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José Saramago: el centenario de un contemporáneo

Noviembre, 2022

El 16 de noviembre, de este 2022, se cumplen cien años del nacimiento de José Saramago. Es un buen momento para releer sus novelas y comprobar cómo la forma y el fondo se unen en su obra literaria. De ello nos habla Manuel Ángel Vázquez Medel. Por otro lado, Carmen López entrega un collage de voces que rememoran al Nobel de Literatura y animan a leerle sin temor y, sobre todo, desoyendo a quienes dicen, “a veces de manera frívola y otras malintencionada”, que no es sencillo de abordar.


Ética y estética en la obra de José Saramago

Manuel Ángel Vázquez Medel


El 8 de octubre de 1998, la Academia Sueca concedió a José Saramago el Premio Nobel de Literatura, el primero en lengua portuguesa, “por su capacidad para volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”.

Estos también son los rasgos que caracterizan la escritura de Miguel de Cervantes. Porque Saramago es un escritor de estirpe cervantina.

Su imaginación, sin abandonar el referente real, nos hace ir más allá, en el vuelo creativo que nos hace más humanos.

La compasión es otro de los núcleos de su poética política, especialmente con los más débiles, con quienes más lo necesitan.

Y por último, la ironía proporciona la distancia que posibilita el sentido del humor y permite representar las realidades más duras y sangrantes desde la voluntad de transformarlas.

En su obra se unen fuertemente la ética y la estética, frente a la bajeza y la abyección del mundo.

Levantado del suelo

Toda la creación de José Saramago es, como indica el título de una de sus obras, un monumento “levantado del suelo”.

Porque, como él destaca, “del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles, se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos, se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava. O un ave. O una bandera”.

En este 2022 en el que celebramos el centenario de su nacimiento, conviene hacer un repaso de toda su carrera literaria.

Sus obras irrumpieron alimentadas de la tierra y sus gentes, de la historia y la imaginación creadora: a la primeriza novela Terra do pecado (1947, ahora recuperada en traducción al español con su título original, La viuda) y los libros de versos Los poemas posibles (1966), Probablemente Alegría (1970) y El año de 1993 (1975) (ahora editados como Poesía completa), les siguen Manual de caligrafía (1977) y el libro de relatos Casi un objeto (1978).

Tras una fecunda etapa de inicio y maduración literaria, llegará a un punto de inflexión con las grandes obras de los ochenta: Levantado del suelo (1980), la obra de teatro ¿Qué harán con este libro? (1980) y el libro de viajes Viaje a Portugal (1981).

A continuación aparecen las novelas que comienzan a señalarle como uno de los grandes narradores europeos del momento: Memorial del convento (1982), El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), La balsa de piedra (1986), Historia del cerco de Lisboa (1989).

Tampoco hemos de olvidar en estos ochenta la publicación de su obra teatral La segunda vida de Francisco de Asís (1987) y su relación con Pilar del Río, que le acercaría aún más a España.

Los años noventa, que se cerrarán con la concesión del Nobel, agudizan su capacidad de reflexión y compromiso en las espléndidas novelas El evangelio según Jesucristo (1991), Ensayo sobre la ceguera (1995) y Todos los nombres (1997), al tiempo que nos ofrecen el testimonio de la forja vital de ese universo creativo en los Cuadernos de Lanzarote (1993-1995).

“Letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser”, dirá en su discurso del Nobel.

Una creación ejemplar llena de belleza

Toda gran literatura —la creación de José Saramago lo es— conjuga un universo personal con un modo estético de comunicar. Pocas veces se encuentra la sinergia entre la belleza en la representación ética (a veces dolorosa) de un mundo inmundo, con los matices y la delicadeza de un estilo capaz de levantar ante nuestros ojos posibilidades de mayor consistencia. Es un proceso creativo en el que se vuelve al pasado para entender el presente, al tiempo que nunca se olvida el futuro como ámbito para construir esa utopía que nos permite caminar hacia el horizonte, como decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano.

Saramago también añade a su proceso creativo su estilo singular, a la vez matizado y desplegado. Dicho estilo se caracteriza por la riqueza de su léxico o los sutiles matices de una semántica que a veces proyecta a través de metáforas, alegorías, símbolos.

También es seña de identidad una sintaxis viva y dinámica, potenciada por un modo singular de utilizar los signos de puntuación. Consigue así imprimir un ritmo de lectura caracterizado por la eufonía, que nos invita a leer su obra en voz alta, y que es capaz de resistir la dificultad que toda traducción entraña. Su lenguaje sigue vibrando en otras lenguas que no son ese portugués que él ensanchó y enriqueció.

