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“La buena ciencia es como el buen arte: impresionante o inquietante”

El investigador estadounidense Jonathan Osborne habla sobre el informe «Educación científica en la era de la desinformación».

Octubre, 2022

Jonathan Osborne, investigador emérito de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), anda de gira para hablar sobre el informe Educación científica en la era de la desinformación, que ha publicado junto a un equipo internacional. Para este experto, si después de varios años de educación científica obligatoria “no eres capaz de recordar algo significativo, es un problema”.

Jonathan Osborne trabaja para mejorar la enseñanza en las escuelas de materias como las matemáticas, la química y la física, campo este último en el que está especializado. El científico ha participado en el III Congreso Nacional Scientix, que se celebró en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología en Alcobendas (España).

Este evento, organizado por la FECYT y el Ministerio de Educación y Formación Profesional, se dirige al profesorado para compartir metodologías, recursos y ejemplos prácticos sobre ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas.

—Es uno de los autores de los Estándares Científicos de Próxima Generación de Estados Unidos, para mejorar el rendimiento en estas materias. ¿Qué es lo que deberíamos haber aprendido de ciencia al acabar la escuela?

—Ese es el verdadero desafío. Creo que tiene que definirse mucho más claramente, algo que no han hecho los planes de estudio hasta ahora, incluido el más reciente de Estados Unidos que es muy influyente. ¿Qué queremos que los alumnos sean capaces de hacer si abandonan la ciencia, a la edad que sea? No buscamos que sean capaces de reproducir el ciclo de Krebs, queremos que puedan explicar a sus amigos dos o tres grandes ideas y que eso les parezca realmente emocionante. Una idea que les haya cambiado la forma de ver el mundo. Por ejemplo, la mayor parte del átomo es espacio vacío. Si piensas que en el pequeño núcleo se concentra y que alrededor están los electrones, es algo impresionante.

—¿Por qué no se hace así?

—Si nos fijamos en los libros de texto, hay un montón de información, pero ningún capítulo comienza por explicar qué pregunta se va a responder. No podemos seguir impartiendo esta forma de enseñar la ciencia, porque la mayoría de los estudiantes llegan al final y dicen: no quiero volver a acercarme a ella.

—¿Cuáles son los problemas más comunes que tienen los estudiantes en estas asignaturas?

—El problema más común es la dificultad, pero no solo. No logran ver el sentido que tiene y por qué es importante. Eso es una tragedia para esta disciplina y para ellos también, porque la ciencia es un gran logro intelectual. Falla la forma en que se presenta y se comunica en las escuelas.

—¿Podría darme un ejemplo?

—Siempre recuerdo cuando entrevisté a una mujer que trabajaba en una interfaz entre la ciencia y el arte. Estábamos haciendo una especie de entrevista general sobre preguntas acerca de lo que es hacer buena ciencia desde su punto de vista. Para ella, era como el buen arte: es impresionante o es inquietante y creo que es muy cierto. Si partes, por ejemplo, del telescopio James Webb y las fotografías que ha conseguido son literalmente impresionantes. Pero también puede ser inquietante a un nivel muy básico. Si te paras a pensar, el día y la noche los provoca un sol en movimiento. La ciencia es esa historia diferente que te dice que estás en una Tierra que gira. Y va tan rápido, a más de 1000 millas por hora [1600 km/h] pero tú no sales despedido, ¿cómo es posible? Eso es inquietante.

—La astronomía y el universo despiertan mucha curiosidad, pero otras materias pueden parecer más densas, ¿no?

—Sí, un ejemplo simple está en la física. En la escuela estudiamos palancas y poleas y este tipo de cosas. Si se hace de forma común es extremadamente aburrido. ¿Por qué estamos estudiando esto y qué es lo interesante? Con este sistema de poleas puedo levantar cuatro veces mi peso, tal vez incluso ocho veces mi peso, ¿cómo es posible? Creo que se trata de un problema de presentación de la ciencia que necesita ser abordado.

—¿Quiénes lo hacen mejor?

—Los museos hacen un trabajo excelente para que sea impresionante o inquietante.

—¿Por qué es importante despertar interés también en aquellas personas que no van a volver a estudiar ciencias?

