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El gran truco del patriarcado está en desmoralizarnos de una en una: Anna Freixas

En su más reciente obra, «Yo, vieja», la escritora catalana reivindica, desmitifica y normaliza la vejez. Su libro es un canto a la libertad y al desparpajo.

Agosto, 2022

Es escritora feminista y profesora universitaria jubilada. Sus líneas de investigación han versado sobre todo en el envejecimiento de la mujer, coeducación y feminismo. Su más reciente libro, Yo, vieja / Apuntes de supervivencia para seres libres, ha provocado desde su aparición una repercusión que ni ella misma esperaba. Y no es para menos: en él, la escritora catalana reivindica, desmitifica y normaliza la vejez. Como apuntan los editores en la contraportada: Yo, vieja es un canto a la libertad y al desparpajo; a la vejez confortable y afirmativa. La periodista Gemma Herrero ha conversado con Anna Freixas.

Anna Freixas (Barcelona, 1946) confiesa ser la primera sorprendida por la repercusión de su más reciente libro, Yo, vieja (Capitán Swing, 2021), porque le parecía que era “un poquito lanzado y no estaba segura de si iba a interesar, pero al parecer sí, porque había un hueco”. Un hueco gigante donde hablar en voz alta de las viejas, tal y como suena la palabra que ella reivindica, donde expresar sus experiencias y ser una referencia, un faro de mujeres pioneras y que siguen empeñándose, que resisten, para iluminar y abrir caminos a las que vamos detrás. Doctorada en Psicología, escritora, feminista, profesora en la Universidad de Barcelona y en la de Córdoba (España), donde reside desde 1981, enfoca a una etapa de nuestras vidas en la que salirse del corsé de los diminutivos, de la condescendencia, de la abuelita gentil que teje, en lugar de la que se masturba, y que ni siquiera es abuela, sigue siendo un tabú a derribar, un espacio a conquistar.

—¿Cómo es posible que, como escribe en Yo, vieja, carezcamos aún hoy de palabras para nombrar la vejez de forma realista? Ni viejoven, ni tercera edad, ni adultos mayores se ajustan, ¿no?

—Es sorprendente. Hay un pánico a la palabra vejez, viejo, vieja. Está muy connotada socialmente y de manera negativa. Esto hace que temamos hablar de ello, que procuremos evitar el término. Por ahí van los tiros para mi gusto, por una sociedad que estigmatiza un don que es el de seguir vivos. Envejecer es una suerte.

—Qué esfuerzo también el de empeñarse en no estar silenciadas también en la vejez. ¡Qué fatiguita!

—Sí. Es un agobio, es un cansancio grande intentar estar siempre ocultando, enmascarando tu cuerpo y tu vida para evitar parecer que no eres lo que eres: vieja. Pero al mismo tiempo es un trabajo que queremos hacer una serie de mujeres, mostrando una vejez en la que nos podamos identificar, en la que podamos sentir que “esa vieja sí que soy yo”. La mía es una generación de pioneras. Hemos conseguido despenalizar el aborto, la ley del divorcio, el matrimonio homosexual y ahora nos queda esto: plantearnos qué tipo de viejas queremos y podemos ser. Nos queda plantear y diseñar una vejez entre todas que nos resulte confortable y digna.

—Usted afirma que una de las asignaturas pendientes es la de la reconciliación compasiva con nuestros cambios físicos. Que estamos sometidas a la creencia de la vejez como enfermedad y fealdad y la asumimos como un fiasco personal de la que nos sentimos responsables. Y esta revolución, ¿para cuándo?

—[Ríe.] ¡Eso digo yo!: ¿Para cuándo? ¿Cuándo nos decidiremos a mirar nuestro cuerpo con respeto, con cariño, con dignidad? Los signos de la edad son naturales y nos demuestran que estamos vivas, que no nos hemos quedado por el camino. Tenemos que definirlo ya, porque una de nuestras luchas siempre ha sido con el concepto de belleza y la clave está en diseñar un modelo en el que nos gustemos y en el que nos atrevamos a mostrar que hay una belleza de arrugas, de canas, hasta de andares, y que sepamos apreciarla como se merece. Porque además, si no nos animamos nosotras mismas a mostrarla con poderío, no cambiaremos nada. Seguiremos transitando por un camino terrible, fatigoso, tóxico, y que encima es muy caro, cuando las mujeres somos las pobres del planeta. El sistema actual nos arruina y somos percibidas como seres patéticos. No hay ventajas.

—Nosotras somos invisibles con la edad y ellos, en cambio, se convierten en interesantes y sabios.

