Interacciones mediadas por tecnologías
Agosto, 2022
En este momento de acelerados cambios y transformaciones culturales, nos dice aquí Juan Soto, las denominadas ciencias sociales, el profesorado universitarios y los estudiantes tienen la posibilidad de entender que ya no pueden evadir la inclusión de lo digital en sus reflexiones. Porque es un hecho: los dispositivos digitales de uso diario han modificado contundentemente nuestra vida cotidiana.
Acostumbrados a pensar las interacciones en situación de copresencia, buena parte del profesorado universitario no alcanza a reconocer como interacción todo lo que ocurre gracias a la mediación tecnológica en las comunicaciones y los intercambios de información. De hecho, de manera furibunda y rabiosa, quienes están lejos de entender qué es lo que pasa con las tecnologías y lo que hacen las personas con estas, afirman que eso no es interacción. Quienes reaccionan de este modo, afirman que dar un like en una plataforma publicitaria a lo que ha compartido alguien, no es interacción. Que, en todo caso, eso es como una forma empobrecida de relacionarse con los otros o, como tradicionalmente se ha querido sostener bajo el argumento psicológico, que es una forma simple de exhibición narcisista.
Sin embargo, todo esto pone en evidencia que algunas categorías sociológicas para explicar lo que pasa en los entornos digitales no alcanzan ya a describirlo de manera precisa. Y no, no se trata de teorías desactualizadas que requieran de un upgrade, eso es un disparate. Es simplemente que algunos conceptos y nociones, más que estar desactualizados, han topado con su límite en materia de significado.
Hasta cierto punto, las denominadas ciencias sociales han entrado en un momento interesante gracias a la forma en que los dispositivos digitales de uso diario han modificado contundentemente nuestra vida cotidiana. Hoy día se han creado técnicas de investigación para estudiar una gran variedad de situaciones y fenómenos relacionados con lo digital y las tecnologías inteligentes. Algunas, está por demás decirlo, están de moda y han generado un furor tal que en torno a ellas se realizan diplomados, cursos, talleres, etc. Y si bien estas técnicas de investigación llegaron para quedarse, esa parafernalia pasará. No obstante, muchas de estas técnicas de investigación emergentes llaman la atención no por su potencial, sino porque no parecen otra cosa más que consejos de sentido común profesionalizados para estudiar situaciones y fenómenos sociales mediados por tecnologías. Muchas de estas técnicas de investigación emergentes parecen, más bien, el resultado de ideas de adultos infantilizados con dispositivos digitales en mano. Pero eso es asunto de otra discusión.
Herbert Blumer, ese distinguido sociólogo de la escuela de Chicago, discípulo de George Herbert Mead y de Florian Znaniecki, y quien acuñó el concepto de interaccionismo simbólico, sugirió en una conferencia de 1930 que una ciencia sin conceptos sería una creación fantástica y que la concepción surge como ayuda para compensar la insuficiencia de la percepción. Afirmaba también que un concepto, en cuanto manera de concebir, puede impulsar una actividad estancada y mostraba asimismo cómo en una ciencia saturada de problemas, los conceptos pueden desencadenar y orientar la actividad experimental, así como determinar su rumbo. Señalaba, igualmente, que los conceptos de sentido común y los conceptos científicos eran eminentemente distintos, en esencia por su nivel de abstracción. No es que las ciencias sociales se hayan quedado sin conceptos, sino que los que usaban tradicionalmente parecen ya no alcanzar para definir qué es lo que pasa y lo que ha estado pasando con la protocolización de las interacciones mediadas por tecnologías más allá de las normas comunitarias que cada plataforma digital exige a sus usuarios aceptar para que puedan acceder a ellas.
El uso masivo y cotidiano de los dispositivos y las tecnologías digitales nos ha llevado a una situación extraordinaria y por demás interesante. Cada año, Domo realiza un estudio sistemático sobre el volumen, la velocidad y la variedad de datos que se generan y se distribuyen a través de Internet. Este bonito proyecto se llama Data Never Sleeps. En 2021 se dieron a conocer los resultados de la novena edición de DNS, revelando el impacto que tuvo la pandemia en la forma en que trabajamos y vivimos. Con el auge del trabajo remoto y el confinamiento nuestros teléfonos, computadoras y tabletas se llenaron de aplicaciones para realizar tareas cotidianas tanto en el trabajo como el hogar.
De acuerdo con los resultados de Domo de 2021, en un minuto en internet los usuarios de Netflix habrían estado mirando unas 425 mil horas de video mientras que en YouTube esto ascendió a 694 mil. En Facebook los usuarios habrían compartido un total de 240 mil fotos y se habrían mirado alrededor de 40 millones de lives. En Twitter se habrían realizado alrededor de 575 mil publicaciones, en TikTok los usuarios habrían visto unos 167 millones de videos y en Instagram se habrían compartido unas 65 mil fotos. En Google se realizaron unas 57 millones de búsquedas mientras que se enviaron alrededor de 12 millones de correos electrónicos. Y, tome nota, en Amazon los usuarios habrían gastado unos 283 mil dólares.
