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“Pienso que la mayor comunicación humana no violenta ocurre a través de la música”

Damo Suzuki (1950-2024)

Febrero, 2024

Hace tres lustros que un japonés-alemán pasó —y paseó— casi por completo desapercibido por las calles de la Ciudad de México, a la que había arribado por vez primera. Ataviado con la mayor sencillez del mundo —jeans y playera claros, lentes de sol y largos cabellos al aire— y aderezado de la más grande de las cordialidades posibles, Damo Suzuki emprendió una más de sus aventuras sonoras: improvisar junto a músicos locales de moda en nuestro país como Jay de la Cueva, de Moderatto; Alexis Ruiz, de Jessy Bulbo; Carlos Navarrete y Carlos Icaza, de Los Fancy Free, así como Julián Lede, de Silverio, con los que compartió el escenario una noche de abril del 2008, en el Pasaje América (en el Centro Histórico de la capital), en un desconcertante concierto promovido por la disquera de todo ellos, Los Nuevos Ricos. Los escasos pero fieles seguidores de culto de la banda alemana Can acudieron con gran ánimo sólo para encontrarse con que el ruidoso y libérrimo tipo que manejaba el micrófono como un poseso ya no era ese cantante de la emblemática agrupación del movimiento bautizado artificialmente como krautrock, sino el intérprete que ya en el nuevo siglo encabezaba el Damo Suzuki’s Network, un colectivo intercambiable cuyo objetivo prioritario era el crear una red internacional de conciertos para vivir de y en la música con la mayor cantidad de personas —varios miles—, de numerosos países —medio centenar— y de la mayor cantidad y diversidad de públicos. Es decir que este hombre universal prácticamente renunció a su condición de estrella del rock alternativo y experimental —un rock star, pues— de los años setenta para siempre renovarse y reimaginarse, para vivir varias vidas y personalidades en su existencia. Este radiante y desconcertante músico falleció apenas el pasado viernes 9 de febrero, con 74 años recién cumplidos, tras resistir al cáncer de colon que lo atacó durante casi una década, pero su abundante obra se mantiene perfectamente viva, actual y poderosa. Para honrar su memoria es que recuperamos esta entrevista realizada en aquella visita, misma que inició en una rueda de prensa pero que prosiguió en un restorán de la calle de Gante —pues quería comerse un filete de pescado y tomar vino blanco— y luego se prolongó por varias horas en su habitación de hotel, ya armados de más botellas —tanto de vino como de cerveza— y de cigarrillos de hoja transparente tanto de tabaco orgánico así como de alguna otra yerba aún más reconfortante, en una convivencia de largas horas con amigos periodistas y músicos, que convivimos al lado ya no de una figura mítica, sino de un agujero negro del rock experimental. Al enterarse de la publicación de este texto, que ahora reproducimos, el artista respondió con la proverbial sencillez que le caracterizaba: gracias y espero que nos veamos otra vez en México… (Sergio Raúl López)

Lo dicho: el rock no nació en Europa, pero en aquel rancio continente ha madurado y adquirido personalidad. Sin duda alguna. Desde las islas británicas nos han llegado corrientes y modas de impacto internacional, pero ni duda cabe que de Alemania hemos recibido buena parte de la vanguardia, de esa salvaje necesidad de expresión sincera más que de éxito comercial, en tiempos de la apertura hacia la cultura juvenil de posguerra.

Ahí está el cincuentón Damo. Con su larga cabellera suelta, sus camisetas y jeans neutros, nada llamativos. De andar seguro y hasta se diría que tímido. Pero que en el escenario se transforma para tornarse una bestia cuyos dominios son guardados mediante el arte de las voces. Porque eso es lo que hace, más que improvisar: canta con distintas voces, cambia los colores y las dinámicas de su canto, inventa lenguas y vive en un absoluto presente creativo que le permite hacer exactamente lo que su regalada gana quiera.

Damo Suzuki. / Fotos: Enrique Favela.

Será por eso que se niega a vivir en la nostalgia, ese gran seguro de desempleo al que toda banda de rock puede acudir al perder el toque atractivo en sus composiciones o, simplemente, al envejecer. De esas reuniones de músicos maduros o francamente en decadencia, por lo regular costosas pues le venden a los asistentes un pasado ideal que todos desean creer que siempre fue mejor. Y que funciona de maravilla en taquillas.

En su anarquismo sonoro, Damo Suzuki se niega a vivir de ese pasado ni de los tres legendarios años en que fue la voz del grupo de vanguardia por antonomasia: Can (1970-1973).

