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Hay conciertos que saben a derrota: Armando Rosas

Con el libro «Mis más sinceros bemoles», el músico mexicano se adentra ahora en la literatura y se estrena como novelista.

Agosto, 2022

Trovador de larga trayectoria, rupestre, diseñador de bandas sonoras y compositor de música académica, Armando Rosas es uno de esos artistas cuya obra puede desplazarse con naturalidad por un bar, un foro alternativo o una sala de concierto. Y, desde hace unos días, ahora también por medio de la palabra impresa. Lo que sucede es que Armando Rosas se estrena como novelista con Mis más sinceros bemoles / Historia de una banda de rock, libro que va a presentar el jueves 18 de agosto, a las 19:00 horas, en la Fonoteca Nacional (Ciudad de México). Mario Bravo Soria ha conversado con el músico y escritor mexicano.

Apostar el cielo y mirar a colores

La vida nunca ha sido estática.

Esta certidumbre, quizá, sea la única con la que contamos los seres humanos durante nuestro paso por el mundo. Todo cambia, aunque en algunos días nos parezca que detuvimos a los relojes y sus agujas como si se tratasen de un tren sin movimiento en medio de un oscuro túnel: nosotros, expertos en tretas mal hechas para engañar al tiempo y a la muerte, creemos ilusamente que hemos congelado a las horas y sus minutos.

Cuando afirmamos que, por fin, nuestras vidas gozan de certezas y navegamos en un mar calmo sin los estragos del implacable calendario; repentinamente nos sacude una pandemia, el miedo a la muerte, diez días varados en Lisboa, un terremoto cimbrando nuestra alma, el fantasma que habita detrás de las cortinas y nos sorprende al confundirnos con Hamlet, así como ese impertinente vértigo experimentado cuando nos arrojamos al vacío de unos labios, al mudarnos de barrio o al decidir que dejaremos el terreno andado una y mil veces en el oficio ya conocido para irrumpir en otro que, de reojo, nos mira con recelo haciéndonos sentir advenedizos en esos nuevos caminos.

Algunas veces en la vida, lo más seguro y nuestra mejor salida de emergencia es saltar al vacío. Lanzarse, abrir los brazos y dejar que la gravedad haga lo suyo. Así como Charly García saltó desde un noveno piso hacia una piscina. El loco, una vez concretada la hazaña, ufanamente cantó: “Me tiré por vos”, como si en su insensatez comprendiera que, irremediablemente, la vida requiere actos donde apostemos todo a cambio de volar… con el riesgo de caer y fracasar; pero también con la posibilidad —pequeña y frágil, pero posibilidad al fin— de hacerle un corte de manga al miedo y a los impacientes obituarios.

¿Es posible redimirnos al saltar hacia el vacío? Tal como lo hiciera el ángel “Daniel”, interpretado por el actor suizo Bruno Ganz en Las alas del deseo (1987): renunciar voluntariamente a la parsimoniosa y segura eternidad vista en blanco y negro, todo por el afán de obtener unos cuantos días —si bien nos va— a colores.

Mientras he charlado telefónicamente con nuestro entrevistado, el destacado y talentoso músico Armando Rosas (Ciudad de México, 1960), tuve algunas evocaciones de una escena de dicho filme dirigido por Wim Wenders: un ángel que renuncia a su condición celestial y cae… ¡todo con tal de conseguir la sensación inédita de oler y probar un café por la mañana!

Armando Rosas, como quien necesita asirse a nuevos riesgos para asegurarse de que mira el mundo a colores, momentáneamente cerró las cortinas y atrancó la puerta de su consolidado y ampliamente respetado andar musical… llevando una pequeña lámpara consigo que le alumbra su incursión en el ámbito literario. Algunos ángeles y un puñado de músicos, sin mucho remordimiento, renuncian al cielo para explorar otros paisajes, entre ellos un peculiar miedo al fracaso.

Diez días en Portugal

¿Una novela únicamente se escribe frente a una computadora o también algunas palabras invisibles flotan en caminatas, charlas y esperas en aeropuertos o estancias inesperadas dentro de ciudades donde uno es un extranjero? Dejemos que Armando Rosas nos relate cómo ha sido la confección de Mis más sinceros bemoles, novela a la cual retornó tras hallarse sin posibilidad de salir de Europa durante las primeras semanas de la pandemia de covid-19. Habla Armando:

—El libro comenzó a escribirse más o menos hace diez años; tenía unos tres capítulos que estuvieron gravitando de computadora en computadora; algunos fragmentos se perdieron con el paso del tiempo, otros los reescribí… Así que, en realidad empecé a escribir de nuevo cuando me quedé varado en Portugal, en los primeros meses de 2020. No podía regresar.