—Eso es. Es el diseño patriarcal que se ha construido a través de la ley del embudo: todo lo ancho, para ellos, y lo estrecho, para nosotras. Ellos son atractivos con canas y para nosotras sigue siendo un síntoma de abandono y dejadez. Se nos dice que no somos atractivas y así nos vemos. Ellos pueden buscarse parejas más jóvenes con las que establecer nuevas relaciones; nosotras, no. Para la mujer es todo más difícil, porque todo forma parte del diseño patriarcal.

—Hay quien no se ha dado cuenta todavía de ese diseño que apunta, que no es consciente del sistema, que sigue creyendo que es una experiencia individual. ¿Qué hacemos?

—Es que ese es el gran truco: el desmoralizarnos de una en una para evitar que nos empoderemos globalmente. La fuerza demoledora del patriarcado que pasa por encima de las mujeres, su cuerpo, su belleza y su dignidad, está justo ahí, en destrozarnos la autoestima de una en una. Por eso el feminismo nos ha iluminado, porque nos mostró que lo que nos pasaba no era personal, sino político. Y cuando descubrimos que lo personal es político podemos empezar a pensar, a diseñar y a actuar en una nueva manera de estar en el mundo más digna para las mujeres, más justa.

—En Yo, vieja sentencia que nos faltan referentes de viejas a las que deseemos parecernos, que nos falta “mirar a otras mujeres mayores con gusto y hacernos visibles las unas a las otras”. ¿También es el sistema?

—Evidentemente. El sistema sigue triunfando porque continúa demoliendo la autoestima individual de mujeres que consideran que no están a la altura. Y yo me pregunto: ¿a la altura de qué, de quién, de unos señores que tienen barriga, celulitis y a los que nadie les dice que no son atractivos físicamente? ¡Incluso es al contrario! Ellos se jalean sus barrigas y en cambio nosotras tendemos a autocensurarnos y a censurar a otras mujeres.

—Lo de no mirarnos con gusto no es exclusivo de las viejas. No sé si escuchó a la actriz Emma Thompson diciendo que hemos aprendido a odiar nuestros cuerpos, que solemos vernos imperfectas a cualquier edad. ¿Está de acuerdo?

—¡Claro! El modelo de belleza que hemos aprendido es hiperperverso, porque es inalcanzable. Nunca estás lo suficientemente delgada, ni eres lo suficientemente atractiva, aunque seas joven, nunca. Nuestro cuerpo es un campo de batalla, siempre lo ha sido. Hasta no hace mucho, necesitábamos ser bellas para encontrar un buen partido. Ahora, para empezar, no hay buenos partidos. Y segundo: no necesitamos que nos mantenga nadie. Debemos reaccionar. Tenemos que ser nosotras las que nos convenzamos de que la belleza no pasa por la tortura y reconciliarnos con nuestro cuerpo y nuestro ser. Es una reflexión que aún tenemos pendiente.

—Usted habla del enmascaramiento, de nuestra incapacidad para aceptar nuestra imagen y de los procedimientos que nos generan hambre, tristeza y que nos desvalorizan porque además envían la señal de que estamos en lucha constante contra nuestra edad. ¿Cómo podemos rebelarnos?

—Es un proceso y los actos de resistencia social no son fáciles, requieren de una gran dosis de convicción personal y valentía. Piensa que hay un mercado a todos los niveles en el que se invita a la mujer a consumir para cambiar, para transformarse. La autoestima no ha sido nunca nuestro fuerte y hacemos lo que podemos. Es un trabajo largo, pero no imposible.

—¿Qué piensa, qué siente usted cuando ve a una mujer que, sin duda, ha pasado por el quirófano una y otra vez?

—Pienso en cómo se ha tragado el mandato patriarcal sin dejar fuera ni una gotita y en que la pobre se ha masacrado a ella misma. Para mí es doloroso.

—Apunta en su libro otra pelea, la de luchar contra la idea aceptada de que sólo somos deseables, válidas, mientras menstruamos y somos seres reproductivos, por lo que, por lo tanto, desaparecemos con la menopausia.

—Piensa que estamos en un sistema económico ultracapitalista y que el cuerpo de las mujeres, insisto, es desde que somos niñas un campo de batalla. Esa idea de que sólo somos atractivas mientras tenemos la regla es perversa y tiene como objetivo principal hacer grande el mundo de los hombres, y pequeño, el nuestro. Y tenemos que ocuparnos de nuestro deseo, del nuestro. Además, cuando las mujeres muestran iniciativa sexual ya reciben un castigo social. Si son de 40 años en adelante las llaman pumas, cuando no putas, mientras que a ellos nadie les llama rinocerontes o cualquier cosa que indique o implique una connotación negativa por el hecho de querer mantener relaciones sexuales.

