Abril, 2025
El momento decisivo del desarrollo humano es perpetuo.
A partir de determinado punto ya no hay regreso.
Es preciso alcanzar este punto.
Franz Kafka — Los aforismos de Kafka,
Fondo de Cultura Económica, Breviarios, 1979.
Una mañana, tras un sueño apacible, Gabriel Somera se despertó con cierta pesadez mental. Se levantó enfurruñado y fue al baño a rasurarse mientras Chepina su mujer hacía el desayuno. Sacó su rasuradora eléctrica y miró al espejo del lavabo, cuando alzó la cabeza vio que le faltaba la nariz. Se miró sorprendido y se convirtió en un deforme de ojos sesgados con movimientos arrítmicos y lenguaje de página doblada perdiendo poco a poco la noción del tiempo.
—¡Ay chispiajos! ¿Qué carajos me pasó? ¿Qué me ha ocurrido? —balbuceó alarmado.
Su baño, aunque pequeño, tenía el aspecto habitual. No soñaba. Se restregó los ojos y volvió a mirar al espejo, consternado comprobó que su nariz le faltaba, con los dedos recorrió la superficie de piel donde debía de estar y no encontró cicatrices, en vez de su nariz palpó un espacio de piel igual al del resto de su rostro, parte lisa en vez de estar ocupada por su nariz grande, gibosa, como de fedayín; automáticamente miró al suelo. ¿Se le habría caído? Acometió la búsqueda, en el piso no se encontraba, miró por doquier y tampoco la vio, hurgó en el cesto de la ropa sucia y nada, en los entrepaños del anaquel y nada, quitó la tapa del tanque del agua, metió la mano y nada, contempló el clóset, fárrago atiborrado de trebejos de limpieza, rollos de papel higiénico y tiliches, esculcarlo llevaría tiempo y Chepina le gritó:
—A desayunar —no acabaría de explorar el clóset, tenía que ir a la oficina. Fue al comedor y Chepina, quien ya había puesto el desayuno sobre la mesa, le miró la cara y notó, asustada, la falta del apéndice nasal.
—Gabo… ¡no tienes nariz!
—Lo sé, mi amor, amanecí sin nariz —confesó con inquietud su marido.
—¿Qué guasa es ésta? —preguntó muy sobresaltada.
—¡Ninguna guasa, ni que tu abuela, ignoro por qué no tengo nariz! —barbotó con voz airada.
—Cálmate… cálmate. ¿Te duele? No tienes cicatrices.
—No me duele.
—¿Cómo respiras?
—Tengo dos hoyitos del tamaño de una lenteja, por ahí respiro sin dificultad.
—Menos mal.
Dos rapazuelos, sus hijos, Iker de diez y Ethan de ocho años de edad, entraron al comedorcito para desayunar. Al ver a su papá sin nariz exclamaron burlones señalando la cara del autor de sus días:
—¡Papá no tiene nariz, no tiene nariz!
—¡Cállense, borricos! —ordenó Chepina—, pónganse a desayunar.
Los cuatro desayunaron, Chepina y los niños, inquietos, echaban miradas furtivas al rostro de Somera.
—¿Así vas a ir a la oficina, viejo? —preguntó desazonada Chepina.
—¿Qué me queda? Mi nariz no aparece. Probablemente esté en el clóset del baño, tienes que buscarla ahí, mi cielito.
—Pero… ¿qué dirás en la oficina?
—Nada, estamos en lo más fuerte del Covid, la mayoría de mis compañeros de trabajo usa tapabocas en la oficina, hasta el jefe. Yo no me quitaré el mío, nadie va a extrañarse.
—Eso es bueno. Buscaré tu nariz por toda la casa, a la mejor cuando vuelvas ya la encontré.
—De encontrarla surgirá otro problema. ¿Cómo la restituyo en su lugar?
—Ay papá, la pegamos con Kola-Loca. Tan sencillo como eso —resolvió Iker.
