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La nación más grande del país

Gore Vidal, una década después

Julio, 2022

En 2009, Tim Teeman entrevistó a Gore Vidal para The Times. Durante la charla, el periodista preguntó al escritor si era feliz. ¡Vaya pregunta!, respondió. Luego, con una sonrisa traviesa, le dijo: Te contestaré con una frase de Aeschylus: ‘No llames feliz a ningún hombre hasta que muera’. Hombre polémico, inteligente, irónico complejo en muchos sentidos, en este mes de julio se cumple una década de la partida de Gore Vidal: escritor, ensayista, guionista, periodista y, sobre todo, un crítico mordaz del modo de vida estadounidense. Víctor Roura aquí lo recuerda…

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Dice el novelista Gore Vidal que Spiro Agnew, vicepresidente en el periodo administrativo de Richard Nixon y del que muchos creen que aceptó sobornos, dijo en un rapto de inspiración:

—A pesar de todos sus defectos, Estados Unidos sigue siendo la nación más grande del país…

Incluso, “después del robo perpetrado por el Tribunal Supremo en las elecciones del presidente número 43, la sombra de Spiro debe de alzarse entre las de sus colegas”. Gore Vidal se refería, por supuesto, a la farsa comicial que dio el triunfo en 2004 a George W. Bush: “La política en Estados Unidos es, en esencia, un asunto de familia, como la de casi todas las oligarquías. Cuando al padre de la Constitución, James Madison, le preguntaron cómo demonios era posible que el Congreso funcionara cuando un país de cien millones de habitantes contaba sólo con medio millar de representantes, Madison invocó la norma que impone la ley de hierro de las oligarquías: unas pocas personas dirigen siempre el albergue; y lo conservan, si pueden, dentro de la familia”.

A la postre, añade Gore Vidal en su volumen de ensayos Soñando la guerra (Anagrama), que, como los libros de Noam Chomsky y de Michael Moore, enfureció a la conservadora —y, por qué no, reaccionaria, aunque el vocablo se escuche extemporáneo— estirpe intelectual norteamericana, desacostumbrada a las expresiones disidentes en la cultura, “aquellos fundadores a los que nos gusta evocar temían y aborrecían tanto la democracia que inventaron la Junta Electoral para acallar la voz del pueblo, de un modo muy similar a como el Tribunal Supremo estranguló la de los ciudadanos de Florida el 12 de diciembre. No íbamos a ser ni una democracia, sometida a la tiranía mayoritaria, ni una dictadura, sujeta a los caprichos de un césar”.

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Hace diez años Eugene Luther Gore Vidal abandonó en definitiva este mundo luego de vivirlo 86 años. Nacido en Nueva York el 3 de octubre de 1925, falleció en Los Ángeles el 31 de julio de 2012, hace justo una década. No sabemos cómo hubiera reaccionado Gore Vidal de haber visto el triunfo, inenarrable, de Donald Trump y la repentina cancelación del aborto, a mediados de 2022, coartando el derecho a las mujeres de propiciar en su cuerpo lo que a ellas mejor atañera; pero habría dejado páginas memorables a los derechos humanos, sin duda.

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Después del 11 de septiembre de 2001, las cosas cambiaron para Estados Unidos (al grado de que en 2008 asumiera la presidencia el primer negro en su historia, algo inimaginable en aquellas fiestas electoreras que dieron el triunfo al boquiflojo y guerrero Bush hijo). Por lo menos, la crítica ya no estaba adormecida. Sin embargo, y pese a los movimientos cada vez más visibles de los “descontentos” —o de los “ocupantes” de Wall Street— con la política imperial, Gore Vidal reconocía que tanto él como otros duros impugnadores del sistema pertenecían “a una minoría que es una de las más pequeñas del país y que cada día se hace aún más pequeña”.

El novelista recordaba que en 1946, al término de la Segunda Guerra Mundial, al retirarse del ejército, pensó: “Bueno, se acabó. Hemos ganado. Y los que vengan detrás de nosotros nunca tendrán que hacer esto”. Luego, no obstante, “llegaron las dos guerras demenciales de vanidad imperial: Corea y Vietnam. Fueron amargas para nosotros, y no digamos para los supuestos enemigos. A continuación nos alistamos en una guerra perpetua contra lo que parecía ser el club del enemigo del mes. Esta guerra, por una parte, produjo grandes ingresos que iban a parar a la industria militar y la policía secreta, y por otra nos sacaba dinero a los contribuyentes, con nuestras nimias preocupaciones por la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Durante la guerra de Vietnam, George W. Bush se refugió en la Air National Guard de Texas. Cheney, cuando le preguntaron por qué había huido del servicio militar en Vietnam, dijo:

—Tenía otras prioridades…

“Bien —enfatizaba Gore Vidal—, otros 12 millones de personas también las teníamos hace 60 años. Prioridades que 290 mil no pudieron cumplir”.

