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Los cuerpos siempre danzan: Alberto Dallal

Reconocimiento al crítico cultural y un nuevo libro...

Marzo, 2023

Cada año, la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM distingue con el Reconocimiento Danza UNAM a una persona con larga trayectoria en la danza nacional y cuya labor haya logrado impulsar el desarrollo de esta disciplina desde distintos ámbitos de nuestro contexto cultural: coreógrafos, bailarines, maestros, escenógrafos, investigadores y, en general, todas aquellas personas relacionadas con la creación, difusión, investigación, enseñanza y preservación de la danza en México. En esta ocasión, el comité de selección decidió otorgarle el Reconocimiento Danza UNAM 2022 a don Alberto Dallal, por la valiosa labor que ha desarrollado a lo largo de 60 años. Entre otras cosas, el maestro ha sido pionero en mirar la danza, pensarla, apreciarla, criticarla y, a través de sus palabras escritas, ofrecer referencias a los hacedores de danza de diversas corrientes y generaciones. Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas, profesor en las Facultades de Filosofía y Letras y de Ciencias Políticas y Sociales —las tres entidades de la UNAM—, además de veterano crítico de danza, el maestro Dallal ha publicado más de 40 libros de los cuales 17 versan sobre esta disciplina artística. Y aunque el reconocimiento se le entregó el pasado 29 de enero de 2023, aquí en Salida de Emergencia nos quisimos sumar al homenaje y tomamos como pretexto el arribo de abril, el llamado mes de la danza” en el mundo. Víctor Roura ha conversado con él.

Alberto Dallal, nacido en la Ciudad de México el 6 de junio de 1936, lleva más de medio siglo en la escritura, si consideramos la salida en el año 1969 de su primer libro de ensayos (Discurso de la danza), pero sobre todo enfocada a la crítica del arte danzario, de la cual, sin duda, es el maestro insigne en el país. Ha escrito alrededor de 40 libros entre narrativa, poesía y ensayo: antes de cumplir los 87 años de edad, ha sido merecedor de un homenaje nacional por su inmejorable trayectoria literaria que lleva a cabo desde los centros académicos de la UNAM, institución a la que ha servido en distintos ámbitos culturales. “Muy niño me di cuenta de que descalzo resultaba yo más ágil para todo —apunta Dallal—, pero mi mamá no me dejó que anduviera descalzo por todas partes. Por mí, lo hubiera vivido así: me lo habían enseñado mis amiguitos campesinos”. Desde muy pequeño, según nos cuenta en esta conversación, se percató, debido a sus juegos con otros niños,  del movimiento corporal, aunque estoy cierto que, como hombre de privilegiada agudeza, no todos los que lo rodeaban vislumbraban lo que él, aun niño, podía detectar a edad temprana que más tarde definiría en su escritura.

Entre sus numerosas actividades ha de destacarse que Alberto Dallal fue becario del Centro Mexicano de Escritores en 1963-1964. Y, entre otras tareas, ha realizado las siguientes: coordinador de la entonces  Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM (1968-1969), jefe del Departamento de Distribución de Libros Universitarios de la propia UNAM (1966-1967), jefe de redacción de la revista Universidad de México (1963-1969), director de la “Revista Mexicana de Cultura” (suplemento del periódico El Nacional, 1976-1979), jefe de Publicaciones de El Colegio de México (1972-1980), jefe de redacción de la revista Diálogos (1970-1981), director general de Radio UNAM (1989-1991), director del noticiario Hoy en la Cultura de Canal Once de televisión (1991-1992) y coordinador de la revista Anales  del Instituto de Investigaciones Estéticas (1990-1993). Entre enero de 1993 y junio de 2001 dirigió la revista Universidad de México. Desde 2005 funda y hasta la fecha coordina la revista electrónica Imágenes del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, al que pertenece desde 1975. A partir de mayo de 2000 la biblioteca del Centro Nacional de Danza Contemporánea en Santiago de Querétaro lleva su nombre.

El ritmo musical de los cuerpos

—¿Cómo, en qué momento, por qué Alberto Dallal se decidió por el ejercicio de la crítica de danza, una de las artes entonces menos atendidas en los medios de comunicación? ¿Cuáles eran las referencias en aquellos tiempos? ¿Qué se necesitaba, o se necesita aún hoy, para desarrollar esta escritura? ¿Con qué obstáculos se enfrentó y cómo los derribó, si los hubiera habido?