Ya no se habló más del misterioso suceso, terminaron de desayunar y papá e hijos salieron con sus respectivos tapabocas.
Gabriel Somera era empleado bancario, nadie en la oficina notó que su tapabocas lucía chato… ¿quién se fija en eso? Veía cómo se incendiaba el día para siempre y temblaba con la tarde en su costado abierto como una sábana mojada por el sudor.
En la tarde, al regresar a casa, el hombre sin nariz preguntó a su esposa:
—Chepina querida, ¿encontraste mi nariz?
—No, Gabo, revolví todo el departamento y no la hallé. ¿Cómo fue que se te perdió?
—Si lo supiera…
Al día siguiente, en el desayuno, la familia tuvo como tema obligado de conversación la pérdida de la nariz paterna:
—¿Cómo te fue en tu trabajo ayer, Gabo?
—No tuve problema, más de la mitad de mis compañeros no dejan de usar el tapabocas, yo no lo hacía pero a partir de ayer me sumé a ellos. Y mi voz casi no ha cambiado, nadie lo notó.
Iker mostró preocupación:
—¿Y no te afecta eso, papá?
—¿Te refieres a cómo me siento? Pues verás, siento mi mente más clara que antes, me canso menos en el trabajo y lo desarrollo con más prontitud y eficacia. Creo que mi nariz de Cyrano me estorbaba.
—No hay mal que por bien no venga, Gabo —sentenció Chepina—, pero supongo podrías ponerte una nariz postiza, porque la pandemia no durará para siempre, algún día el uso de los tapabocas será suprimido y entonces…
—Tienes razón, cielito lindo. En la misma calle donde está la puerta central del Hospital General hay una tienda de prótesis. El sábado iremos a visitarla.
Y llegó el sábado, a las diez de la mañana llegaron a dicha tienda los esposos Somera. Ambos con su cubrebocas, como toda la gente, llenos de sofocada prisa:
—¿En qué puedo servirles? —dijo una obsequiosa empleada de mostrador.
—¿Tienen prótesis de nariz?
—En existencia, no. Las hacemos sobre pedido. Verá usted, tenemos que hacer un estudio de la forma que el cliente quiera, color y textura de la piel, también de las dimensiones apropiadas al rostro.
—¿Y cuál sería su costo?
—Verá usted, nosotros no fabricamos prótesis de nariz aquí, sólo hacemos los estudios que ya le dije, una vez terminados mandamos los datos a nuestra casa matriz que está en Suiza, allá fabrican la prótesis y nos la mandan. El costo aproximado es de diez mil dólares. A pagar la mitad al ordenar los estudios y la otra mitad a la entrega del producto.
Al oír el costo la pareja se desalentó, porque excedía, y con mucho, sus posibilidades económicas. Dieron las gracias y prometieron volver con la suma requerida.
Ya en la calle, Chepina sugirió:
—¿Y si fueras con los servicios médicos del banco? Que el banco pague tu nariz postiza.
—Cierto que disfrutamos de servicios médicos de primera calidad, tendría que ir a un médico del banco, un otorrino o un cirujano plástico, cualquiera notaría lo insólito de mi falta de nariz y declararía que no siendo producto de mi aplicación laboral, el banco no tendría por qué pagar una prótesis tan cara. Y además correría el riesgo de que me despidieran por ser un fenómeno indeseable en la plantilla del personal. Por eso no puedo acudir a sus servicios médicos.
—Pero al menos debes ver a un médico privado, porque eso de que se te desprenda la nariz no es normal.
—Pero no me afecta en mi trabajo. Y tú… ¿te divorciarías de mí porque ya no tengo nariz?
—No, Gabo, ¿cómo crees? Te quiero igual, pero en la cama, a la hora de nuestras relaciones, te pondrás el cubrebocas, ¿eh? Porque los hombres se levantan y maldicen el día, pero las mujeres se acuestan y maldicen la noche.
