Junio, 2023
Ana María Hernández Salgar es experta en el campo de la biodiversidad, con especial atención en el derecho ambiental, las negociaciones internacionales y la interfaz ciencia-política. Colombiana de nacimiento, en sus más de 22 años de experiencia ha trabajado en el Ministerio de Medio Ambiente de su país natal, en el Instituto Alexander von Humboldt, la Fundación NaturaCert y ha sido profesora en la Universidad del Rosario y la Universidad Javeriana de Colombia. En mayo de 2019 fue elegida presidenta de la Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) de la UNESCO. En esta entrevista con el periodista Juan F. Samaniego, Ana María reconoce la complejidad de transmitir la gravedad de la crisis de biodiversidad y apela a un cambio de mentalidad a todos los niveles: “Si eliminamos la biodiversidad, eliminamos el soporte vital del ser humano”, alerta aquí.
La pérdida de especies salvajes nunca había sido tan rápida en la historia de la humanidad. La contaminación marina se ha multiplicado por 10 en el último medio siglo, y el 75 % de la superficie terrestre ha sido alterada por los humanos. La superficie urbana se ha duplicado en los últimos 40 años. Más de un millón de especies animales y vegetales están en peligro de extinción.
Estos cinco datos pueden no decirnos demasiado por sí mismos, pero sirven para ilustrar hasta qué punto los seres humanos hemos entrado en conflicto con la biosfera terrestre poniendo en riesgo nuestra propia supervivencia. Sin biodiversidad, no hay Tierra y no hay Homo sapiens.
Estos cinco datos también forman parte de los últimos informes de la Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES). Este organismo, al igual que hace el IPCC con el cambio climático, reúne y analiza el conocimiento existente sobre la pérdida de biodiversidad y lo publica de forma que la información pueda servir a gobiernos, empresas y organizaciones.
Desde 2019, la IPBES está presidida por la colombiana Ana María Hernández Salgar. Nacida en Bogotá, la especialista en relaciones internacionales y derecho ambiental nos atiende desde Montreal, Canadá, donde reside y donde en diciembre se celebró la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica, la COP15.
—La IPBES se encarga de vigilar la salud de la biodiversidad en el planeta. ¿Cómo se encuentra?
—La IPBES reúne diferentes sistemas de conocimiento en biodiversidad. Hacemos análisis y síntesis de la información que ya existe sobre la biodiversidad y la preparamos para que quienes toman las decisiones puedan entender en qué estado se encuentra ésta y cómo desarrollar sus políticas basándose en la ciencia. Entregamos una información sólida, clara, robusta y objetiva. Y los tomadores de decisiones ya ven si la usan o no la usan.
“¿Y cómo está la biodiversidad? Bueno, sin entrar en detalles, no está bien, y no lo digo por fatalismo. De forma objetiva, estamos perdiendo biodiversidad, hay extinción de especies, perdemos capacidad y funciones de los ecosistemas… No estamos en el mejor momento en cuanto a conservación de la biodiversidad. Sin embargo, si analizamos casos locales, sí vemos que ha habido recuperación de especies y de ecosistemas. El panorama general es complejo, tendiendo a lo negativo, pero en lo local hay cada vez mayores esfuerzos positivos”.
—Está bien ir reuniendo razones para mantener la esperanza.
—Siempre, la esperanza es lo último que se pierde. Pero la esperanza debe estar basada en nuestra capacidad de hacer que se vuelva algo concreto. No podemos esperar que la biodiversidad se salve sola o esperar que, sin poner de nuestra parte, el mundo sea más sostenible. La esperanza viene con responsabilidades compartidas.
—El último informe de evaluación global que publica la IPBES en 2019 es claro: la cantidad y la diversidad de especies salvajes ha descendido dramáticamente en las últimas décadas. ¿Cuáles son las consecuencias para el ser humano?
—Dependemos, vivimos e interactuamos con la biodiversidad. No estamos aislados. Dependemos de la biodiversidad para desarrollar nuestras medicinas y los tejidos con que nos vestimos, para calentarnos y para comer, para disfrutar. La naturaleza y el aire libre también son importantes para nuestra salud mental. Además, la dimensión espiritual del ser humano está atada a la biodiversidad y a los procesos naturales.
“En general, la madre Tierra, la naturaleza, es nuestro sostén. La biodiversidad nos ayuda a regular el aire, el agua, el clima… Tenemos tantos usos de la biodiversidad incorporados en nuestro día a día que, si eliminamos la biodiversidad, eliminamos el soporte vital del ser humano. Sin biodiversidad no podemos vivir. Y no estoy siendo para nada exagerada”.
