Los universos de Rodrigo Ayala
Nació el 8 de febrero de 1967 en Cuernavaca, Morelos, y estudió la licenciatura en Artes Visuales de 1986 a 1990 con enormes profesores: Begoña Zorrilla, Guillermo Zapfe, Netzahualcoyotl Galván, Eduardo Cárdenas, Raúl Cabello, Ignacio Salazar Arroyo, Gilberto Aceves Navarro y Francisco Castro Leñero. Ejerce la profesión de pintor desde 1991, año en el que montó su primera exposición: Las razones del caos; desde entonces, Rodrigo Ayala no ha hecho otra cosa más que crecer: su expresividad, sus texturas, la soltura del trazo, y, desde luego, sus numerosas exposiciones —tanto individuales como colectivas—, así lo corroboran. Hemos conversado con él, pues su obra ocupa las paredes virtuales de nuestra ‘Galería Emergente’…
Rodrigo Ayala es pintor y un hombre divertido. En su universo personal y artístico todo es posible. Las pinceladas del maestro son infinitas, no separa la realidad de la fantasía. Y esos paisajes enigmáticos que nos enseña en sus obras se graban en nuestros subconscientes. El pasado y el presente están en sus obras; también la Ciudad de México, la arquitectura y las personas. Los colores fríos intensos son los que predominan en sus trazos. Su mente está en constante ocupación, no se detiene tampoco físicamente, la creación es su compañera inseparable, como queda claro en la siguiente charla.
Mientras transcurre la pandemia, Rodrígo Ayala se enfoca en finalizar el proyecto para su maestría en Artes Visuales, que le dará el pase de estafeta a su doctorado con el mismo nombre. Así que le pregunto:
—¿El confinamiento te ha inspirado a crear una serie o pieza nueva?
—La verdad no —dice con una leve carcajada—. Ya tenía una agenda especial con relación a la maestría y el doctorado, pero sí se me han ocurrido muchas cosas sobre este encierro. Mi trabajo tiene mucho que ver con la arquitectura y la casa y no necesariamente es un encierro, es ese espacio que te abriga, que ahora se vuelve un tipo de obligación o cárcel.
Lo que su arte me dice
Las pinturas de Rodrigo Ayala tienen muchos significados. El que él ofrece y el que nos genera a quienes hemos visto alguna de sus piezas.
Su serie «Megaciudad-Intimidades» la expuso en 2019 y se concentra en la arquitectura y la ciudad, pero también en una vida privada que el espectador puede percibir en sutiles trazos en sus pinturas. Diferentes cuadros en óleo sobre tela y madera tienen un diálogo intranquilo y de soledad; otros exhortan a soltar todo aquello que causa dolor, lo que no permite avanzar con libertad. Esta obra es totalmente geométrica. Hay rombos y cuadrados y predominan las tonalidades oscuras y frías.
Arpegio (2016) es una pieza que me genera nostalgia, me hace pensar en el pasado, quizás en el mío, aunque no tengamos un vínculo, y en el de él, que en ocasiones se permite contarnos sus experiencias de padre, hijo, maestro, pero también del niño que fue, del adolescente subversivo, y entonces, es inevitable identificarse. El azul de Arpegio enseña que aún hay esperanza, que no es tiempo para rendirse aun cuando el interior lo desea. Y aunque haya grises en la vida, ésta se puede disfrutar, es para experimentar y aprender.
En su pieza El taller, al centro se puede apreciar orden, con tonos grises, negros, blancos y azules. La parte superior de esta obra se asemeja a una lucha, probablemente la que mencionó en alguna reunión: “Es difícil soltar las ataduras”.
Es complejo separar el presente del ayer. Ayala nos invita por medio de sus obras a esos dos tiempos, especialmente a los suyos.
