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A tres décadas de la muerte de Mauricio Ciechanower

Y a 90 años de la muerte de Gardel

Julio, 2025

Se conmemoran dos fallecimientos, uno ocurrido en 1935 y el otro acaecido en 1994, en diciembre, que aún no pasa un año, ambos argentinos: uno cantante de gloria y el otro un comunicador igualmente admirable. Víctor Roura recupera este texto para recordar al periodista Mauricio Ciechanower —a tres décadas de su partida—, y, de paso, para no olvidar al gran Carlos Gardel —a 90 años de que se apagara su voz.

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Se conmemoran dos fallecimientos, uno ocurrido en 1935 y el otro acaecido en 1994, en diciembre, que aún no pasa un año, ambos argentinos: uno cantante de gloria y el otro periodista igualmente admirable.

Esta entrevista, realizada en octubre de 1988, la he recuperado para recordar al añorado periodista Mauricio Ciechanower, avecindado en México por rescoldos de la dictadura argentina, y, de paso, para no olvidar a Carlos Gardel, de quien se dice que canta hoy mucho mejor que ayer, muerto antes de cumplir su medio siglo de vida, compositor y actor de cine a quien, según Ciechanower, lo entrevistara ya nonagenario el cantor, asunto imposible pero bastante verídico dentro del argumento periodístico que ejercía Ciechanower, de ahí, por eso mismo, que el texto se vaya en tiempo presente tal como fuera editada en su momento mas con líneas de apurada actualización: un entresijo acorde a la práctica periodística elaborada por el siempre recordado Ciechanower, quien partiera de este mundo un año antes de cumplir las seis décadas de vida, nonagenario que estuviera hoy en este 2025, tal como estaba Gardel cuando Ciechanower dialogó ficticiamente con él.

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Vaya uno a saber cómo, pero Mauricio Ciechanower, en 1980 platicó con el nonagenario Carlos Gardel. Lo más difícil fue haber conseguido la cita, dice.

—No quería. Está empecinado en hacer vida solitaria, acompañado nada más de sus guaruras. Tuvieron que pasar varios meses. Más de un año. Ante mi insistencia, aceptó. Cabrado, obvio. Pero aceptó. Dijo por teléfono:

“—Cá, pebete, flor de piola que sos, andá, nos vemos la próxima semana…

“Fue un logro, Roura —dice Ciechanower—. Nadie lo había entrevistado. Creo que ese día, decidido ya como estaba a abrir la boca, dio otra cita. Después de mí lo entrevistó Oriana Fallaci. Ella y yo somos los únicos que hemos podido conversar con él…”

—Dijiste está empecinado. ¿Es que, acaso, aún la rola por estos mundos de Dios? —le pregunto, intrigado, a don Mauricio.

—¿Dijiste que estabas?

—Ajá…

—Qué sé yo.

El cantante Carlos Gardel. Caricatura de Rafael López Castro —para acompañar un texto de Mauricio Ciechanower— publicada originalmente en el semanario Revista de Revistas, junio de 1985.

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En su primer libro, a sus 53 años de edad, salido de la imprenta a principios de octubre de 1988, Mauricio Ciechanower publica en ese volumen 14 entrevistas, la última de ellas es la charla que sostuvo, vaya uno a saber cómo, con Gardel… ya que todo indica que Gardel —nacido en Francia el 11 de diciembre de 1890, según algunos, aunque también se menciona a Uruguay como su lugar de nacimiento dos años atrás, si bien es conocido que fue naturalizado argentino a partir de 1923— murió a sus 44 años, el 24 de junio de 1935, en un accidente aéreo en Colombia, el mismo 1935 en que, curiosamente, naciera en Argentina el difusor cultural Mauricio Ciechanower quien llegara de exiliado a México en 1976, a sus cuatro décadas de vida instalándose aquí como trabajador de la cultura, sobre todo radiofónico, país donde falleciera casi 20 años después, el 12 de diciembre de 1994 en una muerte silenciada u oscurecida, pasada por alto, lamentablemente inadvertida.

