Las construcciones sociales
Marzo, 2023
¿Está usted seguro de que todo lo que está experimentando en este momento no es una mera construcción de su mente? ¿Es usted una de esas personas que, con la mano en la cintura y una sonrisa burlona, afirma que “todo es una construcción social”? Pues habrá que recordarle entonces, como apunta Juan Soto, que las construcciones son realidades que cambian con el paso del tiempo. Y que son realidades en función de las consecuencias que tienen en nuestras vidas, en nuestras relaciones y en nuestras cosmovisiones.
Debe ser poco probable, pero no imposible, que aún existan seres extraños que sigan pensando —como lo propuso el filósofo prusiano precursor del idealismo alemán Immanuel Kant— que el mundo como lo experimentamos es una construcción de la mente humana. Sin embargo, es muy probable que quienes no logren distinguir entre constructivismo y construccionismo, por ejemplo, supongan que cualquiera que enuncie la palabra construcción en un medio universitario se refiera al pensamiento kantiano (o a algo parecido).
Esta clase de incultos es la que, dejando ver su insuficiencia intelectual con deslumbrante desparpajo, resopla una frase, cada vez que puede, a manera de burla o crítica insustancial: “Todo es una construcción social”. Si todo lo utilizan como pronombre indefinido masculino y singular tendríamos que preguntarnos no sólo qué querrán decir estos aspirantes a camorristas, sino qué suponen que cabe en la palabra todo. Si se refieren a las sillas, mesas, puertas, ventanas, gatos negros, dueñas de los gatos negros, etc., van por muy mal camino.
Por no informarse, por no leer o por equivocar la selección de horarios, materias y profesores en la universidad terminaron por confundirse flagrantemente. ¿En qué sentido? Primero, como ya se había sugerido, en que no siempre que se dice construcciones se habla, bien de constructivismo, bien de construccionismo. Segundo, en que sea cual sea el camino que se siga, afirmar que todo es una construcción social es un ejemplo de ignorancia fulgurante.
Construcciones fantasmagóricas
Pensando en el sentido común y la interpretación científica de la acción humana, el filósofo, psicólogo, sociólogo y musicólogo vienés Alfred Schütz, desde la fenomenología (y no desde el construccionismo), afirmó que todo nuestro conocimiento del mundo, tanto en el sentido común como en el pensamiento científico, supone construcciones, es decir —lea con muchísima atención— conjuntos de abstracciones, generalizaciones, formalizaciones e idealizaciones propias del nivel respectivo de organización del pensamiento.
Las construcciones (sobra decir sociales) no se refieren a los objetos ni a las personas como los extraviados suponen. Independientemente de que sí, en efecto, Schütz suponía que ya sea en la vida diaria o en la ciencia seamos incapaces de captar la realidad del mundo y que solamente captemos ciertos aspectos de ella, las construcciones son inherentes a los horizontes interpretativos. Las abstracciones, las generalizaciones, las formalizaciones y las idealizaciones son interpretaciones. Y, por doloroso que sea para muchos, los hechos, datos y sucesos (que incluso aborda el especialista en ciencias naturales) son, como lo enfatizaba Schütz, hechos, datos y sucesos solamente dentro del ámbito de observación que le es propio. Dicho ámbito no “significa” nada para las moléculas, átomos y electrones que hay en él, por ejemplo.
Esta idea de Schütz, entre otras, resonó en un sociólogo seguidor suyo de nombre Thomas Luckmann a quien, quizás de manera automática y un tanto injusta, se le asocia con otro sociólogo de nombre Peter L. Berger, pues juntos publicaron un libro que muchos reconocen, pero que pocos han leído y que lleva el título de La construcción social de la realidad. En este libro, esencial para sociólogos y psicólogos sociales, hay dos tesis fundamentales: que la realidad se construye socialmente y, ponga atención, que la sociología del conocimiento debe analizar los procesos por los cuales esto se produce.
La realidad, dicho sea de paso, fue concebida por ellos como una cualidad propia de los fenómenos que conocemos como independientes de nuestra propia volición y, enfatizaron, no podemos hacerlos desaparecer. El conocimiento, puntualicemos, lo definieron como la certidumbre de que los fenómenos son reales y de que poseen características específicas.
Puestas así las cosas sería absurdo sostener que las construcciones sean esa especie de fantasmagorías que aquellos que ni siquiera se preocuparon por estudiar dicho libro a detalle sostienen que son. Dicho esto, podemos decir con fuerza que tampoco se puede afirmar que las construcciones sean inventos, castillos en el aire o masturbaciones teóricas que no tienen efecto sobre nuestras vidas y nuestros sistemas relacionales. Si en algo atinó este par (Berger y Luckmann), fue en reconocer un punto de acuerdo en la discusión sobre la sociología del conocimiento de aquella época. Y es que se había llegado al acuerdo general de que debía ocuparse de la relación entre el pensamiento humano y el contexto social en el que se origina.
