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Picasso, el hombre; Picasso, el artista

Hoy, a 50 años de su muerte, es necesaria una revisión del pintor español, quien insistía en que no se separara su obra de su vida.

Abril, 2023

El 8 de abril de 1973 partía de este mundo uno de los artistas de mayor trascendencia del siglo XX: Pablo Picasso. Para sumarnos a las conmemoraciones, reproducimos dos reflexiones necesarias en torno a la figura del pintor español: durante 50 años se ha borrado el rastro autobiográfico reivindicado por el propio artista y se ha cancelado el testimonio más directo y desmitificador de su figura, escrito por su pareja Françoise Gilot, apunta el historiador del arte y periodista Peio H. Riaño. Por su parte, la también historiadora del arte y periodista Elena González González hace una reflexión desde la perspectiva de género: en el Año Picasso, nos topamos con el revisionismo feminista, de cuyo desgarro partidista y coqueteos con la cancelación estamos siendo testigos. Sin embargo, explica aquí, no tiene que ser todo o nada. De lo que se trata es de humanizar al genio.


Picasso, el artista que no quiso separar su vida de su obra

Peio H. Riaño


Un día Françoise Gilot le preguntó a Pablo Picasso por qué no se aislaba del mundo exterior para evitar las interrupciones continuas de las que se quejaba el pintor. “Porque no puedo”, le respondió. Y añadió que su mundo interior era la fuente de creación, pero al mismo tiempo necesitaba “los contactos y cambios que establezco con los demás”. Al compararse con Braque envidiaba su talante solitario y meditativo, concentrado completamente en sí mismo. “Yo necesito a otros, no solamente porque me traigan algo sino porque soy víctima de esta incansable curiosidad que ha de satisfacerse con sus visitas”, le comentó a su pareja entonces.

Y añadió una cita que se ha convertido en un extracto esencial para comprender la obra de Picasso: “Yo pinto exactamente igual, como otras personas escriben su autobiografía. Los cuadros, terminados o no, son las páginas de mi diario, y como tales, válidos”. Declaró la imposibilidad de separar su vida y su obra. Pero la perorata no acabó ahí según el recuerdo de Gilot. A continuación se entregó a los designios de la posteridad: “El futuro escogerá las páginas que prefiera. No me corresponde a mí realizar semejante elección”.

¿Qué ha hecho la posteridad con la obra de Picasso? Ha intervenido en ella para cancelar lo que el artista había señalado como insustituible. Era un pintor autobiográfico, pero estos 50 años sin él han servido para borrar la vida de Pablo Ruiz Picasso y mitificar la obra. Medio siglo después y tras centenares de exposiciones, no hay constancia de que se quiera retirar su obra de los museos ni de que haya sufrido algún tipo de censura. Sin embargo, sí existe una reclamación de desmitificar el producto Picasso, introduciendo en la fórmula del éxito el ingrediente retirado. Si sus cuadros son las páginas de su diario, ¿por qué se intenta separar vida y obra de Picasso?

Celebrar el blanqueamiento

Durante estas cinco décadas, la vida de Picasso ha sido considerada por la parte más conservadora de la sociedad como la parte más problemática del mito. Un genio con borrones, un genio humano. Una figura de referencia para el mercado del arte —en el que incluimos a galerías y museos—, que no soportó la mirada de Gilot, conocida como la única mujer que sobrevivió a Picasso. La prodigiosa memoria de la pintura grabó cada instante de los más de diez años que pasó junto a él y lo escribió en un libro, que tituló Vida con Picasso.

Lo publicó en 1964 y se lo dedicó a Pablo. En España tardó 30 años en traducirse. La nueva versión es de la editorial Elba. Este libro prueba quién fue cancelada. Hace casi 60 años Gilot puso el contexto de la obra de Picasso, pero sólo logró el menosprecio. Él dijo que su pintura no era nada sin su vida; ella desveló la vida y la reacción fue voraz. Había que desacreditar a esa mujer. La reinserción de la vida en la obra de Picasso, que ahora se reivindica con más urgencia, ha sido señalada como capricho feminista. Pero ni es nueva y ni siquiera es una revisión ‘presentista’ del pintor. Se trata de una pugna que reclama a la historia del arte más contexto y menos magia.

