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Arendt creía que no se puede separar las ideas de lo que haces, que actuar y pensar están conectados

Basada en documentación inédita, Thomas Meyer edita en español su biografía sobre Hannah Arendt, en la que reconstruye la vida de la pensadora alemana y redefine su legado; con él es la entrevista

Marzo, 2025

De pronto, en los últimos meses, han llegado a las librerías diversas obras dedicadas a Hannah Arendt, “la pensadora del momento”, como escribe Thomas Meyer en el prefacio de su propio libro: Hannah Arendt / Una biografía intelectual, en el que reconstruye la vida de la escritora y filósofa alemana y redefine su legado. Como señalan los editores en la contraportada: “¿Por qué una nueva biografía de Hannah Arendt? Porque el autor ha tenido acceso a documentación hasta ahora desconocida, que permite explorar nuevos ángulos y enriquecer la comprensión de una de las pensadoras más relevantes de la historia contemporánea”. La periodista Patricia Simón ha conversado con Thomas Meyer.

De pronto, en los últimos meses, han llegado a las librerías diversas obras dedicadas a Hannah Arendt, “la pensadora del momento”, como escribe Thomas Meyer en el prefacio de su propio libro: Hannah Arendt / Una biografía intelectual. Lo llamativo es que Arendt lo lleva siendo —la pensadora del momento— desde al menos hace tres décadas. De hecho, tras la primera victoria electoral de Donald Trump, en 2016, su obra maestra Los orígenes del totalitarismo se vendió más que nunca, en todo el mundo, desde su publicación en 1951. Entonces, Arendt fue la primera intelectual en explicar los orígenes del nazismo, a la vez que abordaba el bolchevismo, la violencia colonial y el antisemitismo moderno.

Setenta años después, millones de personas siguen buscando en sus escritos claves para entender cuestiones tan actuales como la crisis de legitimidad que afrontan las democracias liberales, el surgimiento de regímenes autoritarios y totalitarios o la instrumentalización de los refugiados por la internacional xenófoba.

Sin embargo, Meyer ha escrito una biografía en la que no hay sombra de presentismo. “Como historiador de las ideas debo ofrecer al lector los hechos sobre los que construir la interpretación”, explica por videoconferencia desde Alemania, donde es profesor de Filosofía de la Universidad de Múnich. Meyer, editor de varios de los escritos de Arendt y uno de los mayores expertos en la pensadora, ha pasado veinte años buscando documentación en los archivos de Alemania, Francia y Estados Unidos, entre otros países, para construir una biografía que, “ofrece nuevos argumentos para que su pensamiento nos ayude a entender nuestro tiempo”, añade.

—Uno de los rasgos de la pensadora Hannah Arendt es su integridad intelectual. Por ejemplo, fue una activista sionista hasta 1942, cuando entendió que la construcción del Estado de Israel se planteaba sin tener en cuenta a los palestinos y a costa de su territorio y de su bienestar. Después, incluyó en el libro sobre el juicio a Eichmann en Jerusalén la responsabilidad de algunos representantes de la comunidad judía que cooperaron en el Holocausto. Y lo hizo a sabiendas de que iba a acarrearle consecuencias, como así fue: sufrió el repudio no sólo de todo el sionismo, sino también de parte del pueblo judío. ¿Cómo aprendió a ser tan leal a sus ideas?

—Arendt sabía que a quienes ella llamaba “intelectuales” no se sentían responsables de sus ideas, que cambiaban de opinión para adaptarse a los nuevos tiempos. Ella rechazaba esa dinámica. Como filósofa quería entender su tiempo a la vez que aspiraba a la verdad con mayúsculas. Creía profundamentamente que no se puede separar las ideas de lo que haces, por ti mismo y por la sociedad. Así que cuando, por ejemplo, cambió de idea sobre el sionismo, tuvo claro que tenía que hacer públicos sus argumentos para haber cambiado de parecer por responsabilidad ante la sociedad.

Thomas Meyer. / Foto: Andreas Hornoff.

—¿Cómo llegó a asumir de una manera tan profunda esa coherencia entre el pensamiento y la acción?

—Además, un pensamiento y una acción muy desafiantes. Obviamente, estás pensando en su última obra, que no pudo acabar, esa famosa hoja papel que quedó en su máquina de escribir sobre el vínculo entre las ideas y los actos. Por eso es tan importante su etapa en París, cuando ayudó a niños judíos a huir a Palestina.

“De hecho, el objetivo final de mi biografía es exponer cómo, a lo largo de su vida, Arendt modeló la idea de que actuar y pensar deben estar conectados, que no pensamos sentados en nuestro escritorio, leyendo, mirando por la ventana, escribiendo para ver si con suerte alguien nos lee. Ese planteamiento te aísla. Por el contrario, pensar es un acto colectivo, de pluralidad. De hecho, los grandes desafíos del siglo XX sólo se podían responder actuando, limitarse a pensar significaba dejar ganar a los enemigos”.