—La NASA se gasta más de 3.000 millones de dólares al año en hacer que la Estación Espacial Internacional mantenga unas condiciones mínimas para servir de soporte vital de los astronautas. 3.000 millones en que haya oxígeno, agua y comida. En la Tierra, todo eso lo damos por sentado gracias a la biodiversidad.
—Claro. Además, la biodiversidad es muy importante para nuestra economía. La agricultura depende en un porcentaje altísimo de los polinizadores, de la salud de los ecosistemas de suelos, de la existencia de variedades cultivares de las especies… Hay una relación de enorme codependencia con la biodiversidad.
—¿Cuándo publicará la IPBES la próxima evaluación global de la biodiversidad?
—El último informe global fue aprobado en 2019. Más recientemente, aprobamos un informe de usos sostenibles y otro de los valores de la biodiversidad. En la próxima reunión plenaria, en agosto, aprobaremos uno sobre especies exóticas invasoras y revisaremos las prioridades para nuevas evaluaciones. Como resultado de la conferencia del Convenio sobre la Diversidad Biológica [la COP15] que tuvo lugar en diciembre, se nos ha solicitado una actualización de la evaluación global de la biodiversidad.
“La idea es que, si la plenaria da el visto bueno, hagamos un análisis global que tendría que estar publicado antes de 2030, fecha en la que deberían alcanzarse la mayoría de los objetivos del nuevo Marco mundial Kunming-Montreal de la diversidad biológica. Debemos hacer un seguimiento para ver si el mundo logra cumplir las metas de reducción de pérdida de biodiversidad”.
—De muchas especies no sabemos casi nada, muchas otras aún no se han descubierto. Por ejemplo, el mundo microscópico es un gran desconocido. ¿Cuáles son las probabilidades de que estemos subestimando la actual pérdida de biodiversidad?
—Uf, muchísimas. Nosotros tratamos de ser lo más veraces con la información científica que ya existe. Dependemos de la información que se haya publicado. En muchas ocasiones, conseguir esa información es complicado. Los propios científicos son conscientes de los grandes vacíos de conocimiento que existen y no se puede evaluar algo que no se conoce.
—¿Dónde están las mayores lagunas de conocimiento?
—Cada tema tiene las suyas. En cada evaluación, intentamos señalar dónde se encuentran los grandes vacíos para presentar oportunidades de investigación y de desarrollo de conocimiento. Cada tema tiene lagunas importantes en su parte biológica, pero también en la política, la social, la económica… Un vacío gigantesco, por ejemplo, es el de escenarios futuros a nivel local. Los modelos para cada uno de los países y regiones deberían ser mucho más robustos para que quienes toman las decisiones puedan actuar con conocimiento de causa real.
—Las medidas que tomemos en los próximos años marcarán estos escenarios futuros. ¿Cómo frenamos la pérdida de biodiversidad?
—Ah, imagínese. Si contesto esto, me gano la lotería [risas]. Es un tema de multiresponsabilidades a muchos niveles. Cada uno de nosotros tiene derechos y obligaciones en este asunto, de los gobiernos a los individuos. Una parte importante de las soluciones pasan por la concienciación y la educación, y creo que se está viendo ya un cambio de mentalidad importante en los más jóvenes.
“Durante el inicio de la covid-19, hubo un boom en el interés sobre la biodiversidad porque su destrucción se asoció con impactos en la salud humana. Más recientemente, ha aumentado el interés sobre la relación entre cambio climático y pérdida de biodiversidad. Pero hay un problema: la pérdida de biodiversidad es un proceso lento y poco impactante para las personas”.
—Apenas la percibimos en nuestro día a día.
—Ahora mismo, miro por la ventana y veo los árboles llenos de nieve [la entrevista se hizo en diciembre] y sé que van a brotar en primavera. Puedo pensar que todo está divinamente. Es más, hay gente que incluso ve la pérdida de especies como algo positivo, por ejemplo, con los insectos molestos que desaparecen. Con todo esto quiero decir que la percepción de la pérdida de biodiversidad es compleja.
“Sin embargo, cada vez más gobiernos, empresas y organizaciones civiles se están implicando en la protección de la biodiversidad y en el uso sostenible de los recursos naturales. Creo que estamos en un proceso de transición. Aun así, del punto en que nos encontramos hasta conseguir frenar la pérdida de biodiversidad hay un trecho bastante grande.
