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Actualmente tengo tantos libros en mente que espero terminarlos en el año 2997: Federico Arana

El escritor, músico, dibujante y biólogo cumple ocho décadas de vida.

Noviembre, 2022

En él, en Federico Arana, confluyen diversas facetas, convergen diferentes caras: está el Federico Arana caricaturista, el Federico Arana pintor, el Federico Arana escritor, el Federico Arana lingüista, el Federico Arana músico, el Federico Arana compositor, el Federico Arana biólogo, e, incluso, el Federico Arana docente. Hombre polifacético, múltiple, también irreverente, en este 2022 llega a las ocho décadas de vida —nació en Tizayuca, Hidalgo, en 1942. Para celebrarlo, Víctor Roura ha conversado con él.

Nació hace ocho décadas en Tizayuca, Hidalgo, el 27 de noviembre de 1942. Es autor de dos veintenas de libros, cuya madeja comienza a hilarse con la novela Las Jiras la cual obtiene, en 1973, el prestigiado Premio Xavier Villaurrutia, reeditada en varias ocasiones con el paso del tiempo. Dos años después publica su primer libro didáctico, biólogo como es, intitulado Método experimental para principiantes. A la par lidera el grupo de rock Naftalina (aunque es célebre su participación con Los Sinners, agrupación que conformaba la primera camada rocanrolera del país) con numerosos discos en su catálogo, además de delinear pictóricamente a su personaje Ornitóteles, un pájaro filósofo, con dos libros recopilatorios ya en su haber. Su poemario Rumores de la arboleda apareció en 2013. Su libro infantil, con dibujos suyos, salió a la luz en 2014: El blues de los coyotes. En dos tomos escribió en 2007, en coautoría, Máscaras y Luchadores: México enmascarado. Y son bastantes sus libros sobre la música en México, en especial el rock, pero sin descartar el canto folclórico y el mariachi. Como dramaturgo ha escrito la pieza Huitzilopochtli vs. Los rocanroleros de la noche en 1988. Y como docto del idioma presentó, a mediados del año 2000, 1001 puñaladas a la lengua de Cervantes: ¿y quién dijo que debíamos saber hablar para comunicarnos?

Federico Arana es una figura de la intelectualidad mexicana que no sólo ha intervenido en películas de Luis Buñuel con su primer grupo de rock Los Sinners, sino ha denunciado oportunamente los cacicazgos permanentes en un centro académico como la UNAM, además de ser el responsable de una carta pública, hasta el momento no atendida, al presidente López Obrador exponiéndole la violencia de la que ha sido objeto el roquero en México pugnando por un perdón abierto a estos músicos mancillados y zaheridos a lo largo de su vida. Hoy, este personaje de la cultura llega a los 80 años sin haber recibido una condecoración, sobradamente merecida, a su admirada trayectoria cultural, asunto que a él lo tiene sin cuidado pero no —o por lo menos no debiera— a las autoridades respectivas. (El pasado 19 de noviembre, en el Tianguis del Chopo, Federico Arana dio a conocer su nuevo libro: una crítica de las películas mexicanas en torno al rock.)

El endiablado rock and roll

—Dos grandes de la literatura roquera existían en el país desde el amanecer de la década de los setenta: José Agustín y Federico Arana, a quien muchos te identifican como el compositor de esa banda Naftalina, pionera del humorismo inteligente, no azaroso ni ocurrente ni fallido como el de los Tepetatles, que corroboró, por lo menos en Monsiváis, que una cosa es la teoría y muy otra la práctica musicales; ¿pero cómo se hace Federico Arana de estas armas para imbuirse en la cultura nacional?, ¿en su Hidalgo natal qué fue primero, el escritor o el músico?, ¿qué lo llevó a esta andadura cultural?

—Pues la verdad es que me siento medio desarmado, pero imagino que las tales armas pudieron llamarse Abel Quezada, Ibargüengoitia, Daniel Cosío Villegas, Nikito Nipongo, García Riera, Dirección General de Radio, TV y Cinematografía, Monsiváis, Rafael Bernal, Chava Flores, la iglesia católica, Juan Orol, el Partido Comunista y la Dirección Federal de Seguridad.

“Imagino que música y literatura me entraron simultáneamente por medio de las canciones que solía cantar mi madre para ver si me callaba de una vez y dejaba dormir al prójimo.

“En cuanto a mi andadura cultural (que yo prefiero llamar andadera), quitando algunos ‘poemas’ escritos entre la infancia y la adolescencia, si yo fuera un periodista español, diría que me catapultó el endiablado rock and roll”.