“La queja es válida y necesaria, pero no podemos quedarnos ahí, sino que debemos transformar nuestra vida, cada una individualmente, mostrando nuestra edad, no torturándonos, no arruinándonos, porque nadie lo va a hacer por nosotras. Hay un trabajo personal, cada una con nuestra reflexión, nuestra conducta y sexualidad. Repito: nadie lo hará por nosotras. La sexualidad de las mujeres siempre ha sido uno de los secretos mejor guardados, porque siempre ha existido además el fantasma de la prostitución. Si te muestras más activa o más interesada de la cuenta (que vaya usted a saber qué es para los demás estar más interesada de la cuenta), si muestras deseo y dices que te gustaría tener un rollete con éste o con el otro, o con la otra, ya se cuida el patriarcado de meternos en cintura, de asustarnos. Yo, por ejemplo, jamás utilizo la expresión de ‘hija o hijo de puta’ y cuando alguien lo hace delante de mí replico: ‘Con perdón de las putas, que son unas santas’. Es terrible que contribuyamos a estigmatizar nuestra sexualidad, nuestra existencia y la de otras mujeres”.

—Ojalá estigmatizar a los puteros.

—Pues sí.

—En su libro Sin reglas. Erótica y libertad femenina en la madurez (Capitán Swing, 2018) argumenta que la vida después de la menopausia puede ser una liberación en muchos sentidos y no una desgracia. ¿En qué principalmente?

—Temen más a la menopausia las mujeres antes de tenerla que cuando están en ella. Cuando la tienes, te das cuenta de que tu vida tiene muchas ventajas. ¿Por ejemplo? Tienes más hierro en tu cuerpo, más energía, estás menos cíclica emocionalmente, te ahorras un pastón en productos como tampones o compresas y desaparece el miedo a quedarte embarazada. Para que te convenzas de que estás en un buen momento, tienes que escuchar también la experiencia de otras mujeres. Hay que darse cuenta de que, cuando catalogamos a la menopausia como el principio del fin, estamos diciendo que después de los cincuenta, todo lo que te queda por delante (que pueden ser hasta 40 años más), ya no tiene valor ni significado y eso no puede ser. ¿Que a los tíos no les interesan las mujeres a partir de los cincuenta? ¡Pues ellos se lo pierden! Tenemos que organizar nuestro estar en el mundo de manera que hagamos que la vida de las mujeres, después de los cincuenta, sea plena y feliz. Porque eso también significa que detrás de mí, otras mujeres lo harán. Hay que romper el maleficio del mandato de la belleza y de la edad que ellos, además, no cumplen.

—En sus entrevistas hay mujeres que atestiguan precisamente esto, que a partir de los cincuenta ya no interesan, en general, a los hombres de su edad.

—No es una cuestión monolítica. Hay hombres sabios que establecen relaciones con mujeres de su edad a los cincuenta o a los sesenta, pero no podemos vivir en función de lo que el patriarcado decida por nosotras. El feminismo, lo que ha pretendido siempre, es ensanchar nuestro mundo y hacerlo más justo, pero no podemos esperar a que nos lo den hecho.

—¿Hay que ser más punkis?

—[Ríe.] Pues sí. Totalmente. Tan punkis y tan frescas, porque si no, nadie lo hará por nosotras. Te lo aseguro.

—Apenas hay expresiones culturales en las que se muestre explícitamente sexo en la vejez. Otra vez a vueltas con la falta de referentes y el silencio.

—Ahora hay algunas películas, pocas para mi gusto, en las que se cuentan relaciones sexuales entre gente mayor y lo considero un avance y también una necesidad. Hay que romper con la idea de que no existe la sexualidad en la vejez o de que es algo sucio, una perversión, una asquerosidad. Hasta los setenta, ochenta, noventa años… somos personas con deseo sexual y esta realidad hay que hacerla visible entre todas.

—¿Escuchó el discurso de Petra Martínez en los premios Feroz en el que contó que se masturbaba y se lo pasaba fenomenal? ¿Qué le pareció?

—Es que las mujeres nos masturbamos, porque es la fuente de satisfacción, de placer sexual, más estable y efectiva durante toda nuestra vida. Sí me sorprendió que lo dijera, porque no forma parte del discurso habitual y lo celebré enormemente. Que una mujer como ella, en una coyuntura pública, se atreviera a decirlo me pareció un avance, un momento importante para nuestra libertad y eso contribuye a hacernos el mundo más grande. Lo aplaudo.