—Yo le entré a la danza de la manera más inesperada posible; podríamos calificarla de “social” o, más bien, de política: mi madre (morenita de San Luis Potosí, ella decía) me llevaba cuando yo tenía cuatro o cinco años a los pueblitos cercanos a la capital porque hacía “misión social”, ella decía, para enseñar a leer a los hijos de campesinos y a los propios campesinos. Ella había estudiado en su tierra con las misioneras protestantes y en eso creía. Yo me descalzaba para jugar con los niños campesinos sus juegos: meterse al agua fría de los riachuelos, correr descalzos por senderos y campos, reírse de todo y con todo como lo hace la gente gente, la auténtica. Nunca hubo agresividad y sí una especie de solidaridad que yo sentía aún más profunda porque mi padre había venido a México muy joven de Bagdad y tenía un expendio de zapatos (ventas en abonos, naturalmente) en el mero centro. Me quedó la costumbre de jugar descalzo y caminar y correr por el asfalto y el cemento sin sentir mayor efecto en golpeteo y temperatura, al grado de que por mi casa, en la colonia Guerrero, mis amigos (de mi edad) y yo, al jugar frontón “a mano”, me permitían quitarme los zapatos para jugar. Yo era el “desharrapado”, el “patarrajada” para ellos aunque nos hallábamos en plena colonia Guerrero. Jugábamos en cualquier pared que hubiera quedado de las construcciones de la época. Calles de Zarco, Zaragoza, Mina… todo cerca del Panteón de San Fernando, en donde todavía se halla bajo su loza don Benito Juárez. Esa situación del Benemérito me impresionaba mucho en mi niñez, puesto que mi kínder se hallaba enfrente y no entendía por qué habían dejado solito a don Benito, fuera y lejos de los mausoleos. Así que en el kínder ya era yo bien observador de los cuerpos: qué hacían, qué era de ellos vivitos o muertitos. Ahora me doy cuenta: descubrí que los cuerpos, vivos o muertos, danzan, bailan, con un ritmo musical que oímos o inventamos, que se prende de los cuerpos y obliga a los cuerpos a mostrarse “de cualquier manera”. Para mí los cuerpos siempre danzan, aunque permanezcan inmóviles… Tal vez tú puedas explicarme por qué, qué extravagantes ideas se prendieron de mi mente desde entonces.

Alberto Dallal.

Danzantes indígenas

—Empero, sin duda pocos son los niños que, a edad temprana, se percatan de la sinuosidad de los movimientos corporales. Quizá, sí, este “descubrimiento” fue concebido de manera inesperada, pero algo había en ese niño para que concentrara su atención en esos detalles. ¿Cuántos años tenía ese niño cuando puso su atención a las lecturas?

—No sé a qué te refieres. Creo que con los niños nos sucede como nos ocurre con la historia misma de la humanidad: se hallan los datos al alcance de todas las mentes, pero insistimos en acudir a la Divina Providencia. La sexualidad y la sagacidad de los niños están al alcance de todos, es evidente, desde principios de la humanidad. Las ciencias, la antropología nos lo indican pero insistimos en considerarlos chiquillos ingenuos. No saben qué crimen cometen quienes creen que los niños son puros y “retrasaditos”. Los violadores de niños deberían ser erradicados para siempre de la Humanidad. Los niños, como los bailarines hechos y derechos, forjan un mundo muy suyo con sus propios lenguajes y las intensidades que ya les otorgan los instintos de sus cuerpos. Yo no he visto más esclarecidos y estupendos individuos que los bailarines indígenas: van descalzos por sierras y carreteras y mercados sobre ruedas y bailan en los mercados y en las ciudades, caminan descalzos por sierras y montes y carreteras candentes. Son niños prehispánicos. Los danzantes indígenas nos envían mensajes del más allá. Lo sabía el maestro Alfredo López Austin, con quien yo platicaba de eso y quien asesoró a Guillermina Bravo para su obra final, su última coreografía. Los danzantes indígenas de México envían motu proprio danzantes esporádicamente a la ciudad europea en cuyo museo cumbre se halla el famoso Penacho de Moctezuma y allí en la explanada del museo danzan (resultan piedra de toque o mensajeros invisibles) para exigir que nos devuelvan el famoso penacho. (Yo diría que devolvieran todas las joyas prehispánicas mexicanas que tienen en todos los museos europeos.) Los indios son como nuestros sagaces y eruditos abuelos-nietos. Admiro a los investigadores que en toda la República se hallan descifrando sus mentalidades y su notable sabiduría. Si yo no estuviera viejito a eso me dedicaría. En Xalapa se halla mi amigo Sabino Cruz, especialista en la historia y los avatares de los danzantes indígenas: va por el mundo de México predicando la grandeza de los danzantes indígenas, de los que no nos damos cuenta ocupados por las imposiciones de Hollywood.

