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Conversación Cervantina

Del 12 al 30 de octubre, en la ciudad de Guanajuato, se llevará a cabo una nueva edición del Festival Internacional Cervantino, con la cual celebra, además, sus primeros 50 años.

Octubre, 2022

Todo está listo. Del 12 al 30 de octubre, en la ciudad de Guanajuato capital, se llevará a cabo un nueva edición de la llamada Fiesta del Espíritu; sí, del Festival Internacional Cervantino. Pero la de 2022 no será una edición más; no. Como advierten desde la organización: “Somos la fiesta cultural más grande de América Latina y este año es más emocionante que nunca porque celebramos nuestra edición 50”. El periodista y crítico teatral Fernando de Ita recupera este ensayo, a manera de celebración…

El Festival Internacional Cervantino se muerde la cola. Se inauguró en 1972 a iniciativa de un presidente nacionalista, autoritario y con delirios de grandeza, y cumple 50 años con un mandatario que añade a los rasgos de Luis Echeverría el menosprecio por el intelecto y la cultura que no sean los tamales de chipilín. Los años dorados del FIC se dieron en el sexenio de José López Portillo, gracias al derroche del erario que auspició el auge petrolero y el poder sin límites que ejercía el jefe del Ejecutivo en aquel momento de gloria del PRI, que en perspectiva fue el comienzo de su derrumbe. El abogado López Portillo llamó a ese poder “metaconstitucional”; esto es, por encima de la Constitución. Lo dicho: no sólo el FIC sino el presidencialismo mexicano se muerde la cola.

Le debo a Salida de Emergencia haber guardado para su publicación el texto que leí, en el Salón de Espejos del Teatro Juárez de Guanajuato, con motivo de mis 40 años de cubrir el Cervantino como reportero de cultura y crítico de teatro. Fue gracias a Marcela Díaz que conocí el placer de ser un personaje más en la historia del Festival mayor de Iberoamérica. Debo agregar que Mini Caire, otra directora del FIC, me otorgó una placa conmemorativa por mis 30 años de oficio cervantino. Les agradezco a las dos su gentileza.

Resulta que éste es un texto tan sincero que ruboriza. Pero así fueron las cosas en un tiempo y un lugar que ya no existen y sin embargo se repiten como pesadilla.

La vida y la muerte

El misterio más apabullante de la vida es la muerte. Aunque mientras estamos vivos hay otra inquietud física y metafísica que se acentúa con los años: el paso del tiempo. Cuando uno comienza a meditar sobre esa abstracción es porque ya está al final de la escalera, de manera que el primer asombrado de cumplir 40 años de cubrir ininterrumpidamente el Festival Internacional Cervantino, soy yo.

¿Dónde están los 14,600 días que me separan de la primera vez que vine a Guanajuato como aspirante a reportero de un diario que aún no estaba en circulación y tenía el imposible nombre de: unomásuno? ¿Dónde está el país en el que se podía caminar en la madrugada sin otro peligro que los delirios del amor y la borrachera? ¿Dónde quedó el santo olor de la panadería que llenaba las calles de la provincia mexicana, y dónde el candor de las muchachas que se asomaban por la reja con la blusa corrida hasta la oreja y la falda bajada hasta el huesito, para decirlo con López Velarde?

Como es una desmesura repasar 40 años de vida cervantina en 75 minutos, tocaré sólo algunos de los cambios esenciales que ha sufrido la vida en México, vistos desde el Festival Cultural más importante no sólo de México sino de Iberoamérica, porque abarca todos los géneros de la invención artística. Aunque la idea era conversar con ustedes sobre mi larga experiencia festivalera, preferí escribir mis impresiones porque en la oralidad se divaga demasiado y sólo Juan Villoro es capaz de hablar como escribe: estructuradamente.

Para tomar el paso permítanme decirles que el azar tuvo mucho que ver con la fundación del FIC. En la memoria del Cervantino está escrito que Dolores del Río fue su primera presidenta y todos pensamos que fue así por ser una de las grandes actrices del cine mexicano. Pero hay un motivo más vulgar para su nombramiento: un fuerte retortijón de estómago.

Resulta que mi tía, María Álvarez Icaza y Camargo, pintora y periodista, amiga de la actriz desde su juventud, compartía esa fraternidad con la mujer de un General del Ejército Mexicano destacado en la ciudad de Silao [Guanajuato], donde la señora cocinaba un manchamantel tan bien sazonado que Dolores y mi tía viajaban una vez al año a degustarlo.