—Dónde veo el problema es cuando hablo con un amigo adulto y le digo que, por favor, me cuente algo que recuerde de la ciencia escolar. Que me diga, por ejemplo, una idea importante que transformara el mundo que ahora comprende y que le pareciera inquietante, y no se acuerdan de nada. Eso es grave.

—¿Eso no ocurre con otras materias?

—En literatura inglesa, no sé cómo es aquí con el estudio de la española, obviamente leímos a Shakespeare y puedo recordar en detalle gran parte de la historia de Macbeth, porque la estudiamos y tiene importancia para mí en ese sentido. Si después de ocho o nueve años de educación científica obligatoria no eres capaz de contar una historia significativa sobre la ciencia, es un problema.

—¿Es un problema de la forma de aprendizaje o porque no reflexionamos sobre su significado más allá de los libros de texto?

—Los ingleses tenemos un dicho: los árboles no dejan ver el bosque. Se presenta a los estudiantes pequeños trozos de información, pero nunca el cuadro completo. ¿Por qué la teoría de la evolución de Darwin es tan importante? Dobzhansky dijo la famosa frase: nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución. Si después de cien años la educación no puede explicarme qué es lo que justifica esa declaración, eso me preocupa. Si no puedes exponerme una concepción básica del universo dónde estamos y lo pequeños que somos. Todo eso se pierde porque la gente se centra en el bosque y no en el panorama general. Así está diseñada la ciencia en la escuela.

—¿Es importante familiarizarse con el lenguaje científico?

—La ciencia es un conjunto de ideas complejas. Como cualquier profesión, ha desarrollado un conjunto de palabras y lenguaje y formas de hablar del mundo. Si quieres estudiar esa disciplina, tienes que adquirir el lenguaje de la ciencia. Un idioma sólo se adquiere utilizándolo. Cualquiera que aprenda un idioma puede decirte que la gramática y el vocabulario no es lo importante. Se trata de tener oportunidades para practicar. Por esta razón, es fundamental que los estudiantes tengan ocasiones de escribir usando el lenguaje científico, de hablar con este lenguaje y leerlo. Sé que hacer experimentos, por ejemplo, es divertido, pero si eso es todo lo que recuerdan, no se avanza.

—¿Cómo podemos introducir ese ‘idioma complejo’ en el día a día de un estudiante?

—Necesitas oportunidades para ello, para usar este lenguaje y construir esa capacidad. Hay que aprender a deletrearlo y entender el concepto que lo acompaña. Es decir, aprender la palabra fotosíntesis en sí misma no tiene valor, a menos que puedas explicar por qué es la reacción más significativa del planeta. ¿Qué es lo impresionante de este concepto? Básicamente, es algo que los humanos no pueden hacer o recrear y que las plantas hacen todo el tiempo y gracias a ella se crea toda la comida existente.

Jonathan Osborne en Madrid. / Foto: Álvaro Muñoz Guzmán (SINC).

—¿Me podría dar ejemplos prácticos para ponerlo en marcha?

—Tiene que haber actividades en las que se pida a los alumnos que escriban y expliquen cosas. Pueden hacer presentaciones en PowerPoint con actividades en las que se les pida que lean y deduzcan el significado. Por ejemplo, les das seis afirmaciones para que reflexionen si son verdaderas o falsas. Después les puedes leer un texto y preguntarles otra vez, ¿cuál es la evidencia del relato? Se trata de dar a los alumnos la oportunidad de hablar de ciencia, hacer que al menos hablen con la persona que tienen al lado y le expliquen una idea. O presentarla a toda la clase, tiene que ser un proceso mucho más activo. Habrá quién dirá que no se puede hacer porque tiene que dar toda la materia, pero sus alumnos no recordarán nada. Una sola idea bien recordada vale más que mil olvidadas.

—También defiende que tiene que existir una argumentación científica, ¿en qué sentido?

—Lo principal de la ciencia es la argumentación basada en la evidencia. Es importante que los estudiantes lo tengan presente. Vuelvo al ejemplo del día y la noche. Si me levanté por la mañana y el sol estaba en un lugar y más tarde estaba en otro, cuál es la evidencia de que la Tierra gira si no puedes producir la evidencia para ello. Un colega mío dice: pedir a los estudiantes que crean en cosas sin evidencias es tratarlos con falta de respeto, sería básicamente una forma de religión. Por esta razón, de vez en cuando hay que presentar las pruebas de las creencias y hay que darles la oportunidad de considerarlas y debatirlas. Es decir, ¿qué hay de controvertida en la evolución?, ¿cuáles son las pruebas?, ¿por qué Darwin llegó a esta conclusión en particular y el 99,9 % de los científicos la creen?