Cierto: es de origen japonés y nació en 1950 en la ciudad de Kobe, con el nombre de Kenji Suzuki, pero desde hace décadas se ha avecindado en la ciudad germana de Colonia, aunque suele pasar la mitad del año en Australia, para aprovechar el verano austral y realizar largas caminatas en el extenso continente. El resto del tiempo lo ocupa en dar giras por todo el mundo con su atractivo proyecto personal.

Tan no vive de explotar al pasado que ni siquiera se refiere por su nombre al grupo con el que se catapultó a la fama. Suele llamarles “esa banda alemana que me invitó a cantar con ellos”. Y además se niega a repetir las viejas canciones que grabó con ellos. Cinco discos —entre ellos Tago Mago y Future Days y un gran número de conciertos en el ámbito underground entre 1970 y 1973 le parecen pocos para los trece años seguidos [cuando se realizó la entrevista hace ya 15 años] en que ha implementado su proyecto Damo Suzuki Network improvisando por todo el mundo y con cualquier tipo de músicos, frecuentemente acompañado del guitarrista y violinista Michael Karoli, quien también fuera miembro de Can.

Y con cierta satisfacción ofrece algunos datos reveladores de la magnitud del proyecto: desde el 2004 ha compartido el escenario con más de dos mil músicos de casi todas las edades, desde un adolescente de 16 años hasta un intérprete del arpa irlandesa de 83. Tampoco hace especialmente música de rock, pues lo mismo ha trabajado con cuartetos de cuerda que con ensambles de jazz y disk jockey de música electrónica.

—Depende de todo: del momento, de los otros, de la música. A cada momento hago diferente música —dice Damo Suzuki—. A veces canto con músicos que hacen hiphop o que hacen música clásica o free jazz; me ha tocado que hagan noise, ambient, electrónica. De país a país cambian las mentalidades y en cada sitio la música adquiere su propia dinámica y es totalmente diferente si toco en Londres que si lo hago en la Ciudad de México.

Por cierto, nunca antes había visitado este país. Y demostró su eclecticismo y adaptabilidad, pues compartió el escenario con gente totalmente apartada musicalmente de sus hábitos como libre improvisador. La visita le resultó un golpe cultural. Primero porque no habla la lengua. Segundo, porque ni siquiera como turista había pisado estas tierras. Eso sí, sobrellevó a los músicos y se entregó en el concierto. Luego, le bastó con recorrer por largas horas el Centro Histórico, por el momento. Y el tequila. Le encantó. A tal grado que sólo bebió eso y vino blanco durante su estancia, y en buenas cantidades, pero nada comparado con el pasado cuando bebía sin problemas dos o tres botellas del destilado que encontrara, preferentemente whisky.

Como buen anarquista no carga reloj ni usa, jamás, teléfono celular —sus ondas hacen daño, alerta. Otro de sus hábitos es caminar por días enteros por el desierto del Sahara. Se lía sus propios cigarros de tabaco orgánico con unas sábanas transparentes y también usa otras yerbas cuando la ley o la privacidad lo permiten. Y deja en claro que no le interesa la música creada en décadas pasadas: excepto por la de Captain Beefheart, los discos de los años setenta no lo atraen. Ni siquiera los suyos con Can.

En Inglaterra, uno de los centros imperialistas de la industria del rock, fue donde se bautizó a la música creada por Can y por algunas otras bandas alemanas con el epíteto de «Krautrock». Además de que en alemán el término no significaba demasiado —rock de hierba—, ninguno de aquellos grupos —entre los que se cuentan Popol Vuh, Faust, Kraftwerk o Tangerine Dream— se reconocen como tal. Fue una simple maniobra de mercadotecnia para vender un género más, explica Damo.

—El término proviene de inicios de los setenta, pero ningún grupo alemán cree en él porque fue un tipo inglés quien se lo inventó y simplemente ninguno de ellos le hallan sentido. ¿Quién puede explicar qué significa «Krautrock»? Ni siquiera es ya un género alemán, ahora hay una banda escandinava que dice tocarlo. Pero nosotros no sabemos qué significa.

Y lo mismo ocurre, prosigue el cantante de origen japonés pero con más años de vida como centroeuropeo, con géneros aparentemente más taxonomizables y distinguibles en compartimentos como el jazz o el rock, pues nadie puede explicar exactamente qué son, ya que “eso de las etiquetas viene del capitalismo”.

—Así pueden vender mucho mejor —dice Damo— aunque no exista mucha información del grupo, pues una categoría significa una diferencia social. Ahora dicen que hay música electrónica, indie, pero la música es universal y se hace de muy diversas formas. Es mucho mejor si la encuentras y no tienes prejuicios al respecto.