La tecnología, una herramienta maravillosa
Los museos y galerías virtuales ya no son novedad, a raíz de la pandemia por la covid-19, diversos promotores del arte se adaptaron a la situación del confinamiento y ofrecieron muestras artísticas. Para Ayala, la tecnología es un apoyo en el universo artístico, pero piensa que este incentivo digital sólo fortalece lo que debe contemplarse en vivo.
—Lo que me maravilla de la tecnología es que una vez que viste una obra de forma abismal el deseo de verla en vivo y a todo color crece. Del mundo tecnológico lo ideal sería que nos invitara a valorar más lo que tenemos en este mundo físico, fenomenológico, complejo, vulnerable —explica.
El maestro Ayala se define como un ser que se vale de las herramientas tecnológicas para pintar. Tiene claro que la tecnología y los utensilios tradicionales son “dos historias diferentes”, pero que se pueden complementar si el artista en cuestión lo desea.
—Necesito trabajar sobre un soporte muy claro, con un ancho y alto, de madera o tela, pero trabajo con mis pinturas y pinceles y con una estrategia en mi casa. En realidad, para mí, la tecnología y las posibles herramientas que se construyan constantemente son para intervenir lo que ya hiciste en físico o a mano, es una postproducción —comenta.
El arte que se hace en el 2020
El panorama del arte contemporáneo es diverso, con nuevas técnicas o corrientes a veces confusas. Por la visión del maestro Ayala, se puede comprender que las propuestas actuales deben respetarse y, si se desea, admirarse.
—He visto muchas cosas nuevas, al cursar mi maestría conocí a unos cuates que se llaman Roberto Carrillo y Rodrigo Sastre. Estos jóvenes tienen 25 años, y hacen búsquedas distintas totalmente inmersos en la tecnología, son más dúctiles y más virtuales que yo —menciona.
Ayala piensa que la pintura “es un juego compositivo y gramatical, discursivo, verbal, de todo tipo, semántico, tiene diversas lecturas. Podría clasificar en una especie de abstracción lírica o minimalismo, pienso que precisamente tenemos un gran cúmulo de información a nuestra mano en el presente y tenemos una tradición extraordinariamente grande en el pasado. Para mí también la pintura es un diálogo constante con la tradición, digamos que me parece muy interesante o trascendente”.
Vivir en una simultaneidad de cosas
En el quehacer de plasmar lo cotidiano sin ficción en el arte, el maestro Ayala menciona que sí cree que la tendencia del realismo existe, pero actualmente tenemos diversas herramientas miméticas que pueden copiar la realidad.
—No es una historia reciente si pensamos que el hiperrealismo nació en los años sesenta y los pintores a principios del siglo XX no estaban interesados en el realismo, estaban diseñando una figuración, un expresionismo con fines de otros supuestos compositivos verbales —dice.
Rodrigo Ayala cree que en la actualidad el realismo es un juego que en apariencia está agotado y exacerbado por la fotografía y la tecnología, debido a que están a nuestro alcance muy fácilmente:
—Prefiero el cobijo de la subjetividad y la abstracción (una serie de juegos semánticos que me parecen más interesantes) y más la pintura entendida como una introspección lúdica, una estrategia divertida y contradictoria, relativa, con otros supuestos.
Ayala, dado el amplio repertorio de oportunidades y herramientas, de técnicas y movimientos existentes, logra una “especie de ruido, de escándalo”, que en ocasiones no es útil si no para “los bienes e intereses de un individuo o creador, intereses de la moda”.
—Pienso que vivimos una simultaneidad de conceptos, realmente una mescolanza de movimientos, corrientes, posturas, un maremágnum de cosas, pienso que también los filtros naturales del arte en algún momento se desvanecieron, porque el arte empezó a convivir con la moda y empezó a convivir con lo político profundamente, a cargar de banderas sociales, se volvió más colectivo y grupal —explica.
Es comprensible que el arte y la personalidad del maestro Rodrigo Ayala quedan en la posteridad. Nos invitan a pensar, pero también a soñar en universos donde existe la esperanza, entre la fantasía y la realidad.