“No me reconozco en la anécdota”

—Se entiende, después de leer Las jiras, que fue primero la música, no de otro modo hubiera surgido ese libro que ganara hace ya casi medio siglo (en 1973), el Premio Villaurrutia siendo Federico Arana, tengo entendido, el autor más joven en haberlo recibido: en Las jiras se testimonia el paso atroz que debe sufrir el roquero dadas las características de la mezquina industrialización de la música. Después leí la magnífica novela Delgadina que traía en su portada a una mujer con el fondo de la Ciudad Universitaria. Ya Federico Arana, en sus treinta años, era un escritor consagrado. Curiosamente, por lo menos ese fue mi caso, luego identifiqué al novelista como guitarrista de Naftalina en un concierto en la UNAM cuando te sentabas dándole la espalda al público concentrado, sólo, en la instrumentación musical…

—Pues desconozco las edades de los galardonados con el Villaurrutia, pero supongo que sí estaba medio verde (me sorprendió que Ramón Xirau hablara en un artículo de mi, ¡ay!, entonces patente juventud porque muchos colegas me llamaban “el señor que toca ronanrol”), de ahí las correcciones presentes en todas las reediciones, que no reimpresiones. Mi difunta amiga Elena Urrutia siempre me regañaba por esa manía de meter mano negra en un texto premiado. De todos modos te digo que nunca dejaré de agradecer a Francisco Zendejas, a Salvador Elizondo y a Ramón Xirau por haberme concedido un premio que elevó mi precaria autoestima, me sacó de una depresión de profundidad media y me ayudó a mejorar una situación económica bastante comprometida porque acababa de casarme con una bruja guanajuatense que era algo serio. Puesto a agradecer el “escandaloso” premio, justo sería incluir en la lista a don Joaquín Díez-Canedo y a su sobrino Bernardo Giner de los Ríos.

“El caso de Delgadina fue mucho más discreto por haber sido publicada en un país menos prejuicioso que el nuestro donde no tenía amigos ni enemigos. Aprovecho la ocasión para agradecerte que la llames magnífica novela, pues no estoy muy de acuerdo y lo mismo le ocurrió a un editor a quien le ofrecí una nueva versión y ni siquiera me soltó el clásico lamentamos profundamente etcétera.

“Tienes mucha razón al referirte a las atrocidades a que estuvimos expuestos los rocanroleritos, como despectivamente nos llamaban los Rubenes Fuentes y los Andrés Toffeles de las compañías disqueras, aunque lo peor fue la guerra hipócrita emprendida por el Estado contra el gremio. Hace poco publiqué Cartas a los rocanroleros mexicanos, libro encabezado por una misiva abierta y dirigida al presidente de la República para que, del mismo modo que ha pedido perdón en nombre del Estado a los chinos asesinados durante la Revolución, a los pueblos yaqui y maya, a las víctimas del 2 de octubre, del halconazo, de Acteal y de Ayotzinapa, tenga en cuenta que el gremio rocanrolero ha sido tan injustamente tratado y se han pisoteado sus derechos con tal saña que se impone pedir una disculpa.

“También te agradezco las porras a Naftalina, grupo cimero en que, quitando a Baltasar Mena y a un servidor, todos fueron superestrellas (Fito de la Parra, Olaf de la Barreda, Fernando Vahauks, Lalo Toral, Renato López, Cartucho Miranda, Ricardo Toral, Fred Armstrong, Felipe Souza, Federico Luna, Javier Flores Zoa, entre otros). Creo, sin embargo, que me confundes con no sé quién (Frank Zappa sería demasiado, aunque sí llegó a tocar tras las cortinas para desairar a sus seguidores), porque, siendo tan manso y moderado, no me reconozco en esa anécdota”.

“No entiendo por qué nadie me ha apodado El Puercoespín”

—(Juro que la anécdota es real, aunque no te reconozcas en ella. Acaso fue una presentación rauda e improvisada sin memoria para Naftalina, no así para los espectadores.) Escribir y saber tocar música son dos fusiones de algún modo casi inéditas en México. Pero a tu asombroso caso se agregan el de saber dibujar y el de ser biólogo con libros de texto para los estudiantes, además de ser poeta y lexicógrafo. ¿Cómo trasladar un arte en otro, cómo fueron surgiendo esas inquietudes, cómo las fuiste desarrollando? Tu libro de cartones El perro mundo de Ornitóteles se distancia años luz de, digamos, 1001 puñaladas a la lengua de Cervantes o Ecología para principiantes está distanciado de El bues de los coyotes o tu serie bibliográfica sobre los luchadores nada tiene que ver con Grandezas y miserias del rock mexicano o el apercibimiento de un filo distinto entre un libro como Guaraches de ante azul y La música dizque folclórica es demasiado notorio. ¿Cómo andar entre diferentes sendas del arte sin espinarse?

—Pues sí, a lo mejor era una prueba de sonido o un ensayo o entre el público estaba Vicente, Martita, Felipe, Diego o algún personaje capaz de revolverme las tripas.

“Creo que la culpa de mis múltiples diletantismos la tienen mi padre y la mayoría de mis maestros. Mi padre por darnos la paga (el domingo) a Juan Ramón y a mí a cambio de dibujos, ‘poemas’ o canciones tocadas en nuestro desvencijado piano (proveniente de una estafa que hizo a mi madre una ‘amiga’ que se lo cambió por un cuadro original del cordobés Antonio Rodríguez Luna llamado pintor de la diáspora republicana). Luego, en el Instituto Luis Vives y en las Facultades de Medicina y Ciencias de la UNAM, tuve que enfrentarme a ciertos ‘maestros’ entregados cotidianamente al antipedagógico hábito de dictar apuntes, lo cual me permitía hacer mis monigotes en lugar de someterme a los maratones de garabateo. Cuando don Joaquín Díez-Canedo me entregó el primer ejemplar de Método experimental para principiantes me dijo:

“—No sé si este libro le va a perjudicar.

