Octubre, 2024
Definitivamente, Jorge Flores Manjarrez es todo en todas partes al mismo tiempo. Es caricaturista, ilustrador, cartonista político, pintor al óleo, hacedor de libros, dirigente de asociaciones de dibujantes, funcionario al frente de un museo público, y, desde hace más de una década, también muralista. De hecho, en la estación San Lázaro del Metro de la Ciudad de México acaba de estrenar una nueva obra —en realidad, se trata de la segunda parte de un monumental mural— en homenaje a la Época de Oro del cine mexicano, especialmente en su carácter de manifestación popular. Así, tras sus trazos, aparecen aquí lo mismo actores, actrices y cantantes: Meche Carreño, Manuel Valdés, Mauricio Garcés, Sasha Montenegro, Luis de Alba, Alfonso Zayas, Manolo Fábregas, César Costa, Lyn May, Enrique Guzmán o Javier Solís. Por cierto: este nuevo mural se suma a los otros dos archiconocidos por los miles de usuarios que a diario transitan por la red del Metro: Un viaje por el rock, en la estación Auditorio, y Urbanhistorias del rock mexicano (I y II), en la estación Chabacano. Para hablar de esta nueva obra, Víctor Roura ha conversado con Jorge Flores Manjarrez.
Jorge Luis Flores Manjarrez (Ciudad de Mexico, 1968) comenzó su carrera en 1996: desde entonces ha publicado sus trabajos en diferentes periódicos como El Financiero, el unomásuno, El Día, La Jornada, Reforma y El Heraldo y en revistas como Rolling Stone, Playboy, emeequis, La Mosca en la Pared y Código Topo, entre muchas otras. En 2004 recibió un reconocimiento en la selección de lo mejor de Reforma y El Universal. Es autor del mural Un viaje por el rock (parte I en 2012, II en 2013 y la tercera parte en 2014) en la estación Auditorio del Metro de la Ciudad de México; asimismo, en 2013 fue inaugurado el mural doble Urbanhistorias del rock mexicano en la estación Chabacano del Metro. Es creador también del mural Woodstock en el Hard Rock Hotel Riviera Maya en Cancún (2010). En 2015 pintó el mural Vida después de vida para el Archivo General del Notariado. Su más reciente mural: Época de Oro del Cine Mexicano, en la estación del Metro San Lázaro, inaugurado apenas el pasado lunes 30 de septiembre de 2024, lo muestra como el artista plástico mexicano más visualizado en la actualidad.
No sólo eso: desde el año pasado se exhibe su mural doble Dos Marías ubicado en Yonkers, una ciudad localizada en el condado de Westchester, en Nueva York.
Ha sido director (de 20014 a 2015), y es miembro aún, de Cartonclub, agencia que reúne a los más prestigiados caricaturistas de Latinoamérica. Director y creador del Primer Congreso de Moneros en México, en 2015. Director del Museo de la Caricatura y secretario general de la Sociedad Mexicana de Caricaturistas en México de 2018 a 2021. Actualmente es director de Relaciones Internacionales de la misma SMC.
Su libro El Rock Ilustrado (Cuadernos de El Financiero, 2006) se agotó en unas cuantas semanas.
En esta conversación con el artista plástico nos detalla numerosas cosas desconocidas de su vida y de su autoría.
Paciencia
—Uno imagina a Manjarrez dibujando de niño, como a todos los niños, ¿pero a qué edad este niño especial se percató de que lo suyo era efectivamente el dibujo y que no lo soltaría nunca?
—Tenía cuatro años y recuerdo a mi madre dibujándome en un cuaderno escolar de cuadrícula azul; unos clavadistas en la orilla de un trampolín listos para lanzarse de cabeza a la alberca que los esperaba abajo. Su trazo era muy seguro, la línea no tenía astillas, muy redondeada, básica, pero con una seguridad bárbara que a mí me fascinaba. Los dos dibujábamos ahí sentados en el sillón de la sala, la consola nos observaba, también la gigantesca televisión.
“A esos cuatro años me frustraba no poder dibujar como ella y lloraba mientras ella me calmaba pidiendo paciencia, ya dibujarás mejor con el tiempo. Pero no había tiempo, era ahí y en ese momento, cuando yo quería dibujar bien.
