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“¿Por qué la narrativa? Porque no sé cómo hacer que llueva”

Las siete décadas de Agustín Ramos, un autor indispensable en las letras mexicanas.

Julio, 2022

No hay duda de que Agustín Ramos es, hoy, un autor indispensable en (y para) las letras mexicanas. Desde 1979, cuando apareció Al cielo por asalto —libro de gran trascendencia para la historia social y literaria del país—, el maestro ha practicado y ejercitado casi todo género escritural: lo mismo teatro, cuento o novela, que reportajes, entrevistas, artículos, crónicas, ensayos, reseñas, críticas y columnas en los principales diarios, revistas y suplementos culturales de México. Ahora que llega a las siete décadas de vida, en Salida de Emergencia queremos celebrarlo. Víctor Roura ha conversado con él.

Nació el 20 de julio de 1952 en Tulancingo, Hidalgo. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Obtuvo el Primer Premio Hidalgo de Periodismo 2003, en el género Columna, y ha sido también director general del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de su estado natal, que le trajo diversos descalabros por su postura intelectual independiente. (En ese momento, durante la década de los noventa, yo dirigía la sección cultural del periódico El Financiero y recibí numerosas denuncias de decenas de artistas de dicha locación argumentando un sinfín de “atropellos” que no eran tales sino sólo y pura ansia de colocación bajo el amparo institucional, como se acostumbraba en dichos servicios culturales, mas la solvencia democrática del entonces encargado de aquel Consejo Estatal se movía por circuitos que rechazaban los compadrazgos de cualquier tipo). Agustín Ramos es un literato de una pieza, autor de una treintena de libros entre ensayo y narrativa… por el momento distanciado de la escritura: durante la pandemia, periodo en el que todos hemos perdido tantas cosas a las que nos creíamos adheridos a ellas, a Agustín Ramos le suspendieron, no sabemos si de modo definitivo o transitorio, dos libros que hasta el día de hoy se mantienen cancelados, que ha dado pie, para nuestro infortunio, a la reflexiva cavilación del retiro literario de este consagrado novelista con más de cuatro décadas de trayectoria escritural.

“La sequía podía durar horas”

—En el año 1979 sale a la luz la novela Al cielo por asalto que sobresaltó, de muchos modos, a la élite intelectual del país, acostumbrada a bendecir a los autores jóvenes. En cambio, Agustín Ramos partió victoriosamente sin su permiso. El libro lo escribiste a los 25 años de edad luego de cursar letras hispánicas en la UNAM. ¿Cómo brota el literato en Agustín Ramos, qué autores lo marcaron, qué libros, por qué la narrativa?

—¿Por qué la narrativa? Porque no sé cómo hacer que llueva. En serio. Antes de la universidad no sabía qué era la literatura ni el oficio de escribir. Aparte de cuentitos, de un diario intermitente y de las cartas a una tía monja que vivía en San Luis Potosí, hacía lo que llamaba “pensamientos”. Se me erizaba la coronilla, esa especie de electricidad se volvía pensamiento y encontraba frases fáciles de puntuar que se convertían en palabras escritas. La sensación era demasiado placentera y me obsesionaba no volver a experimentarla, o que la experimentara sin poderla escribir. Porque aquello de sentir e ir poniendo en letras lo que me dictaban mis sentimientos (enamoramiento, tristeza, felicidad, culpas, temor, asombro, soledad) no me ocurría siempre, llegaba sin avisar, como lluvia, y así como caía dejaba de caer. La sequía podía durar horas, días, semanas o meses, y yo sentía el terror pánico, la impotencia de no dar con la fórmula de invocación, ya no digamos para pensar sino por lo menos para sentir. Por eso sólo considero poesía lo que me asombra y me revela lo que jamás he sabido escribir. En cambio narrar es relativamente más sencillo, consiste en contar lo que pasa o puede pasar, verdad o mentira es lo de menos, aunque me diviertan más las mentiras.