“Se refería a mi incipiente carrera de escritor, que no a las jugosas regalías que cobraba puntualmente y que pudieron ser jugosísimas si no se me hubiera ocurrido decir que el materialismo histórico es un método científico para estudiar la historia según lo que se entienda por ciencia. Como entre los profesores había tantísimos vicentes (por aquello de dónde vas Vicente, donde va la gente), tantos riusianos, y martajarnequerianos y, en general, adscritos a la izquierda McDonalds, el libro fue anatematizado y tildado de reaccionario, conservador, antirrevolucionario, gacho y vendido al oro del Pentágono. Como dijo Serrat: bienaventurados los que lo tienen claro porque de ellos será el reino de los ciegos.

“Cuando llegué a Cuernavaca me di cuenta de que ese pensamiento pretendidamente izquierdoso seguía vigente en el México profundo. En cierta ocasión me estaba entrevistando un tal Beto Blues en Radio UAEM y, al decir la palabra folcloroide refiriéndome a algún grupo musical, este buen señor dio un manotazo en la mesa para que, sin argumentar absolutamente nada, tomara uno nota de que toda palabra que pueda incomodar a cualquier miembro de la izquierda McDonalds estaba estrictamente prohibida. Para redondear la comprensión de tan cerril actitud, un amigo me dijo que habían hablado mal de mí en la radio. Decían que por mi culpa habían fracasado Los Folkloristas. Respondí que eso era una estupidez porque, en primer lugar, este famoso grupo folcloroide había triunfado tal como se desprende de que tocaran en la sala grande de Bellas Artes, tuvieran su coyoacanense escuelita de dizque folclor e incluso su propia marca discográfica. En segundo lugar, mi modesta pluma puede haber logrado que algunos ingenuos entendieran que el verdadero folclor nada tiene que ver con el show business ni con la moda ni con las clases en escuelitas para hijos de familia.

“Cuando empecé esta desordenada carrera que reseñas, mi padre me aconsejó que no emprendiera tantas actividades, que me centrara en algo concreto. No le hice caso porque así somos y debido a que unas cosas me ayudaban a otras. Por ejemplo, en uno de las dos grandes ramalazos que tuvo mi carrera de pintor, durante una exposición en la Galería Arvil, Carlos Gómez Figueroa me preguntó si tenía estudios de posgrado y, como recientemente había regresado de un curso de Oceanografía en España, me invitó a participar en la Nueva Universidad, intento medio fallido de llevar la reforma educativa a la UNAM de donde salieron algunas carreras, maestrías y doctorados nuevos así como el actual Colegio de Ciencias y Humanidades. Con los años, con alguna familla como monero, músico y escritor me nombraron jefe del Departamento de Difusión Cultural del CCH, lo cual me permitió hacer la maestría y el doctorado en biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Y así se me fueron los años. Actualmente no me arrepiento mucho de nada, pero pienso que hubiera sido un buen pintor. En cierta ocasión Marina Gálvez me ofreció una beca para ir a estudiar a París pero, si no quería perderla, tenía que tomar el avión al día siguiente, cosa que en aquel momento me pareció una locura. No sabes cómo me arrepiento de no haberlo mandado todo ‘a ese lugar’, que así llamaba Simón Otaola (padre del gran Alex, por cierto) a la chingada.

“La verdad es que no he conseguido librarme de espinas en las sendas recorridas y no entiendo por qué nadie me ha apodado El Puercoespín”.

“La necesidad de no tomarse casi nada en serio”

—Si en México se hubieran acostumbrado los verdaderos debates culturales, varias de tus propuestas habrían ardido en la prensa. Tu libro sobre el género folcloroide hizo que diversos músicos de esta línea musical de verdad te odiaran. Sin embargo, formaste una agrupación folcloroide con tintes paródicos llamada Los Inkapaches. Incluso con Naftalina, la banda roquera, pese a la ejecución formal de un rock competente, también la ironía y el buen humor están presentes, mucho antes de la aparición, digamos, de Botellita de Jerez, para no mencionar a Los Tepetatles que, por el solo hecho de estar incorporados en ese grupo de rock Alfonso Arau y Carlos Monsiváis, se pretendía humorístico, pero su álbum los muestra fallidos y enteramente ineficaces musical y líricamente. ¿De dónde le sale el humor y la práctica certera roqueros a Federico Arana?

—Bueno, la verdad es que mis críticas a la moda folcloprotestosa produjeron mucho escozor en algunos personajes de la picaresca asociada al movimiento, aunque también hubo múltiples adhesiones y reconocimiento de algunos detalles que habían pasado inadvertidos, como el hecho de que la tal moda surgió, como de costumbre, en Estados Unidos, lo cual implicaba una genuina penetración cultural que, por ser inconsciente, resultaba mucho más indeseable que la abierta colonización del boogie, el swing, el jazz o el rock.

