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Ali Farka Touré: el hombre blues de Timbuktu (y II)

Septiembre, 2024

Fue un gigante de la música africana y un guitarrista superdotado. Pero también fue, y he aquí lo más importante, un excelente agricultor; porque para él primero estaba la tierra, y luego estaba la tierra, ya después venía la música. Nació en Malí en 1939 y se marchó de este mundo en 2006. En su revisión de los sonidos africanos, Constanza Ordaz se detiene en la enorme figura de Ali Farka Touré.

Por donde quiera que iba y se presentaba Ali Farka Touré, la primera reacción del público, al escuchar su música, solía ser la misma: ¡suena a blues!

Y, sí: el blues siempre fue parte de su ADN.

Encuentros, vicisitudes, golpes de la vida inesperados… No fue sencilla la vida para Ali Farka Touré. Pero la suma de todo ello moldearía y le daría los cimientos para hacer que sus canciones se arraigaran en el gusto de la gente de África y el resto del mundo.

Porque, sin objeciones o debate de por medio, Ali Farka Touré era, es, un icono de la música; un visionario al que habría que oír y escuchar cuidadosamente en el presente y en el futuro, según nos lo cuenta el libro La música es el arma del futuro (Fifty years of African Popular Music, Frank Tenaille, Editorial Lawrence Books, Chicago, 2002).

Touré y Hooker caminan juntos

Muchas cosas cambiaron para Ali en la década de los sesenta. Fue un tiempo agitado para él y para sus país también.

En 1960, Malí lograría su independencia y el nuevo gobierno de Madibo Keïta lanzó una política cultural, muy parecida a la de otras naciones también independizadas, que, entre otras cosas, promovía la música tradicional.

Ali Farka Touré. (Wikimedia Commons).

A finales de la década, y principios de los setenta, Ali tuvo sus primeros acercamientos a los músicos y sonidos occidentales: Ray Charles, Otis Redding, Jimmy Smith, Albert King y, sobre todo, John Lee Hooker, le presentaron la música afroamericana. El mismo Touré experimentó gran asombro la primera vez que escuchó un disco de John Lee Hooker: “Cogí una guitarra tradicional y toqué exactamente lo mismo, y fue entonces cuando pensé que debería hacer algo más con mi música, ya que lo que él hacía era de segunda mano. Decidí demostrar cuál era el verdadero origen de esa música. Yo tenía el azúcar, pero fue a través de él que me di cuenta de lo dulce que era”.

Algunos años después, Touré conoció a Hooker en París y le invitó a Mali, “para que escuchara los orígenes de su música. Me encantaría tocar con Hooker, porque así él aprendería algo: las raíces de su música. No soy engreído, pero esa es la pura verdad”.

Touré todavía no había tocado con Hooker, pero en su disco The Source grabaría dos temas con otro bluesman, Taj Mahal, sin quedar muy impresionado: “No podía seguirme”. En cambio, su primer encuentro con Ry Cooder, en Londres, le alucinó tanto que le regaló su querida njarka. Touré se fabricó otra —lo cual supuso la práctica de un rito que implicaba el sacrificio de un gallo rojo, “pues cuando tocas en público tienes que evitar que los espíritus entren en la gente”— y, cuando volvió a reunirse con Cooder en 1993, en Los Ángeles, para grabar el álbum Talking Timbuktu, su música literalmente seguía teniendo la njarka como base espiritual. Por ejemplo, “Banga” es un tema espiritual del cual el propio Touré solía alertar: “Alguien que lo escuche con malas intenciones, corre un gran riesgo”.

En otros temas, Touré y sus dos percusionistas —en calabaza y congas— se unieron a Cooder y su importante colección de instrumentos de cuerda, amén de unos cuantos músicos de sesión. Para este disco, a veces la batería de Jim Keltner añadía demasiado ímpetu californiano, y casi siempre Cooder y sus colegas proporcionaban preciosos adornos líricos a la austeridad de Touré.

Por otra parte, el diálogo guitarrístico de “Gomni” era particularmente emocionante, con Touré trotando sobre el ritmo de la calabaza, mientras Cooder lo escolta con unas notas que flotaban en el aire como fuerzas artificiales. “Amandrai”, ya un clásico de Touré, recibió un tratamiento más blusero y, con un contrabajo y la guitarra slide de Cooder, concluyó todo con una delicada versión de la celebrada canción de amor “Diaraby”.

Aunque en muchas ocasiones la colaboración entre un músico africano y uno occidental célebre ocasionaba el ahogo del primero por los excesos del segundo, Cooder se reveló como una criatura poco común: un norteamericano respetuoso, con tacto, y que sabía ceder su puesto.

Portada del álbum de Ali Farka Touré con Ry Cooder.

Touré y su tierra

A pesar de su experiencia internacional, las canciones de Ali Farka Touré siguieron arraigándose en su tierra. Profundamente patriótico, animó a sus paisanos a trabajar en beneficio de todos: “Cada trabajo tiene su valor, todo mundo debería ser su contribución”. En el tema “Dofana”, aparecido primero en el disco The Source, el músico alabó al aldeano que lleva ese nombre, quien durante una grave sequía se quedó en su pueblo para instar a sus vecinos a cultivar la tierra, hasta que llegaron a cosechar toneladas de frutos y cereales.

Para el cantante, ‘Mahaman Dofana’ representó la manifestación de las esperanzas del mañana, y, merecía más elogios que los corruptos tan citados por los griots: “No me interesan los millonarios que mienten, su dinero no vale nada. Si eres honrado y sólo tienes veinte francos, eso es dinero de verdad”.

Touré, de familia noble, tampoco buscó la adulación y recompensa de los griots, por lo que casi nunca tocó en Malí: “La gente regala todo lo que tiene durante una actuación, luego se queda sin nada, me da pena”. Touré insistía: “No soy ningún griot. La música no es mi profesión, nunca lo ha sido y nunca lo será. Yo soy un agricultor”.

Nacido el 31 de octubre de 1939, en Kanau, Tombuctú, Malí, Ali Farka Touré murió el 7 de marzo del 2006, en Bamako, Malí.

¡Un granjero del verdadero corazón del mundo!

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