“Mis primeras marcas literarias son lunares. Porque se puede decir que nací con eso. Nací por eso. Los especialistas en literatura marginaron durante muchísimo tiempo la dimensión oral de la palabra, pero esa fue precisamente la que llegó a mis oídos, porque mi madre era una declamadora excepcional y entre sus recitaciones en los escenarios de pronto había estallidos de poesía. Después mis tías, las hermanas de mi mamá, me acercaron a la literatura escrita. La mayor, María de la Cruz, me regaló Marcelino, pan y vino, de José María Sánchez Silva, que me condujo a la saga del curita pueblerino Don Camilo, de Giovanni Guareschi, y por coincidencia editorial al entrañable Jardiel Poncela. La hermana menor de las Blancas, Guillermina, me forzó a leer Las aventuras de Huckleberry Finn, y lo que empezó como obligación se convirtió en idolatría por el asombroso conocimiento que Mark Twain tenía del Mississippi, que es como decir de la humanidad. La tía de en medio, Socorro, la monjita, me motivó a escribirle cartas, y en la primera de éstas le transcribí mi primer cuento hecho en preprimaria. En las lecturas de primaria predominó la historieta, SupermánVidas ejemplaresLa pequeña LulúTawa el hombre gacelaLa llanera vengadora (fotonovela con Flor Silvestre como heroína campirana, je, a bordo de una motoneta Vespa). En la secundaria, gracias al maestro de español y biología, conocí Cuentos de la Alhambra, leí por primera y única vez El poema del Mío Cid y memoricé dos o tres poemas sencillos; a él le apodábamos El Chivo por su barba a lo José Martí pero también porque nos daba topes con el canto de las monedas de a veinte que en el lado del sol tenían una pirámide de Teotihuacan. A esa edad mis lecturas favoritas eran las novelas de la colección ‘Caimán’, que vendían en las farmacias y traían alguna escena sexosa; ésas las cambiaba con compañeros mayores por cosas como Memorias de una pulga, que por supuesto me excitaban mucho más pero me aburrían pronto y me regresaban a Chanoc, aventuras de mar y selvaSanto el Enmascarado de PlataPaquito presenta La Familia Burrón y las genialidades del gran maestro Rius. Total, que anduve 16 años sin saber que la literatura era tanto las cultas historietas mexicas del inolvidable tío Esteban como las tragedias de los tres clásicos griegos, que leí en la colección ‘Sepan Cuantos’ cuando quería ser actor. A los 17, tocado por la Castellanos (Oficio de tinieblas) y Fuentes (Las buenas conciencias), y encandiladísimo por Pedro Páramo, ingresé a la preparatoria y a dos novelas tan alucinantes como la de Rulfo, Rayuela Cien años de soledad, que mi mamá llevó a la casa en las primeras ediciones de Sudamericana. Así fue y es mi relación con la literatura, sin ningún método ni mayor esfuerzo, tomando lo que caiga y siga vivo. Por eso llegué a Filosofía y Letras más con deseos de respirar la atmósfera del Movimiento Estudiantil que con ganas de estudiar la carrera de lengua y literatura hispánicas, sin embargo ahí ya quedaba poco de lo novelado por Luis González de Alba sobre 1968 y, además, mea culpa, me resultó imposible aprovechar en todo lo que valía la excelencia de maestras/maestros que me soportaron. No se culpe a nadie y mucho menos a quienes doy gracias (ellas/ellos) como se le da gracias a un dios.

“Sobre la primera pregunta, nunca fui ni seré literato. Ni palitos ni bolitas. Porque, repito, me negué o no pude o no supe aprovechar a mis maestros. Cuando yo tenía cinco años mi mamá había intentado enseñarme a leer y a escribir, pero no pasó de las primeras dos vocales a y e. ¿Por qué? Porque para mí la a muy bien podía ser la e. ¿Por qué no? Porque conozco las letras. ¿Y por qué las conoces? Porque soy maestra (era cierto, había sido maestra rural cuando yo aún no cumplía los tres años pero en ese momento yo lo había olvidado y seguí de necio). A ver, ¿dónde está tu escuela? No tengo escuela. Tampoco tienes niños. Tú eres mi niño. No, yo no soy tu niño, soy tu hijo. Sí, pero ahorita eres mi niño, uno de mis alumnos. ¿Qué son alumnos? Los niños a quienes enseño a escribir letras. No es cierto… Y no me movió de ahí, es más terminé haciendo una plana de e pero pronunciando a en voz alta cada vez que la escribía… Lo que en realidad pasó, por fin logro reconocerlo, es que ya había tratado varias veces de copiar la a solito, pero en vez del gancho elegante con el que culmina de un solo trazo la a del Método Pálmer yo hacía una bola chueca a la que, en un segundo movimiento, le incrustaba un palo criminal a media panza”.