“En efecto, los Inkapaches fueron un grupo paródico encaminado a complementar la crítica previa a una moda en que predominaban el fingimiento, la improvisación y el oportunismo. También formé a los Jumiles, mariachi apócrifo que desató muchas respuestas positivas en Alemania y otros países europeos: aplausos desmedidos, ovaciones inmerecidas, invitaciones ardientes y amatorias, participación en un programa de radio en Rias de Berlín y en el aniversario de la radio y la TV en la Vieja Ópera de Frankfurt, brasieres, choninos… Claro que también se produjeron las clásicas lacritas explotación descarada, celos, luchas por darme el golpe de mariachi, arrancarme los galones de laiter y romper mi vihuela ante la tropa, etcétera.

“Gracias por reivindicar la calidad musical de Naftalina y su papel como banda precursora de cierto estilacho humorístico pero, por enésima vez, insisto en que hay que desmentir, por mucha fotografía que hayan montado en El Estanquillo, la absurda idea de que Monsiváis y José Luis Cuevas formaron parte de los Tepetatles por tratarse de adorremifos absolutos que, a pesar de sus innegables talentos, hubieran sido incapaces de cantar incluso el ‘Happy Birthday’ o el ‘Chorrito’. Los Tepetatles fueron los Rebeldes del Rock más Alfonso Arau y nada más.

“Por último te digo que el rollo naftalínico sale de la vocación y necesidad de no tomarse casi nada en serio, y mucho menos a uno mismo”.

Dinero no hay, pero…

—No digo que Monsiváis o Cuevas cantaran, sino participaron, de laguna manera, en la lírica y en la promoción de aquel infausto grupo, aunque la precisión siempre es necesaria, sobre todo de un crítico como Federico Arana que, vaya uno a saber de dónde… ¡ha hallado cien clasificaciones al rock mexicano en un libro recuente de varios tomos! Estoy cierto de que nadie en México, con la excepción tuya, ha escuchado todos los discos de rock en castellano que se han grabado en Iberoamérica, cuantimás en nuestro país. ¿Los críticos de música, en la contemporaneidad, siguen vigentes o han sido desplazados por las aportaciones digitalizadas basadas en la mercadotecnia?

—Por lo visto Cuevas ayudó diseñando la portada (que no está mal) mientras que Monsiváis se limitó a hacer una nota bastante floja que aparece en la contraportada. Don Carlos era bastante generoso y no se negaba a casi nada. Pero ya ni modo. Me consta que don Alfonso se encabronaba si no ibas por donde él quería. Lo digo porque fue a vernos (hablo de Los Sinners) al café Milletti y le dije que sí, pero cobrando, porque de eso vivíamos. Se puso furioso porque se trataba de un asunto cultural y nosotros ya estábamos acostumbrados a la infaltable letanía: dinero no hay pero harán un chingo de publicidad.

“Los cien tipos de rock mexicano a los que aludes son resultado de la monotonía de nuestro triste rock de aquellos tiempos, tan limitado por los temas amoroso y despapayero, pero ya es sabido que rascando encuentras. Quiero decir que llamar rock venéreo a ‘La hiedra venenosa’ es un poco retorcido atendiendo a la letra de los Rebeldes del Rock, pero no a la de los maravillosos Coasters. Lo mismo puede decirse del rock incendiario (‘Grandes bolas de fuego’ de Los Sonámbulos), el existencial (‘Sabor a nada’ de los Locos del Ritmo) o el indigenista (‘La carrera del Oso’ de los Sinners). Así es fácil sacar no cien sino hasta mil clases de rock en castellano, aunque sería más preciso llamarlo rock en spanglish, que después de todo es la lengua nacional.

“En cuanto a los críticos parece que su labor puede hacer mella sólo en esa minoría exigua que sabe leer y lee, lo demás es mercadotecnia”.

En recuerdo de don Lalo Guerrero

—Escribiste un libro sobre los rocanroles más “cachondos” en castellano, ¿en esa ruta por lo menos sí hubo innovación?, ¿quiénes son los compositores más avezados del rock en español de todas las épocas? Las letras de Naftalina no le piden nada a las buenas letras que cuentan historias o ironizan la realidad. ¿Por qué la lírica del rock mexicano se mantuvo distante de la visión crítica y muy cerca de la ingenuidad?

—Sí, empleé el adjetivo “cachondo” en sus dos acepciones: lo sicalíptico-lujurioso y lo burlón-humorístico. La magnífica rola “Niño, déjese ahí” de El Personal es un buen ejemplo, porque el infante recibe una advertencia cargada de clericalismo e hipocresía de la que es obligado burlarse para que los niños de este y otros estados laicos puedan explorar su sexualidad sin culpas y sin peligro de convertirse en Agapitos, Marciales o Naasones. En la actualidad hay muchísima tela de dónde cortar y, de volver a hacer la selección, quizá tendría que hablar de mil rocanroles sumamente cachondos.