“Ante los bochornosos numeritos ridículos de algunas ‘casas reales’ como la británica o el sembradío de publicidad barata de nuestras luminarias de la televisión local, la presencia de los danzantes indígenas en todo nuestro país nos reivindica a los mexicanos: comprueba nuestra dignidad y nuestra capacidad creativa, posesiones mexicanas desde hace siglos.

“En mi Instituto de Estéticas hay gente que se ocupa de ello. Aunque te suene raro o radical. Para qué me entrevistas. Aguántate. Ni modo”.

El cuento del güerito

—Me refería precisamente a que de su generación fue usted el único niño que, con el paso del tiempo y por haber visto y vivido lo que vio y vivió, se dedicó al estudio del movimiento del cuerpo, lo que no significa que yo no aprecie la sensibilidad de los compañeros de su generación escolar. Y justamente lo entrevisto para escuchar estas “irreverencias” de las cuales usted es un experto. Quería que me hablara de sus primeras lecturas, cómo llegó a ellas, quién o quiénes lo acercaron a ellas…

—Yo me hice periodista y escritor (eso es todo lo que soy en la vida) porque en el segundo año de primaria la maestra nos puso enfrente una ilustración en la que un niño güerito jugaba con un globo amarillo y nos dijo a los alumnos:

“—Escriban un cuento a partir de esta estampa…

“Yo obtuve la mejor calificación con este texto (y otra estampita que debí guardar toda la vida) y el ejercicio me lanzó a la única vida que sostengo hasta mis más de ochenta años: escribir lo que veo y siento y descubro o invento. ¿Te parece poco? La gente cree que los niños son creaturas indefensas a las que se les debe proporcionar todo, pero los niños casi siempre son más perceptivos, creativos e inteligentes que sus mayores (padres, eclesiásticos, profesores, entrenadores, degenerados, médicos o lo que sea). En la literatura norteamericana hay estupendos cuentos narrados por niños que en realidad son crónicas de escritores perceptivos de este escenario múltiple que vivimos día con día”.

Fe en los descalzos

—Pero la danza ha sido parte central de su obra. De casi cuatro decenas de libros que usted ha producido, acaso la mitad trata sobre la danza, incluyendo el primero de ellos, publicado en el último año de los sesenta. Si bien sus letras han tocado diversos géneros literarios (cuento, poesía, dramaturgia, novela…) es, sin embargo, en el ensayo donde más ha apuntado sus conocimientos. El dancing mexicano, de 1982, fue el primer volumen que me acercó a Alberto Dallal. Si bien ya nos ha dicho que el acercamiento a la danza fue inesperado, tengo la certeza de que usted ha sido el primero en México en abordar este arte mediante el análisis, las certidumbres, las analogías, la crítica inteligente. El propio Manuel Blanco, fallecido en 1998, cuando escribió el libro sobre la coreógrafa Gloria Contreras me había dicho que Alberto Dallal había sido la fuente donde abrevó la escritura para producir ese libro. Rosario Manzanos, la crítica de danza de mayor relevancia hoy en día, lo tiene a usted como referencia indudable…