Humanidades y las bellas artes

—Pese a no saber escribir correctamente el trazo de la letra a, supongo al estudiante de impecable ortografía, no en vano, repito, Al cielo por asalto conmocionó en su momento al mundillo intelectual. El propio García Márquez no sabía dónde iban los acentos ni cómo conjugar diestramente el verbo haber, aunque componía tramas como un soberano. Igual Juan Rulfo, de ahí su escasa producción literaria. De acuerdo, no sabías cómo hacer llover, ¿pero por qué inventar historias en lugar de, digamos, destapar un caño en la alcantarilla? ¿Fue la influencia familiar la que acabó determinando el interés escritural en el niño Agustín o fueron aquellas lecturas primeras de Poncela y de variadas historietas las que encausaron la decisión final del universitario Agustín?

—No decidí nada, me aventaron las circunstancias. Como escritor me siento un Edipo, “el hijo de la fortuna…” Sólo tuve familia materna y los abusos patriarcales que en mayor o menor medida se registraban en su seno me inclinaron a preferir a mi madre, a mis tías y sobre todo a mi abuela Elvira, tan generosa, autosuficiente, bondadosa. Supongo que esa atmósfera nutrió mi rebeldía y, básicamente, mi pereza de niño consentido y nieto mayor. Entonces, si de por sí rechazaba trabajar como mis tíos, vendiendo ropa en abonos o haciéndola de mozo en la tienda que mi abuelo les puso a sus hermanas solteras y a sus hijas bastardas, con más ganas hubiera rechazado yo destapar caños… Mejor dicho, para no destapar caños me puse a inventar historias. Porque además, sin ser consciente, admiraba la forma en que mi hermano se oponía, con más ingenio y nobleza que yo, a las miserias de nuestro mundo familiar que, por otra parte, estaba lleno de magia y de amor del bueno. Él tenía once años, yo 16, y a veces, para divertirnos con el modo de hablar de la gente de la periferia de Tulancingo, inventábamos conversaciones entre dos niños de ranchería: Robustiaáno y Aldegundiíto, tú. Abrrrón. Claro, no pretendíamos que eso fuera literatura, aunque ya para entonces yo empezaba a leer a los trágicos griegos. Luego, cuando tenía que elegir la rama de mis dos últimos semestres de bachillerato, la maestra de orientación vocacional me sugirió inscribirme en el área de Humanidades y Bellas Artes. Era un solo grupo, el 619, que tras la matanza del Jueves de Corpus fue el más activo y valiente de la Preparatoria Nueve; la fuerza principal del mismo venía de las mujeres, cosa que a mí (quizá sólo a mí) se me hizo de lo más normal.

Algo distinto

—Hay mucha gente que es aventada a las circunstancias escriturales, pero no sabe cómo idear una historia o, mejor, no sabe cómo escribirla. ¿cómo nació Al cielo por asalto, cuál fue su génesis, qué la hizo explosionar al grado de profetizarnos, incluso, una pandemia que ocurriría cuatro décadas después, en el siglo XXI? ¿A partir de ese libro se puede decir que ya Agustín Ramos apreciaba a la literatura como algo personal, ya entraban las letras en su organismo de manera diferente, ya la escritura hilaba su tejido artesanal propio o, pues, en qué momento la literatura se adhiere a la vida del futuro escritor?

Al cielo por asalto comenzó a gestarse cuando empecé la carrera, como un cartapacio de ocurrencias y apuntes de diario al que titulé Besana. Mi actitud ante la literatura ya estaba consolidada como ejercicio de libertad, abolición de obligaciones, renuncia a lo que no me resultara placentero o que aunque me hiciera sufrir me resultara vital, como Nietzsche, Kafka, Dostoyevski… Para entonces pues, a los 21 años, tenía claro que quería compartir lo que hacía y leía algunas partes de Besana a mi novia y a mis hermanos para hacerlos reír. Como universitario había leído En busca del tiempo perdido y eso me introdujo a Malraux, Camus y Sartre. También leí todo Frantz Fanon y lo que me cayera sobre los movimientos antiimperialistas y anticolonialistas de los años sesenta del siglo XX en Asía, África y, por supuesto, América, con el Che y los Black Panther por delante. Además, antes de que me corrieran de Radio Educación por querer hacer un sindicato (ya antes me habían corrido de Porrúa por lo mismo), un compañero de la estación me dijo que quería escribir un cuento sobre alguien que terminaba disparando un cañón antiaéreo. La imagen de un hombre en una cornisa disparando un cañón antiaéreo me fascinó y la anoté en Besana. Mi compañero de Radio Educación renunció a escribir ese cuento y yo congelé Besana. Pero cuando necesité un marco general para Al cielo por asalto recurrí a esa idea, lo cual no significa que ya tuviera alguna noción de cómo y por qué terminar el proyecto.