“De repente, empecé a escribir y me sentía con reflexiones. Ahí retorné al libro y no fue hasta que, aquí en México, encontré un taller de novela organizado por la Universidad de Sinaloa: me inscribí y me enteré que lo impartía el maestro Élmer Mendoza, a quien admiro mucho. Allí rápidamente el libro corrió en las sesiones que el maestro tiene destinadas para crear una novela corta. Después hice una reescritura de tres meses tras terminar el primer borrador”.

—¿Cuánto tiempo estuvo varado en Portugal?

—No fueron muchos días, pero se me hicieron eternos. Habrán sido unos diez días…

—En ese lapso, ¿avanzó en la escritura de capítulos o fueron más imágenes e ideas que vinieron a su mente?

—Fueron más reflexiones que capítulos. ¡Qué bueno que realizas esa acotación porque empecé a escribir sin pensar en un libro! Mi reencuentro con la prosa surge ahí, después algunas de esas ideas fueron retomadas en el taller y se convirtieron en elementos que utilicé.

Invitado al fin del mundo

—Haciendo un paréntesis. ¿Cómo vivió usted esos iniciales meses de confinamiento ya estando en México? A nivel emotivo y afectivo, ¿cómo lo experimentó?

—Primero con euforia. En Lisboa había una histeria, el país estaba paralizado. Nosotros fuimos a Ámsterdam para el examen de doctorado de mi hija y nos enteramos del crecimiento de la pandemia en España, ahí estábamos tranquilos. Festejamos y teníamos un itinerario para recorrer España y Portugal. Nos encantó Lisboa y su comida; pero después, en esos días, Ángela Merkel salió a decir que la pandemia sólo se podía comparar con la Segunda Guerra Mundial.

“Había filas en los supermercados, compras de pánico, el internet no funcionaba, los vuelos eran cancelados… ¡parecía que se estaba acabando el mundo!”

—Y ya en México, ¿cuáles registros afectivos recuerda en su manera de vivir durante la pandemia?

—Al principio, me sentía contento. Después Facebook se volvió una esquela mortuoria, entonces ahí vino un bajón: estabas encerrado y sólo tenías contacto a través de las redes sociales. En el taller trabajaba la novela con otros… decirles colegas es muy soberbio de mi parte, pues soy un advenedizo de la literatura; pero ese taller me ayudó a asimilar la tristeza.

Resumen de una vida

—Entrando a la confección de su novela, me imagino que al ser músico y escribir sus canciones, en algún momento se enfrenta al vértigo de la hoja en blanco y ese no saber cómo terminar tal letra o cómo empezarla o irrumpen días sin escribir absolutamente nada. ¿Usted vivió eso al crear Mis más sinceros bemoles? ¿Ese vértigo de la hoja en blanco se presentó?

—No. Creo que era una novela que ya tenía muy hecha en la cabeza. Me puse a escribir y no paré, aunque en el taller sí me pasaba eso… Ahí sentía la presión de que los demás se rieran por haber escrito alguna estupidez; pero, ya en la reescritura y cuando estaba absolutamente solo con mi futura novela, no paraba de escribir desde las ocho de la mañana y hasta las ocho o nueve de la noche, con pausas sólo para desayunar o comer.

—A la par de la primera etapa de la pandemia, supongo que usted tenía más tiempo para dedicarse a dicha escritura, ¿por qué cree que tal libro emergió en ese momento y no cinco o diez años antes?

—Es una pregunta difícil que no sabría responder. La novela es un resumen de mi vida… y, en ciertas etapas de tu vida, comienzas a realizar resúmenes.

—¿Qué tan autobiográfica es Mis más sinceros bemoles? Como lector uno intuye que hay mucho de anécdota y de realidad al constatar que los personajes principales son músicos tal como usted lo es. ¿Qué tanto recurrió a la ficción y a otros recursos literarios?

—Tiene mucho de autobiográfica. Dicen que toda novela tiene algo de autobiográfico… La libertad de la ficción te permite modificar un evento tal y como sucedió, lo cual usas para las necesidades de tu novela. Ahí se pierde esa parte autobiográfica en la medida en que moldeas para que todo concuerde con la estructura que tienes de tu libro. En un principio no tenía ni estructura, simplemente me puse a escribir y, ya después, fui un poco a tientas con algunos amigos del taller.

Incertidumbre y curiosidad

—¿Qué tanto siente que, con la escritura de su novela, remendó algo de su vida? Usted dijo, hace un momento, que la literatura posibilita modificar eventos: una cosa es cómo vive uno y algo muy distinto es la manera en la cual narras eso vivido.

—Creo que la ficción te permite eso: ¡hacer la forma ideal de como querías que ocurrieran las cosas! Las acomodas según el modo en que te hubieran gustado que sucedieran… tienes todo el tablero para acomodarlo y hacer una historia que valga la pena ser contada.