“En cuanto a los autores más destacados del rock en español te diré que hay una lista dilatadísima de la que, sin restar méritos a argentinos, chilenos y colombianos, he repasado más y mejor a los españoles y a los mexicanos. Como los rocanroleros y roqueros puros hemos resultado bastante maletas para eso que de un tiempo a la fecha se llama líricas (del inglés lirics=letras) habría que decir que los mejores han resultado los rupestres, músicos salidos de la folclo-protesta cuya solvencia proviene de sus lecturas. Ya se han derramado toneles de tinta sobre Rockdrigo y Jaime López, pero vale la pena citar al menos a Armando Rosas, a Choluis, a Faustófeles, a Vega-Gil, al Mastuerzo y a Chávez Texeiro.

“Pero coincidirás en que Luis Eduardo Aute obliga a antologarlo cuando escribe: Una de dos: o me llevo a esa mujer o entre los tres nos organizamos.

“O Joaquín Sabina con su: Después de toda una vida sin un triste devaneo coleccionando miradas en el desván del deseo. De pronto un día pasaste de pensar qué pensarían si lo supieran tu mujer, tus hijos, tu portera. Y saliste a la calle con tacones y bolso… Desde que te pintas la boca, en vez de don Juan te llamamos Juana la Loca.

“Con todo, he de decir que pocos me han llevado al campo de la admiración total como el carniseco Javier Krahe. Imposible quedarse indiferente ante alguien que escribe: Yo tuve un gran amor durante un chaparrón y sentí aquella vez tan profunda pasión que ahora el buen tiempo me da asco.

“El mismo Javier tiene otra en que cuenta a su madre que, cuando pretende deslumbrar a Marieta con algún regalo, invariablemente la encuentra con algo y alguien mejor. Harto de tantos desaires y tantas congojas decide liquidarla para encontrarse con lo mismo: y cuando ya por fin fui a degollar a Marieta la bella, la traidora de un soponcio se me había muerto ya y yo con mi puñal como un gilipollas, madre, y yo con mi puñal como un gilipollas, y lúgubre corrí al funeral de Marieta… a la bella, la traidora le dio por resucitar y yo con mi corona hice el gilipollas, madre, y yo con mi corona hice el gilipollas.

“Sin duda, el cancionero humorístico de Krahe está lleno de amores desgraciados: son ratos en que uno conversa e, igual que me hacías a mí, seguro que le hablas, perversa, del imperio persa y cosas así… Si lo llego a saber, las Memorias de Adriano te las compra Rita, si lo llego a saber me enamoro de otra, de ti, ¡quita, quita!

“Pues sí, hay letristas españoles que se llevan el oro, como Auserón de Radio Futura, Hernández y Fernández de Siniestro Total o Albert Pla, pero pocos me han divertido tanto como los casi desconocidos Ancha es Castilla, autores de: Nena, he matado a tus perros. Lo he hecho con un hacha de carnicero. Nena, he matado a tus perros y ahora no me vengas con peros.

“En esta sociedad tan agringada en que vivimos tiene mucho mérito la capacidad de poner en solfa esa terrible deformación moral que orienta nuestra empatía más hacia los cánidos que hacia los humanos.

“Bueno, esto ya se está extendiendo demasiado, así que cierro citando al gran Lalo Guerrero, chicano y pionero indiscutible del rock humorístico con su memorable Elvis Pérez”.

“Sigan escribiendo, lo más seguro es que nadie lea sus libros y muchos los coleccionen, porque así es el pequeño mundo del rock mexicano”

—Pocos músicos han estado en la tribuna además de pisado la arena, como es tu caso. Vega-Gil fue muy crítico del estado roquero en el país antes de tocar el bajo con Botellita de Jerez, Joselo escribe pero por encima del rock, Pacho escribió un libro sobre el rock en México cuando ya no sostenía las baquetas con La Maldita Vecindad, Armando Rosas acaba de escribir sobre las afectaciones de una banda como novelista, Fernando Rivera Calderón es conductor de programas culturales ligeros sin los rigores de la crítica roquera… Federico Arana ha sido crítico y músico de rock a la vez (como Alberto Zuckermann en el jazz o Sergio Cárdenas en la música sinfónica), un papel inusual e inédito en la escena mexicana. ¿Qué has absorbido de ello?

—Pues sí, ha habido muchos roqueros metidos al infausto oficio de escribir. A tu lista quisiera añadir a Arturo Meza, Jaime López, David Cortés, Fausto Arrellín, Tere Estrada, Jessy Bulbo y Benjamín Anaya. Buena señal porque significa que leen, cosa que los viejos rocanroleros no hacíamos ni por mandato divino (y la mayoría estaba formada por santurrones domingueros). Sólo le pido a Dios que el Pipipuis Briseño no siga su ejemplo porque, habida cuenta de su “vivir en el acierto presupuestal” y su proverbial, hueca e incontenible verborrea no tardaríamos en resentir algún grado de desabasto de papel.