Si tomamos en consideración que en los años sesenta llegar a Silao tomaba por lo menos 10 horas de camino, ese manchamanteles debió ser exquisito. Tanto, que la actriz comió más de la cuenta y de regreso, cuando pasaron por Guanajuato, el flamante automóvil de la señora del Río, un Pakard verde esmeralda de 8 cilindros, tuvo que parar en un hostal para que Dolores fuera al baño. Ya sin el cólico, quiso caminar por las calles empedradas del antiguo mineral de plata y vagando en el atardecer llegaron a la Plaza de San Roque donde el maestro Ruelas presentaba sus ahora históricos Entremeses Cervantinos. La actriz quedó fascinada con los retablos vivientes, de manera que cuando el presidente Luis Echeverría viajó a la Yugoslavia del mariscal Tito y lo llevaron al festival cultural de la bellísima ciudad de Dubrovnik, al regresar a México le ordenó a su hermano, Rodolfo Echeverría, que se hiciera en el país un festival semejante. La suerte estaba echada, porque Rodolfo le comentó a Dolores el mandato de su hermano y ella supo de inmediato que la ciudad debía ser Guanajuato, y el festival, Cervantino.

El presidencialismo

El primer cambio notable del Tiempo Mexicano que voy a comentar es el del presidencialismo. Hoy es posible no sólo criticar sino insultar al presidente de la República por sus errores. En tiempos de Echeverría el presidente, como el papa, era infalible e intocable. Por eso José López Portillo, el sucesor de Echeverría, pudo poner a su esposa al frente de las acciones culturales de su gobierno y encargarle a su hermana la producción del cine mexicano, con trágicas consecuencias para el cine.

Doña Carmen Romano de López Portillo dejó su huella en la cultura institucional, en el sexenio de su marido, por dos cosas: por la suntuosidad con la que ejerció su papel de primera dama y porque al menos tres de sus iniciativas siguen vigentes: el FIC, el Teatro Helénico y el Centro Cultural Tijuana. Ciertamente ella no fundó el Cervantino, pero sí lo trasformó en la ventana por la que pudimos admirar lo mejor de las artes escénicas del mundo.

En sus primeros 5 años, el FIC fue un festival casi secreto porque la distancia de la Ciudad de México con Guanajuato y lo dilatado del trayecto dejaban el Teatro Juárez semivacío. Lo mismo pasaba con la alhóndiga, pues la población de Guanajuato era mucho menor a los 185 mil habitantes que hoy tiene la capital del estado. [En 2020, eran ya 194,500 habitantes.] Como Echeverría tomó el modelo del festival de un país socialista, la programación internacional era fundamentalmente de las naciones que estaban tras la cortina de hierro, como se le decía entonces al dominio soviético. Era un teatro magnífico y venían ensambles musicales y dancísticos de primer orden, pero como literalmente estaba en ruso, no encontró eco ni en la prensa ni en el público, y el que sí obtuvo, se diluyó en las páginas de sociales porque aún no existía el diarismo cultural. Repito, el diarismo, la nota diaria sobre el acontecer de la cultura. Lo aclaro porque contamos con una larga y esplendida tradición de revistas y suplementos culturales.

Cuando doña Carmen tomó a su cargo el festival, y el presidente López Portillo vino a inaugurar la nueva etapa del FIC, el presidencialismo imperial hizo su efecto piramidal y todo el gobierno de Guanajuato se puso a los pies de la primera dama de la nación. No quiero repetir aquí las excentricidades de doña Carmen que he divulgado en otros medios, porque luego de criticarla en vida terminé por respetarla en muerte. Prefiero decir que López Portillo fue el último presidente de México que ejerció el poder de manera monárquica, absolutismo que él bautizó como “metacostitucional”, es decir, por encima de la constitución.

Gracias al poder presidencial, la Romano les dio brillo internacional a las tarimas de Guanajuato, propició la construcción de más túneles, el levantamiento de otros espacios escénicos y, sobre todo, llamó la atención de la clase dominante para su fiesta, que se llenó de celebridades de diversos ámbitos, de niñas y niños bien… y de periodistas.

Sensibilidad y cultura

Doña Carmen tuvo el tino de nombrar director del FIC a Héctor Vasconcelos, el hijo tardío de aquel hombre telúrico y contradictorio que fue José Vasconcelos. En esos años, Héctor no era el político radical de izquierda en el que se ha convertido, pero sí un joven sensible y culto, educado en el extranjero, además hijo de una notable concertista de piano. Esa condición le permitió idear una programación que contó con los solistas y los ensambles de las artes escénicas más importantes de esa etapa del siglo XX. Basta ver los anuarios del festival de aquellos años para saber por qué se le ha llamado a ese periodo “los años dorados del Cervantino”.