“Mantenemos un sistema económico que depende de la extracción de recursos y procesos institucionales que son permisivos con la sobreexplotación de la naturaleza. Mientras no cambiemos el chip, mientras no nos paremos a pensar si necesitamos todo lo que compramos y consumimos, será difícil frenar los procesos de presiones aceleradas sobre la biodiversidad”.
—Muchas de las soluciones que se plantean para frenar la pérdida de la biodiversidad entran en conflicto con estos sistemas económicos extractivos. Pero no hacer nada también compromete su viabilidad.
—La idea es hacer algo, de lo pequeño a lo grande. Hay propuestas sobre la mesa, organizaciones que están poniendo dinero, proyectos que pueden empezar a girar la rueda. Haría falta, por ejemplo, que la Organización Mundial del Comercio se sentara a analizar las alternativas que existen para establecer un comercio sostenible global. Lo mismo sucede con la agricultura o con la expansión de las infraestructuras.
“Cuando nos reunimos los ambientalistas, es todo muy bonito, todos sabemos lo que hay que hacer. Pero no nos sentamos a hablar de verdad con quienes no están haciendo las cosas bien a nivel ambiental. La gran mayoría de empresas y organizaciones no son sostenibles. Es a ellos a quienes tenemos que subir a bordo”.
—¿Nos hemos olvidado de que dependemos de los sistemas biológicos y geológicos del planeta, al igual que el resto de especies?
—A veces parece que los seres humanos fuésemos algo diferente, separado del mundo natural. Pero esta división es totalmente artificial y no aguanta ningún tipo de análisis.
—Es cierto. A veces, es difícil imaginarse cuánto perdemos las personas cuando perdemos biodiversidad.
—Hay muchos ejemplos concretos. El 75 % de los cultivos de frutas y verduras dependen de la polinización, pero estamos perdiendo enormes cantidades de polinizadores en los últimos años. Aquí es fácil de ver: la pérdida de biodiversidad conlleva una pérdida de capacidad de producir frutas y verduras que son fuente de alimento y fuente de comercio y actividad económica. La afectación es directa.
“Sabemos que más del 66 % del océano está afectado por la contaminación y los microplásticos. El mar es también una gran despensa para los seres humanos. En la medida en que lo contaminamos, contaminamos las especies que nos estamos comiendo. Es decir, nuestra propia contaminación regresa de vuelta al plato”.
—Antes nombraba brevemente el nuevo marco de acción para la biodiversidad alcanzado en la COP15. ¿Cómo lo valora?
—Este tipo de negociaciones buscan siempre los mínimos que sean mejores para todos. Creo que el marco mundial de la diversidad biológica es un conjunto de mínimos muy positivos que cubren gran parte de las problemáticas asociadas a la biodiversidad. Pero creo también que falta trabajar más a fondo los motores indirectos de pérdida de biodiversidad, como el comercio.
“El marco mundial para la biodiversidad debe integrar todas las políticas de los países. Si no es así, no será efectivo. Por resumir, es un marco que no fue tan ambicioso como se esperaba inicialmente, pero es positivo, y solamente podrá alcanzarse si los países lo implementan desde ya y en todas sus decisiones”.
—¿Cómo lograr que el nuevo marco no fracase donde fracasó su antecesor, las metas de Aichi?
—[Suspiro]. Aichi no se cumplió por muchas razones. Los países no identificaron sus prioridades reales en términos de conservación y de uso sostenible de la biodiversidad. Muchos países respondieron a las evaluaciones del acuerdo de una manera artificial. Sólo se recopilaba información de las acciones positivas, pero no se hacía un análisis críticos de los vacíos existentes y de las dificultades. Además, muy pocos países tienen una referencia a partir de la cual medir su pérdida de biodiversidad.
“La realidad de los procesos de degradación no aparece reflejada en las evaluaciones. Pero cuando hacemos un análisis juicioso nos damos cuenta de la gravedad de la situación”.
—¿Hubo falta de financiación?
—Hay países que citan la falta de financiación como causa del fracaso de Aichi, pero creo que fue más falta de organización en el financiamiento. Además, era importante hacer un análisis crítico de los problemas, y no se hizo.
“Por otro lado, las políticas de los países cambian cada cierto tiempo. Cada gobierno viene con sus ideas propias, y eso está perfecto. Pero muchas veces, lo que construye un gobierno, lo trata de deconstruir el siguiente, un proceso que consume tiempo y recursos. Cuando todo se reduce a problemas de institucionalidad y gobernanza, se pierde capacidad de afrontar los problemas asociados a la biodiversidad”.