¿La felicidad puede alcanzarse con sólo pensarlo?
En consecuencia, habrá que insistirles a aquellos que se ríen como lelos después de decir que “todo es una construcción social”, que las construcciones se refieren a objetos de pensamiento. Habrá que recordarles que las construcciones son realidades que cambian con el paso del tiempo. Y que son realidades en función de las consecuencias que tienen en nuestras vidas, nuestras relaciones y nuestras cosmovisiones.
Veamos. La realidad para una persona que profesa una religión, no es la misma que para todos aquellos que han renunciado a la idea de tener un amigo imaginario que los vigila todo el tiempo y los castiga o los pone a prueba de vez en cuando. La realidad para una persona de derecha y una de izquierda, políticamente hablando, tampoco es la misma. No es lo mismo asumir que la riqueza sea el producto del esfuerzo individual, que asumir que sea el resultado de una distribución inequitativa. No es lo mismo construir el aborto como un crimen que como un derecho. Y para dejar en claro que las formas de construir los acontecimientos del mundo tienen efectos en nuestro sistema relacional, sólo piense en las mujeres que han sido encarceladas en nuestro país por abortar.
Las construcciones que orientan nuestros pensamientos y nuestras acciones no son inocentes. Mucho menos neutrales ni objetivas, en el sentido más recalcitrante del término. Implican posicionamientos —discursivos por si acaso— y también cosmovisiones. Positivistas y hermeneutas no sólo no describen ni interpretan el mundo de la misma manera, sino que no lo experimentan de la misma forma. En materia de psicología y psicología social esto es extremadamente claro. Los psicólogos, a secas, tienden a individualizar los problemas sociales (por eso se desgañitan como merolicos diciendo que todos deberían acudir a terapias psicológicas o talleres para mejorar, entre otras cosas, su calidad de vida).
La psicología, a secas, tiende a atribuir las causas de los desajustes del comportamiento a variables individuales como la baja autoestima, por ejemplo. Variable que, dicho sea de paso, es el ingrediente infaltable de una buena cantidad de desajustes psicológicos que van desde los trastornos alimenticios, como la anorexia y la bulimia, hasta el consumo de alcohol y drogas. Eliminar el componente social de la realidad garantiza a las instituciones y a los gobiernos evadir ciertas responsabilidades en el abordaje de los problemas que las sociedades enfrentan, como la violencia y el tráfico de drogas, sólo por poner algunos trillados ejemplos.
Si las construcciones ponen en el blanco de sus ataques ciertas características individuales del comportamiento (para no decir de personalidad), entonces la degradación de las problemáticas sociales beneficia a muchas instituciones gubernamentales y no gubernamentales. Incluso resulta benéfico para diversas formas de gobierno y del poder. La psicología positiva se ha encargado de difundir técnicas y lemas para que las personas incrementen su felicidad cotidiana. Pero, como lo hemos dicho ya en otros textos, no se puede ser feliz por decreto. La felicidad no es, ni en el mejor sueño, una elección personal. Se necesita ser un zoquete para suponer que la felicidad puede alcanzarse con sólo pensarlo.
La psicología y las psicologías sociales de inclinaciones experimentales y cuasiexperimentales han resultado ser excelentes aliadas del utilitarismo y del liberalismo, construyendo y difundiendo ideas sobre la ansiedad, el estrés, el empoderamiento, la resiliencia, la motivación del logro y demás terminajos de corte casi empresarial que terminan por culpar a los individuos por sus fracasos y a mitificarlos por sus éxitos. Eliminando, eso sí, las variables sociales de sus discursos y de las formas de concebir y explicar los acontecimientos que representan diversas problemáticas.
Ni neutrales ni inocentes
Las construcciones implican, entre otras cosas, posicionamientos discursivos, cosmovisiones y, sobre todo, valoraciones. No son neutrales ni inocentes. Operan sobre nuestros sistemas relacionales y tiene consecuencias sobre nuestras vidas. No son inventos ni simples figuraciones. Orientan el pensamiento y la acción. Nos posicionan en el mundo y nos posicionan frente a los otros. Por ello se le extiende una invitación para que la próxima vez que escuche a algún inculto decir que “todo es una construcción social”, coja una piedra y se la reviente en la cabeza para demostrarle lo equivocado que está. Y que quede claro, esto no es una defensa en favor del construccionismo, en todo caso es una nota en favor de la fenomenología en sociología y una invitación a leer antes de reír como baboso después de decir: “Todo es una construcción social”.