ArtículosCiencia

Las ciencias son un quehacer colectivo en el espacio y el tiempo: Juan Nepote

En este 2024, el científico y divulgador mexicano afronta el reto de dar vida al mayor museo de ciencias ambientales en América, el cual está ubicado en México; la entrevista es con él

Enero, 2024

Autor de referencia y multipremiado como científico, divulgador y ensayista, el mexicano Juan Nepote afronta 2024 con el reto de dar vida al mayor museo de ciencias ambientales en América, que está ubicado en Guadalajara (México). Jordi Sánchez Navas ha conversado con él.

Si la cinemática registra movimiento de los cuerpos, Juan Nepote (Guadalajara, México, 1977) debe ser un caso de estudio. Físico, profesor, ganador del Premio Nacional de Periodismo Científico y Divulgación de la Ciencia, del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz y del Premio Jalisco en el Ámbito Científico, divulgador empeñado en contagiar la ciencia y recuperar la memoria científica y pionero de la museografía interactiva, afronta 2024 con el reto de dotar de vida al nuevo Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara, el más grande de América en su clase.

—¿Dónde encuentra inspiración para escribir textos divulgativos interesantes?

—Para divulgar, me inspiran textos de otros ámbitos. En el caso de la literatura, cualquier texto de Italo Calvino. Su obra está a medio camino de lo narrativo y lo poético, con combinaciones muy interesantes. Me gusta la posibilidad de realizar grandes mezclas e híbridos.

—¿Por qué cuesta tanto saber qué interesa a la gente y desprenderse del corsé académico?

—Tuvimos oportunidad de invitar a Guadalajara a Jorge Wagensberg, al Coloquio Internacional de Cultura Científica que creamos en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Pasamos momentos entrañables y nos asesoró para diseñar el nuevo Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara (UDG). Él decía que cualquier idea científica que no se pueda expresar en un aforismo no era una buena idea. Recuerdo uno de esos aforismos: “No hay que confundir el rigor científico con el rigor mortis”. Siempre lo tengo muy presente.

—¿Cuesta tanto compartir lo que uno sabe? ¿Qué consecuencias tiene la burbuja científica?

—Esa dificultad para compartir el trabajo científico tiene consecuencias graves, incluso hacia dentro de la comunidad científica. Los programas de formación de los investigadores están tan orientados a compartimentar los saberes y a una especialización casi técnica que cuesta trabajo tener una dimensión histórica y filosófica para identificar el trabajo y saber qué lugar ocupa en el collage. Porque, finalmente, las ciencias son un quehacer colectivo en el espacio y el tiempo.

—¿Cómo valora el momento que vive la divulgación científica en México?

—México ha sido pionero en comunicación de la ciencia a lo largo de la historia. Hay una tradición y gente que ha hecho cosas importantes y de inmenso valor. Pero ahora tenemos que repensarnos. Repetimos mucho las mismas fórmulas y estilos de taller en los ejercicios de divulgación de las ferias de ciencias. Nunca faltan los experimentos para hacer un volcán o algo de hidroneumática con una jeringa, pero nos quedamos muy cortos de miras en las aplicaciones de la ciencia contemporánea. Nos hace falta un salto evolutivo y pensar de manera más creativa.

“Marcelino Cereijido, fisiólogo argentino afincado en México desde hace muchos años, ha insistido en el déficit que representa formar investigadores y no científicos. El investigador sigue las normas e identifica lo que hay que hacer para dedicarse profesionalmente al trabajo de investigación. Pero no necesariamente piensa como científico ni actúa como tal. Ceñirse a la regla y no dejar espacio para la creatividad representa, ontológicamente, lo contrario al trabajo científico, que consiste en explorar territorios desconocidos”.

—¿Qué se puede hacer desde la universidad para combatir esa tendencia a la normatividad, la especialización y la burocracia?

—Desde la rectoría general de UDG se ha acometido una iniciativa que busca incrementar la potencia de la red universitaria, que es lo más valioso que tiene la Universidad de Guadalajara. La UDG cuenta con 18 campus repartidos por todo el estado de Jalisco. Pero esos campus fueron diseñados de manera temática en torno a un área de conocimiento. La iniciativa es convertir en multitemáticos los campus, para enriquecer la oferta y fomentar esa transdisciplinariedad.

