Junio, 2023
Escrito con gran sensibilidad y agudeza, Juan Villoro relata en La figura del mundo: el orden secreto de las cosas, algunos pasajes memoriosos en torno a su padre, el pensador mexicano-catalán Luis Villoro. Sin el afán de hacer una biografía en estricto sentido, Juan evoca aquí la vida singular de quien fuera filósofo, luchador social, zapatista y autor de una obra fundamental. Como el propio Juan escribe en el libro: “¿Hasta dónde podemos recuperar una memoria ajena? ¿Es posible entender lo que un padre ha sido sin nosotros? Ser hijo significa descender, alterar el tiempo, crear un desarreglo, un desajuste que se subsana con pedagogía, a veces con afecto o transmisión de conocimientos”. El periodista y escritor Víctor Roura ha conversado con el también periodista y escritor Juan Villoro.
El nuevo libro de Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), dentro de la treintena que ha elaborado entre novela, cuentos, dramaturgia y ensayo, se halla La figura del mundo (Random House, 2023) dedicado a su padre, el filósofo barcelonés Luis Villoro quien viviera exiliado en México a partir de la etapa franquista en España. Convertido en un connacional más, el padre de Juan se entregó prácticamente a las causas izquierdistas que trastornaron al país, como los dos sucesos clave con un cuarto de siglo de distancia: el 68 y el movimiento zapatista al final del salinato. Un libro que pese a la restauración biográfica no deja de poseer los rasgos narrativos a los que ya nos ha acostumbrado la fina literatura de Juan Villoro. Y dado que este tercer domingo de junio se celebra el Día del Padre conversamos con el escritor a propósito de su nuevo libro que no es sino una aproximación a su progenitor, que este 3 de noviembre cumpliría, de seguir entre nosotros, 101 años de vida.
No grato para Estados Unidos
—En 2018, en la revista literaria mexicana Transgresiones, leí por vez primera un acercamiento tuyo a la figura de tu padre dejándome con la inquietud del hombre complejo que no definía, o que no definías tú, su rumbo político: la imagen del agente secreto como idea central de tu padre, el filósofo Luis Villoro, me parece, ya rondaba en tu cabeza…
—Tienes razón, el tema viene de muy lejos. En mi libro Safari accidental, de 2005, hay una crónica que trata del momento en que mi padre tuvo prohibida la entrada a Estados Unidos por supuestas actividades antinorteamericanas. A él le daba mucho orgullo estar en el Libro Negro que era consultado en las aduanas, antes de las computadoras, y que tuve oportunidad de ver. Luego, en 2010, escribí otra crónica para la revista argentina Orsai sobre la educación que recibió mi padre con los jesuitas y en la que se definió como “cartaginés”, asociándose con los perdedores de la historia. A partir de ahí empecé a explorar su relación con los movimientos sociales, que tuvo un arco muy largo, pues empezó con Vicente Lombardo Toledano, siguió con el Movimiento Estudiantil del 68 hasta llegar al zapatismo, pasando por la creación del PMT y la reforma política de 1977. La figura del mundo es un libro muy personal, pero también trata de ser el retrato de una época.
Luces y sombras
—En una entrevista con el periódico español El País, hablando de tu libro, apuntas que “cuando trabajas desde la memoria purificas, limpias”, las vivencias. Escribir sobre tu padre te unió más a él, entonces: ¿fue ésta una intención definida desde el principio de tu escritura bibliográfica?
—Escribir es un proceso de autoconocimiento, hay muchas cosas que entiendes de ti sólo cuando las pones por escrito. Si hubiera escrito el libro hace 15 o 30 años habría sido muy distinto, tal vez más cercano a un ajuste de cuentas o, por el contrario, a una visión idealizada. Me interesaba hacer un balance de mis propias reacciones. Hay heridas en el texto, pero quise presentarlas como heridas cicatrizadas, y ahí es donde entra el trabajo de autoconocimiento. La vida es de mi padre, pero yo hago la interpretación. Cada hijo tiene un padre distinto, según la forma en que construye mentalmente su relación, y eso era lo decisivo para mí, lograr una comprensión del otro, lo cual implica tocar luces y sombras.
El recuerdo es narrativo
—Dices al reportero David Marcial Pérez, de El País en abril de este año, un aforismo que no deja de ser esencial cuando uno ha perdido a sus seres queridos: “Los muertos no cierran la puerta, nos dejan un resquicio por el cual regresan a nosotros”. Pero en tu visión literaria, más que periodística, ¿es posible esta certeza?
