Septiembre, 2024
La estadounidense María A. Oquendo fue la segunda mujer, y la primera de origen latino, en presidir la Asociación Americana de Psiquiatría. Experta en conducta suicida, en la actualidad estudia cómo entrenar a los especialistas clínicos para que manejen su ansiedad cuando trabajan con estos pacientes. Es la encargada de la próxima edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales.
El currículum de María A. Oquendo (1960) es impresionante. Esta estadounidense, medio española y puertorriqueña, es jefa del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Pensilvania (EE. UU.). Cuenta con más de 450 publicaciones en varios campos, desde la psicofarmacología hasta la salud mental global, y ha recibido numerosos premios internacionales.
Fue presidenta del Colegio Americano de Neuropsicofarmacología, de la Fundación Americana para la Prevención del Suicidio y de la Asociación Americana de Psiquiatría. Además, es vicepresidenta del Colegio Internacional de Neuropsicofarmacología y miembro de la Academia Nacional de Medicina en Estados Unidos.
Entre sus investigaciones destaca la utilización de tomografía por emisión de positrones para visualizar anomalías cerebrales en el comportamiento suicida. “Hay cambios serotoninérgicos en aquellas personas que han intentado suicidarse, y la severidad de esos déficits está correlacionada con intentos futuros. O sea, que podría prever las tentativas”, explica.
Con ella es la conversación.
—Supongo que una de las preguntas que más te han de plantear es sobre las causas que llevan a una persona a intentar suicidarse…
—Sí. Pero, aunque hay muchas rasgos diferentes que predicen el suicidio, ninguno es definitivo. Tiene causas psiquiátricas y psicológicas, y también psicosociales, biológicas, etc. Es multidimensional, por eso es tan difícil pronosticar quién va a quitarse la vida. Buscamos explicaciones simplistas, pero no las hay.
—¿Qué hay de las causas hereditarias? No toda predisposición genética es sinónimo de intento de suicidio.
—Eso es. En los últimos dos años se han publicado varios estudios que demuestran que en grupos grandes de personas que intentan suicidarse o que mueren por esta causa hay unos genes que son más comunes que en aquellas que no lo han intentado nunca. Esto no quiere decir que, si alguien tiene ese gen en particular, definitivamente va a tratar de quitarse la vida, ni mucho menos. Pero son indicios que pueden darnos algunas ideas.
“Por ejemplo, sabemos que hay una interacción sumamente importante entre la genética y el medio ambiente. Es decir, que la genética sí puede predisponer a alguien que está expuesto a ciertas situaciones psiquiátricas, psicológicos, familiares o psicosociales a intentar quitarse la vida”.
—¿Cuáles dirías que son los pasos clave para el tratamiento de este problema de salud tan complejo?
—El psiquiatra obviamente tiene un papel importantísimo, pero cuándo la persona llega a la consulta el caso se encuentra ya bastante avanzado. Por ello, es en la atención primaria donde mejor podemos identificar a aquellas personas en riesgo, prevenir que empeoren y que le falte tratamiento.
“Uno de nuestros hallazgos más sorprendentes es que hay una proporción importante de personas que intentan quitarse la vida que no tienen trastornos psiquiátricos, casi un 20 %. Por ello, no se trata solamente de registrar si un paciente está deprimido, tiene alcoholismo o estrés postraumático. Es muy complicado reconocer a los individuos vulnerables. Además, la intervención también es difícil ya que es una de las pocas condiciones en la que lo que el paciente quiere y lo que busca el clínico difiere”.
—¿Y cómo se puede trabajar desde las políticas públicas para frenar esas tentativas de suicidio?
—Cuando hay determinados métodos que utiliza con más frecuencia una población, se puede intervenir. Por ejemplo, en algunos países de Oriente, como la India o Pakistán, es común que la persona intente suicidarse y, por lo general, muera tomando pesticida. En ese caso, obstruir el acceso puede ayudar muchísimo.
“De la misma forma, se han hecho estudios que sugieren que, si hay una estructura en particular donde la gente acude a intentar quitarse la vida, proteger el lugar puede reducir el número de casos. Además, se encuentra que no es que después vayan a otro sitio diferente o usen otra metodología, sino que sí actúa como impedimento para que se lleve a cabo.
“De la misma forma, en muchos países europeos han limitado el acceso a la medicación. Y ese tipo de intervención que frena un poco el proceso, a veces provoca que la persona se tranquilice y busque ayuda”.
—¿La ideación suicida es un impulso o es algo premeditado?
—Depende de la persona. Nosotros hemos propuesto que existen por lo menos dos subtipos de intentos de suicidio. Por un lado, el de individuos muy impulsivos que tienen dificultad para regular sus emociones y actúan drásticamente cuando se presenta un estresor grave. Y, por otro, el de aquellos que son muy metódicos, que no dejan nada al azar, muchas veces en estados depresivos, en las que no parece haber nada que lo precipite.