—Estás muy filósofa. Así lo haré. Iré a ver a Joaquín Maciel, médico amigo mío desde la Prepa, es otorrinolaringólogo. Le tengo mucha confianza.
A la hora de comer se quitó el cubrebocas y sus hijos comentaron el desnarigamiento:
—Papá, ¿siempre vas a andar sin nariz? —preguntó Iker.
—Por algún tiempo, porque las narices postizas son muy caras, tendré que ahorrar para comprar una, tal vez pueda adquirirla dentro de dos o tres años.
—En la escuela presumimos que somos los únicos niños con un papá sin nariz —contó Ethan.
—¿Cómo se les ocurrió semejante tontera? —protestó molesto Somera.
—No te preocupes, papá —calmó Iker—, no nos creyeron. Nos dijeron mentirosos.
—Menos mal.
—No somos mentirosos, tienes que ir a la escuela para que te vean.
—Un día de éstos —prometió Somera para apaciguarlos.
Chepina intervino:
—Ni lo sueñen. Hasta que se ponga la nariz postiza esto será un secreto de familia. ¿Entienden?
—¿Por qué?
—Porque puede afectarlo en su trabajo y no se hable más del asunto.
El lunes siguiente, antes de visitar al médico amigo, sucedió algo imprevisto:
Al ponerse frente al espejo para rasurarse antes del desayuno, comprobó muy alarmado que le faltaban las orejas. Se tocó el pabellón de sus orejas, no existía, sólo quedaba un agujero de cada lado del tamaño de una lenteja. “¡Chíngale! ¿Qué me pasa?”, exclamó en voz alta, palabras que oyó perfectamente; esto es, la falta de sus pabellones no interfería con su poder auditivo.
Chepina oyó la exclamación de su marido y entro al baño. Notó la falta de orejas y musitó:
—¿Otra vez, Gabo?
—Sí, cielito, de nuevo, esta vez he perdido mis orejas, inútil será que las busquemos, no las encontraremos —confesó cabizbajo.
—¿Y seguirás perdiendo partes de tu cuerpo?
—Sepa la chingada. ¿Y si se me cae esto? ¿Me harías guaje? —dijo apesadumbrado tomando la mano de Chepina y llevándola a su entrepierna.
—Será lo que Dios diga.
—Vaya, según tú, Dios es el dueño de nuestros destinos y hace lo que se le pega la gana con nosotros.
—Pues sí, Dios es omnipotente.
—Entonces, Dios fue quien me despojó de mi nariz y orejas, ¿o no? ¿Por qué?
—Sí, y sólo Él sabe por qué lo hizo. Los designios de Dios son inescrutables.
—¡Bah! Eso es cliché de cura. Con esa falacia resuelven todas las dudas acerca del comportamiento divino. Tengo que concluir que tu Dios estaba borracho cuando decidió dejarme sin nariz ni orejas. Ya me jodió, ¿y aún así crees en esa faramalla?
—No seas blasfemo. Dios es Dios.
—Y tú, como todos los creyentes de semejante superchería, eres pendeja.
—¡No me insultes, Gabo!
—Pues no digas pendejadas. Vamos a cortarle, pídele a tu Dios que me restituya los apéndices que me quitó. Si te hace caso, te juro que voy corriendo contigo a dar gracias a la iglesia más cercana.
—Sí, voy a pedírselo, voy a rezar por ti, ahora urge que vayamos con el médico tu amigo.
—Sin pérdida de tiempo voy a reportarme enfermo al trabajo e iremos a su consultorio.
—Y mañana, ¿cómo le harás para ir al banco sin orejas? ¿Puedes oír?
—Me pondré un cubrebocas más grande a modo que tape el sitio donde estaban. Yo diría que oigo mejor que antes. Los tejidos que lo sostenían desaparecían en la explosión del sueño.