Aunque estos no son todos los datos que presentó Domo en su novena edición, ni agotan todo lo que ocurre en Internet, sí nos dan una ligera idea de los flujos de información, de la excesiva monitorización de lo que hacemos y de la cantidad de acciones asociadas al uso de tecnologías y dispositivos digitales. Suponer la separación entre lo online y lo offline es insostenible. Lo que ocurre en las plataformas publicitarias es parte de la vida social. No es independiente. La gente se separa o se empareja y corre a cambiar su situación sentimental en Facebook. Aunque también, por común acuerdo, las parejas pueden decidir no anunciar su relación e, incluso, no ser amigos en Facebook para evitarse problemas o complicaciones por celos. Muchas parejas o exparejas se monitorizan a través de sus redes sociales y llegan a tener problemas por su actividad en dicha plataforma publicitaria que cuenta, según el Digital 2022 Global Owerview Report de we are social, con 2,910 millones de usuarios mensuales activos. La gente se pelea y se da de baja de sus redes sociales o se conoce y se da de alta.
Hoy día no es necesario decir a dónde va uno, qué come, con quién se divierte, a qué conciertos asiste, qué bebe, con quién baila, en qué parte del mundo está de vacaciones o trabajo, con quién ha terminado o con quién ha iniciado una relación, si ya se tituló o ha sufrido un accidente, a qué eventos académicos ha asistido, qué música escucha y cuál repudia, si ya votó o qué serie televisiva está mirando en Netflix, etc. Buena parte de lo que hacemos, lo que pensamos y lo que sentimos está en las redes sociales. Vivimos en una época caracterizada, entre otras cosas, por una renuncia voluntaria a la intimidad; en una sociedad que vive un frenesí por mostrarlo casi todo donde la extroversión es la moneda corriente de cambio. Compartir, como una acción en el entorno digital, implica un significado un tanto distinto del convencional. Reaccionar a una publicación, igualmente. Compartir y reaccionar son formas, no las únicas, de interacción mediada por tecnología. Algo que ha pasado desapercibido o negado por una buena parte del profesorado universitario que necesita, sí, un upgrade para entender que algunas nociones y conceptos de las viejas teorías son, de ya, insuficientes para explicar fenómenos emergentes en materia de la vida social y los entornos digitales. No obstante, buena parte de la comunidad universitaria (profesores y estudiantes), muchas veces no alcanzan a ver o reconocer que las cuestiones de lo digital son sociales por excelencia porque su visión está anclada a discursos limitados de otros siglos. Seguramente eran parte de esos simpáticos usuarios que practicaban el autolike en las redes sociales, de esos que no atinan a programar o ingresar a una reunión en Zoom previa inscripción o de aquellos que no pueden echar a andar un videoproyector conectado a una computadora.
Tal como lo formuló ese investigador de la Facultad de Medios Digitales e Industrias Creativas de la Escuela Superior de Ámsterdam y fundador del Institute of Network Cultures, Geert Lovink, las redes sociales están reformateando nuestras vidas interiores (no nosotros a ellas). Las plataformas y los individuos devienen inseparables y las redes sociales se vuelven idénticas a lo social en sí mismo. Y, seguramente, con este tránsito de lo algorítmico hacia la inteligencia artificial y la computación ubicua, nuestras vidas seguirán siendo modificadas profundamente. Y en este momento de acelerados cambios y transformaciones culturales las denominadas ciencias sociales, los universitarios y los estudiantes tienen la posibilidad de entender que incluso las discusiones filosóficas más profundas sobre el tiempo y la memoria, por ejemplo, ya no pueden evadir la inclusión de lo digital en sus reflexiones. ¿No es cierto que en Facebook ya no tiene sentido esgrimir frases como: gracias por acordarte de mi cumpleaños y enviarme una felicitación porque, en efecto, la plataforma envía tales recordatorios sobre quiénes cumplen años a diario? ¿No es cierto que la monitorización de los otros en tiempo real puede permitir formas de control social, político y hasta corporativo como en ningún otro tiempo?
Hay que quitarle ya las telarañas al pensamiento y a los discursos para dejar de decir que las interacciones mediadas por tecnologías no son interacciones. Sólo un desinformado sería capaz de seguir sosteniendo tan rancio razonamiento. Por cierto, repita conmigo: comparto, luego existo.
Interesante artículo, gracias a Salida de Emergencia por dar espacios a pensadores de nuestro tiempo que nos presionan con este tipo de textos para estar siempre alertas y detectar problemática y protemáticas en el que para muchos son espacios de recreación: las redes sociales.