“Luego, mi hermano mayor dibujaba muy bien. Veía sus lápices súper afilados con una navaja (sacaba una punta tan larga); con ellos dibujaba sobre la mesa del comedor con fondo musical proveniente de la consola con elepés de The Beatles, Yes, Boston, Neil Diamond y otras bandas de la época. Yo era un buen espectador suyo”.
Nutrición y sensibilidad
—¿Cómo fue el involucramiento en la música, cuáles fueron los factores decisivos, por qué el rock? ¿Cómo fue el acercamiento de Manjarrez a los elementos pictóricos después del lápiz o la plumilla?
—Mi familia era muy musical, mi mamá nos llevaba al centro a comprar discos. Los géneros los determinaban los gustos musicales de mi hermano mayor; éramos mis dos hermanas mayores, mi mamá y yo. Desde chico (hablo a partir de los seis años), los Kiss y sus caras pintadas, su estrafalaria presencia, embelesaba a cualquier chavito inquieto. Con la imaginación grande, hacíamos shows en el patio de mi casa maquillado como un vampiro con tres amigos a los que yo pintaba como a otros integrantes del grupo y cantaba acompañado con palos de escoba como guitarras, botas pintadas de cartón y la escenografía también hecha a medida de un niño de seis años. Nuestro público eran diez niños más pequeños que no faltaban a mis locuras puestas en escena. “Ballroom Blitz” de Sweet sonaban de fondo, no Kiss, porque no teníamos discos de ellos en casa. Ya publicando mis primeros dibujos bajo la mirada de David Levine, Mort Drucker, Krüger, Picasso y Francis Bacon, parte de mis influencias primeras: fui un híbrido de todos ellos.
“A la fecha han ido enriqueciendo mi trabajo muchos artistas tanto clásicos como nuevas generaciones de artistas que inundan Instagram. Y, claro, la confianza que uno va afianzando en el trabajo con la práctica. Así es como va evolucionando un artista, nutriéndose y sensibilizado, para poder ver cosas donde nadie las ve y ponerlas entre líneas en la obra. Ya el tiempo se encargará de que el espectador las vayan dilucidando también”.
Susurros
—¿De qué manera influyeron en Manjarrez artistas como Roger Dean o los diseños inusuales, en su momento, de los Beatles con su álbum blanco?
—La primera vez que vi una de las portadas de Roger Dean fue a los nueve años. Un amigo de mi hermano llevó un disco de Yes a la casa junto con otros de Jim Croce, Deodato y un par más. Esos paisajes a lo Heavy Metal, sus escarpadas montañas de colores o de hielo, que siempre fascinan, aunque yo prefería a Robert Crumb en la portada de Janis Joplin, o al gato Fritz y la revista Mad.
“En la casa teníamos el álbum de Los Beatles, que era de mi hermano, con ese lienzo en blanco: era inevitable que yo, a mis ocho años, no agarrara e hiciera mi portada personalizada en el carton de sus solapas, claro, inspirado por la conciencia musical de ‘Yer blues’, ‘Sexy Sadie’, ‘Helter skelter’ y la grandisosa ‘Savoy Truffle’ que me susurraba desde el Más Alla: pinta algo chingón”.
Después del veto, murales
—Naranjo ya había dibujado a los Rolling Stones en Yerba y Luis Fernando ilustraba roqueramente las portadas de la revista literaria DosFilos, pero en realidad no había un pintor en México que se dedicara con fervor al ámbito de la música, ¿Manjarrez estaba consciente de ello?
—Como te comentaba, mi infancia fue muy musical. Yo ya a los seis años dibujaba acompañado por esos discos de rock que me motivaban e inspiraban. Después, ya publicando en “Al Tiro”, suplemento que dirigía Apebas, comencé a meter óleo en mis portadas de roqueros, incluso uno de esos originales estuvo en la muestra permanente del Museo de la Caricatura, misma que fue robada de ese recinto: era un dibujo al óleo sobre papel corsican de Los Beatles.