—Me inicié en las letras asistiendo al café Chufas, cerca de Bellas Artes, en donde yo supe que Tomás Segovia, dentro de la mejor estirpe y costumbre española (él lo era), organizaba con los jóvenes escritores una tertulia. Yo me aparecí sin invitación y le ofrecí tres poemas y, creo, una reseña de una obra de teatro; él publicaba la Revista Mexicana de Literatura e incluyó mis trabajos. Nos leíamos, creo, unos a otros, pero en los kioscos descubrí, en Avenida Juárez, unos ejemplares de la Revista de la Universidad de México y vi que sus oficinas estaban en el décimo piso de la Torre de la Rectoría de la recién construida Ciudad Universitaria. Como ya jugaba yo a mano y descalzo en los frontones de CU un buen día subí, recién bañadito, a esa oficina y pedí integrarme al corpus de redacción y, para mi sorpresa, lo logré. La redacción, que yo completé, eran Juan García Ponce, José Emilio Pacheco y Carlos Valdés. Mi audacia me dejó patidifuso, pero encantado. Comencé a redactar pequeños recuadros sobre diversos temas que, creo, no firmábamos. En la revista se publicaban colaboraciones de José Emilio, Alfonso Reyes, Jaime García Terrés (director) y de otros ya afamados humanistas. Como ves, siempre he tenido fe en los descalzos que pululan por las calles de tierra o de cemento.

“El fin de mis obsesiones con los descalzos (al fin alguien pensaba como yo) sobrevino en el foro de Bellas Artes en pleno Movimiento de Danza Moderna: cincuenta o sesenta bailarines descalzos bailaban y saltaban (sin moverse de su lugar en el foro) y nos espetaban al público una gran obra reiterativa: Tierra, coreografía insigne de Elena Noriega”.

México comenzaba a percatarse de sí mismo

—Cuando sucedió la aceptación en la revista de la UNAM, si bien fue sorpresiva como usted lo dice, supongo que sus conocimientos escriturales eran asimismo irrefutables porque, y no me dejará mentir, la capa intelectual era absolutamente elitista. Yo sé que con usted estas cosas eran superficiales, pero para los mencionados escritores era básico que así lo fuera. Usted aún no contaba con algún libro en su haber, ¿no es así?, ¿cómo entonces se explica esta adherencia suya a los prolegómenos de la intelectualidad?

—No, no existía ninguna capa intelectual o se hallaba confinada alrededor de las viejas revistas y desbalagadas élites. México entraba a una inesperada modernidad, México apenas comenzaba a percatarse de sí mismo. Pellicer y los demás consagrados publicaban en el Fondo de Cultura Económica (Rosario Castellanos y Luisa Josefina Hernández y demás se concentraban en la Facultad de Filosofía y Letras, ahora en CU pero famosa desde Mascarones) y surgió inesperadamente en Xalapa la editorial de la Universidad Veracruzana (sorprendente idea de un iluminado de las letras: Sergio Galindo, quien comenzó a publicarle a Rosario, a Luisa Josefina Hernández y a un exiliado en México, entonces desconocido colombiano García Márquez). Yo, como tú, fui un periodista inquieto que me colé y publiqué una obra de teatro: El hombre debajo del agua, jamás llevada a la escena. Galindo, muchos años después, fue director del Instituto Nacional de Bellas Artes y nadie ha hecho estudios sobre la influencia de él y sus colegas sobre las modernas letras mexicanas. Todos crecimos y maduramos al margen de los poderes porque México era una explosión de trabajo intelectual, de periodismo, de caricaturistas. En muchos frentes: surgieron los suplementos y las revistas culturales y muchos como Pacheco desparramaron una obra literaria de primer orden. Silenciosamente me fui convirtiendo en el cronista e historiador de un área fascinante del mismo fenómeno explosivo: la danza moderna, luego contemporánea y culta y expansiva, tenaz y única en el mundo.

“(El elitismo se la pela, como dicen las buenas lenguas, a los descalzos. Los indígenas andan por todo México y son semidioses que saben su cuento a fondo.)”

Alberto Dallal / Foto: Gabriel Ramos (Danza-UNAM).