—Ganó el premio Sor Juana Inés de la Cruz con su libro El lector científico / Vida e invenciones de José María Arreola. Arreola y Sor Juana Inés fueron dos ejemplos de transversalidad.

—Me interesa mucho encontrar en las historias de estos personajes, como Sor Juana Inés, José María Arreola o tantos otros, más elementos para entendernos ahora y sobre todo para construir los futuros posibles e imposibles.

—Ha escrito que el futuro está lleno de pasado. ¿Cómo puede influir en la sociedad esa restauración de la memoria de la ciencia y de sus ilustres desconocidos?

—Que nos hayamos olvidado de Arreola o Sor Juana Inés no les afecta porque están muertos. Los que nos empobrecemos somos nosotros, los que seguimos en este planeta tratando de entendernos y organizarnos. En el caso de Sor Juana Inés, además de las cualidades reconocidas, hay elementos conectados con la actualidad, como la perspectiva de género, la transdisciplinariedad o su curiosidad omnívora.

—Hay países que apuestan por la ciencia como elemento de identidad nacional ¿Existe dicha apuesta en el caso de México o de Jalisco?

—Me parece admirable el trabajo de historiadores españoles, como José Manuel Sánchez Ron, quien escribió el prólogo de mi último libro y a quien aprecio y admiro personalmente. Ha rescatado una dimensión de España que no estaba tan clara. Justamente, la de la España científica. En México, creo que no existe un proyecto de construcción identitaria ni una idea para la formación del tejido nacional que tenga a la ciencia como componente importante. Somos muy dados a esta memoria de bronce, la memoria de las esculturas que se colocan por ahí y de las calles con nombres de personajes. Con cierto sesgo, porque depende la corriente política y del contexto sociocultural en el que se da ese reconocimiento. Pero hasta ahí. Es un tema muy superficial.

—¿Existen en México abanderados de la ciencia que creen marca para el país?

—Hay más protagonistas que nunca adscritos a sus campos de estudio. Hombres y mujeres de primerísimo nivel. Gente que ha estado liderando proyectos en el CERN, como Gerardo Herrera Corral. Reconocidos dentro de la comunidad científica, pero no más allá. No tenemos esa figura que adquiere una dimensión pública. Quizá Antonio Lazcano es la persona que más ha estado en la palestra. Además de ser muy reconocido en el ámbito académico, ha destacado en los últimos años por liderar junto a Julia Tagüeña, que es otro gran personaje de este país, una defensa del sistema científico frente a las políticas públicas recientes. Hasta hace unos años existía ese referente. Mario Molina, fallecido en 2020, tenía el Premio Nobel y cumplía ese rol.

—Dicen que los físicos a menudo quieren ser biólogos para entender qué es real y qué no lo es desde la percepción humana. ¿Le ha picado a usted ese bicho?

—Se tiene la imagen de que los físicos viven en un mundo un poco etéreo porque están en cosas muy raras que no tienen relación con la gente. Pero cuando revisas quiénes están trabajando en el campo de la divulgación y la comunicación, descubres que muchos de ellos son físicos. Lo mismo sucede con los museos, en particular en el caso de los interactivos. El Exploratorium San Francisco lo monta Frank Oppenheimer. No el protagonista de la película, sino su hermano, que también sale y era el comunista. Y a Schrödinger, célebre por la historia del gato, le interesó mucho la biología y escribió sobre ella. La formación en física alimenta una capacidad de seguir preguntándote cosas de manera insaciable. Incluso te lleva a cruzar ciertas fronteras de la disciplina para seguir haciéndote preguntas. Hasta llegar a la política. Pensemos en Claudia Shienbaum (candidata a la presidencia de México por el actual partido gobernante) o Javier Solana en España. Claro, esto tiene que ver con otros recorridos de vida. Pero pasar por las aulas de física te lleva a querer leer e interpretar el mundo.

—Ya que ha salido el tema… ¿qué le pareció la película Oppenheimer?