El testimonio de Gilot no es el único, pero posiblemente sea el más nítido que tenemos sobre cómo Picasso sacrificaba a las mujeres que lograba retener a su lado. Las pintaba mientras las oprimía, se servía de ellas mientras las destruía. Pero Gilot escribió desde la serenidad un desgarrador retrato del maltratador, que para entonces ya había cruzado los 70 años. Y no soportaba la idea de que ella lo abandonara por alguien más joven.

Secuestrar vidas

“Te digo que es muy poco convincente eso de que cuando uno ama intensamente a una mujer permita que ésta se vaya con un hombre más joven. Yo preferiría verla muerta antes de que fuese feliz con alguien más. Debo admitir honesta y sinceramente que yo me agarro con todas mis fuerzas a la persona que amo y que por nada del mundo la dejo ir. No me interesan en absoluto esos llamados actos de nobleza cristiana”. Estas palabras son de Picasso, según el relato de Gilot.

Él era 41 años mayor que ella y le ofreció la buhardilla del estudio de la Rue des Grands-Agustins. Pretendía encerrarla allá arriba, proporcionarle los materiales para su trabajo y convertirlo en un secreto. Le propuso privarle de su libertad y salir sólo al anochecer, a pasear por los barrios donde no se encontraran con algún conocido.

“Cada vez que cambio de esposa tengo que quemar la última. De esa manera me desembarazaré de todas ellas. No estarán a mi alrededor para complicarme la existencia. Puede ser que eso me devuelva la juventud también. Al matar a la mujer se borra todo el pasado que ella representa”, le dijo en otro momento Picasso a Gilot. Esta es otra de las razones por las que anular la vida del artista malagueño es faltar a su obra.

El Guernica, una de las obras cumbres de Pablo Picasso. / Foto: Museo Reina Sofía.

Su obra es su biografía

Cada nueva pareja lo entendía como un nuevo renacer creativo… Todas sus mujeres, en un primer momento, produjeron en él un entusiasmo creativo. Fueron objeto de su arte, las pintó compulsivamente y en sus rostros puede leerse el momento de la relación con Olga Koklova, Marie-Thérèse Walter, Dora Maar, Nusch Éluard, Françoise Gilot, Geneviève Laporte y Jacqueline Roque, entre otras.

El 1965, John Berger lo resumió en esta reflexión, publicada en el ensayo Fama y soledad de Picasso (Alfaguara): “Ahora podemos empezar a entender por qué pretende Picasso, como no lo ha pretendido ningún otro artista del siglo XX, que aquello que es él tiene más importancia que aquello que él hace. El ‘noble salvaje’ desafía a la sociedad no con sus productos, sino con su existencia misma”. En la reivindicación de Picasso, Berger aclara al resto de la historiografía que la vida de este artista fue prioritaria en su éxito como artista.

“Podía admirarle como artista pero no quería convertirme en una víctima o en una mártir. Me parece que algunas de sus otras amantes sí lo fueron: Dora Maar, por ejemplo”, dejó escrito Gilot. A pesar de los intereses que prefieren mantener al producto Picasso sin contexto y sintetizan el conflicto con un simple “fue un hombre de su tiempo”, él mismo aclaraba que su manera de entender la vida estaba fuera de su tiempo. “Vivimos en una época repugnantemente sentimental. Todo el mundo piensa en términos de ‘felicidad’ y otros conceptos que no existen. Lo que necesitamos son madres romanas, eran las verdaderas”, dijo Picasso a Gilot. Esas madres que a él le parecían romanas eran los “ángeles del hogar” contra las que luchaban las mujeres de su tiempo.

Picasso insistía: “Tu labor consiste en permanecer a mi lado, en dedicarte a mí y a los niños [tuvo con Gilot dos hijos, Paloma y Claude]. Me tiene sin cuidado que eso te haga feliz o desgraciada. Si tu presencia aquí proporciona felicidad y estabilidad a otros, eso es todo cuanto debes pedir”. No conoció límites ni los quiso en su obra ni en su vida. Rechazó todos los sistemas y convenciones, y se lo permitieron.


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Después de Picasso, solo Dios

Elena González González


Los discursos expositivos de los museos obedecen a un relato que, como la sociedad, va evolucionando, sin desligarse de los orígenes de la institución, sin sucumbir a las modas pasajeras. Entre otras funciones, investigan, comunican y exhiben obras de distinta naturaleza y valor para fines de educación y contemplación. La sacralización de estos templos culturales, elevados a categoría de catedral y palacio por Schinkel, supone a veces un hándicap a la hora de plantear cualquier cambio en la narración historiográfica. En el Año Picasso, nos topamos con el revisionismo feminista, de cuyo desgarro partidista y coqueteos con la cancelación estamos siendo testigos.

