Ali Farka Touré: el hombre blues de Timbuktu (I)
Agosto, 2024
Nació en Malí en 1939 y se marchó de esta tierra en 2006. Fue, es, uno de los grandes músicos de todos los tiempos de su país, y, en sí, de África occidental. También era considerado, internacionalmente, como uno de mejores guitarristas. Y con justa razón. En su revisión de los sonidos africanos, Constanza Ordaz se detiene en la enorme figura de Ali Farka Touré.
El creciente interés internacional por la música africana potenció la acogida de talentos por parte de la industria discográfica, algunos de ellos con valores artísticos que desafiaban, paradójicamente, los preceptos comerciales de quienes los contrataban.
Tal es el caso de Ali Ibrahim “Farka” Touré, conocido guitarrista y cantante malíense, cuyo estilo aunaba principalmente la música tradicional de Malí con el blues. Sin embargo, su vida estuvo llena de complicaciones, según se lee en el libro La música es el arma del futuro (Fifty years of African Popular Music, Frank Tenaille, Editorial Lawrence books, Chicago, 2002).
Desde los llanos de Timbuktu
Ali Farka Touré nació en 1939, en el poblado de Kanau, aledaño a los bancos del río Níger en el noroeste de Malí. Fue el décimo hijo de sus padres, pero fue el único que logró sobrevivir pasada la infancia. Su apodo, “Farka”, significa “burro”, un animal admirado por su fuerza y tenacidad. “Pero aclaremos”, decía, “soy el burro que nadie puede montar”.
Cuando Ali era apenas un niño murió su padre, mientras servía en el ejército francés, así que la familia se mudó al sur, por el río, a Niafunké —junto a Timbuktu—, el poblado que Ali consideró su hogar por el resto de su vida. Solía decir: “Para algunos, Timbuktu suena como el fin del mundo, pero yo soy de ahí, y puedo afirmar que estamos en el verdadero corazón del mundo”.
Ali no recibió educación formal; de hecho, apenas fue a la escuela y se dedicó desde su infancia al cultivo del campo. Sin embargo, siempre mostró un gran interés por la música, especialmente por los instrumentos tradicionales malíenses, como el gurkel (pequeña guitarra), el ngoni (laúd de cuatro cuerdas), el violín njarka o la flauta peul.
En 1956 quedó muy impresionado cuando vio actuar al guitarrista malinké Keita Fodeba, lo que le hizo decantarse por la guitarra como instrumento. Estaba en ciernes, también, el surgimiento del músico-benefactor de los malíenses.
Los espíritus y el don musical
Touré pertenecía a la etnia sonray, “muy fuerte en ciencia africana. África tiene una gran ciencia que no ha sido escrita y no viaja, y no consentimos escribirla”. La utilidad de esta ciencia son los espíritus y, según decía Touré, son ellos los que le dieron su don musical.
Su iniciación fue complicada. Una noche estaba tocando la njarka, cuando de repente se quedó inmovilizado, con un pie en el aire, durante dos horas. Luego sufrió diversos ataques. Él lo platicaba, años después, todavía con mucho azoro: “Estaba loco, agresivo. Era 1951, y tenía doce años. Entonces me ataron —aún tengo las marcas de la cuerda. Pero, una vez curado, cuando toqué la njarka, todos los espíritus me acogieron muy bien”.
A partir de ahí, la njarka fue su compañera constante, aunque su aprendizaje había incluido también la ngoni, guitarra tradicional que le inspiró su afinación peculiar y su toque con tres dedos en la guitarra acústica y eléctrica.
En 1973, Touré comenzó a trabajar en la Radio Nacional de Malí, como músico e ingeniero de sonido, grabando tanto a los renovadores —por ejemplo, el joven Salif Keïta— como a los intérpretes tradicionales del campo, una vertiente folclorista que Touré consideró crucial en su profesión: “Esta es la gran diferencia entre los otros artistas de Malí y yo, que hablo muchos idiomas locales y conozco distintos estilos de música. Malí es tan enorme, no es suficiente ser un artista para una sola etnia”.
Esta versatilidad otorgó a su obra una amplia gama de texturas y matices, a pesar de la sencilla instrumentación con la que acompañó a su voz nasal: guitarra o una njarka, y una calabaza golpeada con un objeto metálico —como una pulsera— para conseguir unos chasquidos rítmicos.
Los famosos seis discos de París
La combinación anterior proporcionó los arreglos hipnóticos de sus primeros seis discos grabados en París, con un presupuesto mínimo, tan mínimo que nadie se preocupó de pagar a Touré. Amargado, abandonó la música profesional para dedicarse a su granja en Niafunké.
Unos años más tarde, un representante de la compañía discográfica londinense World Circuit le visitó, con la intención de convencerlo para que volviera a intentarlo.
La aclamación que recibió en su siguiente visita a Inglaterra no fue suficiente para disipar sus dudas, y Touré anunció repetidas veces su inminente jubilación, a la prematura edad de 50 años. No obstante, cercano a llegar a los 70, siguió tocando con gran éxito en Europa, Japón y Estados Unidos. Simplemente, regresó sólo para divertirse.
Por donde quiera que iba Touré, la primera reacción del público, al escuchar su música, solía ser la misma: ¡suena a blues!
Continuará…