“Por mi parte, abrumado por mis 40 libros publicados, confieso haber alcanzado la categoría de mega-deforestador y da la impresión de que ya es muy tarde para cambiar el rumbo. En estos días aparecerá en el Chopo y lugares afines El rock en el cine mexicano, libro señero que quizá debió llamarse El churro en el churro mexicano pero, ya ves, a veces uno se pone en plan magnánimo y concede lo inconcedible (de conceder, no de concebir), aunque puede ser que también sea culpa de la mercadotecnia.

“Entonces a todos estos esforzados autores que mencionas les digo lo mismo que suelo decirle a yomimé: sigan escribiendo, lo más seguro es que nadie lea sus libros y muchos los coleccionen, porque así es el pequeño mundo del rock mexicano”.

“Padecí bastante con tanto virutaycapulinazo, tanto chespiritazo, tanto joselitorodriguerazo, tanto cesarcostazo, tanto enriqueguzmanazo… ¡ay!”

—Tu nuevo libro habla de las películas filmadas en México sobre asuntos de rock, volumen que, a mi parecer, el Fondo de Cultura Económica debió haber publicado entre sus colecciones, porque Federico Arana es ya un referente de la literatura mexicana. ¿Cuántos filmes tuviste que padecer para escribir tu libro?

—Siempre me divierto al hacer mis libros, pero en este caso reconozco que hubo no sólo padecimiento sino molestia, estupefacción y hasta indignación en el temerario lance de repasar nuestro cine (y conste que sólo me refiero al comprendido entre Los chiflados del rock and roll y Bikinis y rock), sobre todo cuando uno carga con su parte de culpa por haber puesto su granito de arena en churros inmundos como El asesino invisible y El hijo de Huracán Ramírez. En el primer caso he de reconocer que encontré una mina de humor involuntario en una escena en que Jorge Rivero, enmascarado de oro, no de plata, acude a salvar a Ana Bertha Lepe y de una brutal patada destroza su puerta. Una vez conjurado el peligro, el Musculitos tiene que irse a arreglar sus cosas y, muy machín, le ordena a la Lepe que permanezca en casa y cierre bien la puerta, a lo que la sedicente actriz debió responderle: Pero, pedazo de animal, ¿cómo voy a cerrar una puerta que acabas de destrozar a patadas? Gracias a esta escena supimos que Juan Orol fue más influyente de lo que se suponía. Por fortuna Los Sinners también participamos en Simón del desierto de Buñuel y eso nos llena de orgullo, aunque pongamos el grito en el cielo por no haber recibido crédito alguno: ni el grupo por su valiosa actuación ni tu servidor por haber compuesto el numerito de la escena final que, gracias al Internet, podemos ver sin problema. Siempre dije que si el señor Gustavo Alatriste hubiera necesitado perros, tampoco se sabría cuáles fueron (quizá Guardián, el perro salvador, fue la excepción).

“En fin, justo es decir que me encantó reencontrarme con mi ciudad (Parque México, Edificio Basurto, Ciudad Universitaria, Zona Rosa…) y con personajes del mundillo intelectual (Leonora Carrington, José Luis Cuevas, Monsiváis, Sergio Aragonés, Carlos Fuentes, Guadalupe Dueñas…), padecí bastante con tanto hooliganazo, tanto roquindevilazo, tanto virutaycapulinazo, tanto chespiritazo, tanto joselitorodriguerazo, tanto cesarcostazo, tanto enriqueguzmanazo… ¡ay!”

En la Academia de la Lengua “actualmente se respira tanta agitación y tantísima zozobra”

—Las 1001 puñaladas a la lengua de Cervantes es un libro ejemplar acerca del idioma que ya hubiera haber escrito un académico del castellano. No sólo eso, Federico, sino que varios académicos de la lengua hubiesen haber escrito un libro como el tuyo, minucioso y puntual, ¿es necesario estar imbuido en grupos o círculos para ser reconocido en la feria de las vanidades intelectuales para obtener el lugar que se merece? Federico Arana, desde mi modesta óptica, ya debió haberse ganado desde hace varios años el Premio Nacional de las Letras, pero no sé si los ojos estén echados sobre tu figura al ser, ésta, una personalidad independiente.