“Yo danzo la realidad con palabras”

—Es cierto, don Alberto, los comienzos a veces no se parecen a los finales: la poderosa firmeza cultural con el paso del tiempo se fue convirtiendo en un núcleo cerrado de personalidades que no admitían a otras figuras que osaran desafiar a los fundadores. Pero usted, Sergio Galindo, Pellicer son excepcionales excepciones de lo que vendría después (no discuto, en lo absoluto, la inteligencia de la obra acumulada, sino los modos sectarios de alguna de esta gente inmersa en la cultura). Admiro su carácter, por ejemplo, su recio carácter plural en los asuntos culturales. Usted estuvo aquí, allá y acullá sin que lo modificara la fama literaria, por decirlo de una manera directa, no especulativa.

—Me concentré en el periodismo y lo que denominamos crítica muy profesionalmente: asistir a los eventos y presentaciones y escribir “la nota”, hacer la crónica. El periodismo realmente profesional es maravilloso, acogedor, apasiona… Si no caes en desviaciones y movidas es acción liberadora para todos. Escribí mis experiencias periodísticas y mis teorías al respecto en un libro en el que conjunté mis ideas y mis clases, ordené mis “técnicas” en un libro: Lenguajes periodísticos. El buen periodismo hace falta en todo el mundo. Es pura sangre pura. En este momento del mundo, particularmente, hay que deslindar disciplinas y esclarecer “personalidades” y limpiar y renovar ideas y actitudes. En el fondo de todos los asuntos nos damos cuenta de que al periodismo en todo el mundo le falta “objetividad” en todo. En el libro planteo: objetividad es la capacidad del investigador (del observador) para permitir que el acontecimiento le entregue la totalidad de los datos. No tu periódico o tu posición política o tu ideología o tus intereses: el hecho, sí, el acontecimiento mismo. Esto se aplica ante una guerra, un asesinato o una obra de teatro o de danza, un acontecimiento cualquiera. Me ha servido mucho cuando observo a los caminantes indígenas caminando descalzos por senderos y carreteras y planicies y pueblos. Ellos me permiten decir todo lo que de ellos digo. O cuando Guillermina Bravo me decía todo lo que hacía y pensaba. Cuando López Portillo le entregó el primer Premio Nacional de Arte a una mujer, ella le exclamó: Gracias, señor presidente: es la primera vez que me dan un premio por hacer lo único que sé hacer. (Se me hace muy limitado el periodista que quiere que el entrevistador diga lo que él quiere que diga.)

“Los bailarines bailan descalzos, emulando a sus antepasados”

—Pero, don Alberto, aún no me dice cuáles fueron sus primeras lecturas, sí por qué empezó a escribir animado, primero, por una maestra escolar y luego alentado por un escritor consagrado como Segovia. ¿Fueron historias de ficción o pasajes documentados del paso del tiempo sus lecturas? No me refiero a los libros obligatorios de la educación escolar, sino lecturas por convicción. ¿Fueron acaso estas lecturas las que lo condujeron a sus ensayos primeros de arte?

—Mi primer libro fue una obra de teatro que me publicó Sergio Galindo en la Universidad Veracruzana. Se trata de un actor que ante el público no aguanta seguir la secuela de la obra y se enfrenta a los espectadores para declarar que la vida social es una mierda, que necesitamos (los seres humanos) comunicarnos sin interlocutores. Jamás se llevó a escena. Y pareciera que toda mi vida he pugnado por eso y por eso escribo y publico: no hay relaciones directas entre los seres humanos. El periodismo lo sabe de antemano: no hay una real comunicación porque cada grupo humano cree que vive en una realidad única, a- y anti-histórica. Se vive individualmente como sumergidos en una realidad particular, con paraísos e infiernos propios y apropiados, descriptibles y cómodos o, mejor, adaptables a cada grupo humano. Por ello el periodismo es tan importante: socializa la realidad. Me clavé en la danza (teoría y practicantes) porque resulta un intento de exaltación del ser humano a través de cuerpos humanos. Me metí de lleno en la danza moderna y contemporánea mexicana porque los bailarines bailan descalzos, emulando a sus antepasados. Me fascinó ser amigo notable de Guillermina Bravo porque ella sí sabía todo esto y forjó mundos paralelos a través de sus coreografías, amando intensamente a los protagonistas bajo su protección. Acabo de terminar un grueso volumen sobre la presencia de los actores en la historia del mundo y sus autosacrificios como cumplimiento de un destino exaltado. En fin, mi medio de acción, mi llave del conocimiento, mi Paraíso y mi Infierno es la escritura (como lo es para ti) y creo nadie me puede quitar o negar lo bailado, lo escrito, lo vivido, lo pensado porque lo derramé todo completo en libros contantes y sonantes.