“En mis comienzos publiqué dibujos varios en la sección cultural de Víctor Roura. Yo hacía varios dibujos de gente con libros y alas y cosas así y se iban metiendo en diferentes textos de la sección cultural de El Financiero a finales de los años noventa. En la revista de la Sociedad de Caricaturistas hacía cartón político… hasta el día en que hice un roquero, Apebas me empezó a pedir más de rock para portadas, lo mismo pasó en la sección cultural de El Financiero y lo mismo pasó en la revista Playboy, de modo que empecé a inundar diferentes medios con personajes de rock. Claro, también hacía retratos de escritores y, cuando tenía ganas de mentar madres, hacía cartón político.
“En cierta época fui vetado por hacer una portada del presidente Fox y su esposa Marta, ambos cayendo en el presidio como si fueran un avión al que le tronaron los dos motores, en picada: ella habló a la revista reclamando por dicha publicación y, claro, en esa época yo estaba publicando en el periódico Reforma. Así que cuando no tuve dónde publicar mis dibujos comencé a hacer murales. ¿Y por qué no un mural que fuera un viaje por el rock and roll?”
Libertad pictórica
—¿En qué año datas tu comienzo formal en el campo profesional del dibujo? ¿Cuántos años habían transcurrido entonces cuando te encargaron el primer mural de rock en el Metro Auditorio Nacional, cómo fue aquella determinación, por qué fuiste tú el elegido para crear aquella monumental pintura, cómo tomaste la designación, cuánto tiempo te tardó concretarla?
—Comencé a publicar en 1996. En ese año publiqué en cuatro diferentes medios impresos haciendo cartón político, dibujando para secciones de cultura y de espectáculos.
“De ahí a mi primer mural que hice, en junio de 2012, ya había pasado un poco más de una década: tenía una novia por esos años y ella me hizo la cita para que yo fuera a pedir un espacio para un mural. Cuando fui, planteé la idea de un mural de rock, un viaje por ese género que era el soundtrack de muchas generaciones. Me dijeron que tenía que buscar mi patrocinador para que me costeara ese mural y así lo hice, mandé un correo a algunas marcas que tuvieran que ver con el rock y el primer día me contestaron Converse y Coca Cola, así que ya tenía toda la lana y el espacio. Nunca había pintado en un formato tan grande, cosa que me dio un poco de terror; pero conforme comenzaba fui agarrando confianza: ya regresaba a los primeros lienzos del mural y los iba mejorando. Los del Metro, incrédulos, fueron a ver ese primer mural a mi estudio antes de montarlo. No sé qué pensaron que haría, tal vez cualquier bazofia; pero quedaron contentos. Más adelante me dijo mi patrocinador, sorprendido, que no pensaba que el mural quedaría así.
“Creo que he ido mejorando y puliendo mi técnica desde entonces con más libertades dentro del trabajo”.
Canciones visuales
—¿Y el segundo mural, esta vez de rock mexicano, en el Metro Chabacano? ¿Cuántos años pasaron entonces, cómo concebiste aquel mural?
—Había pasado un año y la gente que pasaba por el Metro Auditorio y veía mi mural, me preguntaba que dónde estaban los roqueros mexicanos en esa pintura. Claro, ahí estaba Carlos Santana como un enorme tótem. Y decidí hacer un mural muy urbano de rock nacional más o menos con personajes de los años ochenta. Alguien me comentó de la estación Chabacano donde se hacían tocadas de rock. Cuando vi el espacio decidí hacerlo encima de la biblioteca: dos murales, uno en cada extremo; uno de día y otro con la vida nocturna de la Avenida Tlalpan y sus alrededores que circundaban dicha estación.
“Inspirado en los cuadros de ángeles urbanos de Manuel Ahumada, pretendí que fuera como un disco con su cara A y su lado B con varias canciones visuales dentro del mural. No sé si lo conseguí, pero ahí está”.
El eco del artista
—Ahora, retratista impecable como eres, te has introducido a la Época de Oro del cine mexicano en un mural inaugurado apenas el pasado lunes 30 de septiembre. Siguen los patrocinadores confiando en la pintura de Manjarrez: eres, ya, el único artista plástico con tres murales en el Sistema de Transporte Colectivo en una proeza inalcanzable. ¿Cómo decidiste la inclusión de determinados artistas? Sí, todos hemos visto cuando menos una película de aquella era, ¿pero como autor de un mural no es compleja esa tarea?
