¿La maestra Kirby sigue siendo un monstruo?
Mayo, 2023
Las clases han comenzado y Beto tiene un gran problema: su maestra, la profesora Kirby, es un monstruo real, con la piel verde y dientes puntiagudos, que ruge y deja sin recreo a los alumnos. Pero un sábado en la mañana, cuando la ve afuera de la escuela y pasan un día juntos en el parque, descubre que tal vez no sea tan mala después de todo. En esta entrega de su ‘Calesita’, Juan José Flores Nava nos habla de ¡Mi maestra es un monstruo! / No es cierto, del ilustrador estadounidense Peter Brown. Un (bello) libro que fomenta el diálogo e invita a las personas a conocerse mejor para luchar contra los prejuicios. “Para los maestros incomprendidos y para sus incomprendidos alumnos ”, se lee en la dedicatoria. ¡¿No es genial?!
Nuestra sociedad condena los prejuicios. Pero lo hace de dientes para afuera. Con unos dientes tan enormes, disparejos y filosos, además, como los de la maestra Kirby. Ella es el más grande, el más feo, el más insoportable problema que Beto tiene en la escuela.
Desde su pequeño pupitre, Beto observa, atemorizado, desconfiado e incómodo a la maestra Kirby: es un monstruo color verde, con garras y dientes en punta, gigantescas fosas nasales, expresivas cejas aterradores y una mirada penetrante que lo persigue a donde quiera que vaya.
“¡No estorbes!”, escucha Beto cuando camina tranquilamente en los pasillos de la escuela mientras, a sus espaldas, siente los apresurados pasos de la maestra Kirby, quien avanza sin detenerse con una pila de libros en sus manos. “A sus lugares”, ruge la maestra Kirby haciendo saltar de sus bancas a los niños de todo el salón, en especial a Beto.
Pero él ha encontrado una forma de defenderse: con toda paciencia elabora un avioncito de papel y desde su lugar estratégico, en medio del salón de clases, lo hace volar con precisión hasta el sitio en donde la maestra Kirby está de pie, frente a los estudiantes. El avión aterriza justo al lado de los zapatos de la maestra Kirby y la saca de sus casilla. “Los niños que lanzaron aviones de papel en clase no tendrán recreo”, dice, con toda firmeza y seriedad, ese monstruo de apretados cabellos chinos.
Para olvidar sus problemas con la maestra Kirby, Beto pasa su tiempo libre en el parque. Corre, salta y sube hasta la cima de la montaña desde donde puede verlo todo. Es su lugar favorito. Hoy, sin embargo, Beto se ha encontrado con una terrible sorpresa al atravesar los jardines camino a la cima: ha visto a la señora Kirby sentada en una banca frente al estanque de los patos. Es demasiado tarde para huir. La maestra Kirby ha notado ya su presencia. ¿Qué tal si, en su intento de escapar, ella lo devora?
Este inesperado suceso —que nos narra e ilustra Peter Brown en el bello libro ¡Mi maestra es un monstruo! / No es cierto— será una luminosa oportunidad para que Beto se dé cuenta de que la maestra Kirby no es de color verde, no posee afilados dientes, no respira por unas prominentes y onduladas fosas nasales sino que incluso tiene una nariz muy parecida a la de él. Pero, sobre todo, es una oportunidad para que ambos se comuniquen por fin y compartan las cosas que más les gustan: graznar como patos con los patos, por ejemplo, o caminar por el parque, o subir a la cima, sentarse sobre una roca y elaborar aviones de papel, que, desde aquel punto, alcanzan el mejor vuelo de un avión de papel en toda la historia.
Hasta ese inesperado encuentro en el parque, Beto y la maestra Kirby no habían hecho más que actuar como todo mundo: con base en prejuicios. Por más que nos dé miedo admitirlo, desplazarse por la vida relacionándonos con otros a partir de prejuicios es no sólo algo común, sino casi una forma natural de la socialización. Simplemente no podemos ir conociendo a profundidad a todas las personas con las que interactuamos, por lo que, ante cada nueva interacción, los prejuicios nos permiten avanzar, refrenarnos, contenernos, sentirnos protegidos o quizás menos vulnerables.
El prejuicio, en su definición, tiene un carácter negativo (“opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”, dice la RAE); aunque el prejuicio no debiera ser más que un conjunto de creencias adquiridas o adoptadas a partir de la experiencia propia, pero, sobre todo, a partir de la experiencia y el conocimiento social que aprendemos de aquellos grupos que nos resultan más próximos o con los que nos identificamos.
Es más atinado, en este sentido, y como muchas otras veces, el Diccionario del Español de México, que desde la primera definición que ofrece dice: “Opinión o juicio determinado que una persona se forma de otra o de algo antes de conocerlo”. Esto es justo lo que sucede entre Beto y la maestra Kirby. O entra la maestra Kirby y Roberto (como suele llamarlo cuando está enojada). El pequeño Beto sólo responde, ante la figura de autoridad, de la manera en que lo ha ido aprendiendo. La maestra, frente al inquieto y desafiante Roberto, responde exactamente como debe, según su rol en el aula: con firmeza y seriedad.
El inesperado encuentro en el parque le permitirá a cada uno, sin embargo, comunicarse de manera distinta, más profunda. Lo que hará que los prejuicios —que un principio no sólo regularon sino que permitieron sus interacciones— se vayan derrumbando, para dar paso a un intercambio de experiencias que va a transformar incluso, y a ojos de Beto, la fisonomía de la maestra Kirby.
El hermoso libro ¡Mi maestra es un monstruo! / No es cierto (editado en México por la SEP y Océano) nos muestra que la palabra y la acción nos empujan a reaprender una realidad supuestamente inalterable. Sabemos que todas nuestras relaciones con los demás tienen sus propias limitaciones. Y son estas limitaciones las que pueden llevarnos a mirar a los otros no como son, sino como creemos que son o como queremos que sean. Beto cree que su maestra es un monstruo. Y por eso asume que sólo saber gritarle, gruñir, regañarlo y castigarlo.
Aunque los prejuicios hacen la vida más fácil, más llevadera —al menos en la superficie—, pueden engañarnos, pues, al asentarse, nos presentan una versión generalmente errónea de los demás. La comunicación, que es palabra y acción compartidas, abre caminos para ir dejando de lado lo que se no ha enseñado (y simplemente repetimos) y orienta nuestra atención hacia nuevas realidades por conocer o hasta por construir.
La verdad, es decir, la forma humana de la maestra Kirby, ya estaba desde el principio de la historia en ella. Pero Beto no podía verla. Él la observaba (como hacemos de manera cotidiana en nuestras interacciones) mediante sus prejuicios. Pero bastó que compartieran una mañana en el parque para que empezaran a comunicarse por primera vez. En aquel momento, los prejuicios que les habían servido a ambos para convivir en la escuela, ya no les resultaban útiles para convivir en el parque. Así que los pusieron en pausa y no se arrepintieron: ambos se sintieron felices en aquel momento de haberse encontrado.
Ya llegaría el día, al fin, en que los dos tendrán que regresar a la escuela para volver a cumplir el papel que la vida, con sus prejuicios, les ha asignado.