El legado de José Saramago

Saramago murió como había vivido: respetándose a sí mismo y respetando a los demás, dejando un tesoro de palabras en las que reconocernos. Gracias a su dominio de la escritura, su literatura llega a lo más profundo del ser y apela a la conciencia. A través de la sabiduría con la que entreteje la trama de sus textos es capaz no sólo de denunciar situaciones del pasado, del presente o de un futuro posible, sino de conectar con la condición humana, con las estructuras antropológicas de nuestro imaginario que en él encuentran cotas insuperables de expresión.

En la conferencia que ofreció en el Museo del Prado, España, en 1992, Andrea Mantegna, una ética, una estética, Saramago terminaba diciendo: “En su pintura, Mantegna no puso sólo cuanto sabía, puso también lo que definitivamente era: un hombre entero en su dureza y en su sensibilidad, como una piedra que fuese capaz de llorar”.

Podemos parafrasear estas palabras, cambiar el nombre del aludido y aplicarlas a su propio creador. Porque para él no era posible la estética sin ética.

Manuel Angel Vázquez Medel: catedrático de Literatura Española (Literatura y Comunicación), Universidad de Sevilla. // Fuente: The Conversation. Texto reproducido bajo la licencia Creative Commons.]

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El legado actual de José Saramago, en contra del mito del “autor difícil”

Carmen López


En 1979, el escritor José Saramago salió de Portugal por la frontera de Valença do Minho y se plantó en Galicia. Su objetivo era hacer una ruta por su país que diese lugar a un libro, pero para ello tenía que salir de él porque el título del proyecto era Viaje a Portugal. Para ir a un sitio primero hay que estar fuera de él, así que pasó un tiempo paseando por pueblos y ciudades cercanas hasta que el quinto día cruzó el río Duero vía Zamora y emprendió su periplo lusitano.

El libro se publicó por primera vez en 1980, aunque con los años se han hecho numerosas reediciones, tanto en portugués como en castellano. Anagrama acaba de lanzar la última, traducida por Basilio Losada, con fotos inéditas hechas por el autor y el fotógrafo Duarte Belo. Es uno de esos volúmenes encuadernados en tapa dura con lomo forrado de tela, propio de las ediciones especiales.

En este caso, la razón es que se trata de uno de los títulos de la colección Biblioteca Saramago —con portadas de Manuel Estrada que la editorial ha lanzado para celebrar el centenario del autor, que se cumple el 16 de noviembre. No es el único homenaje al hombre que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1998. Por poner otro ejemplo: el pasado 25 de abril se depositó su legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. Desde la Fundación José Saramago se muestran sorprendidos por las respuestas que están teniendo las propuestas de conmemoración que han hecho a las instituciones y a los ámbitos universitarios, académicos y artísticos. Los lectores también están participando con entusiasmo.

Para Pilar del Río, presidenta de la Fundación, esta reacción indica que el escritor “forma parte de los afectos de los lectores y su voz está instalada en la sociedad contemporánea”. En su institución suelen decir que es “el centenario de un contemporáneo”, dice. Es una de las personas que mejor le conocía, ya que fue traductora de su obra y su esposa desde 1988.

“La voz de José Saramago, que siendo una voz singular, se hace múltiple cuando se está leyendo, los lectores nos sentimos incorporados al relato como si se nos estuviera contando al oído”, defiende. Además de coordinar la mayoría de las actividades que se están llevando a cabo por el centenario, el pasado mes de abril presentó su libro (es no sólo traductora sino también periodista) La intuición de la isla: Los días de José Saramago en Lanzarote (Itineraria Editorial).

Fernando Gómez Aguilera, director de la Fundación César Manrique, es especialista en la obra de Saramago y comisario de su Fundación. Acaba de publicar el libro El pájaro que pía posado en el rinoceronte (editorial La Umbría y la Solana), que recoge quince textos en los que reflexiona sobre la literatura que el autor luso escribió a partir de 1993. Ese fue el año en el que se instaló en la isla canaria, después de la polémica que provocó la novela El Evangelio según Jesucristo en Portugal en 1991.

“Es el ciclo mayor de su producción (una veintena de obras). Reúne características propias, diferenciales, que suponen un giro con respecto a lo anterior. Saramago lo denominó el ciclo de la ‘piedra’, frente al anterior de la ‘estatua’”, explica. El título de este nuevo volumen de Gómez Aguilera viene de una cita de George Steiner que alude a “los picabueyes, los pajaritos que se colocan sobre los rinocerontes y alertan tanto de la presencia del paquidermo como de la proximidad de los humanos”. Para él, “subraya, metafóricamente, la condición de centinela, de alertador en este caso, sobre las desviaciones del sistema. Y, también, sobre las derivas humanas nocivas, características de la literatura y el pensamiento de Saramago”.

José Saramago. / Foto: Fundación José Saramago.