“El cómo nunca lo tuve claro, ni siquiera hoy. El por qué, en cambio, sí lo fui aclarando. Al cielo…, al igual que Besana y que una novelita titulada Venceremos (una libreta manuscrita que guardó mi tía Guillermina, la de Huck Finn), había quedado en el congelador cuando la muerte de mi hermano me cayó encima como una sentencia de muerte. Y entonces mi propósito fue hacer todo lo posible para que mi hermano y yo sobreviviéramos. Escribía más de doce horas seis días a la semana y los martes hacía radionovelas para la XEW (La voz de la América Latina desde México). Perdí doce kilos. ¿Eso explica lo que pasó después? No lo creo. Más bien fue cuestión de suerte. Por una parte, Al cielo por asalto apareció cuando los escritores de mi edad, todos, hacían méritos en las revistas literarias y los suplementos culturales, en los talleres de Monterroso y Donoso Pareja y en las aulas de Políticas y Filosofía. Hacer méritos significaba seguir la línea de la mal llamada Onda o de la tantito peor llamada escritura (esto se puede comprobar revisando lo que publicaban Mortiz, Premiá y demás editoriales abiertas a los veinteañeros, y ni Luis Arturo Ramos ni María Luisa Puga cuentan como excepciones porque tenían cinco o más años que nosotros). Por otra parte, supongo que como consecuencia de lo anterior, los maestros de los CCH le recomendaban a su alumnado leer a onderos o a escritores originales, o bien les dejaban de tarea Al cielo por asalto, que no era mejor pero era algo distinto”.

“No soy tan creativo como para ser diferente”

—Yo recuerdo, en efecto, Al cielo por asalto como algo completamente distinto a lo que en ese entonces se escribía, como lo fueron los libros subsiguientes tales como La vida no vale nadaAhora que me acuerdo La gran Cruzada. Ningún escritor se concentraba en las peripecias cotidianas, como lo hiciste tú. José Agustín no escribió en ninguna novela suya sobre Avándaro, por ejemplo, mucho menos los que integraban cómodamente la elitista mafia. Tú abordaste ese festival roquero de pasada en Ahora que me acuerdo. ¿Cómo proyectas o perfilas tus proyectos literarios?

—Cada libro, sean novela, cuentos, artículos, ensayos, tienen su propia concepción y desarrollo. Nunca encuentro algo común, salvo eso, que cada libro mío es diferente, porque como autor soy anómalo. Esto último podría parecer petulancia y es todo lo contrario. No soy tan creativo como para ser diferente. En otra entrevista dije que sólo me sentía escritor cuando estaba escribiendo y es verdad. Ahora bien, si lejos del escritorio no soy ni me siento escritor, ¿qué soy, quién soy? ¿Acaso quepo en una sola definición? Soy una persona negada a la experiencia, o quizá sea más preciso decir: negado a la enseñanza. Podría hacer el recuento de cómo nació cada uno de mis libros publicados, desde el primero, Al cielo por asalto, hasta Justicia mayor, pero para qué. El relato sería todavía más aburrido que mis libros, lo que ya es decir. Me hubiera gustado contestar en un momento menos depresivo, sin embargo creo que es mejor así, más sincero, menos racionalizado.

“La literatura no es ni una divinidad ni un sacerdocio”

—Pero la escritura es racionalizada, Agustín, y uno, como lector, no deja de conmoverse con lecturas como Tú eres Pedro, de finales de los noventa del siglo pasado, o Como la vida misma Justicia mayor, ésta publicada en 2015, una década después de aquélla. Cada novela, como bien dices, es tan distinta a la anterior porque, dices, “como autor soy anómalo”. Y esa es la virtud: si en la vida misma tienes momentos depresivos, en los escritos te deshaces de ella. ¿No la literatura supera incluso a la vida misma, como lo insinúas en tu novela de 2005?

