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El holandés en la Costa Brava

Julio, 2023

En este texto irónico, el novelista y médico Javier Enríquez Serralde (Ciudad de México, 1955) explora, desde un mirador cosmopolita, las sonoridades e idiosincrasias de diversos idiomas que aparecen en su espectro auditivo una tarde cualquiera en la Costa Brava (España), deteniéndose especialmente en el holandés, cuyas vibraciones guturales lo despiertan del idilio literario en el que se hallaba sumido. Especialista en la sátira mundana, cuya máxima expresión se encuentra en sus novelas neologistas Las trinas cuadras (Neolog, 2017) y Los cuadros quinos (Neolog, 2020), Enríquez Serralde nos regala esta diatriba hiperbólica para despertarnos del ensueño amoroso de la convivencia pacífica de los idiomas en la realidad globalizada.

Me hallaba rodeado por la inmensurable belleza salvaje de la Costa Brava. Pese a la contaminación turística, me encontraba en un café al aire libre, bebiendo espressos, buscando inspiración, releyendo textos y redactando ideas para mi siguiente novela. Había muchos turistas europeos de distintas nacionalidades. Todos charlando. Sus voces se convirtieron en ruido blanco, ruido de fondo que podía haber provenido del espacio sideral.

De pronto comencé a pensar en la maravillosa diversidad de palabras y sonidos de diferentes lenguas. El mismo mensaje en un castellano tosco del extremeño o cantado del mexicano, puede ser trompetillado por un francés, ladrado por un alemán, chopchosiado por un chino, insultado por un árabe, ururumurado por un rumano o subeibajado con vocales largas por un inglés, sin cambiar la idea original.

Oí a unos inmigrantes marroquíes hablando fuerte, como gorgoteando un colutorio, aparentemente enfadados. Escuché también a unos andaluces hablando aún más fuerte, tanto que se gritaban entre ellos comiéndose la ‘eses’ en su júbilo. Percibí la musicalidad del sueco, la marcialidad del alemán. Atendí la concisa belleza corrupta del inglés. Me llegaron a los oídos entonaciones melodiosas de querubines desmamados en italiano. Vi a franceses que hemorroideaban los labios hacia fuera y me percaté que sonaban sofisticados, dijeran lo que dijeran. Pero en la mesa de al lado había unos holandeses. Sí, del norte de los Países Bajos. Sus voces me desconcentraron por completo. En realidad, no eran sus voces, sino la rudeza de su pronunciación.

Holandés, lengua extraña que se gargajea con diptongos impronunciables. Lenguaje carrasposo en el que hay que buscar el verbo, ya que nunca está donde debe estar. Idioma brutal, fermentado en el fango hediondo de tierra robada al mar. El holandés tiene una pesadez que enerva. Tiene una propiedad tan irritante que al oírlo, primero, te tumba al suelo, después, te machaca y te arrebata las ideas, poniéndote de un humor negro.

La lengua neerlandesa con acento norteño consiste de expectoraciones impertinentes, voces con garras que crean una vitriólica catástrofe verbosa de excrementos sonoros, dejando al oído interno con la carne viva, como si hubiera sido carbonizado por lava candente que al bullir escupiera gotas quemantes, chamusquinas que crispan la piel y precipitan una neuralgia lacerante.

Oír neerlandés, ese ventrílocuo de leviatán, significa estrangular y asfixiar todo pensamiento de la mente. Es una inescapable violencia verbal que trastorna el ambiente circundante, lo corrompe, lo enciende y lo destruye. Los parlantes de ese lenguaje maldito lo hacen de forma tan eficiente por las ondas chocantes que forman en el aire, como se puede ver en un desierto candente o por encima de un incendio. Al oírlo, uno no puede escapar de prisa, sino tan sólo lamentarse por lo punitivo, por el escozor otológico y psicológico que causa. Uno no puede reflexionar sobre si lo que se oye es la mofa de mimos parloteando, si se trata de una alucinación auditiva o si en realidad todo es una verdadera realidad. Resulta increíble que todavía hoy exista un idioma tan castigador, que increpa con su fonética endemoniada.

El neerlandés es una lengua imposible, ya que su intrínseca naturaleza  consiste en comunicar todo con una rudeza transformadora que parece interminable por la devastadora tortura auditiva y mental. El neerlandés es un lenguaje que destruye el humor y encoleriza el espíritu. Es un idioma horrible y torpe que tan sólo el escucharlo, el percibir a alguien entonando esas estrofas del Hades, representa un suplicio interminable; sus ecos mefistofélicos continúan reverberando en la mente por largo tiempo, como perpetuos tsunamis enajenantes que prosiguen la tortura aun cuando el detestable parlante se ha callado o se ha ido.

El neerlandés es un idioma antinatural, vulgar, abominable y primitivo, cuya evolución o involución es un reflejo de los pitecántropos que lo devolucionaron por generaciones y generaciones. El holandés es una broma darwiniana de mal gusto, una corrupción de la naturaleza que en el futuro solo lingüistas no bípedos podrán tratar de descifrar, escuchando y rescuchando esos gruñidos grotescos para tratar de explicar su degeneración. La lengua es un vómito explosivo de palabras hechas de carroña cuasidigerida, de morfemas de estiércol, de sílabas impronunciables por su pútrida acerbidad.

Mis condolencias a los poetas holandeses que intenten crear obras de arte con un material tan burdo y rudimentario. Es como si un Bach dirigiera su Misa en Si Menor ante una orquesta de orangutanes o si un Beethoven guiara la sección coral de su Novena Sinfonía interpretada por un coro de guacamayas. Más valdría estar sordo.

Opuesto a cualquier idioma del mundo, en lugar de frases u oraciones, lo que se oye en el neerlandés son imprecaciones torturadoras, graznidos de un reptil triásico moribundo, boñiga oral que emponzoña los alrededores en forma pantagruélica y omnipresente, embarrando tímpanos con dosis paquidérmicas de plutonio radioactivo. Holandés: gargarismo fónico infernal.

No pude escribir. Me levanté, pagué la cuenta y me fui. Camino al coche reflexioné con más calma: el neerlandés tiene una rudeza cavernícola que no parece haber evolucionado en milenios desde que los neandertales legalizaron su bestialismo con los sapiens.

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