“La irrupción en escena realmente me impacta —se lee en su libro, intitulado Entrevistas entrevidas (Ediciones Gernika)—. Dos de los ángeles de la guarda que se encargaron de traerme sin problemas a este domicilio desconocido se ocupan de resguardar el ingreso del presumible Gardel, montado en una silla de ruedas, rostro encapuchado y vestimenta de gaucho…”

—¿Por qué se negaba Gardel a que le vieras su rostro?

—Qué sé yo. No sé por qué se me ocurrió pensar, en determinado momento, que bien podría estar frente a Blue Demon o El Santo con ropaje gauchesco.

—Yo hubiera dudado —le digo a Ciechanower.

—Igual yo —dice—. Cuando le preguntó qué seguridades tenía de que efectivamente yo estaba con aquel Gardel del accidente aéreo en Medellín, respondió con crudeza:

“—Un momento, pibe… Si empezás dudando de que estás frente a Charles Romuald Gardès, alias Carlitos Gardel, ahí la dejamos y te pegás la vuelta tal cual llegaste…

“Me dijo que no era la primera entrevista que le hacían, aun cuando nadie había publicado nada. No sé si fue por temor a que toda aquella odisea vivida para concretar el encuentro fuera a desmoronarse en un segundo (ni pensar en repetirla) o fue con el ánimo de suavizar la cosa para el resto de la charla, lo cierto es que opté, con un tono que trasuntaba cero de agresividad, por el lado de su primera respuesta”.

El buen Mauricio realmente se emociona al contar estas cosas.

—Hablaron de su muerte, supongo.

—Sí —dice Ciechanower—. En el caso suyo, le dije a Gardel, lo del accidente en Medellín influyó como para que…

“Pero no me dejó terminar.

“—¡Aleluya! ¡Descubriste la pólvora! —dijo Gardel—. Pero por favor, viejito… no sé qué edad tenés vos, pero te imaginás que a esta altura de mi vida yo ya no estoy como para piyaduras baratas… Claro, la muerte de alguien tiene mucho que ver en todo esto… Más aún, cuando es una figura de cierta polenta, o porque es relativamente joven o hay una cuestión trágica de por medio.

“—Como la que rodeó la suya, sin ir más lejos —le dije a Gardel.

“—¡Y aunque no fuera la mía, joder! —respondió embravuconado—. Pegate la vuelta por el primer velorio que encontrés, de algún chichipío cualquiera, y te vas a dar cuenta que todo el mundo se la pasa, fatuamente, hablando del finado como del gran tipo que fue y que dejó de ser, del gran amigazo que desapareció, de que ayer o anteayer estuvimos juntos y quién diría y todo eso… cuando a lo mejor hace rato que andaban embroncados, se mandaban exquisitos insultos directos o con intermediarios, o se daban bola para las fiestas de fin de año”.

—Bueno, ése es un axioma ineludible —le digo a Ciechanower.

—Cierto.

—Yo más de dos veces he dicho que cuando yo muera hasta Héctor Aguilar Camín tal vez diga que, después de todo, Roura no era un mal periodista…

La risa abierta y franca de Ciechanower nos impide platicar.

4

El Gardel con el que se topó Ciechanower es prácticamente el mismo de 1935, antes del aviónazo.

—El rubro mujeres es una parte de su vida de la que se conoce poco y nada —le dice Mauricio a Gardel.

—Así es, mijito. Siempre pensé que esa cuestión no tenía nada que ver con lo artístico, que no había que mezclar los datos sentimentales con la carrera de uno…

—Tal vez porque por aquella época no abundaban las publicaciones repletas de chismes, trascendidos, rumores y todo eso relacionado con el mundo del espectáculo…

—Escúchame bien, pebete —detuvo secamente Gardel a su entrevistador—. Aunque en mis tiempos de cantor, de cantor ya famoso quiero decir, que es cuando te siguen a Sol y a sombra y ni mear tranquilo te dejan, si hubiera existido ese tipo de revistas o de secciones en los diarios, conmigo se hubieran muerto de hambre, o tendrían que haberse dedicado a freír churros o algún otro laburo que les diera más moni

