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Una red de soledades interconectadas

Ya está en circulación «Humanas jaurías», el más reciente libro de relatos de Adrián Curiel Rivera; Raúl Jiménez Herrera lo desmenuza y reseña

Mayo, 2025

Ya está en circulación Humanas jaurías, el más reciente libro de relatos de Adrián Curiel Rivera. En el siguiente texto, Raúl Jiménez Herrera lo desmenuza y reseña: “Adrián nos invita a mirar a nuestro alrededor y preguntarnos qué tan diferentes somos de esos perros que rondan la ciudad, que buscan alimento, refugio, compañía o, incluso, una forma de pertenecer. ¿No es acaso la sociedad misma una gran jauría?”, escribe aquí.

Abrí el libro sin expectativas preestablecidas dejándolo hablar por sí mismo. Y aquí ocurrió algo interesante que no sé si fue deliberado por parte del autor —quizás esa sea mi primera pregunta—, pues el título y la portada me hicieron pensar que el libro trataba exclusivamente sobre perros, que ellos serían los protagonistas. Sin embargo, al adentrarme en la lectura, me di cuenta de que el concepto de Humanas jaurías (Lectorum, 2024) es mucho más amplio de lo que parece. Los perros están presentes en los cuentos, sí, pero la jauría a la que alude el título no es exclusivamente la de los canes, sino la de los seres humanos.

Desde el primer relato, el lector se enfrenta a una serie de dinámicas que remiten a la vida en grupo, a los instintos primarios de supervivencia, pertenencias y exclusión que regulan la convivencia dentro de una sociedad. El autor nos invita a reflexionar sobre nuestra propia naturaleza animal, ya que —a pesar de nuestra supuesta racionalidad— seguimos operando bajo las mismas estructuras de poder, jerarquía y agresión que caracterizan a cualquier grupo del reino animal.

Si pensamos en la idea tradicional de una jauría, inmediatamente imaginamos una manada organizada bajo reglas estrictas: hay líderes y hay subordinados, hay disputas por el territorio y la supervivencia, pero al trasladar este concepto al mundo humano nos encontramos con una jauría aún más compleja: las reglas son menos explícitas , pero no por ello menos feroces.

Adrián Curiel Rivera nos invita a mirar a nuestro alrededor y preguntarnos qué tan diferentes somos de esos perros que rondan la ciudad, que buscan alimento, refugio, compañía o, incluso, una forma de pertenecer. ¿No es acaso la sociedad misma una gran jauría? Pareciera que sí, y bajo el barniz de la civilización sigue respondiendo a impulsos tan primitivos, como el miedo, la territorialidad y la necesidad de reconocimiento.

Lo interesante es que esta metáfora no se impone de manera forzada en los cuentos. El autor no dice explícitamente: “Miren, ustedes también son una jauría”, sino que nos lo muestra a través de personajes cuyas acciones, pensamientos y conflictos terminan por revelar esa verdad. El libro transmite la sensación latente de que todos los protagonistas de estos relatos buscan algo, a veces sin saber exactamente qué. Buscan conexión, buscan sentido, buscan reafirmarse en su propia existencia, pero lo hacen de maneras que nos resultan dolorosamente familiares. En ese sentido, la jauría humana de Curiel no es simplemente un grupo de individuos actuando al unísono, sino una red de soledades interconectadas; una roja en la que cada personaje, a su manera, intenta encontrar su lugar, aunque como cualquier manada puede ser hostil y despiadada.

Aquí es donde la elección del título cobra más fuerza, pues nos obliga a replantearnos lo que significa ser parte de un colectivo. ¿Somos una sociedad cohesionada o simplemente un grupo de individuos coexistiendo bajo la ilusión de pertenencia? ¿Nos protegemos los unos a los otros o estamos constantemente en una lucha silenciosa por sobresalir, por sobrevivir, por no quedar rezagados? Estas preguntas atraviesan los relatos de Humanas jaurías de manera sutil, pero persistente, dejando en el lector una sensación de inquietud que permanece incluso después de haber cerrado el libro.