—El cine puede servir para explicar la física, pero Oppenheimer no es una clase magistral. Es una película basada en una excelente biografía. A mí me emocionó mucho. Me parece extraordinariamente bien lograda por el uso de recursos narrativos y por la forma de ir presentando a ese personaje complejo. Y bastante precisa en la presentación de hechos históricos. Aunque resultan inevitables ciertas simplificaciones, como el aspecto de Einstein, que parece de dibujos animados, o Feynman, con sus bongos al lado para que lo identifiquen. Este tipo de críticas también se plantean hacia la divulgación. Existe un sector más formal de la academia que lo considera un trabajo incompleto y parcial, casi una caricatura. Pero resulta indiscutible el valor social de la divulgación científica y las publicaciones, porque tienden puentes.

Juan Nepote. / Foto: Iván Lara González (gaceta.udg.mx).

—Ha ganado dos veces el premio estatal de innovación. ¿Cómo lleva el desdoblamiento entre investigación y divulgación?

—Desafortunadamente, en México hay un cierto desdén hacia la labor de divulgación. Parece que la divulgación se hace sólo en ratos libres o cuando termina tu etapa de producción investigadora y tienes más tiempo. También hay desconfianza hacia la calidad intelectual de lo que se produce desde el ámbito divulgador. Este mal se da principalmente en las universidades, porque luego existen otras instancias, como fundaciones, sociedades u organizaciones no gubernamentales, donde el trabajo de los divulgadores sí es apreciado. Por fortuna, en los últimos años se han creado espacios como la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM que ha otorgado a la divulgación una independencia y una jerarquía institucional necesaria. También destaca la labor de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica.

—¿Cómo percibe el fenómeno de los influencers de la ciencia, que han irrumpido con fuerza en redes sociales?

—El mundo está permanentemente cambiando. Ese matrimonio mal avenido entre investigadores y divulgadores, que a veces son la misma persona en diferentes épocas, describe el mundo hasta hace diez años, porque ahora ya es otro. La preeminencia de las redes sociales y de otros mecanismos para comunicarse ha generado un nuevo debate, que nos está obligando a repensar las estrategias de comunicación de la ciencia y hasta el papel de los museos. Estos personajes que han irrumpido en las redes representan esa transformación. Hay algunos que están haciendo aportaciones relevantes y otros no.

—¿Vivimos un momento disruptivo para la comunicación de la ciencia?

—La gente acude a TikTok o a los tutoriales de Youtube porque es lo que tiene más a la mano, como antes buscabamos información en las enciclopedias. Ha cambiado el formato, pero es la misma necesidad. Tengo un hijo de seis años que ha descubierto una serie de cosas que yo no sabía que podían hacerse con Alexa. Él mismo se hace preguntas y las averigua.

“Tenemos que pensar ahora de otra forma la información, la comunicación, la cultura y la formación. Ahí está el surgimiento de una plataforma como The Conversation, donde puedes acudir para averiguar ciertas cosas, de la misma manera que puedes revisar en Fundéu (Fundación del Español Urgente) dudas sobre una palabra. La irrupción de estas formas de comunicarse viene a trastocar el ámbito de la divulgación científica. En los museos, tenemos que pensar cómo somos más eficaces, más rápidos, más ligeros y generar diálogo”.

—La manipulación neuronal abre un campo para la lucha contra las enfermedades neurodegenerativas, pero también nos acerca la interconexión cerebro-máquina. ¿Debemos sentir esperanza o temor?

—Si dividiéramos el mundo entre quienes tienen temor o preocupación por el desarrollo tecno-científico y los que sienten emoción o entusiasmo, yo me situaría del lado de estos últimos. Me preocupan las implicaciones socioculturales de la ciencia, su filosofía, su ética y su historia. Esa parte nos permite entenderla de manera amplia y no aplicarla de forma automática, semiinconsciente y técnica. Lo peligroso es heredar un puesto de investigador, repetir patrones y buscar la aplicación inmediata. Una divulgación plural, amplia, sugerente y seductora, que contemple esos otros elementos filosóficos, éticos e históricos de la ciencia, resulta fundamental para no caer en esos precipicios fatalistas o esas nuevas formas de esclavitud que derivan del dominio tecnológico de ciertos países. Si comprendemos mejor el quehacer científico podremos poner nuestros límites, fortalecer nuestra ética y encontrar la manera de que la ciencia no provoque la destrucción del otro.