Ambos acudieron al consultorio del médico amigo.
Después de saludarse efusivamente, el médico preguntó:
—¿Qué te pasa, Gabriel? ¿Vienes a consulta tú o tu señora?
—Yo, Ernesto, mira —se despojó del cubrebocas, que amarraba detrás, en la nuca, y el médico, asombrado, exclamó:
—¡Ah chingá! ¿Qué te pasó? ¿Dónde metiste la cabeza?
Somera le hizo un relato detallado de la desaparición de su nariz y orejas. Al terminar, el médico examinó con una lupa las partes afectadas y luego dijo:
—Esto es lo más raro que he visto en mi vida. No tienes heridas, no tienes cicatrices. No me explico cómo pudo suceder. ¿Respiras bien, oyes bien?
—Mejor que antes.
—Lo que te ha sucedido excede mis conocimientos. Confieso que ignoro qué te pasó. Debes ir a una instancia médica avanzada, te recomiendo vayas al Instituto de Nutrición, quizá ahí puedan decirte qué ocurrió con tus apéndices perdidos. El director es amigo mío, voy a darte una tarjeta pidiendo que te atienda inmediatamente. Voy a hablarle por teléfono exponiendo tu caso.
Ya en su hogar, Chepina reconvino:
—Lo que pasa, Gabo querido, es que nunca vas a la iglesia. Desde que nos casamos no has vuelto a Dios.
—Cuando éramos novios te dije que yo era ateo. Entonces no te importó, nos enamoramos y nos casamos.
—Pues sí, pero han pasado quince años y creo que debes de estar bien con Dios, tal vez Él te reponga las partes que has perdido. Me harías muy feliz si vas conmigo a la iglesia hoy mismo.
—Para hacerte feliz no necesito ir a la iglesia. Responde con ecuanimidad, ¿tienes alguna queja contra mí? ¿Te he pegado, te he maltratado verbalmente, te tengo muerta de hambre, no te compro ropa, no te saco, te he sido infiel?
—Nada de eso. Pero sí tengo una queja. Eres hereje.
—Soy ateo, no necesito a tu Dios para ser un buen hombre. No voy a ir a la iglesia.
—Te vas a ir al infierno cuando mueras. ¿Tienes verga, o piensas con ella nada más?
—Cientos de miles de millones de hombres sólo piensan con la verga, antes de que esto me sucediera yo era igual a ellos. Pero ya no. Ahora pienso con el cerebro. Según tus creencias, de ir al averno estaría muy contento de ir ahí, porque ahí conviviría con María Félix, Kim Novak, Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, Silvana Pampanini y otras monadas.
—Eres un cínico.
—Un cínico que te ama y te seguirá amando. ¿Y tú? ¿Seguirás queriéndome aún con esta deformidad?
—Te amo. Aunque seas ateo y estés mocho.
Tres días después el director del Instituto de Nutrición, doctor José Luis Domínguez, lo examinó personalmente, luego ordenó le hicieran una tomografía de cuerpo entero, análisis de sangre, examen de los conductos respiratorios y auditivos, pruebas físicas de resistencia, cociente intelectual y al terminar todo esto, una semana después, con los resultados en la mano, Somera fue recibido de nuevo por el director:
—Señor Somera —explicó el doctor Domínguez—, su caso es excepcional, único en el mundo. Ha perdido sus apéndices y no tiene ninguna enfermedad; es más, su salud es perfecta. Hemos estudiado su caso en junta de médicos de este instituto y hemos llegado a una conclusión fuera de lo común: usted ha sufrido una mutación.
Somera sabía el significado de la palabra mutación, así que inquirió:
—¿A qué se debió? ¿Algún virus desconocido?
—No hallamos el factor causante de su mutación. No encontramos ni siquiera rastros de bacteria, microbio o virus que la hayan producido. Sólo nos queda una respuesta: usted ha sufrido una mutación natural, evolutiva.