—Es decir, hay que enseñar las pruebas.

—Tienes que dar a los estudiantes la oportunidad de considerarlas.

—Con la pandemia se ha visto precisamente que las evidencias científicas en tiempo real pueden llegar a ser contradictorias. ¿Cómo se traslada que no es un acto de fe?

—El problema de estos días es que la ciencia está en un entorno muy complejo. La mayor parte de la ciencia a la que nos enfrentamos y a la que nos hemos enfrentado en la pandemia va mucho más allá de lo que aprendemos en la escuela. Tienes suerte si has estudiado algo sobre virus. Así que ahí estás tú, como una persona a la que le es ajeno, confrontada con las afirmaciones de los científicos sobre si debes llevar mascarilla o no, ponerte la vacuna o no. La mayoría de nosotros no tenemos los conocimientos científicos necesarios para evaluar las pruebas por nosotros mismos. Tenemos que confiar en algo.

—¿Cómo se llega a esa confianza en la ciencia?

—Con un abogado, un arquitecto, un fontanero o un mecánico de coches se trata de reputación. Preguntas a tus amigos si conocen a alguno fiable. Hacer eso con un científico no es posible, te imaginas preguntar: ¿conoces a un investigador de confianza? Te ves obligado a tomar decisiones y dar credibilidad de personas que no conoces. Por esta razón tienes que estar entrenado y hacer la primera pregunta correcta: ¿esta persona tiene un conflicto de intereses?

—No basta con ser científico.

—Además de serlo, la siguiente pregunta que hay que hacerse es: ¿en qué áreas investiga? Aquí es donde todo se vuelve más complejo. Saber si una persona que dice que el cambio climático es un error, trabaja en ese campo o es un físico nuclear que no sabe nada sobre ello. Si pasa esa prueba, entonces hay que saber cuál es el consenso científico, que es lo que aparece en los libros de texto. Es un camino largo para llegar hasta ahí. También están lo que yo llamo los detractores, que dirán cosas como: ¿podemos dar confianza a los científicos para predecir lo que va a pasar en 10 años si ni siquiera pueden predecir el tiempo de la próxima semana? Ahí falla la manera en la que hemos enseñado la ciencia.

—¿Por qué falla la enseñanza?

—Esta persona está haciendo una afirmación fuera del consenso científico. Pero también lo hizo Galileo en su día y tenía razón. ¿Qué hay de malo en ese argumento? Mi punto de vista al respecto es que hay una plaga de desinformación. Veo una analogía con la antigua enfermedad del escorbuto, que contraían los marineros por falta de vitamina C, una terrible dolencia por la que perdían los dientes. Tenía una simple solución y cuando la supieron tomaron algún tipo de verduras para ponerle fin. Lo mismo pasa con la desinformación, no requiere un gran arreglo, pero sí que eduquemos a las personas para que sean competentes y hagan tres o cuatro preguntas clave.

—¿Las llamadas nuevas tecnologías han entorpecido este cometido o ayudan?

—Soy un poco escéptico, con los años me he vuelto más. Todo el mundo presenta la tecnología como una solución maravillosa al problema de la educación. Es útil y tiene sus usos, pero creo que el exceso de tecnología sólo se utiliza para reforzar una mala enseñanza. Es maravilloso tener demostraciones en PowerPoint, visuales y videos de YouTube. Pero sigue siendo dos cosas: mostrar y contar. Así no es como la gente aprende a involucrarse con las ideas. Hay que pedirles que piensen en ellas, que escriban sobre ellas, que las reflejen.

—¿Debería dar un profesor una asignatura en la que no es especialista?

—En mi opinión, es difícil enseñar una materia que no entiendes bien. Cuando se trata de educación primaria, es un error pedirles a los profesores que enseñen de todo, porque habrá materias en las que no se sientan seguros.

Fuente: agencia SINC.

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