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“Las grandes empresas vinculadas a los combustibles fósiles y a la agroganadería son los grandes poderes de nuestro tiempo”

Tras advertirnos de los peligros de internet, Marta Peirano vuelve con «Contra el futuro», un nuevo relato antiapocalíptico para construir un futuro esperanzador.

Diciembre, 2022

En su nuevo libro, Marta Peirano lanza una advertencia muy seria sobre la catástrofe medioambiental que se nos avecina y sobre la privatización de las posibles soluciones: «El planeta no está preparado para lo que se nos viene encima, aunque sabemos lo que viene». Sólo hay que mirar a nuestro alrededor para anticipar el desastre: desplazamientos masivos, degradación democrática, crímenes contra la humanidad, dependencia energética… Tras radiografiar nuestra vulnerabilidad digital en El enemigo conoce el sistema, la periodista y ensayista española señala ahora soluciones factibles y colectivas para combatir el calentamiento global en Contra el futuro / Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático. Elisenda Pallarés ha conversado con ella.

La periodista Marta Peirano (Madrid, 1975) hace una llamada a la acción en su último libro, Contra el futuro, editado por Debate. En él asegura que frente a la avaricia de las empresas y la incompetencia de los gobiernos, es vital la cooperación entre la comunidad científica y la sociedad civil. Para ello propone que la gente se convierta en «un ejército civil» contra la crisis climática.

—Usted escribió anteriormente sobre tecnología, seguridad y privacidad. ¿Qué le ha motivado a escribir este libro sobre la crisis climática?

—Mi tesis desde hace muchos años es que estamos invirtiendo nuestro tiempo y nuestros esfuerzos en tecnologías que no están diseñadas para ayudarnos a afrontar la crisis de nuestro tiempo, que es la crisis climática. Están diseñadas para controlarnos y enfrentarnos. En mi libro anterior, El enemigo conoce el sistema, hablaba de esas tecnologías que dominan el mundo, tecnologías de gestión de personas. Ahora quería escribir un libro sobre tecnologías de gestión del clima. Se podría haber llamado Este no es un problema técnico. Tenemos soluciones para gestionar el clima y no requieren inversiones disparatadas. Por otro lado, si efectivamente las requisieran, es interesante pensar en eso que se dice de que «no tenemos dinero para salvar al mundo», como si el dinero fuera algo que se acaba, como el agua. Al escribir el libro me di cuenta de que estas tecnologías ya existen y no las usamos.

—En él incide en cómo se responsabiliza constantemente al consumidor y en cómo la culpa se vuelve vergüenza ¿Ese es el mejor repelente contra el activismo ambiental?

—Sí, es una estrategia muy deliberada. La idea de la huella de carbono es una campaña de marketing de BP, una empresa que en aquel momento era uno de los mayores contaminantes del planeta. Ese tipo de campañas te avergüenza hasta la sumisión. ¿Quién eres tú para criticar a BP o Amazon cuando tomas el coche o tomas aviones y, por tanto, eres igual de egoísta? ¡Eso es un disparate! Por supuesto que coges el coche, eres una persona que vive en el siglo XXI. La única persona que no tiene una huella de carbono es la que está muerta.

—¿Por qué se sigue apostando por energías fósiles como el petróleo o el carbón?

—La transición hacia un modelo energético más sostenible es complicada, requiere grandes decisiones por parte de las administraciones y no serían populares. Hay un cortoplacismo en el proceso político que hace que tomar decisiones de este calibre sean un suicidio electoral. Lo hemos visto con los chalecos amarillos. Puedes reducir el número de coches contaminantes que hay en el país pero para hacer eso tienes que ayudar a la gente que vive en el extrarradio y no se puede permitir un coche eléctrico.

Marta Peirano. / Foto: Álvaro Minguito

—Frente al problema de los recursos limitados, usted explica que Elon Musk y Jeff Bezos no compiten por salvar a la humanidad sino por desembarazarse de ella. ¿Necesitamos colonizar otros planetas?

—Es uno de los futuros contra los que se rebela el libro. Un futuro en el que un puñado de millonarios viven en comunidades cerradas en la estratosfera. Es un idilio que le interesa a Bezos porque es una vida en la que dependes de la tecnología para todo. Obviamente no nos están vendiendo un futuro en Marte sino una comunidad exclusiva donde sólo existen ricos y criados y que se separa de lo que más miedo les da: la revolución. Viven suspendidos en una esfera a la que los miles de millones de pobres migrantes que deja el cambio climático no tienen acceso. Es un futuro sin guillotina para ellos.

—Aunque la población mundial se ha triplicado entre los años 1950 y 2010, apunta que la humanidad decrecerá. ¿Es la sobrepoblación un problema?