—Ah chingá, chingá. ¿Qué significa eso?
—Como usted sabe, la especie humana está en perpetua evolución; hace siete millones de años no era como lo es ahora, entonces la raza humana tenía cola y sus brazos eran muy largos, su cuerpo cubierto completamente de pelo y su caja craneana presentaba forma distinta. Pero esos caracteres se han perdido gracias a la evolución en siete millones de años. Creo que, sin duda alguna, la pérdida de sus apéndices obedece a la evolución y usted viene siendo el primer individuo que la presenta. Ya era tiempo, desde hace unos ocho mil años la raza humana no ha evolucionado, con usted comienza una etapa nueva de la evolución natural de nuestra especie. Más claro ni el agua: ¡usted es un mutante!
—¡No la chifle que es cantada! —exclamó asombrado de oír aquel diagnóstico extravagante—, ¿entonces soy un mutante?
—Efectivamente, usted es mutante. Y como tal, le esperan cambios significativos en la vida.
—¿Más cambios? Explíqueme, por favor, doctor.
—Usted será muy pronto famoso en todo el mundo científico. No nada más en ese mundo, sino en general cuando se sepa que es el prototipo del hombre nuevo. El que predijo Nietszche y han augurado otros filósofos. Yo, en lo personal, creía que el hombre nuevo aparecería dentro de unos quinientos años, y he aquí que ya llegó. ¡Es usted!
—Me enchina el pellejo, doctor Domínguez. Creo que está desvariando.
—Sé lo que digo —afirmó contundente el galeno—, por lo pronto este instituto y la UNAM, de la cual soy miembro de su patronato, vamos a fundar una comisión interdisciplinaria para estudiarlo más a fondo. Ya hablé con el rector al respecto y está de acuerdo. Usted dejará su empleo y le triplicaremos su sueldo actual con la condición de que nos permita hacerle estudios muy detallados. Queremos investigar además a sus dos hijos, pues es de suponer que su ADN también ha sido modificado por la naturaleza, no nada más el suyo. No mantendremos en secreto su nueva condición, los estudios que ya le hicimos serán publicados en la revista científica Nature, la más prestigiada mundialmente en su género. Esto traerá como consecuencia inmediata ofertas que le harán los más notables institutos científicos del mundo, por eso usted firmará un contrato con nosotros por la exclusividad durante un año. ¿Está de acuerdo?
Gabriel Somera estuvo de acuerdo en todo (incluso que estudiaran a sus hijos), desde el momento en que el doctor Domínguez mencionó que le triplicarían el sueldo actual en el banco; su futura fama le importaba mucho, pues con la fama casi siempre viene más dinero.
Los dos niños acompañados por su madre acudían al IN sábados y domingos, la noticia de estos trabajos trascendió a las redes sociales acarreando como consecuencia que en la escuela a sus hijos les pusieran el apodo de “Los Mutantes” con la consiguiente envidia de los alumnos perversos dedicados al acoso de los tontos y débiles físicamente; fue por ello que el malandrín de mote “El Gori” intentara vejarlos:
—¿Así que ustedes muy chiludos, no? —dijo dándole un empujón a Iker mandándolo de nalgas al suelo.
Iker reaccionó con furia, se levantó y enfrentó al Gori, liándose a puñetazos; pronto el Gori impuso su fortaleza física e Iker llevaba las de perder cuando su hermanito Ethan se le fue por detrás a las corvas del Gori derribándolo. Los dos la emprendieron a patadas con el abusivo y lo vencieron. A partir de entonces “Los Mutantes” fueron muy respetados y nadie volvió a intentar bocabajearlos ni de hecho ni de palabra.
Somera era ya un hombre muy listo. Gracias a la mutación, de ser un pazguato saltó a hombre muy inteligente y astuto, entrevió un futuro halagüeño, calculó la gran cantidad de dinero a ganar por su nueva condición:
—¿Podré tener otros ingresos colaterales, como por ejemplo si me ofrecen contratos para hacer publicidad a fármacos u otros productos de uso común?