—Hubiera querido decir que la importancia de la lengua es innegable, pero tanto se insiste en lo contrario que a muchos escritores y periodistas les ha dado por equipararla con el coño de la Bernarda (como le hubiera gustado decir a Camilo José Cela) y esconder su indolencia detrás de una frasecita de lo más pegajostiosa (mucho peor que pegajosa): que la lengua es un ente vivo y por tanto cambia constantemente. Lástima que no hayan sido capaces de entender que estar enfermo no es lo ideal para un ser vivo. No han tenido en cuenta que los seres vivos se mantienen enteros gracias a la homeostasis, asombroso fenómeno que consiste en mantener constantes un sinnúmero de factores como la temperatura, la glucosa, el sodio y el potasio. Y parece que nuestros periodistas, locutores, presentadores han perdido el rumbo en cuanto a su obligación de esforzarse para dar realce a su trabajo mediante un mínimo conocimiento de la lengua y, sobre todo, en no difundir tinieblas entre quienes ni la temen ni la deben. Entonces, estamos de acuerdo en que la lengua es un ente vivo, pero es necesario invertir energía en enriquecerla y mantenerla en buena forma. Y, perdonen al diletante, pero cuando alguien me pregunta que si ubico al rumbero Silvestre Méndez me entristece ver la cantidad de verbos hechos a un lado (lo menos 20) por la novedosa adaptabilidad de tan horroroso argentinismo. También se me cae el alma a los pies cuando veo que el españolísimo “tema” se nos mete por todos lados. Hasta el endiosado y pedante Héctor Aguilar Camín es capaz de decirle a su impresentable amigo López-Dóriga sandeces como “Tu tema tiene que ver con el tema de la complicidad” (31 de enero de 2020). ¿Y qué decir del spanglish, nuestra entrañable lengua nacional? Pues un panorama desolador: desde los groseros que han empezado a llamar gomas a las encías y covers a las versiones hasta quienes son incapaces de distinguir sutilezas como decir “te compro la idea” en lugar de acepto o me convences, o quienes hablan de cosas “riesgosas” por la sencilla razón de que están mucho más cerca del inglés risky que del castellano arriesgado.

“En cuanto a la Academia te digo que entre los académicos hay quienes más que escribir rebuznan, pero les gusta pavonearse en eso que acertadamente se ha llamado feria de las vanidades y donde actualmente se respira tanta agitación y tantísima zozobra”.

“No reniego de mi trabajo, aunque a veces lo considere flojo o al menos perfectible”

—Has intervenido, como pocos, en demasiados sustratos de la cultura, pero, y acaso sea ésta una pregunta impertinente, ¿hay alguna actividad que disfrutas más que otras?, ¿lo mismo hay luminosas esencias cuando dibujas que cuando escribes un poema, que cuando compones una canción, que cuando completas un volumen didáctico, que cuando escribes una novela o una crítica de lucha libre o de un filme o de un disco? En estas ocho décadas de vida creativa, ¿qué se dice Federico Arana a sí mismo respecto a su imparable quehacer cultural?, ¿hay algo que todavía no ha hecho y desea hacerlo o algo que hizo de lo que se arrepienta o niegue haber hecho ahora?, Federico Arana se considera músico, escritor, dibujante, académico en desacuerdo con las corrupciones del magisterio universitario?

—Tienes razón. Los sustratos en que he intervenido han sido sin duda demasiados. Recuerdo hace unos treinta años que estaba en la Embajada de México en Madrid porque había tocado con los Jumiles, mariachi apócrifo pero a fin de cuentas ultramarino (porque en España, en Bélgica y hasta en Polonia abundan los mariachis apócrifos sin un pelo ultramarino). En medio del jardín había un corro de personas entre las que se encontraban Guita Shifter y Monsiváis, quien pontificaba e iba mirando cortésmente y en orden a la concurrencia. Me miró una fracción de segundo sin reconocerme, porque el sombrero y el jorongo me servían de camuflaje. Tocó el turno al que estaba a mi derecha y luego al siguiente cuando le cayó el duro (porque allá no hay veintes) y de pronto volvió a mirarme con cierta incredulidad pero sin interrumpir su disertación.

“Lo de disfrutar mis actividades es muy relativo. Los Sinners y los Naftalina hemos pasado momentos extraordinarios en el escenario, pero también fue necesario tragar mucho bagazo y cosas peores por malolientes. Imagina lo que pasó bajo las meninges de Robbie Robertson cuando Martin Scorsese le pregunta si de veras ese sería The Last Waltz y el guitarrista responde que es una vida imposible de aguantar. Y parece que en todos los casos es obligado aguantar a quienes se sienten superestrellas o a quienes, cual diputados mexicanos se dedican a chapulinear o al agandalle en cualquiera de sus múltiples formas. Sin embargo te digo que si nosotros hubiéramos tocado con Bob Dylan, Muddy Waters, Paul Butterfield, Neil Young, Van Morrison o Doctor John habríamos aguantado muchísimo más, pero mucho. Los Naftalina llegamos a hacer diez discos gracias a que no vivíamos de tocar y durante los últimos años nos veíamos de ciento a viento, casi como la pareja de infieles que protagonizan El año próximo a la misma hora de Robert Mulligan. Con lo dicho podrás comprender que el trabajo literario y las cuestiones plásticas me daban alguna facilidad y cierta holgura. En las pocas ocasiones en que me metí a una obra de equipo terminé en una bien y en otra mal. En el primer caso tres maestros del CCH de la UNAM nos habíamos puesto de acuerdo para escribir un libro de método experimental y, como pasaban los meses y casi nadie cumplía, les ofrecí hacerlo por mi cuenta, cosa que les permitió respirar aliviados y a mí lo mismo, porque de inmediato se convirtió en best seller de Joaquín Mortiz, y encima don Joaquín Díez-Canedo me reclamaba:

“—Ese libro suyo me da muchos problemas porque en seguida se agota.