—Discúlpeme, maestro, que lo interrumpa, pero con relación a este aspecto tan misterioso de su vida se decía, por ejemplo, que en París las mujeres de toda categoría social lo perseguían. Que una de ellas, para ser más concreto, una viuda millonaria, le mandaba al hotel gardenias en floreros de oro…

Gardel volvió a detenerlo en seco:

—Me parece que otra vez voy a tener que ponerme serio con vos. A ver si queda clarito: no tengo ganas de ventilar el tema de las mujeres; las de aquellas épocas de Francia, de Estados Unidos, de España, de Argentina… o de la Conchinchina. ¿Está clarito?

—Pero, don Carlos, usted sabe que al lector…

—¡Me importa tres carajos que al público le interese! No tengo por qué prestarme a ese manejo y contar cosas que son parte de mi vida privada. Y te pido, por última vez, que no me hagás revirar porque bajamos la cortina y se acabó lo que se daba.

Ilustración: J.D.R./SdE

5

Le digo a Ciechanower que nunca había sido regañado, él, por nadie como Gardel lo hizo.

—Son las consecuencias, che —me dice.

Y le planteé una duda:

—¿Cómo le dice a Gardel que al lector le interesa ese rubro de las mujeres? Me parece que ése es el periodismo cultivado de la televisión. Un vicio de la prensa.

—Lo sé, Roura, pero era un modo de sacar la charla. Estaba hermético el cantor. De otro modo no lo hubiera hecho perder el tiempo.

—Se decía que las quemaduras fueron de quinto y sexto grados. ¿Es cierto eso? —fue la última pregunta a Gardel.

—Mirá , pibe. El día que estoy cumpliendo 90 años ya 45 de aquel tremendo avionazo [se supone que Ciechanower lo entrevistó en 1980 y la muerte de Gardel ocurrió en 1935, de manera que las cifras son correctas], te aseguro que no tengo ganas de acordarme si fueron de quinto o de sexto grados, o si ya había ingresado en la secundaria…

Y hace a un lado, Gardel, su pava de mate.

Pide que le bajen un coñac de mil ochocientos noventa y tantos, un puro para fumar y que no lo molestaran por espacio de media hora.

Después del turno de Ciechanower, recibiría a la Fallaci.

6

Al llegar a la octava entrevista del libro realizada con Henryk Szeryng, como que se me rompió la ilación. Hasta el momento las charlas habían tenido un punto de convergencia: el enfoque político: dictaduras, el rezago latinoamericano, la clandestinidad. De eso giraban los diálogos con Carlos Mejía Godoy, Miguel Littin, el padre del Che Guevara, Daniel Viglietti, Chico Buarque, Joan Manuel Serrat y Gregorio Selser.

Pero con Szeryng el libro tomó otro rumbo.

Luego Renato Leduc, Raúl Anguiano y Elías Nandino vinieron a confirmar que el volumen periodístico de Ciechanower, en efecto, carece de una línea temática. Si bien las otras dos posteriores entrevistas, con Núria Espert y con Silvio Rodríguez, vuelven al caso de los asuntos dictatoriales y revolucionarios, y con la imaginaria charla con Gardel anda sobre un puente entre la política y el mero punto artístico, el libro se reconfirma, sobre todo, como un acto celebratorio. Como un festejo periodístico. El libro Entrevistas entrevidas se viene a resumir al apartado de los escasos volúmenes de prensa que se hacen en el país. De prensa práctica. Porque con las entrevistas, el argentino (ya a muchos nos parece que nació en México) Mauricio Ciechanower, sin decirlo, nos dice sus teorías periodísticas y nos enseña sus nociones de la entrevista.

Nota bene: debido a la importancia que de sí ya tiene el libro, es una verdadera lástima, y creo que esto no es responsabilidad de Ciechanower, que la edición no se haya cuidado con el rigor con el que debió hacerse: en cada una de las páginas, por lo menos, viene una errata. Y uno no puede esquivarlas. Porque es una tras otra, que impiden la lectura. Hace que el lector siente cierto malestar en el estómago. Verdadera lástima.

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