Saramago en la actualidad

Los lectores y lectoras que deseen adentrarse en el universo del escritor portugués tienen un gran listado de títulos ante sí. Novelas, varios libros de relatos y de literatura infantil y juvenil, diarios, crónicas publicadas en periódicos, obras de teatro, ensayos e incluso su autobiografía Las pequeñas memorias (2006). Una cantidad considerable de textos entre los cuales puede ser difícil escoger. La escritura de Saramago no está considerada precisamente ligera, lo cual puede causar reticencias al público.

A eso precisamente hace referencia Pilar del Río, que aconseja a los posibles lectores que se liberen de cualquier prejuicio previo. “Que lean sin temor, sin oír a quienes dicen, a veces de manera frívola y otras malintencionada, que es un autor difícil. Claro que lo es, como aprender a montar en bicicleta o ponerse guapos”, sostiene. “Cuando se entra en la obra ‘saramaguiana’ y se empieza a sentir que uno mismo es más inteligente de lo que nos dicen, que podemos entender más allá de los mensajes de WhatsApp, que somos capaces de incorporar otros mundo a nuestro mundo, entonces no hay placer mayor”. Su recomendación es empezar leyendo unas páginas en voz alta hasta entender el ritmo. “Luego todo es fácil y las historias que se cuentan son realmente sorprendentes. Merece la pena”.

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, ganador del Premio Cervantes 2017, fue amigo cercano de Saramago y también conoce bien su obra. Para él, el mejor legado del portugués es “una escritura lúcida, que mirará siempre hacia el futuro, y que pasará de una generación a otra de lectores”. Él recomienda a los nuevos lectores que empiecen por Ensayo sobre la ceguera (1995), sobre todo después de lo vivido con la crisis sanitaria del coronavirus. De hecho, fue uno de los libros más leídos durante el confinamiento. “Sirvió durante la pandemia para reflexionar sobre el aislamiento, la soledad, las catástrofes colectivas. Mejor papel social no se le puede pedir a un libro de imaginación”, afirma.

Los libros de Saramago, como el que menciona Ramírez, siguen siendo una buena herramienta de la que servirse para hacer un análisis de lo que pasa a día de hoy, aunque hayan transcurrido décadas desde que los escribió. Gómez Aguilera también apunta como evidente a Ensayo sobre la ceguera, pero también menciona Alabardas, la última novela del escritor, que nunca llegó a terminar. “Aborda el tema actual de la industria armamentística y la guerra, sobre un gran conflicto moral individual que tiene en su base la banalidad del mal, además hace resonar la relación del negocio armamentístico con los intereses de poder, el conflicto armado como palanca económica manchada de horror”, sostiene.

No termina ahí su listado de recomendaciones. “Ensayo sobre la lucidez cuestiona la calidad de nuestras democracias y sus derivas autoritarias. En Caín se plantea, con crudeza, la incompatibilidad de la religión con el libre albedrío y fustiga la Biblia a partir de una contralectura textual, racionalista, en la que el autor se confronta al relato consolidado sobre Dios”. Asimismo, está convencido de que “el transiberismo que Saramago defendió en La balsa de piedra cobra hoy más actualidad que nunca, en un momento en que el mapa geoestratégico del mundo se está reordenando”. Y añade: “La obsesionada búsqueda del otro en Todos los nombres subraya una de las carencias de nuestro tiempo de soledades, a pesar de la apariencia de hipercomunicación, no pocas veces enmascaradora y hueca”.

Pilar del Río también reflexiona sobre qué títulos son más útiles para intentar entender lo que sucede en la sociedad actual a través de las reflexiones del autor portugués. “¿Somos ciudadanos o consumidores? ¿Valemos por nuestra condición cívica o si no podemos comprar estamos excluidos de la sociedad? Ese asunto se trata en La caverna”, sostiene.

También se pregunta si los ciudadanos somos hegemónicos o nos preparan el terreno para que elijamos lo que ya está decidido por otros y la respuesta está en Ensayo sobre la lucidez. “Si se fabrican armas, habrá que fabricar conflictos, nadie fabrica para tirar a la basura, ni empresas ni estados. Y habrá que experimentar el material fabricado organizando conflictos, guerras regionales o generales. De eso trata Alabardas, alabardas”, determina.

Según comenta, el mayor legado que han dejado las obras de Saramago es la oportunidad de reflexionar sin miedo. Él construyó sus libros “desde la ética de la responsabilidad, usando la razón y la conciencia sin pasar por el observatorio del poder, que tiene marcadas las opiniones que debemos tener en cada momento, esas neutralidades o indiferencias tan bien vistas por quienes marcan los pasos a seguir, la ‘dulce’ corrección social”.

Sergio Ramírez aporta una reflexión más sobre el peso de la aportación de Saramago a la literatura y al pensamiento: “El relato como una gran parábola, que en su universo descripto contiene una reflexión imaginativa que funciona como un espejo de la realidad. La realidad de cualquier época, o tiempo, y sobre todo del presente”.

[Texto publicado originalmente en elDiario.es; es reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons.]

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