El FIC no inauguró el diarismo cultural mexicano, pero sí le dio un impulso tremendo. Precisamente en 1977 apareció el diario unomásuno, comandado por Manuel Becerra Acosta, y un año antes, en 1976, la revista Proceso, dirigida por Julio Scherer. En ambas publicaciones la cultura tuvo, por fin, su espacio cotidiano —o hebdomadario, en el caso de Proceso. El éxito del diarismo cultural fue tan amplio que paulatinamente los demás periódicos de circulación nacional abrieron sus páginas a la nota diaria y el Cervantino fue el campo ideal para ganar el máximo trofeo de la prensa en aquellos años: la exclusiva.

Para los nativos del internet será imposible comprender por qué aquellos jóvenes y maduros periodistas eran capaces de cualquier cosa para ganar una noticia, una entrevista, una crónica, un reportaje, porque hoy la prensa es la última en publicar los acontecimientos del día. Pero en el ocaso del siglo XX los periódicos eran aún los heraldos de la vida pública, los voceros de las malas y las buenas noticias, los comentaristas del acontecer nacional e internacional. Así las cosas, la mayoría de los reporteros que cubríamos el FIC éramos camaradas en diversos grados, hasta el momento de ganar la nota. Como en el amor, en esa guerra de tinta no siempre se jugaba limpio, pero si eras el primero o el único en publicar una entrevista con Leonard Bernstein, todo te era perdonado.

La prensa y el poder

Entre las múltiples anécdotas sobre la prensa cervantina de aquellos años, tomo una que ilustra la relación de la prensa y el poder en esos días. Resulta que algunos veteranos del periodismo cultural le hicieron cultivo yucateco al jefe de Comunicación Social del estado para que instalara una cantina en la sala de prensa, diciéndole que sería muy grato tener ahí mismo una barra para evitar la constante huida de los colegas por un trago. Le plantearon un ambiente de caballeros ingleses en el que los reporteros se tomarían una o dos copas para refrescar la nota. La verdad es que éramos una pandilla de reporteros del tercer mundo y la dotación de alcohol para 15 días… se terminó en uno, con varios de aquellos veteranos absolutamente desmayados sobre la máquina de escribir.

Dos cosas han cambiado radicalmente desde entonces: la multitud de personas y de autos que circulan en esta ciudad colonial, y la despreocupación sexual —entonces se fornicaba sin cubre pito. Los reporteros jugábamos futbol en el Parque Unión y se podía llegar a los teatros y a las plazas sin hacer fila india entre la multitud. Guanajuato era el pueblo encerrado en sí mismo que describe Jorge Ibargüengoitia en Estas ruinas que ves, con más cantinas que escuelas y la morbosidad erótica que propicia la represión sexual. La fiesta del espíritu era también el jolgorio de los cuerpos. Como el sida no había llegado a México, el intercambio de fluidos corporales era libre y abundante porque todo lo auspiciaba.

Por mandato presidencial el festival —que originalmente era en otoño— se hacía en mayo, cuando el estiaje, es decir, la falta de agua era la mayor del año y el sol brillaba esplendido sobre los desnudos hombros y los prolongados escotes de las mujeres que llegaban de la capital del país a soltarse el chongo. Como en las películas de Sissi, emperatriz de Austria, los palcos del teatro Juárez lucían poblados de bellezas que al final de la función desfilaban hacia el inmenso comedor en el que se servía una opípara cena bañada con vinos de marca. De pronto, entraba doña Carmen del brazo de la estrella de la noche y los cientos de comensales sentían que habían llegado al país en el que los perros serían amarrados con salchichas, como auguró López Portillo ante el auge petrolero. Ese regocijo alimentaba la libido de los diversos sexos que compartían el jolgorio. El poder suele ser erótico.

Había clases, claro está. Los reporteros teníamos mesa en el convivio, pero lejitos de la mesa principal. Hoy sería imposible repetir esa experiencia, porque hasta el más conservador de los informadores se habría escandalizado por el derroche de fondos públicos que se iban en esas cenas. Era tan incuestionable el poder del estado —corrijo: del presidente de la República— que dábamos por sentado que así debían ser las cosas. Eso sí, el día de la clausura hostigábamos al director del FIC con los costos del festival. Nos daban una cifra, y como no había derecho a la información, ni transparencia en los gastos, ni manera de checar el dato, asunto concluido.