—La memoria es una operación narrativa. Para recordar debemos situarnos imaginariamente en el tiempo y eso es una construcción subjetiva. Olvidamos muchas cosas que no vienen al caso o que nos duelen demasiado, seleccionamos el material, lo editamos, recurrimos a la elipsis, para contarnos una historia eficaz. Todo eso es muy literario. Aunque no estés escribiendo, el recuerdo tiene esa condición narrativa. Necesitamos historias para soportar el peso de nuestra vida.
Un irresponsable o un altruista de temple franciscano
—Pareciera una ilógica que imaginemos lo que hemos vivido, pero es en efecto un recurso abrasivamente literario. ¿Habría algo, por esto mismo, de ficticio en la biografía literaria de don Luis Villoro que acabas de publicar?
—Siempre hay elementos de ficción en la memoria, entre otras cosas porque no sólo recuperamos datos del pasado sino que los interpretamos desde el presente. En el caso de La figura del mundo interpreto los hechos de un modo, pero, con los mismos datos, otra persona puede pensar lo contrario. Te pongo un ejemplo. Cuando yo tenía diez años mi abuela murió y mi padre heredó una cantidad considerable de dinero. Se sintió muy culpable de tener recursos en un país tan injusto como México y nos llamó a mi hermana, de ocho años, y a mí para informar que iba a regalar un dinero que no merecíamos y pedir nuestra opinión. A nosotros nos pareció maravilloso ir por la calle aventando billetes. Mi padre escogió causas que le interesaban y apoyó cooperativas y al Partido Mexicano de los Trabajadores y becó estudiantes. En unos años todo se esfumó. ¿Cómo entender este gesto tan impulsivo como noble? Yo lo viví de distintas maneras, primero con entusiasmo infantil, luego con preocupación y sentido crítico (mi padre dilapidó el patrimonio creado por varias generaciones; podría haber comprado edificios y dedicado las rentas a fines filantrópicos, sin derrochar los recursos, pero el dinero le quemaba las manos); por último, entendí que se trataba de un gesto moral y agradecí no depender económicamente de esas decisiones. Un mismo gesto (acabar con la fortuna familiar) admite distintas consideraciones. Más allá de lo que yo opino, el lector puede ver a mi padre como un irresponsable o como un altruista de temple franciscano.
“No vives para ti, sino para alguien”
—Dices que a tu padre no le gustaba el futbol pero te llevaba cada domingo a los partidos como un acercamiento a su hijo. ¿Existe la posibilidad del sacrificio en la etapa paterna según tu propia perspectiva masculina?
—Es muy interesante lo que preguntas. Querer al otro implica hacer cosas por él que no necesariamente te gustan. Mi padre no me decía “voy al futbol aunque preferiría hacer otra cosa”, simplemente me llevaba. El lugar donde más veces lo vi fue en un estadio de futbol. Sólo al escribir el libro y poner esto en blanco y negro entendí que él no iba al estadio por ser fanático sino por ser padre, lo cual me pareció más importante. El amor exige salir de ti y darle prioridad al otro, y la paternidad forma parte de eso. Si la entiendes bien, sabes que lo más importante de tu destino no eres tú; dejas de ir al frente de tu propia vida. Esto parecería una limitación, pero se trata de una liberación. No vives para ti, sino para alguien, lo cual es más importante.
“Quería saber quién era, pero no quería ser como él”
—¿Los libros que escribió el filósofo Luis Villoro te aproximaron a su figura pública?
—Tuve un rechazo inicial por los libros porque los de mi padre eran de historia y filosofía y me alejaban de él. En la infancia y la adolescencia los vi como un impedimento, algo abstracto, que pertenecía al mundo de los adultos. Se piensa que nacer en una casa con libros estimula la lectura; a mí me produjo rechazo, porque no los comprendía; eran los enemigos que alejaban a mi padre de nosotros. Sólo cuando leí De perfil, de José Agustín, a los quince años, supe que la literatura podía incluir a alguien tan desorientado como yo. Eso me permitió entrar de otro modo a la lectura; fue como colarme por la ventana al castillo paterno. Pero tardé mucho en leer los libros que a él le interesaban y tardé más en leer los suyos, porque me interesaba desmarcarme de él. Quería saber quién era, pero no quería ser como él. Cuando terminé la prepa y no sabía qué estudiar, me dijo: “No te preocupes, lo único que importa es el doctorado”. Me pareció una respuesta pedante y restrictiva. Me propuse no estudiar jamás un doctorado, ilusión fácil de cumplir. Muchos de mis rechazos se debían a que yo lo veía como una persona lejana, fría, centrada en ocupaciones difíciles de comunicar. Con los años descubrí que la escritura era una forma de acercarme a él y que entenderlo era la mejor forma de quererlo. La última etapa de este proceso es La figura del mundo.