—Podría decir que para mí la literatura es como una amante justa y generosa, porque no me dio mucho más de lo que merecí. Y me dio mucho, pero como amante, no como esposa obligatoria y obligada. Para mí la literatura nunca ha sido más importante ni más poderosa ni más trascendente que la vida misma. Salvo cuando era joven y prefería quedarme sin comer para poder comprar un libro, siempre que debí elegir entre una persona amada y este oficio de escribir o de estudiar literatura elegí a las personas, a lo que amo de carne y hueso. Ser padre me mostró de cuerpo entero, a partir de ahí fui mezquino y avaro para con la literatura, a partir de ahí supe que tomaría de ella todo lo que pudiera recibir, y entregaría a la literatura solamente lo indispensable: nunca más un sacrificio, una atadura. Entre las diferencias que siento tener con la mayoría de los escritores está que para mí la literatura no es ni una divinidad ni un sacerdocio. Amo a mis hermanos escritores, admiro a los mayores, convivo con muy pocos, pero sólo los clásicos, y no muchos, no todos, merecen mi adoración.

“La vocación de escritor sí la tengo. En algún tiempo hasta hubiera pagado con tal de poder escribir. Y así es como yo defino una vocación, un trabajo que haces aunque te paguen poco, aunque no te paguen e incluso aunque tengas que pagar para hacerlo. Escribir y leer fue un destino, lo cumplí, no en la medida en que pude haberlo hecho, pero lo cumplí. Sin sacrificios, sin desvelos, sin esperar nada a cambio y sin las herramientas necesarias para el triunfo. No me quejo, fui única y exclusivamente un escritor, no un comerciante, no un publirrelacionista, no un lambiscón, no un calculador. Conocí a una docena de escritores que ya eran venerados y siempre los traté como a iguales. Recuerdo que alguna vez llegué con Fernando del Paso a una actividad editorial y todos los famositos se desvivían por saludarlo y sacarse la foto con él. Por supuesto me hice a un lado y vi la escena como quien ve una obra de teatro. Esa actitud de pleitesía para las personas siempre fue extraña para mí. Amar el libro, apasionarte con la obra es diferente, es algo íntimo y hasta puede ser impúdico. Mi gran preocupación era escribir bien. Si la literatura es importante para mí es porque me enseña, sea leyendo o sea escribiendo, me enseña más de mí, de los demás, del mundo, del tiempo. Fuera de esa importancia no veo otra.

“Lo que obtuve de la literatura, es decir lo mejor que obtuve en mi vida, lo agradezco. Lo que no obtuve, no lo lamento. Es más, muy pronto, digamos que después de mi cuarto libro, aprendí a renunciar a reconocimientos, famas y privilegios. El mejor privilegio, el único al que aspiraba era a poder escribir. Así que pude hacerlo y con eso me bastó… Hablo como jubilado porque, viéndolo bien, casi desde siempre fui un jubilado; las ocasiones en que escribir me causaba demasiado sufrimiento fueron aumentando, de escribir como consuelo y salida, como gusto, como muestra de abundancia, pasé a hacerlo por obligación, para ganar dinero. Veinte años escribiendo por obligación. Por eso hasta que mis dependientes económicos se independizaron y decidí no volver a mover un dedo para obtener dinero, volví a sentir el disfrute de perder la noción del tiempo escribiendo para nadie y para nada. La literatura, pues, me condujo a esta libertad, a la zozobra de no obedecer a nadie ni depender de nadie, con las desventajas económicas que esto conlleva. No creo que la pobreza económica sea tan vergonzosa como la riqueza económica. No creo que un patrón por sí mismo sea mejor que sus empleados. No creo que una autoridad tenga más poder que quien no es autoridad. Estoy fuera de esa manera de pensar y de existir. Afortunadamente, y de nuevo es gracias a la literatura, mi autojubilación no ha significado miseria ni hambre ni carencias excesivas. Soy libre y a veces, en la medida en que se puede ser feliz en este mundo, soy feliz, escribiendo o sin escribir”.