—Teniendo en cuenta estas lecciones, ¿qué habría que cambiar para que este nuevo marco no quede en nada?
—Es importante que la financiación esté bien organizada. Necesitamos más fondos, sí, pero tenemos que ser realistas, estamos en un momento de crisis global importante. Así que lo poco que haya hay que aprovecharlo muy bien. Por otra parte, es importantísimo que los países hagan sus evaluaciones propias de la biodiversidad, para que conozcan cuáles son sus prioridades y sus vacíos. Por ejemplo, hay países que ya han cumplido con el objetivo de proteger el 30 % de su superficie.
“Otro ejercicio muy importante es que, cuando el marco global se aterrice a nivel local, se use para cambiar las políticas existentes. Con Aichi, muchos países utilizaron lo que ya habían hecho para justificar que habían cumplido con las metas. Pero hay que hacerlo al revés, ajustar las políticas nacionales a lo que demanda el acuerdo”.
—Una de las prioridades del nuevo marco es la eliminación de subsidios que perjudican a la biodiversidad. ¿Por qué seguimos subvencionando lo que pone en jaque nuestro futuro?
—Si analizamos qué se subvenciona, como los subsidios destinados a proteger la producción agrícola, vemos que retirarlos tiene unos impactos sociales y económicos muy relevantes. En términos ambientales, estas subvenciones generan incentivos perversos que impactan en la biodiversidad y expanden la frontera agrícola.
“Pero la lucha por frenar la pérdida de biodiversidad no es sólo un tema biofísico, sino también moral y ético. Tenemos que pensar hasta dónde vamos a sacrificar el bienestar de quienes reciben los subsidios en pos de la conservación y qué alternativas tienen esas personas. Necesitamos un enorme contrato social para ser sostenibles. Necesitamos un acuerdo con las personas que dependen de las actividades insostenibles. No podemos dejarlas en la calle”.
—El nuevo marco incluye también el reconocimiento de los territorios y los derechos de los pueblos indígenas. ¿Cuál es su papel en la protección de la biodiversidad?
—Estos pueblos tienen muy claro su papel, siempre lo han tenido. Son guardianes y custodios del mundo natural. Cultural y cosmogónicamente han incorporado la responsabilidad de cuidar la Tierra y aprovecharla de manera que no se agote. Dentro de sus culturas y sus historias, tienen plasmados unos sistemas que son sostenibles.
“Lo que pasa es que las comunidades y los pueblos indígenas no han contado con suficiente reconocimiento para llevar a cabo su visión en sus territorios. Además, en los espacios indígenas también hay agentes externos que han llegado con propuestas de explotación de la naturaleza diferentes, lo que ha generado conflictos.
“Garantizar los derechos de los pueblos indígenas para que puedan trabajar en sus territorios de acuerdo a sus circunstancias, a su cultura y a sus planes es positivo. Pero tampoco hay que romantizar. También hay casos de comunidades indígenas que se dedican a explotar la biodiversidad de forma no sostenible. Además, en muchos países del mundo, la situación de seguridad en los territorios y las complejidades sociales y económicas hacen que sea muy difícil cumplir con estas buenas intenciones”.
—El cambio climático y la pérdida de biodiversidad son dos crisis paralelas. ¿Por qué se le presta mucha más atención a la primera?
—Siempre se le ha prestado más atención al cambio climático. Los seres humanos lo sentimos más en el día a día. Sentimos el frío y el calor, sufrimos las lluvias torrenciales y las sequías… La variabilidad del clima se percibe con claridad. Recuerdo, por ejemplo, en Colombia, ver cómo el Nevado del Ruiz [un volcán cubierto de glaciares de montaña en retroceso] perdía nieve y perdía nieve hasta que quedó casi como un volcán pelado. Uno ve que hay un proceso de cambio climático en marcha y que hay unos impactos claros, naturales, humanos y económicos.
“El ser humano reacciona mejor ante lo inmediato. La pérdida de biodiversidad no se ve a simple vista. En la ciudad, ni nos enteramos. En las zonas rurales, en el campo, sí se nota, pero es un descenso gradual. Como no se percibe el impacto real de la pérdida de biodiversidad, parece que no importa tanto. La crisis de la biodiversidad es difícil de incorporar en la conciencia del día a día de las personas”.