—Sin duda, mientras que no afecten nuestra investigación.
Dos días después, en presencia del rector de la UNAM y del doctor José Luis Domínguez, Gabriel Somera firmó el contrato de exclusividad para la investigación de su evolución anatómica e intelectual. Incluía el documento la autorización para examinar a sus dos hijos en busca de mutaciones.
Los estudios duraron el tiempo prescrito. En los niños no encontraron ningún trastorno congénito. La publicación de las conclusiones detalladas incluía los métodos seguidos para el examen de la mutación que apareció en Nature y en otras revistas científicas de primer nivel, el doctor José Luis Domínguez y su equipo recibieron felicitaciones de todo el mundo científico y hasta político, su descubrimiento le hizo acreedor al Premio Nobel en un futuro muy próximo y espléndido.
En secreto, el equipo del Dr. Domínguez llegó a una segunda conclusión: la primera especificaba que los niños no eran mutantes, la segunda no garantizaba que al llegar a su edad adulta no sufrieran mutación. Esto se lo callaron.
Gabriel Somera recibió ofertas de los más prestigiados institutos científicos del mundo que no tan sólo deseaban comprobar los trabajos de Domínguez, sino que tenían otras ideas al respecto. La mejor oferta fue la de la Sociedad Max Planck para la Promoción de la Ciencia (MPG), red de institutos de investigación científica en Alemania. El nombre honra la memoria de Max Planck, el físico alemán que inició la mecánica cuántica. Esta institución sustituyó a la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft y es una organización sin ánimo de lucro e independiente, financiada por los gobiernos federal y estatal de Alemania.
La Sociedad Max Planck tiene reputación mundial como organización de investigación de ciencia y tecnología. En 2006 las clasificaciones del Times Higher Education Supplement de instituciones de investigación no universitarias (basadas en la revisión de sus pares internacionales) colocaron a la Sociedad Max Planck como la número 1 en investigación científica y la número 3 en investigación tecnológica a nivel mundial.
La MPG ofreció a Somera estancia por seis meses en un hotel de 5 estrellas en Munich y gastos médicos mayores gratuitos. Sueldo doble al percibido en México y libertad para hacer apariciones publicitarias en cualquier parte del mundo.
Mediante la resonancia magnética, la MPG confirmó positivamente la investigación hecha en México y además la profundizó en lo atañente a los órganos vitales del mutante, descubrió una mejoría sustancial del Coeficiente Intelectual de Somera, el cual antes de su mutación fue de 90, debido a la mutación subió a 120 y su nuevo sistema inmunológico lo hacía muy resistente a las enfermedades perras como embolias, enfisemas y cáncer, entre otras. El informe también apareció en las principales revistas científicas y lo hizo más famoso… y rico.
Al terminar su contrato con MPG recibió otra oferta magnífica de la Universidad de Oxford, en Inglaterra. De hecho y de conformidad con Times Higher Education (THE), la Universidad desde el 2017 fue catalogada como la mejor universidad del mundo. La investigación oxfordiana utilizó la novísima tecnología de los nanorrobots para determinar y clasificar la actividad sexual del mutante. ¿Qué tanto había cambiado? Para los doctores de Oxford fue importantísimo saber si los espermatozoides de Somera iban a generar otros mutantes y cómo serían. Sólo había un modo de saberlo, ¡que Somera tuviese hijos! Por ende, le pusieron a disposición sexual a tres jóvenes mujeres fértiles, una negra, una asiática y una española. Cuando Somera supo de estos planes, no cabía en sí de la alegría y exclamó:
—¡Que viva Pancho Villa que era un garañón!