El botín de la cultura

—Es notorio que no formas parte de clan ninguno, recuerda que en esta enramada se encaramó la denominada “mafia” que no sólo desplegaba a los cuatro vientos sus libros sino se exaltaban mutuamente para la adquisición de la fama que les urgía adoptar. A diferencia de tu modesta visión de la literatura, recuerda las declaraciones de estos escritores sobre las letras, sobre su “miedo” a la hoja en blanco para subrayar sus innatas cualidades escriturales. Por algo tu paso como director del Consejo para la Cultura y las Artes de tu estado natal, Hidalgo, te introdujo en tantos problemas burocráticos en la década de los noventa. Entonces yo editaba la sección cultural del diario El Financiero y, sin tú estar por qué enterado, no sabes la cantidad de denuncias que recibía por parte de gente que buscaba a toda costa privilegiarse durante tu gestión, pero también en el periodismo, sin que muchos creadores no se den por enterados, se libran batallas de veracidad informática. ¿Qué nos puedes decir de tu paso como rector estatal de la cultura?

—Tengo anécdotas y pruebas del saqueo y las pugnas que encontré en la institución de los servicios culturales en Hidalgo. Simulación y abandono de programas y servicios sustanciales, corrupción descarada y disfrazada, grillas intestinas, compadrazgos, patrimonialismo y oportunismo. Y sí que fui, como tú dices, rector estatal de la cultura, porque todos los organismos e instituciones encargados de la cultura formamos una comisión colegiada que logró lo que nadie nunca: coordinar esfuerzos, negociar, gestionar, promover, empezar a comprender qué era ofrecer servicios culturales en Hidalgo.

“En ese entonces, los servicios culturales en todo el país eran mangoneados por funcionarios que imponían la política cultural salinista a través de los caciquillos aldeanos. Yo llegué a sustituir a uno de estos últimos, quien había muerto en un avionazo… Por cierto, la estupidez, la mala conciencia y las ambiciones sucesorias llegaron al punto de atribuirme esa muerte, porque, según esto, yo era el beneficiario de esa muerte. En realidad mi nombramiento ocurrió medio año después de la tragedia, porque sólo entonces los dos bandos que se sentían herederos y disputaban a mordidas y pedradas el botín de la cultura se pusieron de acuerdo para proponer al gobernador una sola candidatura, y lo anunciaron mediante una carta abierta firmada por una centena de personalidades (el responsable de la publicación era ahijado de Miguel Ángel Granados Chapa).

“La reacción del gobernador Jesús Murillo ante ese manifiesto fue nombrarme a mí, supongo que para demostrarles de qué lado mascaba la iguana, aunque no sin antes conceder a las sectas en pugna sus premios de consolación: una Secretaría y un Consejo de Ecología hechizo con presupuesto recortado al Consejo de Cultura. La reacción de quienes se sintieron despojados, familiares oficiales y extraoficiales del difunto, celebridades tuzas, cronistas de sociales y de historia local y, por supuesto, ‘periodistas’ y ‘artistas’ beneficiarios de los cacicazgos federal y estatal, fue iracunda. Esa reacción alcanzó su primer pico con la carta de la centena de personalidades, pero registró varias cimas más a lo largo de toda mi gestión, con periodicazos (por lo menos dos glorias del periodismo se sumaron a esa campaña), silenciamiento de acciones y programas, descalificación sistemática, intrigas, trampas y protestas orquestadas por dos damas que nunca o poquísimas veces dieron la cara pero que manejaban a chayoteros, activistas ‘de la cultura’. En mi opinión, salvo un par de teatreros y una pareja de fotógrafos logreros, casi no había ningún profesional, y no obstante toda la tribu caciquil había tenido beca de ‘creadores con trayectoria’. Hasta la fecha dicen que suprimí las becas, cuando lo cierto fue que sometí los proyectos a jurados externos y extendí la oferta de apoyos a todo el estado porque antes sólo se repartían en Pachuca y por dedazo. Y algo más sintomático todavía, nadie, absolutamente nadie puede decir que no se le pagó a tiempo, que se le quedó a deber un centavo o que tuvo que hacer horas de antesala conmigo; mis administrativos, a diferencia de los de costumbre, sabían que estaban para servir y no para servirse.