La aplicación de la perspectiva de género en la continua relectura de la historia del arte nos descubre la existencia de artistas mujeres que fueron tan relevantes como sus coetáneos varones en un siglo que nos parecería impensable; pone nombre a las mujeres que se escondieron tras pseudónimos masculinos; reconoce a las promotoras que fueron ensombrecidas por su condición de mujer, como musa, esposa o amante; revela lo empoderadas que estaban algunas mujeres de la corte en otros tiempos y arroja luz sobre un sinfín de silenciamientos cuya razón obedece a la imposición del relato patriarcal. Del mismo modo, también sonroja los nombres de los grandes hombres de la historia que, cómplices o verdugos, abusaron de su condición de poder desde el género bajo el amparo del discurso hegemónico.

Llegados a este punto, la cuestión no es cancelar a Picasso por misógino, machista y maltratador. Es evidenciarlo en un marco que celebra, una vez más, su categoría de genio. Qué duda cabe que lo era. Este escenario, de hecho, es ideal para ponerlo de relieve, en tanto que se conmemora el quincuagésimo aniversario de la muerte del pintor, pudiendo separar al artista de su obra. El Año Picasso va de Pablo Picasso. Decía Miquel Iceta, en la presentación de dicha efeméride: “En los debates se contemplará la cuestión de género y se mostrará a Picasso tal como es, como artista y como persona” a lo que la ministra de cultura francesa, también presente, añadió: “Que se conozca la parte de violencia que hay en él. No hay que ocultarlo; yo creo en el debate”. Con esta información no se pretende moldear al espectador de ninguna forma, sino invitarle a reflexionar sobre la persona que tenemos en el pedestal; plantearnos por qué somos capaces de defender a un hombre del que se dice era de su tiempo —como si ahora no existieran, como si entonces todos fueran así— por su aura de genialidad.

Pablo Ruiz Picasso.

Incluir este debate es hacer justicia a una realidad a la que hemos sido ajena, con la que perfilar mejor al autor de Las señoritas de Avignon. Su obra muestra la percepción que tenía de las mujeres, sobre todo de aquellas que formaron parte de su vida, algunas retratadas hasta lo obsesivo. La evolución en la manera de pintarlas manifiesta la forma en que las veía según avanzaba la relación, según entraba otra mujer en su vida. Inmortalizaba su belleza hasta deformarlas, en un reflejo perfecto del sometimiento que ejercía sobre ellas en una realidad paralela. Porque Pablo, en palabras de su nieta Marina, “las sometió a su sexualidad animal, las domesticó, las hechizó, las ingirió y las aplastó sobre su lienzo. Después de haber pasado noches extrayendo su esencia, una vez que se desangraban, se deshacía de ellas”. No está de más conocer el tormento por el que pasaron sus parejas sentimentales, artistas a las que les truncó el éxito, mujeres a las que les consumió la vida. Podría resultar hasta determinante para entender mejor al pintor, en tanto que la significancia del paso de cada una de ellas dejaron una huella extensible a su obra.

Al respecto, es especialmente destacable el caso de Dora Maar, por dos razones. Artista plástica y fotógrafa de renombre, fue la que capturó todo el proceso de creación del Guernica y, probablemente, la mujer que más estimularía intelectualmente al andaluz, junto a la que saldría a la luz el Picasso más político. También fue la que peor llevó el abandono de Pablo, que presuntamente la maltrató física y psicológicamente. Se sumió en una depresión cuando éste la dejó por Françoise Gilot, la única de sus mujeres que, por cierto, fue capaz de abandonar al minotauro, del que dijo fue el amor más grande de su vida, pero que había que tomar medidas para protegerse de él. Maar acabó en un hospital psiquiátrico, donde le aplicarían tratamientos de electroshock. El poeta Paul Éluard, su mejor amigo, instó a Picasso a que la sacara de allí, culpándolo de su sufrimiento. Fue Jacques Lacan quien le ayudó a soportar la vida sin el pintor, sometiéndola a una terapia de varias sesiones de psicoanálisis. Fruto de una de ellas exclamó la sobrecogedora frase “Después de Picasso, sólo Dios”. Es sabido que tras el trauma, Dora se refugió en el catolicismo, algo que utilizó Lacan para guiarla hacia la salvación.