—Y una canción, ¿no es un brevísimo momento de una historia contada?

—Sí, una canción es una historia muy resumida, una microhistoria que se cuenta en tres minutos.

—Más allá de la extensión de una canción o de una novela, ¿cuáles serían los rasgos de diferencia entre ambos momentos de creación en la música y en la literatura?

—Es una pregunta difícil. Tienen mucho en común, son trabajos solitarios y, de alguna forma, haces una interpretación de lo que te rodea en el mundo. Encontraría más afinidades que diferencias: una canción, ya con tantos años de experiencia, la puedo hacer en una sentada; pero una novela no sé ni cómo contabilizarla porque ignoro si me costó 10 años escribirla o cuatro meses, pues en realidad empecé hace una década, aunque no tenía forma de cómo avanzar. Para mí ambos momentos de creación son muy parecidos.

—Cuando un músico presenta una canción inédita en un concierto, sabe si fue bien acogida por el público o, como les sucedió a los personajes de su novela, tienes un fracaso inesperado y el público recibe de mala manera un tema. La respuesta es casi inmediata y el músico la constata; pero, en cambio, usted no está como autor frente al lector de Mis más sinceros bemoles, ¿cómo vive esa diferencia y esa lejanía desde la literatura para con su lector, pues no se halla frente a él cuando se lleva a cabo el acto de la lectura?

—Ya encontraste la primera diferencia que yo estaba a años luz de descubrirla. Efectivamente, cuando haces una canción pues ves la reacción del público; pero, en un libro, hay que esperar… existe un delay mientras la gente lo lee, se manifiesta y te dice si le gustó o no.

—¿Cómo convive con esa espera?

—Tengo incertidumbre y curiosidad; pero, por otro lado, me siento muy satisfecho. Pase lo que pase, era un proyecto que sabía debía hacerlo. No sé si a partir de esto escriba más. Conmigo llevo una libreta… que ya lo hacía para las canciones… sin embargo, ahora la utilizo para anotar posibles historias y, quizás, en unos años se cocine otra novela.

“Hay una incertidumbre, aunque también me siento satisfecho de lograr este proyecto anhelado: ¡poder escribir algunas historias y compartirlas! ¡Lo que venga es ganancia!”

De Los detectives salvajes a Dostoyevski

—Sin destripar el final de su novela y permitiendo que el lector haga su función, quiero precisar que la historia se basa en una banda de rock integrada por tres jóvenes, cada uno con características de vida muy puntuales. ¿Con cuál de los tres personajes hay una identificación por parte de Armando Rosas? ¿Es un poco de todos?

—Soy un poco de todos. La gente, seguramente, pensará al final que soy el compositor; sin embargo, a través de los otros dos personajes digo muchas cosas. Toda obra literaria no deja de ser un acto político y, entre todos los personajes, dije lo que pienso acerca de la música y cómo he interpretado ese momento.

—Hablando con el Armando Rosas que cuenta ya con los dos pies en la literatura tras la escritura de su novela, le preguntaría cuáles referencias tiene en dicho terreno. No le pregunto a Armando Rosas que es músico, sino que la interrogante la dirijo al novelista, en este caso.

—[Risas] Debo confesarte que me siento raro con eso de novelista. Mira, no he sido un lector muy disciplinado pues leo lo que puedo; pero creo que me ayudó muchísimo Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Mientras escribía, también leía a Dostoyevski: ¡nunca había concluido un libro de él!

“Para algunos capítulos también leí específicamente acerca de boxeo… un relato de Norman Mailer que se titula El Combate. Si tuviera que hablar acerca de algunos referentes serían Roberto Bolaño y Mario Vargas Llosa, de quienes, de alguna forma, he disfrutado más su lectura”.

El miedo a un rotundo fracaso

—Hace un momento usted mencionó que carga una libretita para anotar ideas de cara a un futuro texto. ¿Qué llegará próximamente: una canción u otra novela?

—La música es algo que no puedo dejar de hacer, ya forma parte de mi vida y la hago cotidianamente; con respecto a la literatura, no sé… Me gustaría seguir escribiendo, pero dependerá de la respuesta: si es un rotundo fracaso, seguramente regresaré a lo que siempre he hecho. Al menos, seguiré escribiendo reflexiones para mí: cómo ves al planeta y cómo ves a la gente… es un material que puedes ocupar para hacer una canción o un libro… ¡Es la misma materia prima!

—¿A qué le llamaría un rotundo fracaso?

—¡Que las cajas de libros se quedaran, aquí, en mi recámara!

—Es un tiraje de 500 ejemplares.

—Sí… que estuvieran ahí y nadie los quisiera obtener, eso sería una buena medida de mi fracaso.