—En ese sentido, su forma de concebir la amistad también era una forma de actuar. Por ejemplo, la última noche que pasó en Alemania antes de huir a Francia, cuando ya sabía que podía ser asesinada o encarcelada por los nazis, la pasó de fiesta con sus amigos. ¿Qué significaba para Arendt la amistad y cómo la vivía?

—Ella tenía una concepción muy seria sobre la amistad. Ella pensaba que la philia, la palabra en griego antiguo para amistad, era la base profunda e íntima de todas las relaciones. Consideraba que sin amistades estamos aislados, que sin esas relaciones íntimas el pensamiento te aisla.

“Hay un famoso intercambio de cartas entre Hannah Arendt y su viejo amigo Gershom Scholem, una figura fascinante, el mayor especialista en misticismo judío y en cábala del siglo XX. Él estaba muy enfadado con Arendt por su libro sobre Eichmann. Scholem le escribió en una carta que se haría pública en la que le dijo: ‘No amas al pueblo judío’. Se trata de un dicho sionista que no está en la Biblia, ni en el Talmud, ni en otros escritos tradicionales, pero es muy popular. Y ella le contestó: ‘No, no amo a ningún Estado, ni a ninguna nación ni al pueblo judío. Sólo quiero a mis amigos’. Ella tenía claro que no podía sobrevivir sin sus amigos. Y es curioso porque en otras cartas vemos que como era una persona impetuosa, a menudo ofendía a sus amigos y vivía distanciamientos. Pero siempre intentaba solucionarlo. Para ella, la amistad no era algo sólo íntimo, sino también público”.

—¿Esa concepción de la amistad influyó en que fuese capaz de mantener la relación con el filósofo Martin Heidegger, su maestro y examante, después de que este apoyase el nazismo?

—Ella pensaba que mientras pudiera debatir con Heidegger sobre los asuntos importantes, debía hacerlo por la potencia filosófica que seguía activa en él. Yo creo que su libro La condición humana fue un ataque director a Heidegger, pero ella aprendió mucho de él y tras 1945, se centró en tratar de entender cómo su filosofía podía seguir siendo válida.

“Arendt distinguió entre la persona y el filósofo. Le dijo a mucha gente que Heidegger era un mentiroso, que no se podía confiar en él, así que no le unía una amistad. De hecho, en la carta que le mandó con la versión en alemán de La condición humana le escribió: ‘Si todo hubiese ido bien, de una manera normal entre nosotros, te habría dedicado el libro. Pero, por supuesto, nada es normal entre nosotros’. Y se refería a su relación personal, pero también a su participación política en el nacional-socialismo, al menos a partir de 1933. Y le dijo otra cosa: ‘No cito todo lo que puedes encontrar en el libro porque todo lo aprendí de ti’. Este argumento doble es es muy revelador de cómo pensaba Arendt”.

—Antes mencionó el trabajo en Francia de Arendt como voluntaria de la organización judía Aliá, acompañando en viajes en barco a menores refugiados judíos a Palestina, la mayoría de Europa oriental. ¿Por qué apenas habló de esta labor?

—Es algo en lo que sigo pensando desde que encontré los documentos sobre esta labor y, de hecho, en breve vuelvo a París para seguir revisando archivos con los que tener una respuesta más clara. Pero, por ahora, creo para ella era lo natural, lo que tenía que hacer. Más de seis millones de judíos fueron asesinados por la Shoah; cada familia tenía, al menos, una víctima del Holocausto. Así que ella debía pensar que no tenía ningún mérito haber salvado a 150 o 200 niños.

“Además, conocía la historia de victimización del pueblo judío desde la destrucción del Segundo Templo en el año 70 después de Cristo. En Jerusalén están los maravillosos árboles que se plantaron en memoria de quienes ayudaron al pueblo judío a sobrevivir. Están dedicados a los no judíos porque se da por sentado que era responsabilidad de los judíos salvar a su pueblo. Así que para Arendt no había alternativa: era quedarse en Alemania y morir o exiliarse y actuar. De hecho, sólo lo contó en una entrevista en la televisión alemana con Günter Gaus y casi como una aventura sin importancia. Es más, mintió porque dijo que dejó de hacerlo a partir del año 36 porque cambiaron las leyes en Francia y no es cierto: siguió haciéndolo hasta el año 39”.

—La entrevista con Günter Gaus es un documento esencial para entender a Arendt. ¿Porque cree que, siendo una mujer reservada, se abrió tanto en esa ocasión?

—Creo que tras el libro sobre Eichmann, sintió que algo había salido muy mal. Su editor no la apoyó, en la editorial le dijeron que estaban llegando abogados para demandarla por acusar a estas personas que, además, seguían vivas (los judíos a los que señaló como cooperadores de los nazis). En las primeras críticas publicadas en Estados Unidos la llamaron monstruo, que sufría autoodio por ser judía, que había incorrecciones históricas en el libro.

“Y llegó al encuentro con Gaus y se sintió cómoda. Era un joven alemán que no había participado en los crímenes nazis, alguien muy bien preparado, de mente muy abierta. Y era la primera entrevista que hacía en su programa a una mujer y, ademas, a una judía. Se trataba de una historia completamente distinta a la que habían emitido hasta entonces”.

