Junio, 2022
Cincuenta años después de la primera cumbre medioambiental de la historia y con una gran crisis alimentaria en ciernes, el mundo volvió a reunirse en Estocolmo. Los resultados de la conferencia están llenos de luces y sombras.
Junio de 1972. Estocolmo acoge la primera conferencia mundial sobre medioambiente de la historia. En las reuniones de la capital sueca se habló de contaminación y desigualdad, pero no se abordaron ni el cambio climático ni la crisis de la biodiversidad. Aunque ambos asuntos ya eran conocidos a nivel científico, todavía tardarían un par de décadas en empezar a abrirse paso en las agendas políticas. El primer informe del panel de expertos en cambio climático, el IPCC, no llegaría sino hasta 1990.
Desde aquel junio de 1972 han pasado 50 años. La temperatura media global ha subido alrededor de 1 ºC desde entonces y lo hace a un ritmo cada vez más acelerado. La población mundial se ha duplicado y el consumo de electricidad se ha quintuplicado, sobre todo, gracias a los combustibles fósiles. Mientras en 1972 había 659 centrales térmicas de carbón en el mundo, hoy hay 6.612, según los datos del Global Strategic Communications Council. La producción de plásticos se ha multiplicado por seis y la destrucción de los bosques y el número de especies en peligro de extinción no ha dejado de aumentar.
Ha pasado medio siglo y hoy tenemos más claro que nunca que debemos cambiar de rumbo si queremos esquivar las peores consecuencias del cambio climático y la crisis de biodiversidad durante los próximos 50 años. La nueva gran crisis alimentaria en ciernes (para la cual la guerra en Ucrania ha significado el último empujón) es el mejor ejemplo de por qué es necesario acelerar el ritmo de la acción climática y medioambiental. Con ese objetivo en mente, representantes de los gobiernos, la sociedad civil, la juventud y el sector privado volvieron a reunirse en Estocolmo hace unos días. Los resultados de la conferencia, denominada Stockholm+50, están llenos de luces y sombras.
Al menos, en su declaración final, los líderes globales han reconocido que han fallado a la hora de conservar la salud del planeta (y de las personas) durante el último medio siglo. Y que no que existe salida a ninguna crisis —ni la pandémica, ni la energética, ni la alimentaria— sin solución a la crisis climática. Y es que hoy, como en 1972, algunas de las grandes preguntas siguen sobre la mesa: ¿cómo cerramos la brecha de la desigualdad y cómo aseguramos una alimentación saludable para todos sin comprometer nuestro futuro y el de la Tierra en el intento?
Los límites del planeta y del hambre
Para 2030, el mundo debería poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria global y contar con un sistema agrícola sostenible, según los objetivos de desarrollo sostenible de la Agenda 2030 de la ONU. Faltan ocho años y la malnutrición infantil sigue estando presente en buena parte de África y del Sudeste Asiático, y la inseguridad alimentaria aún afecta a una parte importante de la población de estos territorios y de América Latina, según la organización SDG Tracker.
Además, en un mundo que pasa hambre, en el que se desperdicia un tercio de la comida que se genera, la producción de alimentos es el principal factor detrás de la destrucción de ecosistemas y la pérdida de biodiversidad, según la UNEP, y está detrás de más de un cuarto de todas las emisiones de gases de efecto invernadero de origen humano.
“El sistema alimentario es el que más contribuye a que excedamos la mayoría de los límites planetarios, como las emisiones de gases de efecto invernadero, el cambio de uso de la tierra, el uso del agua y la contaminación por nitrógeno. Por lo tanto, controlar y reducir los impactos del sistema alimentario es clave para mantenerse dentro de los límites planetarios”, señala Walter Willet, copresidente de la EAT-Lancet 2.0 Commission. Esta comisión, presentada también durante la conferencia Stockholm+50, recavará durante los próximos dos años las evidencias científicas necesarias para alcanzar la sostenibilidad del sistema alimentario global y, al mismo tiempo, lograr que todo el mundo acceda a dietas saludables.
Más verdura, menos carne, cero fósiles
La EAT-Lancet 2.0 Commission es en realidad la segunda edición de esta iniciativa, que ya produjo su primer informe en 2019. Este recogía una serie de recomendaciones tanto a nivel político como individual para transformar el sistema alimentario. A nivel agrícola, por ejemplo, señalaba la importancia de apostar por técnicas que no acaben con la salud del suelo y reduzcan la necesidad de aportes químicos externos (como la agricultura regenerativa). Y a nivel político, recalcaba la necesidad de redirigir el apoyo y la subvenciones a opciones agrícolas y ganaderas sostenibles y mejorar la educación.
Mientras, de cara a los hábitos alimentarios de cada uno, las recomendaciones eran claras y coinciden con las de otros estudios e informes similares (como el último del IPCC). Más variedad en la dieta, más verduras, frutas, cereales y legumbres, menos carne, apostar por productos de temporada, de proximidad y cultivados de forma sostenible o planificar las comidas para reducir el desperdicio eran algunas de las propuestas.
“A nivel mundial, va a ser esencial cambiar las dietas hacia opciones más vegetarianas, más saludables y más respetuosas con el planeta”, recalca Walter Willet. “Pero también debemos cambiar la forma en que se producen los alimentos para que el sistema alimentario no genere emisiones de carbono o incluso ayude a secuestrar CO2 de la atmósfera. Para ello, los cambios en el sistema alimentario no serán suficientes, necesitamos eliminar el uso de combustibles fósiles para 2050 y detener la tala de los bosques”.
Para el experto, la carne roja, los productos lácteos y la carne de ave son los alimentos con un mayor impacto en el medioambiente. “No tiene por qué ser necesario eliminarlos, pero sí dirigirse hacia un consumo moderado”, concluye Willet. “Está claro que algunas regiones como América del Norte y Europa necesitan reducir su consumo de estos productos y los países en desarrollo no deberían aumentarlo en gran medida, como de hecho está sucediendo en algunos lugares”.
La EAT-Lancet 2.0 Commission revisará y actualizará el primer informe en base a las nuevas evidencias científicas disponibles, prestando especial atención a la justicia alimentaria en el mundo, las dietas saludables y las estrategias para implementar los cambios necesarios a nivel mundial. La ciencia volverá a hablar, una vez más. Lo que no está tan claro es que quien tiene que escucharla le vaya a hacer caso.