El ‘delay’ cultural
Abril, 2022
La polinización cultural es, en nuestro días, algo que ocurre con mucha rapidez. Sobre todo gracias a los medios electrónicos y digitales. La música, el cine y hasta la literatura son prueba de ello. No obstante, en las ciencias sociales sucede que aún persiste un retraso o demora, el cual se hace más evidente en las academias y universidades de América Latina, donde las ideas de Europa o de Estados Unidos echan raíces. Por esta razón, como apunta Juan Soto, no es raro ver a los académicos latinos defender rabiosa y ferozmente a pensadores de actualidad como Foucault, Marx y Benjamin. Es llamativo, dice Soto, observar a los universitarios latinoamericanos defender ideas de medio siglo de antigüedad (o más), mientras que en los países donde brotaron estas ideas ya se las piensa y se las discute de otro modo.
En el siglo XIX, las canciones de los compositores famosos tenían que escucharse en las salas de conciertos. El fonógrafo, ese aparato que iba a comenzar por separar definitivamente la ejecución musical de la escucha de la música, estuvo listo hasta finales del siglo XIX. De tal modo que escuchar música sin músicos, que fue una fuerte base de la industria musical contemporánea, apenas estaba dando señales de vida a finales del siglo XIX (primero como fonógrafo, luego como gramófono y luego como simple tocadiscos). Hoy día, algunos retromaniacos tienen algún aparato de esos en sus casas motivados por algún vanguardismo retro que justifican con argumentos que apelan a la experiencia de la escucha, el sonido, la fidelidad, etc., sin darse cuenta que lo que realmente valoran es la música sin músicos. No precisamente la música en sí. Y es una forma de tributo a la industria musical más que a la música. Es decir, un tributo al consumismo más que a la música misma. Es más el resultado de las actitudes progresistas y hípsters de finales del siglo XX y principios del XXI que un verdadero gusto por la música. Fortalece el consumismo retro y debilita el gusto por la música.
En el siglo XX, las canciones pop se volvieron populares porque sonaban en la radio o en otros medios de comunicación. Esto lo explica muy bien Derek Thompson en ese bonito libro intitulado Creadores de hits / Cómo triunfar en la era de la distracción. A fuerza de la repetición (ahora lo podemos ver con claridad extrema) hasta los bodrios musicales pueden llegar a sonar con desparpajo y gran aceptación en cualquier bar, peluquería, elevador, medio de transporte y hasta en las fiestas de graduación de universitarios críticos alineados a las industrias del consumo cultural. Pasamos de un sistema cultural lento del siglo XIX a un sistema cultural rápido del siglo XX. De un sistema cultural analógico a un sistema cultural digital donde la cultura no sólo se está desmaterializando, sino que se mueve más rápido y se ve gobernada por el sistema de las suscripciones. La novena sinfonía de Beethoven se estrenó en el teatro Kärntnertor de Viena en 1824. Pero su estreno en Estados Unidos no se dio hasta 1846, en Nueva York, y en Boston se interpretó nueve años después. ¿Qué le pasaría, hoy día, a una obra que requiriera de treinta y un años para cruzar buena parte de un continente y luego el océano Atlántico?