Maqueta del Museo de Ciencias Ambientales. / Foto: museodecienciasambientales.org.mx

—Entonces, la divulgación, por esa capacidad de evitar las distorsiones de la geopolítica y promover la gobernanza, debería ser una prioridad dentro de las políticas públicas…

—La divulgación, por sí misma, no resolvería estos escenarios, pero sembraría una semilla. Aquí en México, resulta incomprensible que para el Conahcyt (Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías) la divulgación siga siendo un adorno. No hay recursos suficientes para ello, no hay programas establecidos para impulsar acciones concretas. No hay herramientas ni mecanismos que estimulen y den soporte a las labores de divulgación de la ciencia encaminadas a generar un impacto social importante.

—Ha escrito un libro titulado Instrucciones para armar museos de ciencias. ¿Cómo afronta el reto de diseñar la museografía del nuevo Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara (MCA), el más grande de América en su clase?

—El título es una provocación. Está editado dentro de una colección de divulgación que se llama ‘Gabinete de Curiosidades’, cuya dirección me ha encomendado la UDG. Hemos hecho tres libros de “instrucciones” dentro de la colección. Escogemos un tema y buscamos a la gente que está haciendo cosas dignas de contarse en ese ámbito. El de instrucciones para museos surge en un momento delicado, cuando nos recortan el presupuesto para el Museo de Ciencias Ambientales. Con esa frustración, invitamos a gente relevante en el campo y les preguntamos cómo podríamos hacer un museo. Obviamente, no hay instrucciones para eso.

—Los apellidos del MCA son “de lo vivo y lo futuro”. Pero al futuro que estamos construyendo no parece importarle lo vivo. ¿Qué historia nos va a contar su museo?

—Tanto el director y fundador del MCA, Eduardo Santana, como el resto del equipo, intentamos evitar esa narrativa fatalista que cancela e inhibe la conversación. Esa conversación nace de diferentes estímulos, desde software a objetos reales de la naturaleza, textos evocadores, alguien que da una conferencia… En los museos nadie reprueba, no hay requisitos ni se exigen titulaciones como sucede en el aula. Se invierten la jerarquía y los órdenes.

—¿Qué papel juega el museo en el contexto universitario?

—Un museo así puede ayudar a que la Universidad de Guadalajara forme mejor a sus científicos. Que no sean investigadores que dominen una parcela limitada de conocimiento y amplíen su mirada y sus perspectivas, relacionando su disciplina con otras. El museo puede ayudar al ciudadano común a formar ciudadanía en un mundo exigente como el que tenemos ahora y en el que hace falta saberse situar. Y dentro de esa ciudadanía se incluyen los que ya tienen una formación científica.

—¿Cuál será su rasgo más destacado?

—Una fuerte impronta de cocreación, buscando el diálogo con el entorno más inmediato: las colonias, la ciudad, los barrios. Dentro del edificio va a existir algo llamado laboratorio comunitario. Se trata de un ágora, que será cedida para que estas comunidades vengan y los trabajen como deseen. La narrativa del museo gira en torno a comprender la ciudad e inspirar la conservación de la naturaleza que la sustenta. Tiene algo del clásico museo de historia natural, que estudia los fenómenos y procesos ambientales, y otro poco de centro interactivo de ciencia y tecnología, pero todo ello en relación al espacio urbano.

—¿Cómo incide este enfoque en el diseño museográfico?

—Cada una de las salas permanentes tiene una temática asociada a un paisaje. Está la ciudad, el campo, altiplano, montaña, ríos y lagos, y costa. Una vez hecho el recorrido por los paisajes, sin que haya una ruta o un sentido de la visita, ya que se puede ir y venir, se llega al último espacio, que denominamos el paisaje de la esperanza. La idea es que en él se celebren exposiciones temporales donde mostraremos casos de personas ordinarias haciendo cosas extraordinarias. También hemos puesto en marcha un jardín educativo, trabajando con las comunidades. Al identificar esos paisajes y reconocer sus procesos naturales y sociales, evitamos el mensaje pesimista. Más bien proponemos un reconocimiento de estos procesos y un llamado a la acción para identificar qué podemos hacer todos como habitantes de esta ciudad.

[Fuente: The Conversation. Texto reproducido bajo la licencia Creative Commons.]

Related Articles

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button