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Campañas de autenticidad

El rescate o conservación de la cultura es asunto importante de la ciudadanía consciente, sensible y libre. En casi todos los pueblos existen historias conmovedoras de luchas por la sobrevivencia del fondo cultural de las naciones, comunidades y etnias. En África, en ciertos momentos de su historia, ese rescate se elevó a política de Estado. Y eso incluía a la música y a sus músicos, nos cuenta Constanza Ordaz en esta nueva entrega de su columna ‘África en el paraíso’.


La sobrevivencia de la cultura

El rescate o conservación de la cultura es asunto importante de la ciudadanía consciente, sensible y libre. En casi todos los pueblos existen historias conmovedoras de luchas por la sobrevivencia del fondo cultural de las naciones, comunidades y etnias.

En África el rescate, en algunas ocasiones, se elevó a política de Estado, donde los griots hicieron su parte, involucrando sus tradiciones musicales y poéticas más sabias y profundas.

Los siguientes fragmentos del libro de Frank Tenaille: La música es el arma del futuro (Music Is the Weapon of the Future: Fifty Years of African Popular Music, Editorial Lawrance Hill Books, Chicago, 2002) son claros en mostrar la conciencia alcanzada por los pueblos de África por emprender el rescate de sus raíces culturales y hacer de ellas una plataforma de su futura inserción cultural en el concierto de las naciones del mundo.

Músicos, no camareros

La política cultural de Sékou Touré también elevó la posición social de los griots —que habían sido considerados unos palurdos durante el colonialismo— reconociendo que, gracias a su tradición oral, se había mantenido viva la historia de su pueblo.

Pero los griots modernos no sólo llegaron a relatar esa historial sino incluso, en ocasiones, la crearon.

En 1977, tras el fracaso de Touré en su intento de reconciliar a los presidentes de Mali y Alto Volta —actualmente Burkina Fas— para evitar una guerra declarada, la mediación del griot Sory Kondiakouyaté fue decisiva: recordó apasionadamente los sufrimientos y alegrías compartidos durante siglos por los pueblos; entonces, ambos contendientes se deshicieron en lágrimas y desactivaron la guerra.

Ese año, a pesar de semejante triunfo diplomático, Guinea se encontraba en una profunda crisis económica y política. Se cerró Syliphone —la casa de discos estatal— y seis años después el gobierno modificó su patrocinio a las orquestas nacionales otorgando a cada grupo la gestión de un bar musical. Kélétigui Traoré, líder de unas orquestas, abandonó su puesto insistiendo en que él era músico y no camarero, y sus colegas no tardaron en mostrar su incompetencia musical.

A la muerte de Sékou Touré, en 1984, todo parecía indicar que su revolución cultural estaba agotada, pero ya había repercutido en todo el continente.

Doce años antes, el presidente del Antiguo Congo Belga, Mobutu Sese Seko, había declarado en un mensaje radiofónico: “Tenemos que revitalizar nuestra música a toda costa. Es escandaloso que muchos de nosotros conozcamos los detalles más insignificantes de las vidas de grandes músicos como Mozart, Beethoven y Wagner, incluso los nombres de sus amantes, y, sin embargo, no sepamos nada de nuestros propios artistas, como si los cantantes de nuestra autenticidad no tuviesen talento ni vida amorosa suficientemente interesante para la posteridad”.

Disco recopilatorio continental

Al año siguiente —continúa en su ensayo Frank Tenaille—, Mobutu dio al país nuevos nombres africanos (Zaire y Kinshasa, respectivamente) y urgió a sus compatriotas a hacer lo mismo con sus nombres. El prominente músico Franco —rebautizado L’Okanga La Ndju Pene Luambo Luanzo Makiadi— recorrió las provincias para explicar esta campaña de autenticidad, mientras el Ministerio de Cultura y Arte editaba un disco recopilatorio de clásicos indígenas y organizaba festivales de música tradicional.

No obstante, las exhortaciones de Mobutu no habían hecho más que acelerar un proceso en curso pues desde hace varias décadas su país constituía el corazón musical de África.

Asignación pendiente

El despojo infligido por todo dominio colonial hace del rescate cultural una asignatura pendiente e inmediata.

Aún en los países semicoloniales, como México, el reconocimiento de sus raíces es tema que amerita un tratamiento suave, reiterado, sistemático y documentado. En todo esto, recurrir a la tradición hablada (como la de los griots en África, como lo apreciamos en la documentación de Frank Tenaille o en los rarámuris, tzotziles, mixtecos, etcétera, en nuestro país) es un procedimiento eficaz que nos ha develado testimonios musicales de inapreciable valor.

Con o sin apoyo estatal, la voz de la autenticidad predomina y cubre con su estela a las producciones reduccionistas de la burda modernidad.

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