—¿Y qué piensa cuando la gente insistentemente se refiere a usted solamente como el excantante de Can?

—Está bien porque fue parte de mi vida pero, por lo general, en las entrevistas no digo nada de la época que estuve en Can pues ya pasaron casi cuarenta años. Pero, en efecto, todos los días alguien pregunta sobre eso y es un poco molesto porque yo sigo vivo y estoy creando música, así que no entiendo por qué la gente no prefiere hablar acerca de lo que hago ahora. Can fue una banda realmente especial y cada década la generación joven nos redescubre y eso está muy bien. Además, es divertido, ha pasado con los new wave, los punk, los de hiphop, todo mundo nos escucha ahora, pero en aquella época no tanta gente lo hacía como ahora. Es curioso.

—Usted se formó en una época en la que no se descargaba música de Internet, sino que había que ir a buscarla tanto a los foros como a las tiendas de discos e incluso por correo, esperando largas semanas por el encargo.

—Pero eso está muy bien para mí. Así puedo ofrecer a la gente algunas grabaciones en vivo. Si el corte es bueno, lo editamos en disco, pero si no lo es pueden distribuirlo en las calles, en una especie de contrabando oficial. De cualquier manera no gano mucho con la edición de estas grabaciones, son una especie de recuerdo, de souvenir para quienes deseen tener mi música. Sin embargo, prefiero que la gente acuda a los conciertos y se olviden de ello al siguiente día.

—¿Cómo decidió que se dedicaría a hacer música mediante su propia voz?

—Eso quizás ocurrió hace unos cuarenta años. Solía vivir como músico callejero antes de unirme a la banda alemana a invitación de Holger Czukay y Jaki Liebezeit. Durante cosa de dos años la rolé en las calles pintando y cantando, pues era el tiempo de los hippies y yo no tenía mucho dinero, así que simplemente me mantenía viajando, que es básicamente lo que sigo haciendo hasta el día de hoy, claro, ya no en las calles. Además, paré durante once años, dejé de hacer música y luego durante otros siete años, y es que, si no me siento bien, ni siquiera lo intento. Es una especie de lujo el que me doy esto de hacer música.

—¿Cuál fue la idea inicial al crear el proyecto Network?

—Quería tener más comunicación entre la gente. En la actualidad, nuestra vida es mucho más sencilla con las computadoras portátiles, la televisión y la gran cantidad de información que puedes obtener de todas partes del mundo, pero no existe comunicación física, de persona a persona, como ocurre con las páginas mierderas de amistades por internet del tipo Myspace, donde la gente asegura ser tu amiga pero que en realidad nunca conoces y ni siquiera besaste. Yo pienso que la mayor comunicación humana no violenta ocurre a través de la música.

“No puedes hacer mucho dinero haciendo improvisación musical pero me gusta porque es mi vida y me permite oponerme a cualquier clase de sistema, pues en realidad no son necesarios. En México que los políticos siempre sean tan conservadores y haya tanta policía en las calles, realmente da miedo [recordemos que estamos en el 2008, a mediados del sexenio sangriento de Felipe Calderón]. No me gustan los políticos de ninguna parte del mundo y me gustaría cambiar todo ese sistema, no lo lograré en el término de mi vida; quizá en diez generaciones, la gente sea más abierta de mente y lo acepte, porque lo bueno siempre toma mucho tiempo. Me gusta confiar en mí mismo y por ello sólo hago cosas que me gustan, porque si hago cosas que no me gustan no tendrán corazón ni calidad”.

—Además, la voz humana por sí misma, sin palabras, puede resultar muy expresiva.

—Debe serlo porque soy realmente feliz haciendo música y si no puedo dar el cien por ciento en el escenario mejor no hago música, porque de hacerlo no sería honesto. Y es la ventaja de componer música en el escenario sin tener que tocar la misma canción cien o doscientas veces. Creo que es más natural.

—No tiene que repetirse a sí mismo.

—Es que repetirse es como hacer una reinterpretación, un cover musical de uno mismo y no es tan interesante. De hecho no me gusta reinterpretar a nadie, no hago covers porque no puedes desarrollarte. No me gusta pensar en mí de manera separada como un portador de sonidos y luego como un ser humano, me gusta unir ambas cosas como un todo, así que mi vida debe caber en mi música también.

—Es decir que usted no es una persona sobre el escenario y otra en persona, en la vida cotidiana.

—No. Soy la misma persona y no trato de cambiar nada de eso.

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