“—Ah, pues devuélvamelo —le respondía a sabiendas de que la cosa no iba en serio—, porque hay varias editoriales que lo quieren.

“En cambio, cuando acepté la proposición de mi ex cuate Hugo [Hiriart] para hacer al alimón la versión teatral de su Beber y vivir, salí del trance casi como el Pedro de Los olvidados o como Frank Sinatra en De aquí a la eternidad. Por cierto, creo que lo de ex fue desencadenado no por el esquilme que me cayó encima, sino a raíz de la osadía de criticar sin piedad a un tal Domínguez, destacado miembro de los Corleone-Soprano literarios.

“En cuanto a mis cinco o seis décadas de vida creativa (porque en las dos primeras no pasaba de ser un gandul dedicado a hacer travesuras e ir a programas triples en los cines Gloria, Morelia, Ermita, Royal y Monumental) suelo decirme que debí salir de la ruta que mis circunstancias iban señalando. Recuerdo ahora una gran oportunidad que deje ir. Estaba en Relaciones Exteriores haciendo no sé qué trámite cuando mi amiga Marina Gálvez me ofreció una beca para ir a París por un año. Lo malo era que tendría que abordar el avión al día siguiente o la beca se perdería. Y precisamente porque tenía entre manos varios proyectos decidí quedarme en México a rumiar la idea de que había cometido un error porque quizá me hubiera convertido en un pintor famoso, un vagabundo satisfecho o un simple comequeso haciendo ahorros para venir a visitar a los cuates avec mes infants Jean et Marie. En un terreno mucho más descolorido recuerdo el día en que el responsable de enseñanza media de McGraw Hill me ofreció escribir un texto de biología que iría firmado por el jefe de inspectores de secundarias de la SEP y tu servidor. Pensé que los estudiantes del Luis Vives no hacíamos esas cosas y me negué. Si hubiera tenido un poco de sensatez ahora estaría en Bahías de Huatulco alternando esta entrevista con la pesca de un marlín azul a bordo de mi yate El más pendejo de la secundaria, así llamado por una memorable rola de Naftalina.

“Por lo demás te diría que no reniego de mi trabajo, aunque a veces lo considere flojo o al menos perfectible. Eso sí: estoy muy orgulloso de haberme puesto al brinco con los dos últimos directores del CCH que me tocó padecer, el nefasto e incompetente González Teysier y su homóloga, una tal Rosa Laura, Lucía Laura o algo así”.

“Tengo la impresión de que la Enciclopedia de latinoamericana omnisciencia fue el libro en que más tiempo invertí”

—Finalmente, sé que cada libro nuevo es el más apreciado para su autor, ¿pero entre los cuarenta que llevas escritos hay alguno que te refiera algún caso especial, una circunstancia ilusoria, un empeño desconocido, un trabajo más intenso?

—No lo sé, pero tengo la impresión de que la Enciclopedia de latinoamericana omnisciencia fue el libro [publicado en 1977] en que más tiempo invertí. Contaba con 15 ilustraciones, portada, portadilla y dos docenas de capitulares, todo hecho con esmero a base de una paciencia infinita. Lo publicó Joaquín Mortiz y se ocupó de la edición el irrepetible Bernardo Giner de los Ríos y Díez-Canedo, quien tenía tanta confianza en la obra que, en lugar de los mil o dos mil ejemplares acostumbrados, tiró tres mil. En aquellos tiempos estaba de moda el latinoamericanismo y el martajarneckerismo, de suerte que pitorrearse de tan adocenadas actitudes a costa de la imaginaria Guayana Italiana sentó muy mal a las huestes de la izquierda McDonalds, pero el fracaso no fue total porque mereció críticas muy elogiosas como las de Francisco Zendejas, Ernesto de la Peña, Efraín Huerta, Miguel Ángel Morales, Antonio Acevedo Escobedo, Beatriz Espejo, José Manuel García Méndez, Mauricio Schwartz, Eduardo Mejía…. Claro que también hubo reproches, hostilidades y sombrerazos por cuenta de intolerantes como Emmanuel Carballo y santurrones de dizque izquierda como Miguel Donoso Pareja, quien debe haber quedado patidifuso al corroborarse mi herética predicción de que la URSS se desmembraría en 1991.

“Actualmente tengo tantos libros en mente que espero terminarlos en el año 2997, cosa relativamente fácil porque, si Noé tenía 600 años (ahí sí falló la película de Aronofsky porque Russell Crowe no aparentaba más de 60), (repito y enfatizo: ¡600 japi berdeis!) cuando construyó un arca tan inconcebiblemente gigantesca (180 kilómetros de eslora) que fue capaz de albergar al menos a tres millones de especies más sus parejitas, más el agua, el alimento y los macetones necesarios para sobrevivir al Diluvio Universal (porque Dios decretó la extinción no solamente de los hombres cochinotes y pecadores, sino de todo ser viviente) y todavía tuvo energía para quemar vivos a montones de animales y celebrar cerca de 200 cumpleaños más, qué le duran al asombroso Hombre Araña, dirán mis más devotas fans, 30 o 40 libritos más”.

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