Pablo era consciente de la inestabilidad de Dora, que quedaría eternamente inmortalizada en La mujer que llora. “La mujer es, esencialmente, una máquina de sufrir” llegó a decir. Ella fue la razón por la que un grupo de estudiantes irrumpieron en el Museo Picasso de Barcelona el pasado 2021 con camisetas en las que podía leerse “Picasso maltratador” o “Dora Maar presente”. La protesta formó parte del trabajo de fin de curso de la clase Arte y Feminismo, impartido por María Llopis, profesora de la Escuela Massana y Centro de Arte y Diseño de la ciudad condal. En cierta manera, esta acción anunció la idea de la cancelación del artista que se palpa hoy. Emmanuel Guigon, director de la institución, afirmó sobre lo sucedido que el debate es necesario y que el museo debe tener una mirada actual al respecto. También duda de que Pablo fuera misógino, sin excusar, eso sí, su machismo. Maar, con mucha elegancia, le definiría como “muy hombre y muy detentador de sus derechos” en confesión a Victoria Combalía, autora de Dora Maar. Más allá de Picasso (Circe Ediciones, 2013).

Las señoritas de Avignon, de Pablo Picasso, 1907./ Foto: MoMA – Wikimedia Commons

El problema con la cultura de la cancelación es que reduce el conflicto al todo o nada. Es el germen de un sentimiento de culpa compartida: ¿qué tipo de feminista somos si no cancelamos a Picasso? La duda que siembra es tan potente que plantea tener que posicionarse, como si no hubiera otra opción. Pero la hay. El malagueño no tuvo reparos en reinventarse, en cuestionarse, en transitar de un estilo a otro hasta dar con la esencia del suyo propio. Lo mismo debería aplicarse a su persona, o más bien, a la idea que tenemos de su persona. Porque es una idea heredada. Conocemos al artista, el mito. Ahora que tenemos las herramientas, conozcamos más a Pablo. No va a dejar de ser el artista más relevante del siglo XX, ni se le va a restar el crédito que su extraordinaria obra merece. Se trata de humanizar al genio.

Existe la creencia de que al consumir los productos creados por personalidades de dudosa moralidad en el presente nos convertimos en cómplices de sus actos. “Las obras de arte no son sólo la expresión de un mundo individual, la expresión de las ideas o los sentimientos del artista con que ingenuamente pensamos que podemos identificarlas; son principalmente la expresión de un mundo colectivo, de una época, de una sociedad, para la cual el artista, aun sin saberlo, es su mediador” afirma Ricardo Ibarlucía, filósofo especialista en análisis e historia conceptual de las teorías estéticas. Arrastrar la ética del presente a una época pasada acarrearía su descontextualización, cayendo en el error de reescribir la historia en base a las preocupaciones de la sociedad actual, si bien permite proyectar una mirada crítica al pasado para no perpetuar las mismas prácticas. Para Gisèle Sapiro, socióloga discípula de Pierre Bourdieu y autora de ¿Se puede separar la obra del autor? (Clave Intelectual, 2021), es importante el grado de consagración del autor y de su obra: “En todos los casos es la consagración lo que está en juego. Y los adversarios se sirven de dicha celebridad para promover la causa que defienden en el espacio público (y a veces también para ajustar cuentas)”. Para la ensayista Susan Sontag, resultaba inmoral hacer uso de la biografía del artista para interpretar su arte, inclinándose hacia la separación de la creación del creador, en la medida que esto mejoraría nuestra visualización de la obra. “No importa hasta qué punto se sienta el espectador, inclinado a una identificación provisional de lo que haya en la obra de arte con la vida real, su reacción última debe ser desprendida, reposada, contemplativa, emocionalmente libre, y estar por encima de la indignación y de la aprobación” sostiene en Contra la interpretación (Alfaguara, 1996).

Son los distintos centros que colaboran en el Año Picasso los que, en definitiva, eligen dónde poner el foco, qué vínculos establecer en el hilo conductor de las exposiciones programadas para celebrar los cincuenta años de su muerte. Con más o menos tino, tensarán la relación existente entre la adoración al genio y la repulsión al hombre, que seguirá ahí, antes que Dios.

[Fuente: textos publicados originalmente en elDiario.es; son aquí reproducidos bajo la licencia Creative Commons CC BY-NC 4.0.]

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