—Vuelvo a citarla: “Si no estás furiosa, es que no estás mirando con atención”. Usted reivindica la ira femenina, que está muy mal vista.

—Desde niñas nos han enseñado a ser dulces, amables y pacíficas, pero estamos hartas. Hemos llegado a un punto en el que no aguantamos más, las negociaciones no son suficientes para que se produzca un cambio real y estamos dispuestas a llamar a las cosas por su nombre. Sin más.

—A ver si me da el consejo definitivo para cuando nos dicen lo de “no te enfades, mujer”. ¿Existe alguna fórmula?

—Una vez, no sé si te servirá…, un hombre me reprochó en público: “¿Por qué tienes tanta ira?”. Y le contesté: “¿A la lucidez le llamas ira?”. Se quedó calladito, claro. Siempre pretenden que nosotras nos mantengamos en ese espacio de la buena madre, la buena hija, la buena esposa, la buena, la buena… Una de las técnicas que utilizan es la del aviso de ‘no seas mala’ cuando expresamos enfado ante una situación injusta que no queremos dejar pasar. Nuestra rabia también es necesaria para lograr el cambio que queremos. Y en el “no seas mala” está además implícita la amenaza latente de convertirnos en esa mujer terrible que tanto tememos y de ser señaladas como putas. Hay que saber verlo, identificarlo. Estar atentas.

—Cuando nos expresamos con vehemencia en público es habitual que recibamos el calificativo de loca, de histérica. Y, sin embargo, usted defiende que demostramos a lo largo de nuestras vidas tener una salud mental a prueba de bombas. ¿Me lo explica?

—En algunas conferencias me acuerdo de una viñeta de El Roto en el que hay dos vacas, de cuando la alarma por las vacas locas, y una le dice a la otra: se comen nuestra carne, se beben nuestra leche, nos arrancan la piel, ¿no es para volverse locas? Es exactamente esto. Somos las mayores consumidoras de antidepresivos y ansiolíticos, pero ¿es que acaso no tenemos todas las razones y motivos en esta vida para perder la cabeza? ¿Una vida en la que dormimos peor, cuidamos de la prole o de nuestros padres o suegros? ¿En la que vivimos en una sociedad machista y violenta, carecemos de poder, cobramos menos y encima debemos permanecer sonrientes, dispuestas, estupendas y bellas?

—Es más fácil medicarnos que escuchar “el malestar que no tiene nombre” como escribió Margaret Mead, a la que usted cita en sus libros. Para las empresas farmacéuticas somos una mina.

—¡Claro! Cuando una mujer va a una consulta y dice “no puedo más, me duele todo”, es mucho más cómodo recetarle una pastillita, que verás lo bien que te sienta y no opines, no te expreses, no sientas, cállate. Conviértete en un ser amable que sonríe y no se queja, tranquilízate. Si en lugar de recetarnos pastillas a granel, nos escucharan y se dieran cuenta de verdad de dónde está nuestro dolor, nuestro problema, otro gallo cantaría. Porque este plan de vida, tal y como está diseñado, no hay quien lo aguante.

—¿Por eso reivindica tan fieramente a las amigas y al feminismo?

—Es que gracias a las conversaciones con las amigas hemos constatado que no estamos locas, sino que vivimos vidas que son para volverse locas y de ahí nuestro hartazgo. Y gracias al feminismo entendimos, entendemos, que nos pasa a todas y hemos encontrado la escucha, la complicidad y la luz que nos confirma que tenemos toda la razón del mundo y que no podemos, ni queremos, continuar así. Hemos comprendido que no estamos solas. Por eso se teme tanto al feminismo, por eso se teme tanto la relación entre mujeres, entre feministas desatadas, porque “atontada estás más mona”.

—¿Se esperaba, por lo tanto, la reacción virulenta al feminismo y el resurgir de la ultraderecha que niega incluso la mayor, que existe una violencia machista?

—Como feminista y persona de izquierdas soy una ilusa. No lo esperaba. Siempre he creído que avanzamos, que evolucionamos. Al final, resulta que tengo una manera inocente de ver la vida y sigo confiando en que el discurso de la ultraderecha no puede tener recorrido.

—¿Y no le da miedo?

—Prefiero no pensarlo y éste puede ser mi problema, pero es que no quiero pensarlo. Espero que la gente sepa lo que significa la ultraderecha porque en nuestra historia no la tenemos tan lejos. Todavía hay muchas personas en las cunetas. Con determinados fuegos no debemos jugar.

[Entrevista publicada originalmente en la revista catalana Crític. Es reproducida aquí bajo la licencia Creative Commons.]

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