1968 en cine
La vertiente fílmica testimonial en torno al Movimiento Estudiantil Popular surgido impetuosamente en pleno verano de aquel año olímpico de 1968 y detenido con la violencia del Estado a inicios del otoño, con la abyecta matanza, desaparición y arresto de civiles en la Plaza de las Tres Culturas, que medio siglo después permanece sin mayor impartición de justicia que el ornamental arresto domiciliario del Secretario de Gobernación de ese entonces y en seguida Presidente de la República —sexenio en el que ocurriría otro acto criminal, la masacre del Jueves de Corpus e iniciaría la Guerra Sucia—: el casi centenario Luis Echeverría. Ahora que se conmemoraron 52 años de la represión desatada una decena trágica de días previos a la inauguración de los décimos novenos Juegos Olímpicos —y primeros organizados en América Latina—, es que recuperamos este par de textos, el primero del gran crítico cinematográfico mexicano, Jorge Ayala Blanco, y el complementario del periodista cultural Sergio Raúl López (publicados justo dos años atrás, en el séptimo y último ejemplar que el maestro Víctor Roura editó de la revista Transgresiones, correspondiente a octubre-noviembre de 2018, con el que celebró su primer aniversario justo con testimonios de 125 autores en torno al 68); ambos textos hablan de los filmes estudiantiles, militantes y oficiales de aquel año, restaurados ahora tras ser confeccionado de manera clandestina o desde el exilio, y ocultos y secuestrados los realizados bajo mandato gubernamental. Sirva, pues, para nutrir la memoria audiovisual de todos nosotros.
68 en cinta
Jorge Ayala Blanco
Una muy buena parte de nuestro imaginario sobre el Movimiento Estudiantil-popular de 1968 se le debe al cine.
Allí están las dos grandes películas que se gestaron desde su interior, en cada una de sus dos vertientes.
Una, desde su vertiente estudiantil, gracias a los alumnos del cuec-unam que tomaron instalaciones y cámaras de su escuela: El Grito (1968), hoy legendaria, firmada por Leobardo López Arretche, deficientemente montada pero con enorme vigor emocional, autenticidad y frescura, hoy en un proceso de digitalización sonora encabezado por la docente cuequense Aurora Ojeda para poder escucharse como si fuera la primera vez y como nunca. Otra, desde su vertiente popular, merced a la solidaridad del ubicuo documentalista militante Óscar Menéndez, en varias etapas —a partir de un precursor programático Únete pueblo (1968)—, que culminarían con el anónimo largometraje 2 de octubre. Aquí México (1968), sintético y de largo aliento, que incluiría los estrujantes planos clandestinamente filmados en Lecumberri, con los presos políticos emblematizados por el escritor inasimilable José Revueltas.
Quedan, además, como contrapuntística memoria ominosa la oficialista indeleble Olimpiada en México (1969), de Alberto Isaac y, si reaparecen algún día, y los rollos perdidos o secuestrados de la matanza del 2 de octubre, estratégicamente filmada por Servando González, por encargo del secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, según lo admitió antes de fallecer el realizador en un video incluido por Gibrán Bazán en el documental Los rollos perdidos (2012).
Mucho después se rodarían algunas ficciones reduccionistas-chantajistas entre las que resalta la masacrofílica Rojo amanecer (1989), de Jorge Fons, aunque no han dejado de aparecer por ahí algunos inenarrables videopanfletos más o menos oportunistas, carroñeros e ineptos sobre el tema, de los que sólo se salva el vasto y paciente trabajo de interrogación-investigación-revisión realizado con notable severidad por el veterano documentalista etnopoético Nicolás Echevarría para el Centro Cultural Tlatelolco de la unam, Memorial del 68 (2006-2018).
En suma, un imaginario duro, eficaz, inmarcesible e incomparable, que hoy merece ser apreciado en toda su fuerza y magnitud perenne.
Al final, sólo quedan las imágenes, ¿esas imágenes?
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Dos vistas del 68 (una eclipsada y otra que pervive)
Sergio Raúl López
Dos miradas ópticas de celuloide confluyeron en las plazas públicas, en las calles, en los edificios escolares y por doquier que ocurrieron las manifestaciones, los boteos, el volanteo o los discursos estudiantiles disidentes medio siglo atrás. Duales eran las vistas cinematográficas que oteaban las protestas de los jóvenes mexicanos contrarias al régimen de ese priísmo ya entonces añejo y caduco, inmóvil e inconmovible, instalado en sus cimientos autoritarios, que se sabía con capacidad de mantener a raya y bajo absoluto control político a sus ciudadanos y del que hoy en día aún ignoramos si en verdad cayó en las urnas, medio siglo más tarde.