Es probable que Derek Thompson —editor de la revista The Atlantic y quien recibió, en 2016, el premio Best in Business— exagere al considerar que el álbum Thriller de Michael Jackson es una obra de arte, pero es un buen ejemplo para desarrollar su argumento. Ese álbum apareció 1982. Si Thriller hubiese llegado a Europa hasta 2013, Michael Jackson hubiera tenido para entonces cuatro años ya de haber fallecido. Siguiendo con este ejercicio de imaginación sociológica¸ Thompson nos dice que el álbum Please, Please Me, el primero de los Beatles, lanzado en 1963 en el Reino Unido, habría llegado a Estados Unidos, a ese mismo ritmo, a mediados de la administración de Clinton. Y así sucesivamente. Imagine el ping pong cultural en el que estaríamos sumergidos si la cultura, que se está convirtiendo en información binaria, se moviera con la lentitud del siglo XIX. Las migraciones seguirían siendo fundamentales para los procesos de aculturación, tanto en la música como en la literatura, por ejemplo. Pero hoy ya no es necesario viajar, ni siquiera para adquirir un espíritu cosmopolita. El cosmopolitismo ya no está asociado necesariamente a la movilidad física. Hoy basta con abrir y visualizar videos de YouTube. Ver y presenciar ya no están íntimamente ligados gracias a la cultura audiovisual y digital que hemos configurado. Hoy día visualizamos la realidad a través de las pantallas. Hoy día el acontecimiento está vinculado a la inmediatez, no tanto ya a la actualidad, como lo pensó el buen Gabriel Tarde a principios del siglo XX en L’opinion et la multitude.
Sin embargo, a pesar de que la polinización cultural hoy es algo que ocurre con mayor rapidez, no sucede de la misma forma en la música que en el cine. No ocurre de la misma manera en la literatura que en las ciencias sociales. En estas últimas, aunque cada vez menos, esa especie de delay cultural (entendámoslo como retraso o demora) sigue estando presente y afecta de algún modo. Imagine una acalorada discusión de actualidad dentro de algunos espacios académicos sobre algún tema o temas que en otro país se hayan discutido ya hace medio siglo o más. Imagine que en 2022 algunos apenas se vayan enterando de un libro que se publicó a finales de los años ochenta del siglo XX. Para que un contenido literario y de ciencias sociales llegue a otras coordenadas culturales depende, básicamente, de las traducciones y de la industria del libro. Un poco de cosmopolitismo ayuda, pues esos académicos viajeros que llevan y traen contenidos e información también hace lo suyo. Pero básicamente las letras, en analógico o en digital, siguen siendo la forma privilegiada en cómo las academias y las universidades se van polinizando con las ideas de otras latitudes.
Y sí, generalmente las ideas de Europa o de Estados Unidos echan raíces en las academias y universidades de América Latina. Por ello (por el delay cultural) se les ve defender rabiosa y ferozmente a los académicos latinos a pensadores de actualidad como Foucault, Marx y Benjamin. Como si todo se pudiese explicar a partir de sus textos viejos. Da lo mismo que sean estos tres u otros. Y es llamativo que se les vea defender, a los universitarios latinoamericanos, ideas de medio siglo de antigüedad (o más), siendo que en sus países de origen a estas ideas ya se les piensa y se les discute de otro modo. La mayor parte de los filósofos, economistas, psicólogos sociales, sociólogos y antropólogos sociales contemporáneos, si bien no se han olvidado de los clásicos, han entendido que ya no es posible pensar el mundo sin un elemento clave en la discusión: el digital. Y es muy lamentable que en muchas academias y universidades se sigan dictando cursos sin que este elemento fundamental sea, más que incorporado, discutido de manera solvente. Pero hay más asuntos que discutir, pues la forma en cómo se ha enfrentado el delay cultural ha sido poner a leer a los estudiantes y a alguna parte del profesorado en otros idiomas. Como si el problema del delay cultural se resolviera así. Eso sería como aceptar algo que alguien dijo en algún lado: como si la verdad estuviese siempre en inglés (o en otro idioma). La raíz del delay cultural es algo mucho más profunda que quizá comencemos a discutir, paradójicamente, con el paso del tiempo (quizás un medio siglo).
La próxima vez que tenga la disposición de defender abigarradamente una idea, piense antes en el delay cultural y en la polinización de las ideas y reflexione seriamente si su defensa del pasado sería bien recibida en las universidades y academias del mundo contemporáneo.
Fundamental que este tipo de ideas y conceptos se pueda dar a conocer más a sud América , ya que hasta el momento la mayor polinización que evidenciamos pasa por la migración de personas siendo este nuestro mayor delay cultural…