente está muy esperanzada, también lo sé. Pero lo que no puede hacer, o no está bien que lo haga, es confrontar. Tenemos un presidente que se la pasa descalificando, y eso a mí no me parece correcto. Porque, obviamente, sus seguidores también descalifican a todos y en todo momento”.

—El escritor y caricaturista Federico Arana me decía que el sarcasmo, con todo y que puede tener un componente de mala leche, es algo que te hace la vida más llevadera…

—Por supuesto. La mala leche en la caricatura también puede estar. Es lo que le da sazón al platillo, al cartón. Pero, ojo: no puede provenir del hígado, porque entonces ya cae en el terreno de la descalificación. Un tipo que descalifica no está opinando… La caricatura política no debe ser, ni debe convertirse, en un asunto personal.

Nota bene: ¿Qué sucedió con el músico? Lo de siempre: en cuanto concluimos la entrevista, él terminó y se fue. Todo muy sospechoso…

Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, marzo 2019.

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