The Collection Gore Vidal.

Decía Gore Vidal que fue Benjamin Franklin, nada menos, “quien por el año 1787 vio nuestro futuro con mayor claridad, cuando, siendo delegado de la convención constitucional de Filadelfia, leyó por primera vez el proyecto de Constitución. Estaba viejo, moribundo; su estado no le permitía leer, pero redactó un texto para que un amigo lo leyera. Es una declaración tan oscura que la mayoría de los libros de historia omite sus palabras clave”. Franklin apremiaba a la convención a aceptar la Constitución a pesar “de los que él consideraba sus grandes defectos, porque, según él, podría facilitar un buen gobierno a corto plazo”.

—No hay más forma de gobierno que la que, bien administrada —decía Franklin—, puede ser una bendición para el pueblo, y creo además que será bien administrada durante una serie de años, y sólo podrá acabar en despotismo, como ha sucedido con otros sistemas, cuando el pueblo se haya corrompido tanto que necesite un gobierno despótico, por ser incapaz de cualquier otro.

La profecía de Franklin, según Gore Vidal, “se cumplió en diciembre de 2000, cuando el Tribunal Supremo pasó como una apisonadora por encima de la Constitución para elegir como presidente al perdedor de las elecciones de aquel año”: George W. Bush, con quien “el despotismo está ahora bien asentado en su silla. La antigua República es una sombra de sí misma, y contemplamos el resplandor chillón de un imperio nuclear mundial, con un gobierno que considera su auténtico enemigo a ‘nosotros, el pueblo’, despojados de nuestra libertad de voto. El objetivo de los déspotas suele ser la guerra, y vamos a presenciar una escalada bélica, a no ser que (con la ayuda de los bienintencionados de la nueva vieja Europa y con nuestra propia ayuda, cuando por fin hayamos despertado) convenzamos a esta singular administración de que están actuando inicuamente por su cuenta y en contra de toda nuestra historia”.

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En el libro, Gore Vidal incluyó una breve entrevista que Marc Cooper le hiciera un poco después de los ataques terroristas del 11 de septiembre, mismos que fueron tratados por el novelista en un polémico libro, intitulado Guerra perpetua para paz perpetua: cómo llegaron a odiarnos tanto, donde, entre otras valerosas afirmaciones, Gore Vidal apuntaba que la inevitable “reacción” es nada menos que la obra sanguinaria de Osama Bin Laden y Timothy McVeigh: “Los dos estaban furiosos por las agresiones temerarias de nuestro gobierno contra otras sociedades” y fueron, “por consiguiente, incitados a responder con pavorosa violencia”.

De ahí que Cooper se sintiera obligado a preguntar a Gore Vidal si los tres mil civiles muertos aquel trágico 11 de septiembre habían, así, merecido “su suerte”.

—No creo que nosotros, el pueblo norteamericano, mereciésemos lo que ocurrió —respondió Gore Vidal—, pero tampoco merecemos los gobiernos que hemos tenido a lo largo de los últimos cuarenta años. Nuestro gobierno ha propiciado estos sucesos mediante sus acciones en todo el mundo. En mi último libro [el ya referido sobre cómo el mundo ha llegado a odiar tanto a los estadounidenses] hay una lista que da al lector una idea de lo ocupados que hemos estado. Por desgracia, sólo recibimos desinformación de The New York Times y de otras fuentes oficiales. Los norteamericanos no tienen idea de la magnitud de las fechorías de nuestro gobierno. Desde 1947-1948 hemos realizado más de 250 ataques militares, sin mediar provocación, contra otros países. Son acciones de envergadura en todas partes, desde Panamá a Irán. Y la lista ni siquiera es completa. No incluye países como Chile, porque fue una operación de la CIA. Yo sólo ennumeraba los ataques militares.

Por eso, como decía Spiro Agnew, Estados Unidos, en efecto, sigue siendo, ja, la nación más grande de su país…

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