—En una entrevista en Le Monde usted afirmó que Arendt nunca se concibió a sí misma como una intelectual. ¿Cómo se veía a sí misma?

—Sabía que era una figura pública y, como le dijo a Günter Gaus, se identificaba con una teórica política. Pero no en el sentido académico. Creía que su trabajo consistía en pensar una base teórica sobre la política, que incluye todo lo que hemos hablado a lo largo de la entrevista. De hecho, estuvo cinco años en la Universidad de Chicago en un instituto llamado Comité de Pensamiento Social donde podía hacer lo que quisiera. Podía enseñar a Platón, a Maquiavelo, cuestiones clásicas… Y después dio clases en la New School de Nueva York sobre el mal, sobre la democracia, sobre la revolución. No le interesaban para nada las limitaciones académicas.

—Arendt detestaba ser, a menudo, la única mujer en los círculos en los que se movía, a los que llamaba ‘el club de los hombres’. Sin embargo, su rechazo a definirse como feminista sigue siendo objeto de debate académico. ¿Cómo lo interpreta su posicionamiento?

—Para mí, como hombre, el capítulo que le dedico en el libro a esta cuestión fue un desafío. Quise mostrar cómo, a principios de los años setenta, las mujeres debatían su posicionamiento sobre el feminismo. Su famosa frase “¿Qué perderemos si ganamos?” —es decir, si las mujeres logran el cien por cien de los derechos, también en la esfera pública— hacía referencia a una visión anticuada. A Arendt le gustaba que cuando entraba en una habitación, los hombres saltaran de la silla para abrirle la puerta y todas esas costumbres. Pero también dijo que eso no tenía por qué ser así siempre. También se dio cuenta de que mujeres jóvenes como Susan Sontag y Renata Adler tomaron un camino completamente diferente al suyo.

“Amigas filósofas feministas alemanas me explican que para ellas es muy difícil lidiar con las posiciones sobre el feminismo de Arendt. Pero creo que su pensamiento teórico está abierto a transformarse en una dirección más feminista que, quizás, el comportamiento que ella mantuvo al respecto”.

—¿Qué hizo de Arendt una pensadora tan extraordinaria como para ser tan respetada ya en su época?

—Por una parte, los hombres de la época disfrutaban presentándose como los descubridores de una mujer tan extraordinaria, fanfarroneaban de haberla ayudado en el inicio de su carrera pensando que nunca iba a ocupar un lugar equiparable al suyo. Pero cuando ella entró en sus círculos, ya estaba muy bien preparada, era extremadamente inteligente y, desde luego, no cumplía con los estereotipos que manejaban los hombres de la época.

“Arendt se desarrolló profesionalmente en ámbitos muy distintos. Fue periodista y una personalidad de la radio y de la televisión de la que conservamos, al menos, quince manuscritos de ensayos radiofónicos. Además, Arendt tenía una voz muy interesante y la instrumentalizaba cuando estaba en una sala hablando muy alto para que nadie pudiera evitar escucharla. Defendía sus ideas de manera elocuente hasta el punto de que, a veces, la gente se olvidaba de que era una mujer porque empleaba las técnicas de los hombres y a nadie se le ocurría interrumpirla.

“De hecho, a los 23 años, en 1929, publicó su tesis doctoral y las reseñas que escribieron al respecto la presentaban como una gran pensadora. Hasta el mayor experto de la época en pensamiento medieval y, en concreto, en San Agustín se expresó en esos términos.

“Todo ese apoyo despareció cuando escribió Eichmann en Jerusalén. También fue entonces cuando, por primera vez la atacaron aludiendo a su condición de mujer”.

—¿Cuál cree que habría sido la posición de Arendt con respecto al 7 de octubre y al genocidio de Gaza?

—Arendt insistió en que el derecho internacional debe ser el criterio más importante para entender lo que está ocurriendo allí. Por supuesto que criticaría los asesinatos en masa cometidos contra los judíos el 7 de octubre. Creo que no hace falta decir que incluso en los últimos momentos de su vida pidió que se ayudase a huir a los judíos de Rusia, que estaban bajo mucha presión. También mostró su solidaridad con Israel en 1967 y 1973.

“Pero dicho esto, creo que Arendt criticaría duramente al gobierno de Netanyahu y, en particular, a sus miembros de extrema derecha como Smotrich y Ben-Gvir, entre otros. Arendt apoyaría a las instituciones internacionales para que decidan si hay genocidio o no. Por supuesto que es un término problemático porque se usa para todo de modo que parece que todo es igual. Espero que la comunidad internacional encuentre una solución para que los palestinos de la Franja de Gaza puedan vivir una vida humana allí. Y, por supuesto, espero que el régimen terrorista de Hamás acabe lo antes posible. Pero dicho esto, es mi opinión personal”.

[Texto publicado originalmente en La Marea; es reproducido bajo la licencia Creative Commons — CC BY-SA 3.0]

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