“A los 87 años [que Dallal los cumple hasta el 6 de junio] me hace falta tiempo para seguir hostilizando al Universo inmediato. Tendré que retirarme, aunque vivamos una época en la que por fuerza el mundo va a tener que cambiar totalmente. Las utopías y el conocimiento del pasado chocan en el universo entero y será interesante detectar por dónde vendrá la nueva solución total, ya que todas nuestras soluciones y salidas resultan en todo el mundo sumamente limitadas y parciales. Por eso es tan satisfactorio y funcional ser simultáneamente periodista e investigador, especialista y experimentador, simple ser humano y necio teórico insertado en una realidad a la vez nacional e internacional. No hay más remedio que seguir admirando a Rita Hayworth y a Pilar Rioja (insertaban con y en sus cuerpos una nueva coreografía mientras bailaban una coreografía). El ser humano tendrá que insertarse de nueva cuenta y con ánimos renovados en este nuestro Universo, que es el único.

“(Yo no tuve primeras lecturas sino hasta la fecha escribo de lo que veo: lo que escribo viene de adentro o del cerebro o de ese punto siempre necio que viene de no sé dónde; ¿siempre de adentro?

“(No existen para mí las lecturas por convicción: existe la vida vida que te rodea mucho más elocuente conforme va ocurriendo. La danza me hizo escribir, no un talento escondido. Las entrañas humanas no cuentan tanto en la vida-vida: es más poderosa la realidad. Ya me hiciste descubrir que yo danzo la realidad con palabras. Ufff. Por eso me peleé con Guillermina Bravo: cerró de pronto la compañía que la hacía ser, vivir, trascender. Jamás volvimos a hablar de nada: sólo nos veíamos desde una prudente distancia.)”

Vivir en las palabras

—¿Sus incursiones tanto en el periodismo como en la literatura brotan de la misma fuente aunque usted los fronteriza a cabalidad en su libro Periodismo y literatura, del año 1985? ¿Cuál sería, entre ambos géneros, su diferencia básica? ¿Por qué no hacer un libro intitulado Lenguajes literarios como sí ha escrito, en 1989, Lenguajes periodísticos? Usted se ha mantenido, a carta cabal, entre ambos géneros: ¿cuándo sabe que lo apuntado es tal género y no el otro, qué le indica que uno lo mantiene distante del otro, cómo alcanza a distinguirlos?

—Tú eres el que intenta hacer una clasificación de los textos para escribir tus textos. Yo sólo descubro la funcionalidad de cada texto y la necesidad de verterlos en el sitio apropiado. Perseguimos a los textos para utilizarlos de una u otra manera. Me acuerdo que a la increíble bailarina que fue Antonia Quiroz la llamé “Látigo de Luz” y para mí así quedó bautizada para siempre. Hasta la fecha ella vive en esas palabras.

“Siempre andamos bailando solos”

—Para fortuna nuestra, de las letras mexicanas, usted no ha formado parte de círculos elitistas intelectuales donde se reciclan los galardones a veces de manera incluso indiscreta, lo que tal vez ya lo hubieran hecho acreedor al merecido Premio Nacional de Artes. ¿No aspira a estas formulaciones de la cultura? Usted ha servido durante bastantes años a la Universidad Nacional Autónoma de México, ¿nadie le ha propuesto esta inmensa gratificación personal?

—A ti te impresiona una entelequia. La intelectualidad no existe. Tienes un prejuicio de clase: los que escriben y los que miran a lo lejos a esos seres únicos que nos descubren cosas. Nada: se escribe con las agallas y a veces se espeta en pleno rostro del grupo o de la sociedad lo que escribiste. Le guste o no. En el camino te encuentras a TUS lectores y a la realidad que te toca describir. Siempre andamos bailando solos, a veces de manera luminosa, a veces grotesca. Como decíamos en la Guerrero: no te la jales.