“Una crónica sobre mi padre”
—La raíz escritural del nuevo libro es a todas luces biográfica, sin embargo la novedad literaria es considerada una novela, ¿compartes la clasificación?
—No se trata de una novela. Hay una obsesión por considerar que todo texto narrativo pertenece a la ficción. Sylvia Molloy escribió un muy buen libro sobre este tema (Acto de presencia) en el que señala que libros de memorias como Ulises criollo de José Vasconcelos y Viaje al amanecer de Mariano Picón Salas se suelen colocar en la sección de novelas, como si de ese modo se les diera más prestigio. La figura del mundo es una crónica sobre mi padre. Hay subjetividad, porque el recuerdo también incorpora la imaginación, pero no ficcionalizo su historia.
“No hay nada más misterioso que una persona próxima”
—No sé por qué pero sobre todo en la generación paterna de mediados del siglo XX el progenitor muestra su querencia no mediante los abrazos sino con otros comportamientos distantes al contacto físico, si bien se ha pugnado por modificar esta demostración afectiva. ¿Todo ello crees que pueda ofrecer otra simbología a la literatura?
—La manera de expresar el afecto tiene condicionantes sociales. Marina Garcés, filósofa que presentó mi libro en Barcelona, señala que el pensamiento se ocupa ahora también de las relaciones afectivas, a diferencia de lo que pasaba en la generación de mi padre. Él creció en un internado de jesuitas, en Bélgica, lejos de su familia, y eso condicionó su reticencia a los afectos. Hoy la relación de padres e hijos es muy distinta; menos vertical y autoritaria, más horizontal y volcada a las emociones, lo cual no deja de ser complejo. No hay nada más misterioso que una persona próxima.
“La muerte de mi padre fue un disparador narrativo”
—“Los muertos no cierran la puerta, nos dejan un resquicio por el cual regresan a nosotros”, dices con certeza literaria. En los tiempos recientes una impertinente pandemia se ha llevado a millones de personas en el mundo, pero curiosamente los libros que mencionan las calamidades de una enfermedad mundial ya están sabiamente escritos, incluso la película mexicana El año de la peste habla de la pandemia de la segunda década del siglo XX. ¿No estas muertes nos han traído reflexiones que jamás nos habían pasado por la cabeza? Tu libro, de muchos modos, nos habla de una muerte compañera, si acaso este término puede ser compartido…
—La literatura y el arte en general existen para sobrellevar la afrenta de la muerte y para conversar con los difuntos. La mayoría de autores que he leído están muertos y no dejan de producir asombros en sus libros. Cuando mi padre murió, pensé que llegaba el momento de escribir sobre él, pero tuve que posponer la tarea porque mucha gente me empezó a contar anécdotas que había compartido con él. Alumnos, compañeros de luchas sociales, alguna novia, ciertos parientes me contaron historias que lo volvieron más presente que nunca. Su muerte fue un disparador narrativo. Como él no contaba anécdotas personales, esta cantera de historias fue esencial para conocerlo a través de otras personas. La muerte no sólo no cerró la puerta, sino que la abrió para entenderlo mejor.
“El entendimiento cicatriza”
—La figura del mundo / El orden secreto de las cosas aparece un año después del centenario natal de tu padre y un año antes de la primera década de su muerte a una edad longeva: los 92 años. ¿Por eso el libro se edita justo en medio de ambas conmemoraciones, en el año 2023? Si se puede definir en una palabra la enseñanza paterna, ¿cuál sería ésta?
—Mi padre dedicó su vida a pensar, lo cual quiere decir que la dedicó a entender. Creo que la mejor forma de amarlo es, precisamente, entenderlo, con sus luces y sus sombras, en toda su complejidad. Hay heridas en el libro pero, a mi modo de ver, son heridas cicatrizadas. Las emociones hacen que algo duela, pero el entendimiento cicatriza.