Esta lectura nos lleva a otra de las virtudes más destacables de Humanas jaurías: la construcción de atmósferas. Curiel no sólo nos presenta cinco relatos, sino que logra dotar a cada uno de una identidad propia, con una ambientación y un tono particular que los hace únicos. Lo interesante es que, a pesar de sus diferencias, todos comparten un hilo conductor: la familiaridad con la que se nos presentan los escenarios y las situaciones. No estamos ante relatos situados en mundos extraordinarios o en tiempos remotos; al contrario, la gran mayoría de los cuentos transcurren en escenarios cotidianos, en la aparente banalidad de la vida diaria. Y, sin embargo, Curiel nos demuestra que dentro de esa cotidianidad se esconde un universo de tensiones, emociones y conflictos que al ser narrados con la precisión de su estilo, adquieren una dimensión casi cinematográfica.

Uno de los aspectos más llamativos de este libro es la forma en que transcurre el tiempo en cada relato. En la mayoría, la acción se desarrolla en el transcurso de unas pocas horas, a veces incluso en un solo instante detenido en el tiempo. Un joven que regresa a casa y luego sale a caminar, un hombre que despierta y se dirige al trabajo, un anciano que sube al techo a revisar la antena de su televisión, una mujer que extraña a su perro con una intensidad que desborda la página. Son momentos fugaces, aparentemente simples, pero que el autor logra convertir en escenas llenas de profundidad. No estamos simplemente viendo lo que hacen los personajes, sino que sentimos lo que experimentan, percibimos sus frustraciones, sus anhelos, sus silencios cargados de significado. Este efecto se logra gracias a la capacidad del autor para capturar lo efímero con una precisión casi fotográfica.

Los cuentos de Humanas jaurías no avanzan con giros argumentales abruptos ni con grandes revelaciones; más bien nos invitan a observar con detenimiento la realidad, a darnos cuenta de que lo extraordinario no siempre reside en lo espectacular, sino en la forma en que percibimos y narramos lo cotidiano. Aquí encontramos ecos de la literatura de autores como Raymond Carver o incluso Juan Rulfo, quienes, a través de su economía narrativa, consiguieron encapsular toda una vida en unas cuantas páginas. Curiel, de manera similar, nos entrega fragmentos de existencia que, aunque breves, contienen una densidad emocional que los hace inolvidables.

Pero más allá de su estructura temporal y su estilo minimalista, lo que realmente hace que estas atmósferas sean tan efectivas es la autenticidad con la que están construidas. No hay artificios ni exageraciones; los diálogos son naturales, los escenarios son reconocibles, y los personajes se sienten reales. No necesitamos descripciones largas para entender dónde estamos o qué siente un personaje en determinada situación. Con unas pocas líneas, el autor consigue situarnos en un espacio, en una emoción, en una circunstancia que nos resulta cercana, y es justamente esta cercanía la que hace que sus historias resuenen con el lector, pues nos vemos reflejados en ellas, en sus dilemas, en sus pequeños triunfos y derrotas, en la fragilidad de sus protagonistas.

Así, Humanas jaurías nos recuerda que la literatura no necesita de lo grandioso para ser impactante. A veces basta con un instante bien contado o con un personaje que nos haga sentir que, en el fondo, todos formamos parte de la misma jauría.

Este manejo de lo cotidiano como punto de partida para la construcción de relatos nos lleva a otro de los grandes aciertos de Humanas jaurías : la manera en que Curiel utiliza lo ordinario para revelar lo extraordinario. A primera vista, los cuentos parecen relatar situaciones simples. Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura, nos damos cuenta de que cada historia encierra una capa de significado más profunda, una reflexión sobre temas universales que afectan a todos los seres humanos en algún punto de su vida. Y es que, ¿qué puede haber más extraordinario que la vida misma y sus contradicciones?

La muerte de un ser querido, ya sea humano o animal, el peso de la distancia que nos separa de quienes amamos, la impotencia de no haber alcanzado nuestras metas, la sensación de arrepentimiento de estar atrapados en una vida que no queremos y el deseo de hacer un cambio radical, aunque ello implique lastimar a otros… Todos estos son conflictos que, de una u otra manera, transpiran en los relatos de Curiel. Pero lo notable es que el autor no nos presenta de forma explícita ni melodramática. No hay escenas exageradas de llanto ni largos monólogos de angustia existencial. En su lugar encontramos instantes, silencios cargados de significado, miradas esquivas y pequeños pero reveladores gestos que nos dicen más sobre los personajes que cualquier gran discurso.