El final de los coreógrafos

—Usted ha escrito ya libros sobre Alfredo Zalce en 1982, Guillermo Meza en 1985, Pilar Rioja en 2001 y, ahora, acaba de salir de las imprentas Epicentro: Guillermina Bravo y el Ballet Nacional de México

—La característica principal de este nuevo libro es que resulta un acucioso estudio de Guillermina Bravo y sus grandes proezas en y para la danza mexicana, pero al final yo entro en desacuerdo con ella por cerrar la compañía y quedar como la mejor de México sin que nadie la sustituya. Aun así, funda el Centro Nacional de Danza Contemporánea en Querétaro y allí recibe a los peregrinos de todo el mundo que la admirábamos. Yo no volví a tener la enorme amistad (hermandad) ni hablé con ella. Así de rudo (fanático de la danza mexicana) resulté, porque por encima de ella consideré que se hallaba la danza mexicana y sin la compañía (la práctica: presentarse ante el público) no surgirían de allí más coreógrafos bien pertrechados para la danza mexicana. Raquel Tibol [cuyo centenario natal de la crítica de arte argentina radicada en México se conmemora este año, el 14 de diciembre, fallecida a los 91 años de edad el 22 de febrero de 2015] coincidió conmigo. Así de rudo e implacable soy. (Por eso insisto en los danzantes mexicanos que desde la Colonia parecen no tener historia y sin embargo son mundialmente chingones.) Guillermina y yo éramos casi hermanos, intelectual y emocionalmente hablando. Pero resulto muy seguro de lo que sé por la práctica del periodismo y la academia. Los periodistas (sobre todo en este momento histórico de México) somos jueces y parte de la historia del país y por eso percibimos más que los demás, cuyos intereses personales se hallan a prueba. O debiéramos serlo.

“Los personajes sobre los que nos lanzamos los periodistas nos los espeta la realidad en la cara. ¿Por qué me entrevistas a mí y no a otro? La realidad se impone, TU realidad y no otra.

“Mi alma de periodista observador me lleva a escribir sobre los personajes que me imponen las circunstancias o sobre aquellos que se cruzan en mis caminos de la investigación sistemática. Por eso me aguantaron en el Instituto de Estéticas de la UNAM”.

La danza, una obsesión

Quizás Alberto Dallal no está enterado todavía, pero ha construido en su crítica danzaria un completo, y envidiado, estudio literario en el tema, porque no sólo ha cronicado los movimientos corporales en los escenarios sino ha concebido, de manera admirable, una estructura personal para describir lo mirado, lo comprendido, lo aprehendido, no en vano la UNAM le acaba de entregar, el pasado domingo 29 de enero, el reconocimiento nacional precisamente por haber estado inmerso en el arte de la escritura sobre la danza por más de medio siglo, la danza la cual es, según asentó el propio Dallal en su discurso al recibir su premio, “antes que nada, una obsesión”.

Su nuevo libro, intitulado Epicentro: Guillermina Bravo y el Ballet Nacional de México, que el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM acaba de incorporar a su catálogo bibliográfico, es la obra suprema que magnifica la biografía cultural de la coreógrafa Guillermina Bravo, fallecida hace una década: el 6 de noviembre de 2013, a sus 92 años de edad (siete días antes de su onomástico número 93), un libro de 352 páginas con 42 imágenes entre documentos y fotografías en una fina edición, impresa en papel couché mate, donde vuelve a resaltar, por quincuagésima ocasión, el trabajo literario de Alberto Dallal, quien propone, y es uno de los corolarios de su nuevo libro, que el Centro Nacional de Danza Contemporánea en Querétaro lleve el nombre de Guillermina Bravo: “Nunca tuvo el país una coreógrafa y guía de la danza mexicana con más claridad histórica que ella —apunta Dallal—, gracias al perfecto equilibrio entre lo que logró con las presentaciones de la compañía en México y el mundo y las faenas técnicas de preparación y desarrollo profesional de este grupo compacto de profesionales de la danza, algunos de los cuales siguen trabajando con fervor concentrado en el Centro Nacional de Danza Contemporánea de Querétaro”, seguramente en un futuro inmediato denominado Guillermina Bravo.

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