—Esa imagen o sensación, ¿la siente en la música ya con tantas décadas de trayectoria en el ámbito artístico mexicano?

—Siempre. En Mis más sinceros bemoles hay un capítulo llamado “Orquestador de 40 nocauts”, en donde hago la comparación entre el boxeo y la música: ahí digo que hay conciertos que saben a derrota…

—¿Qué hace uno con ese sabor a derrota?

—No lo sé… no lo sabría responder.

—Me imagino que uno continúa…

—No tienes opción…

—Siempre está el suicidio o la depresión… ¿Usted cómo se relaciona con algunas derrotas que, me imagino, ya habrá tenido en su vida?

—Uno intenta sublimarlas y que, de alguna forma, se conviertan en combustible de nuevos proyectos… es como ir moviendo, poco a poco, la aguja de tu brújula. Cuando me preguntabas qué se hacía con los fracasos, no encontré una respuesta más poética… pero, en términos prácticos, es ir corrigiendo la ruta. Eso hago con la música.

“Cuando fracasas y, por alguna razón, estudias lo que pasó y reflexionas en lo que nunca debiste haber hecho, ¡entonces haces una bitácora del fracaso para intentar encontrar en dónde se fue chueco el asunto!”

Una promesa de respuesta

—Es peculiar que usted hable del fracaso cuando es un artista consolidado dentro del escenario mexicano, con un nombre y un lugar; incluso posee un respeto y una admiración a nivel internacional. Noto rasgos de sensatez y de humildad. Aunque es cierto que, a pesar de que usted tenga un lugar en la música de este país, ello no lo exenta del fracaso, eso lo entiendo.

—Está siempre presente o, si no está siempre allí, uno lo siente.

—Es una señal de advertencia.

—Puede ser. Uno siempre puede dar un paso chueco. En una carrera artística no hay garantía de estabilidad.

—Y tampoco en la vida…

—Exactamente, en la vida siempre hay esa posibilidad. Uno intenta hacer lo mejor posible, pero nunca hay garantía de no cajetearla…

—En el caso de su novela, no me parece que llegará un fracaso. Con un amigo platicaba que Mis más sinceros bemoles está bien escrita, el lector entra en ella amigable y fácilmente. No es un texto codificado o que uno suelte porque te agota. Eso es muy loable al ser su primera novela escrita. Como última pregunta, hace un momento usted mencionó que la novela le sirvió para mejorar algunos sucesos de la realidad: ¿cuáles momentos quedan de su vida que, todavía, quisiera mejorar mediante la literatura?

Tras lanzar dicha pregunta, Armando Rosas enmudeció durante 25 segundos.

Al otro lado de la línea telefónica, confiaba en que aún se hallaba mi interlocutor; aunque también es cierto que latía la posibilidad —y el temor, grande e incómodo— de que la conversación telefónica hubiese finalizado inesperadamente. ¿Me hallaba aguardando inútil y ridículamente a un hombre que, probablemente, buscaba el cargador de su celular o realizaba una llamada, infructuosamente, a mi número telefónico?

Durante esos larguísimos 25 segundos sentía que Armando Rosas todavía se encontraba al otro lado del auricular. En la vida, en el amor, en la amistad e incluso en una charla periodística, uno debe aprender a confiar: al otro lado del silencio, ahí estará uno de los músicos más talentosos de México.

—Le escucho… —dije, rompiendo ese peculiar momento.

—Estoy pensando… ¡haces preguntas muy heavy! Creo que la enfermedad me tiene un poco sensible. Déjame de tarea esa pregunta y prometo responderla… —expresó el maestro Armando Rosas con la voz entrecortada y manifiestamente emocionado.

Saltar al vacío implica confiar en que caerás dentro de la piscina, así como que los lectores recibirán gratamente tu primera novela o cierta respuesta llegará tarde o temprano.

Mientras escribo el final de esta entrevista, escucho “Si falta fe”, tercer tema incluido en el disco El oficio mío (2016). Allí, Armando Rosas canta:

Si falta fe, si está bañada la Tierra con rencor
apoya tu mano en mi corazón…
Sé que es difícil concebir la vida en el dolor
pero al final de la cruel agonía
se encuentra paz en una melodía
como al final de cada noche herida
sale el sol…

Nota bene: las fotos que ilustran este texto han sido tomadas de la página web oficial del Armando Rosas. Trovador y fundador de la banda de rock la Camerata Rupestre, el músico y escritor mexicano presentará su novela Mis más sinceros bemoles / Historia de una banda de rock, el jueves 18 de agosto, a las 19:00 horas, en la Fonoteca Nacional (Avenida Francisco Sosa 383, colonia Santa Catarina, Coyoacán (Ciudad de México).

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