—La gran premisa de esta idea de conquistar las estrellas es que la Tierra se nos queda pequeña. Me parece una paradoja que los dos hombres que compiten por ser el más rico del mundo piensen que hay demasiada gente en la tierra cuando van en jet privado. Hay sitio suficiente en la Tierra para todas las personas que existen y habrá en los próximos años. Lo que no hay es sitio suficiente para más Jeff Bezos. Hay una situación de desigualdad absoluta.

—Expone que se llevan a cabo mecanismos de control de población, como las histerectomías a mujeres migrantes en centros de detención.

—Sí. ¡Esto es salvaje y ha pasado hasta en el año 2018 [en Estados Unidos], que sepamos!

—Descartado el escenario del escapismo planetario, ¿qué soluciones debe adoptar la ciudadanía frente a la crisis climática?

—Las grandes soluciones tecnológicas que nos proponen son ilógicas. Una de las cosas de las que hablo en el libro es de las tecnologías de gestión del carbono, de captura y secuestro de CO2, que necesitamos desesperadamente que funcionen. Las necesitamos pero no son la solución. Existe la idea que estas máquinas van a funcionar y podremos seguir consumiendo igual. Y no, hay un montón de cuestiones que no se solucionan con eso. El calentamiento global es el más visible porque lo sentimos, pero la acidificación de los océanos que absorben el CO2 de la atmósfera es nuestro problema fundamental.

—Indica que habría que implementar contadores de agua en los hogares.

—He investigado qué países con capacidad técnica se estaban quedando sin agua. Me encontré con el ejemplo de Ciudad del Cabo, la única ciudad que planteó que un día no iba a salir agua de los grifos. La solución que ejecutaron, y que les ha llevado a conservar el agua hasta hoy, fue concienciar a la población de la necesidad de una gestión del agua inteligente, colectiva y responsable. Lo comparo con la gente que invierte en criptomonedas y que está todo el día mirando si suben o si bajan. Imagínese que somos capaces de hacer eso con el agua. Hay sensores inteligentes que deberían estar instalados en todas las casas para que te digan cuánta agua consumes. Te ofrece un espejo sobre tu consumo y, gestionado de forma colectiva, te proporciona información sobre el estado de las instalaciones de tu edificio. Sabrías si estás pagando el agua que consumes o si estás pagando una fuga de agua. Son soluciones para el estado de cinismo al que te lleva vivir en una sociedad de servicios en lugar de vivir en una de comunidad que comparte servicios.

—También menciona soluciones mal planteadas, como las campañas de plantación masiva de árboles que no son autóctonos. ¿Son estrategias de greenwashing?

—Sí, normalmente del político de turno. Suelen plantar especies que no son autóctonas, que consumen los recursos hídricos y estropean el ecosistema. Y encima no suelen sobrevivir. Pienso que es mucho más valioso equipar a los vecinos de cada comunidad con recursos e información suficientes para que encuentren las soluciones para su espacio.

—¿Una de las soluciones más sostenibles es el cambio de dieta?

—Sí. Lo planteo como contraposición a las soluciones que nos imaginamos que podrían tener un gran impacto. Nos imaginamos soluciones muy caras que requieren un cambio de infraestructuras, como acabar con industrias enteras. Desde el punto de vista científico, la solución, que además es gratis, es que dejes de comer carne. Tendría un impacto absolutamente monumental. Y no solamente en la producción de gases de efecto invernadero. Además, liberaría una cantidad enorme de terrenos que podrían convertirse en máquinas de captura de carbono mucho más eficientes y sostenibles que las que estamos intentando desarrollar.

—Pero cita a Frederic Jameson y asegura que «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo».

—Sí, pero entonces no podemos decir que la crisis climática es un problema irresoluble, sino que no nos compensa resolverlo. Es como decir: «Yo si tengo que dejar de comer beicon prefiero morirme». Además, el consumo de carne es una de las principales causas de muerte. Los problemas cardiovasculares están directamente relacionados con el consumo desquiciado de carne que ha habido en los últimos 50 años. A lo largo de nuestra historia como especie hemos comido poca carne. Ahora, comemos carne todos los días del año y nos está matando.

—También dice que somos la especie más emocionalmente evolucionada del planeta. ¿Estamos a tiempo de cambiar?

—Históricamente hemos sido capaces de hacer cosas muy difíciles. Una de las preguntas clave es qué tiene que pasar para que adoptemos algunas de las medidas fáciles en lugar de esperar a que Jeff Bezos nos proponga una solución totémica y capitalista. La tecnología no nos va a salvar, nos tenemos que salvar nosotros mismos. Hay tecnologías que nos pueden ayudar, pero quienes nos salvan son nuestros vecinos. Una de las propuestas del libro que me parece la más radical es algo que ya propuso William James, crear una especie de mili para lo social. Llevar la disciplina, el compañerismo, los valores a lo cívico. Convertir a la gente en lo que yo llamo un ejército civil contra el cambio climático.

[Entrevista publicada originalmente en “Climática”, suplemento de la revista La Marea; es reproducida bajo la licencia Creative Commons.]

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