Con la negra y la asiática, afuera de la cama, no hizo relación debido al idioma pues Somera aprendió el alemán, pero no sabía inglés ni chino; en cambio con la jafética, quien dijo llamarse Lola Casanova, hizo amistad muy pronto.
Al mes de relaciones sexuales, las tres jóvenes estaban embarazadas. El doctor sir Malcolm Pendletton, rector de la Universidad de Oxford, en persona les recordó a las tres futuras madres algunos términos del contrato:
—Ustedes van a ser muy bien atendidas durante su embarazo y el parto, les harán análisis mensuales para asegurar que sus hijos nazcan sanos; durante el primer año de sus hijos ustedes les darán leche materna y nosotros estaremos muy pendientes de la salud de los bebés; al cumplir el año, sus contratos habrán terminado y sus hijos quedarán bajo nuestro cuidado durante cuatro años más, entonces ustedes vivirán la vida que elijan. Al cumplir diez años vendrán por sus hijos, si es que no presentan anomalía alguna. Durante el primer año de su estancia en Oxford les asignaremos un empleo y si lo desean podrán estudiar algo en vez de eso. Queremos que las relaciones entre ustedes y la universidad sean de lo más cordiales, cualquier queja podrán turnármela a mí personalmente. ¿Estamos de acuerdo?
Las tres estuvieron de acuerdo, no hicieron preguntas y el rector se retiró, satisfecho.
Somera se esmeró en hacer de su relación sexual con Lola una relación sentimental. La chica tenía veintiún años y como su amante contractual nunca se quitaba el tapabocas, no había repulsión en la pareja. Resultado: al comienzo del tercer mes de sexo, Lola sentía cariño pues sabía que Somera sería el papá de su hijo, el idilio prosperó. Faltando cinco días para el término del contrato de Somera, una noche, en la cama, después de coger de lo más sabroso, ella le hizo una confidencia de suma gravedad:
—Tengo que contarte algo muy importante, Samy —así le decía ella.
—Pues escupe, lupe.
—Como sabes, me dieron un empleo de recepcionista en la rectoría. Ayer por la tarde, el doctor Pendletton tuvo una urgencia de ir al baño y olvidó apagar su computadora, ya antes yo había intentado meterme en ella para averiguar algo más de ti, pero él siempre la apagaba o la cerraba con su clave. Cuando pasó junto a mí le vi cara de angustia, iba casi corriendo pues quizá la caca le ganara en el camino. Entonces me metí a su despacho y noté que había dejado prendida su computadora, traté de meterme a sus documentos y para mi alegría no había puesto su clave, entonces pude bajar tu archivo y leí los planes que tienen contigo. ¡Hostias, me cago en Dios! Una vez terminado tu contrato van a matarte para hacerte una autopsia y estudiar tus órganos vitales. Tienen todo preparado para dormirte y luego inyectarte un paralizante del corazón como si fueras un perro, dirán que tuviste un paro cardiaco que te llevó a la tumba y así poder hacerte la autopsia y estudiar tus órganos pues no están satisfechos con todo lo que saben de ellos. Fue suficiente. Cuando sir Pendletton regresó con cara de alivio, yo ya estaba en mi escritorio.
—¿Con que esas tenemos? ¡Me carga la chingada con la pérfida Albión!
—Hay que huir, Samy, presiento que con mi hijo, cuando ya sea un niño grande, estos pérfidos van a querer hacer lo mismo.
—Tienes razón. Lola, no vamos a esperar hasta el último día, mañana mismo nos iremos de aquí. ¿A dónde ir? Van a echarnos encima a todas las policías británicas.
—Tenemos nuestros pasaportes. Tomemos mañana un vuelo nocturno a Francia. Nada de hacer maletas, si nos preguntan diremos que vamos a un restaurante a cenar.
Hicieron una reservación en el restaurante Wolseley y la mostraron a los guardianes asignados a las tres embarazadas quienes no los siguieron: Somera como ellas habían generado una confianza absoluta ante sus patrones científicos.