—La prevención es clave, ¿pero hay tratamientos que sean realmente efectivos?
—Los tratamientos farmacológicos son más bien difíciles. Hay una medicina antipsicótica muy antigua, que se llama closapina, que se ha demostrado que previene los intentos en personas con esquizofrenia, y seguramente se extienda más allá. Pero la mayoría de las intervenciones que funcionan son psicosociales o psicoterapeúticas como, por ejemplo, en Estados Unidos la Safety Planning Intervention, donde el clínico se sienta con el paciente para entender cuáles son las causas que precipitan la crisis y elaborar un plan para distraer de la ideación suicida.
—Entonces, en el caso del suicidio, no existiría un sobretratamiento farmacológico de los pacientes…
—No. Muchas veces los especialistas clínicos y la población general piensan que con dar tratamiento al trastorno psiquiátrico que acompaña a veces al comportamiento suicida es suficiente. Y puede serlo en algunos casos, pero hay personas que, aunque padecen depresión, los intentos de suicidio los realizan cuando no están deprimidas. Es decir, que no está tan cercanamente vinculado.
—¿Cuál es la importancia de intentar predecir la reincidencia?
—Mucha. Los datos demuestran que el que una persona haya intentado suicidarse y no muriera, no quiere decir que no vaya a morir en el próximo intento. Además, las tentativas poseen consecuencias no sólo médicas para el individuo, sino para el ámbito familiar, que se afecta muchísimo cuando ese tipo de comportamiento se manifiesta.
—¿Y existen herramientas para evaluar la seriedad de esa ideación suicida?
—Hay materiales que nos ayudan, pero no de una forma demasiado sutil. Nosotros hemos desarrollado una escala denominada Columbia Suicide Severity Rating Scale, que se ha usado y traducido a multitud de idiomas en muchas partes del mundo. Pero como todas las escalas tienen sus limitaciones: no puede predecir específicamente si esta persona que identificamos que está en riesgo, en realidad lo va a hacer y en qué momento. Esos dos aspectos son muy difíciles con relación a la prevención, porque aunque supiéramos que la persona definitivamente va a intentar quitarse la vida, al desconocer cuándo lo va a hacer, no podemos tenerla ingresada para siempre.
—¿Cómo puede ayudar la inteligencia artificial a la prevención y tratamiento de las ideas suicidas?
—Hoy hay muchos grupos de investigación que están estudiando si hay un fenotipo digital que podamos identificar, basado en el comportamiento de la persona en el teléfono móvil u otros dispositivos. Puede ser en función de qué páginas web está viendo, cuánto interactúa con los medios sociales digitales, el tono de voz, la velocidad a la cual habla… Una serie de parámetros que podrían identificar patrones en algunas poblaciones para identificar el riesgo. Lo mismo se está haciendo con expedientes médicos que ahora están digitalizados y que también se prestan para este tipo de análisis.
—En 2008 propusiste que el comportamiento suicida debería tener su propia categoría de diagnóstico y se incluyó en la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales en 2013, pero en un apéndice. ¿Qué se espera para el nuevo DSM-6?
—Aunque todavía no se sabe la fecha de publicación, ya empezamos a preparar la estrategia para la próxima versión. Se está valorando que el diagnóstico del suicidio sea por separado o bien algo que se debe considerar dentro de todos los trastornos. Porque sabemos que puede ocurrir en cualquier contexto, así que el tema es preguntarnos si lo pensamos como un tipo de comorbilidad o como algo que debe abordarse en todo momento cuando se hace una evaluación psiquiátrica y de atención primaria.
—¿Cómo sobrellevan los psiquiatras el impacto emocional de tratar a personas tan graves?
—Tiene un impacto tremendo en el clínico. De hecho, uno de los estudios que estamos haciendo ahora es dar un tipo de entrenamiento para que manejen su ansiedad cuando trabajan con estos pacientes. Especialmente en Estados Unidos, donde hay consecuencias legales importantes en este tipo de situaciones y puede llevar a los profesionales a no preguntar por esto o sencillamente a evitar los casos. Esto no ayuda a nadie y tenemos que buscar formas de ayudarles para que puedan tomar decisiones con tranquilidad o buscar apoyo. Estamos haciendo los análisis preliminares y vamos a pedir una beca o ayuda para realizar un estudio más definitivo.
—Por último, ¿crees que es importante que los medios de comunicación hablemos de suicidio?
—Sí. En la actualidad tienen la oportunidad de hacer reportajes que no sensacionalicen el suicidio, que expliquen que es una condición mental pero que hay tratamientos, y que existen recursos para que la persona pueda buscar ayuda.