—Hace un par de años me hicieron una entrevista por parte de la dirección de Cultura del Metro por los diez años del mural de la estación Auditorio: “Un viaje por el rock”, y me preguntaban si no haría otro mural. Apenas veníamos saliendo de la pandemia y yo tenía en el tintero un mural de la Época de Oro del cine mexicano, aunque me mostré un poco reacio con la idea de otro mural en el Metro; pero el espacio de la estación San Lázaro me convenció: ése era un lugar que siempre me había gustado para un mural y aun estaba libre y a un lado de la terminal de autobuses; o sea, un lugar de partidas y regresos… es decir, un lugar contenido por la nostalgia de los viajes se me hizo una buena amalgama para un mural tan entrañable como el del cine mexicano y sus estrellas brillando todas y paseándose por las avenidas y lugares del México de los años cincuenta.
“Como te comentaba, ya tenía yo un boceto previo que serviría para un mural de la celebración de la Época de Oro del cine mexicano que pensaba destinarlo para la Cineteca Nacional… pero llegó la pandemia y muchos proyectos se vieron obligados a reposar, así que hablé con mi patrocinador y le gustó mucho la idea de ubicarlo, ahora, en San Lázaro. Y comenzamos con la primera parte del mural de la Época de Oro, los artistas que estarían las más de las veces los iba sugiriendo el paisaje del mural o los personajes que vas poniendo. Y así es como iban, o van, surgiendo: por sugerencia de los mismos personajes.
“Y, claro, están mi juicio y mi gusto por determinados personajes entrañables. Creo que la obligación es ir imprimiendo el eco de un artista para dejarlo colgado en una obra para poder concretar la comunión con otras almas expectantes de la obra.
“Así, entre líneas, el público puede vislumbrar ese eco personal a través del tiempo”.
Alimentar la curiosidad
—También hay ya un mural de Manjarrez en Nueva York, ¿hasta dónde va a llegar la pintura de aquel niño que se embelesaba mirando pintar a su familia?, ¿Manjarrez necesitó de estudios pictóricos para hacer los portentosos trazos que realiza ahora?
—Siempre fui autodidacta, pero muy contemplativo. Nunca he tenido límites; es decir, me aviento a hacer lo que me late desde chico: la disciplina y el estudio autodidacta, ver obras de grandes pintores, de grandes caricaturistas, me ha alimentado. Esta curiosidad siempre hay que estar alimentándola, ya que no se termina de aprender: uno aprende a administrar esa libertad, esa experiencia y ese azar en el lienzo o en el espacio donde el artista crea.
Soltura y libertad
—No hay en la actualidad un medio informativo donde prevalezca la credibilidad y la congregación de honorables periodistas, ¿la independencia artística, como tú la has conseguido, es posible alentarla en un país predispuesto a las prebendas oficiales?
—La libertad es la materia prima de la que está hecha el arte. Yo siempre he tenido la gran fortuna de elegir lo que quiero publicar y dónde; claro, los medios son empresas que sirven a ciertos intereses y sus trabajadores a veces se doblan ante un probable despido: yo, si no me siento cómodo o no me dan esa libertad, me retiro de donde esté colaborando.
“Y hago lo que me guste desde mi espacio de libertad: siempre he sido muy de cero coerción hacia lo que hago. Bob Dylan dejó de hacer letras políticas por ese motivo, él quería ser como Picasso: trabajar con soltura y libertad, y me parece que lo ha conseguido”.
Disciplina y voracidad por crear
—Caricaturista, ilustrador, cartonista político, humorista, pintor al óleo, hacedor de libros, dirigente de asociaciones de dibujantes, funcionario al frente de un Museo público, muralista, ¿qué le falta por hacer a Manjarrez?
—Todas esas inquietudes son necesarias, presentar esas inquietudes en envases distintos, pero todo eso va relacionado con la disciplina y la voracidad por crear cosas que vayan llenando a uno, todo son cadenas de eslabones en la labor diaria.
“Creo que ser un explorador es la obligación de todo creador: en ese plano se define uno como artista, si se permite el término”.