La pareja voló a París, ahí inmediatamente fueron por tren a Marsella y en el puerto se embarcaron a Tánger.
—¿Por qué Tánger? —preguntó Somera cuando ella llegó con los boletos del paquebote.
—Porque esa ciudad tiene fama de ser la más peligrosa de África. Es la más corrupta; ahí, si quieres pasar desapercibido, lo logras fácilmente, compraremos un departamento en la Casbah, ahí nadie nos buscará.
—¿Qué es la Casbah?
—Donde viven los maleantes, donde se trafican las drogas, donde se asesina por un par de dólares. Donde se compra y vende todo lo que se roba en Europa.
—Ah, en mi país hay un lugar parecido, se llama Tepito.
—Ahí las mujeres no necesitan el tapabocas, casi todas andan con velo. Los hombres se dejan la barba. Como el Covid-19 va de retirada, pronto no tendremos que usar tapabocas. Para salir a la calle te disfrazarás de mujer y usarás la burka, una prenda que tapa todo el cuerpo, menos los ojos. Allí se hablan todos los idiomas.
—Una babel muy conveniente para nosotros.
Se establecieron en Tánger, las policías británicas les perdieron la pista en Marsella. Cuando tuvo necesidad de quitarse el tapabocas ante su nueva mujer, Somera le advirtió:
—Prepárate, mi cara es deforme.
—No me importa cuán feo seas. Eres el padre de mi hijo y eso me basta, ¡rediez!
Lola no se impresionó demasiado, ya barruntaba algo por el estilo y encontró pronta solución:
—En Tánger hay tanta gente procedente de todo el mundo que quiere pasar inadvertida que ha surgido una pequeña industria de máscaras. Hay desde las toscas hasta las muy finas. Te mandaremos hacer una máscara de hombre guapo. Ya no tendrás que disfrazarte de mujer.
—Y dentro de algunos años me haré prótesis de nariz y orejas en Suiza.
Cuando nació su bebé presentó todas las características del mutante.
Al verlo, Lola exclamó:
—¡Coño! Es igualito a ti, Samy.
—No… ¿no te parece feo?
—¡Es mi hijo, gilipollas! Es adorable.
Cuando Lola Casanova espió la computadora del rector, supo también que el padre de su hijo no era soltero; antes de casarse, preguntó:
—¿Y qué vas a hacer con tu esposa e hijos? ¿Vas a divorciarte? ¿Y si no quiere el divorcio?
—Mi mujer no tiene problemas porque tiene a su Dios que la protege, ¿para qué me quiere a mí? El Todopoderoso la ayudará en todo momento. Por mí, borrón y cuenta nueva.
—¡Olé por mi marido!
Epílogo
En Irán nació una niña con las características ya descritas de mutante. La llevaron ante el Ayatolla Jumentih, jefe moral y político del país, el cual al verla la rechazó, horrorizado:
—¡Ésta es una abominación! Es un insulto para Alá, Él quiere que nos deshagamos de semejante aberración.
Ordenó a sus genízaros que degollaran al adefesio, y para que no volviera a suceder también a sus padres y a sus abuelos. La sentencia se cumplió y las fotografías de los cadáveres aparecieron en todos los medios iraníes… y también en los de todo el mundo.
En China nacieron siete bebés mutantes, el presidente Xi Jinping ordenó que el Estado se hiciera cargo de ellos, no para estudiarlos, ya estaban muy vistos, sino para preservarlos como el tronco de donde saldrían más mutantes. Y declaró:
—En cincuenta años China será el país más poblado de mutantes, su avanzada inteligencia nos hará el país más poderoso del mundo al cual dominaremos ideológica y económicamente.
Y así, entre estos dos polos, los mutantes comenzaron a aparecer en todos los países del mundo.
¡La evolución de la especie humana avanzaba impetuosa e irrefrenable!