Un férreo control caía también sobre los medios de comunicación: los diarios de circulación nacional, las radiodifusoras, las emisoras televisivas y los noticieros cinematográficos sufrían una opresora y naturalizada censura por orejas siempre vigilantes tendidas desde la Secretaría de Gobernación cuyo sitial principal ocupaba el que a la postre sería el responsable de la represión, Luis Echeverría Álvarez —quien ya como presidente habría de ordenar, en 1971, el jueves de corpus con el grupo de Halcones involucrado en la matanza de más estudiantes sobre Avenida de los Maestros.
Era un político afecto al cine y, como tal, ordenó la filmación nítida y detallada de las marchas estudiantiles que ocuparon lo mismo avenida Reforma que Insurgentes, arribaron al Zócalo o se pertrecharon en la Preparatoria Nacional, con un equipo de cineastas contratados por el propio ministerio del Interior y por la Presidencia misma. Al frente del equipo se encontraba el realizador Servando González, director de la agorafóbica y desértica Viento negro (1964) —sobre el trazado de las vías férreas en el Gran Desierto de Altar—, pero también se encontraban camarógrafos como Álex Phillips o los hermanos Ángel y Demetrio Bilbatúa —responsables, a invitación de Agustín Barrios Gómez, de volver documental el Noticiero Continental. Así, los rushes recién revelados en los Estudios Churubusco se proyectaban en la sala de cine de Los Pinos, donde “El Chango” Gustavo Díaz Ordaz comentaba con entusiasmo lo mismo la magnitud de los manifestantes hasta las mentadas de madre: “¡Qué testimonio!”, “¡Qué maravilla!”.
Las pesadas cámaras profesionales de 35mm emplazadas en anchos trípodes metálicos o de madera y ubicadas en sitios estratégicos, como en el techo del antiguo edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores o en el de la iglesia de Santiago Tlatelolco, el día de la matanza, conformaron un metraje del que se ignora su paradero, pues ni sus autores ni las autoridades tienen idea de qué ocurrió con él —alguno sugiere que se quemó en el incendio de la Cineteca Nacional en 1982.
En las antípodas, la otra óptica fue la del cine casero, con cámaras portátiles de 8mm y 16mm, con las que los integrantes del Consejo General de Huelga del recién creado Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (cuec), filmaron clandestinamente las marchas, las reuniones estudiantiles, los actos de resistencia y también, claro está, las borrosas cuanto tenebrosas escenas de los soldados disparando a los manifestantes en la Plaza de las Tres Culturas en aquel fatídico 2 de octubre. A falta de sonido directo, los textos de la periodista italiana Oriana Fallaci —en voz de la actriz Magda Vizcaíno y del actor de doblaje Rolando de Castro— fueron añadidos a algunos discursos del rector José Barros Sierra y del propio Díaz Ordaz, además de canciones de Óscar Chávez y las pistas que Alfredo Joskowicz —también fotógrafo y realizador— intercambió con alguna televisión europea a cambio de copias de las escenas realizadas, entre otros, por él mismo, por José Rovirosa —que acabó como productor—, junto con Raúl Kamffer, Arturo de la Rosa, Federico Weingarshofer, Fernando Ladrón de Guevara, Carlos Cuenca, León Chávez, Juan Mora Catlett, Roberto Sánchez, Francisco Bojórquez, Francisco Gaytán, Jaime Ponce, Federico Villegas, Guillermo Díaz, Sergio Valdés o el propio Leobardo López Aretche —quien finalmente tuvo créditos como director— en el clásico filme El grito (México, 1968-1970).
Esto sin mencionar al entonces profesor de la Preparatoria 6, Óscar Menéndez, quien filmó desde el inicio de las manifestaciones hasta fines de agosto con Únete pueblo (1968), el primero de sus documentales sobre el Movimiento Estudiantil al que seguiría Dos de octubre, aquí México (1968), que seguiría los acontecimientos cronológicamente hasta la matanza y, más tarde, Historia de un documento (1970), que le hizo trasladarse a Europa junto con Rodolfo Alcaraz con todo el material fílmico clandestino de los presos políticos en Lecumberri —y aunque la Radio y Televisión Francesa financió el filme, el gobierno mexicano intervino para enlatar el filme hasta 2004.
Contradictoria y extrañamente, la gran producción fílmica ordenada por gobierno mexicano se encuentra extraviada o irremisiblemente perdida, en tanto que los trabajos de cine casero, independientes, sin presupuesto y estudiantiles, son la vista que perdura y que se preserva. Ironías del poder, del destino.
Filmoteca UNAM presenta una versión restaurada —tanto en imagen como en sonido— del trabajo documental realizado por los alumnos del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos durante el Movimiento Estudiantil de 1968 en México: El grito.