Sólo agrego que mis colegas me odiaban cuando un propio llegaba a nuestra mesa para decirme que el licenciado Vasconcelos me invitaba a unirme a su grupo. La verdad no era él quien me invitaba sino su mano derecha, una mujer de ilustre apellido emparentada políticamente con Manuel Becerra Acosta, director del unomásuno. Por ello me acusaron de utilizar el sexo para lograr exclusivas. Cuando era todo lo contrario: fueron las exclusivas las que me dieron sexo. Ya comenté la hazaña que era entonces ganar una primera entrevista de las luminarias que pasaban por el Cervantino, y yo logré varias. Eso provocaba que en mi máquina de escribir aparecieran, casi a diario, tarjetas con el nombre del hotel y el número de cuarto de mis jóvenes colegas, o que de plano tocaran en mi puerta algunas colaboradores del festival. Y quién era yo para ignorarlas. Acaso por ello, muchos años después, Martín Acosta, un director de primer orden en el teatro mexicano, declaró en entrevista que yo era insoportable, que me creía parido por las hadas. Él era entonces un adolescente que fungía de “hueso” en la sala de prensa del FIC y sin duda mi falta de atención a lo que no fuera la nota del día, le provocó esa impresión. Pero juro por mi honor que jamás me sentí superior a mis camaradas. Sólo más afortunado.

Imagen del Festival Cervantino, edición 47. / Foto: Carlos Alvar (festivalcervantino.gob.mx).

En cultura, el “chayote” no estaba institucionalizado

En mi experiencia, el periodismo cultural no era una fuente para cobrar por fuera tus notas, como ocurría en el resto de las secciones de los medios de información. En cultura el “chayote” no estaba institucionalizado. Te daban libros, entrabas gratis a los teatros y salas de concierto y, en el caso del Cervantino, viajabas sin pagar boleto y tenías 15 días de hotel, comida y cena. Personalmente, sólo una vez me tocó hacer fila en la oficina del jefe de prensa del estado al terminar el festival. No recuerdo el nombre de aquel personaje de Ibargüengoitia que se sinceró conmigo, porque fue el año en que gané El Gallo Pitagórico* y el gobernador me dio una placa conmemorativa:

—De Ita, es la primera vez en mi larga carrera que tengo que convencer a mis colegas que acepten el agradecimiento por su trabajo que les dejó el señor gobernador.

Algunos de los reporteros que cubríamos el FIC pasamos la vergüenza de la vida cuando nos ofrecieron el sobre con las gracias del señor gobernador. Aquellos que llegamos al periodismo cultural por la literatura, el teatro, la divulgación científica, la militancia política, estábamos en contra de esa forma de captación, aunque en nuestros medios no se cuestionaba esa práctica. Julio Scherer tuvo fama de honesto, pero como director de Excélsior dejó que el chayote espinara a la mayoría de la redacción y a sus reporteros. En el unomásuno, plagado de gente de izquierda, jamás se cuestionó el chayoteo. Pero al menos un camarada salvadoreño, que fue guerrillero y periodista en su país y llegó al diario huyendo de la guerra, daba este consejo:

—Si hay chayote, tú tómalo, pero igual dales palo a esos corruptos.

Yo aún no escuchaba ese truco para sosegar la conciencia, así que mi primera reacción fue decir, muchas gracias, pero…

—Mira, De Ita, si tú no recibes el sobre, igual va a aparecer en la lista correspondiente como entregado, porque no podemos regresar ese dinero. Si lo regresamos, nuestros superiores nos corren por no hacer bien nuestro trabajo. Además, bien sabes que mi oficina quedó como aval de la cantina donde beben. Tu cuenta es de cinco mil pesos. Esto es para pagar la cuenta, eso es todo.

Según la información disponible, ese año sólo Guadalupe Pereyra, reportera cultural del Esto —quien me gritaba desde su asiento, cuando entraba yo en la sala de prensa: “¡Ya llegó el pito de oro!”—, los mandó a la chingada. No era abstemia. Sólo era insobornable.

(*) El premio de periodismo “El gallo Pitagórico” condecora los trabajos más destacados dentro del Festival Internacional Cervantino.

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One Comment

  1. Felicidades SEÑOR Fernando D’Ita, verdadero Escritor, Crítico, Analista y más. Con un lenguaje y narrativa impecables, mostrando su excelente Educación.
    Bravo Señor y Maestro para las nueva generaciones, para saber decir las cosas con Pulcritud, certeza y Elegancia.
    Saludos con Mucho Cariño.
    Patricia ( admiradora)

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