Aquí radica la verdadera fuerza del libro: en su capacidad para hacer que el lector reconozca en estas historias algo que ha vivido o sentido. Porque todos, en algún momento, hemos experimentado la frustración de no ser quienes quisiéramos, el vacío de una pérdida, el miedo al futuro o la nostalgia de un pasado que ya no volverá. Y es esa identificación lo que hace que Humanas jaurías no sólo se lea, sino que se sienta. Sus cuentos nos obligan a detenernos y reflexionar sobre nuestras propias vidas y a preguntarnos si también formamos parte de esa gran jauría de seres humanos que buscan sentido en un mundo que muchas veces parece indiferente a nuestras luchas.

Adrián Curiel Rivera. / Foto: Facebook oficial del escritor.

La forma en que Curiel aborda estos temas refuerza aún más la sensación de inmediatez y realismo de sus cuentos. No hay finales cerrados ni grandes resoluciones. Los personajes no encuentran respuestas definitivas porque en la vida real casi nunca las hay; en cambio, los relatos nos dejan con una sensación de continuidad, como si la historia siguiera desarrollándose más allá de las páginas, como si los protagonistas siguieran existiendo después de que terminamos de leer. Esta falta de conclusiones tajantes no es una falla, sino un recurso narrativo que nos recuerda que la vida no es un conjunto de historias con un principio y un final claros, sino una sucesión de momentos interconectados, a veces sin sentido aparente, pero siempre cargados de significado.

Así, lo que podría parecer una simple colección de cuentos termina convirtiéndose en un espejo de nuestra propia vida, en un recordatorio de que lo cotidiano está lleno de matices, de emociones ocultas y de historias esperando ser contadas.

Otro aspecto destacable de Humanas jaurías es el estilo narrativo. La prosa de Curiel es clara, precisa y efectiva, sin adornos innecesarios, lo que contribuye a que la lectura sea ágil y accesible. Esto es algo que se agradece enormemente en un contexto como el actual, donde lo inmediato domina nuestra forma de consumir información y donde abundan las distracciones. No estamos ante un libro que exija largos periodos de atención ni un esfuerzo excesivo para ser comprendido; su aparente sencillez esconde una gran maestría en el uso del lenguaje, en la selección de las palabras precisas y en la construcción de escenas que, con pocos elementos, logran transmitir emociones complejas.

Es importante detenerse en este punto porque en la literatura contemporánea existe una tendencia a confundir lo breve con lo simple, lo accesible con lo intrascendente. Sin embargo, la brevedad puede ser una gran virtud cuando se maneja con la precisión que encontramos en estos cuentos. Borges dijo que no se necesitan muchas líneas para contar algo, y esta idea resuena claramente en la obra de Curiel. Sus relatos son concisos, pero en ningún momento se sienten incompletos; cada palabra está cuidadosamente colocada, cada pausa tiene un propósito, y cada final, aunque abierto, deja en el lector una sensación de cierre emocional.

La estructura del libro también juega un papel clave. Los cuentos no están conectados por una trama común, pero sí por una lógica interna que los hace parte de un mismo universo literario. Podemos leerlos en cualquier orden y cada uno funciona por sí solo, pero al llegar al último relato siente el efecto de una experiencia unificada, como si hubiéramos recorrido distintas facetas de una misma realidad. Esto es posible gracias a la coherencia del estilo, al tono homogéneo que impregna cada historia y a la manera en que los temas se entrelazan sin necesidad de recurrir a personajes recurrentes o escenarios compartidos.

La estructura del libro se alinea con los hábitos de lectura de las nuevas generaciones. En un mundo donde las redes sociales y la tecnología han reducido nuestra capacidad de atención, los cuentos cortos se presentan como una excelente alternativa para acercar la literatura a públicos que de otro modo podrían sentirse intimidados por formatos más extensos. No es casualidad que en plataformas como TikTok o Instagram los formatos breves sean los que dominan el consumo de contenido. Quizás estamos frente a una época en la que la narrativa breve tiene un papel más importante que nunca, y Humanas jaurías se inserta perfectamente en esta tendencia demostrando que es posible contar historias profundas en pocas páginas sin sacrificar calidad ni significado.

En una conversación hipotética con el autor le preguntaría: ¿fue deliberado el uso de un lenguaje accesible y de estructuras narrativas breves para adaptarse a los tiempos actuales, o simplemente fue el resultado natural de su estilo?, ¿cree que la literatura debe ajustarse a los cambios en los hábitos de lectura, o que es el lector quien debe hacer el esfuerzo de adaptarse a la literatura? Son preguntas que nos llevan a reflexionar sobre el papel de la literatura en nuestra sociedad y sobre cómo podemos seguir promoviendo la lectura en un mundo donde el tiempo para leer parece ser cada vez más escaso.

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