“La política cultural que intenté aplicar tenía como eje la descentralización y la formación de artistas y público. Así que la primera beneficiaria sería la población, en especial la que no iba a la exposición ni al cine de arte ni al concierto ni a la conferencia de literatura, arte, historia, etcétera. Después, los trabajadores, es decir los técnicos y promotores culturales, los bibliotecarios y los líderes naturales que impulsaban el museo comunitario o que alentaban tradiciones, talleres y demás. En tercer lugar los artistas, considerados más como servidores que como usufructuarios, menos que promotores pero mucho más que funcionarios. En cuarto lugar los funcionarios, nosotros los estatales y los pícaros federales que, como dije, sólo soltaban dinero si aceptabas sus propuestas centralistas. Los empleados administrativos, repito, ya no tuvieron posibilidades de corrupción ni derecho de pernada, prepotencia y antesala: nada de que ‘el contador no firmó el cheque y la lic no puede recibirlo, venga mañana o la semana que entra’, como solían decir las mascachicle y comepastel a los compañeros de las casas de cultura. Esas casas de cultura que volvieron a funcionar y tuvieron apoyo estatal hasta que los dueños de la cultura, de la mano de Manuel Ángel Núñez Soto, recuperaron el botín”.

Como perros famélicos…

—Ominoso panorama, ciertamente, encabezado por Rafael Tovar y de Teresa, fallecido en 2016 a los 62 años de edad, que enriqueció y fijó cuotas de poder a la mafia de la cultura que representaba Fernando Benítez. Gente como Agustín Ramos, sencillamente, se salía del huacal, de ahí las numerosas y férvidas denuncias en su contra, a las cuales nadie, o casi nadie, contestaba poniendo los puntos sobre las íes. ¿Quién se iba a meter en estos asuntos si los intelectuales sacaban buena raja con su silencio? Yo recuerdo que en ese momento aireamos en el periódico El Financiero una denuncia por no callar el ruido, pero también recuerdo cómo fui injuriado por artistas hidalguenses que me consideraban cómplice de las “triquiñuelas” locales. También cuando denuncié, con pruebas y señales, la corrupción en la UNAM un cauto silencio de agudos académicos vino a respaldar la componenda rectora de la institución. ¿Cómo salió Agustín Ramos de aquella experiencia gestora? Con fortuna, el novelista continuó escribiendo, pero sabe, supongo, que la corrupción se instala hasta en las mejores mentes del país…

—Un régimen corrupto sólo puede admitir y digerir a gente corrupta. Lo que más me asombró de mi paso por el gobierno de Hidalgo no fue la hipocresía y la ausencia de escrúpulos de los altos y medios funcionarios, sino la codicia. Fíjate, ganas bien, te pagan todo: chofer, viáticos, gastos de representación y, más que prestaciones, privilegios. Y sin embargo casi todos mis pares de la misma o mayor jerarquía buscaban dónde y cómo seguir ganando más, más, más. Me imaginaba que eran perros famélicos y los peores eran los rabiosos, los que ansiaban regresar a lo que consideraba suyo, los “dueños de la cultura”. ¿Por qué? ¿Para qué? Quién sabe, porque todos los gastos los teníamos cubiertos con suficiencia. ¿Cómo salí? Sin nada, sin palancas ni ahorros; un primo me decía que no confesara eso, porque quienes no me creyeran iban a pensar que yo era un mentiroso, y quienes sí me creyeran estarían convencidos de que yo era un pendejo. Y así salí, como buen pendejo, y así me sentí (y me resentí) cuando mis mejores colaboradores, al igual que yo, se quedaron sin empleo, como apestados en el sector de la “cultura”. Pero también salí aliviado de la responsabilidad y con gente de los municipios, gente que me aprecia sin interés. Salí sabiendo que el poder no sirve de mucho cuando quieres crear. Quizá por eso me costó trabajo volver a escribir novelas. Mi tocayo José Agustín me decía que eso era karma y que le sucedía a quienes aceptaban puestos de poder político. Por fortuna no tuvo toda la razón, de manera que hice la trilogía pachuqueña, entre otros libros.

Gusto y necesidad

—En 2006 publicaste Sonar de letras, un libro sin parangón en la crónica literaria donde apuntas, justamente, sobre la inmensa, ingobernable, codicia de los que detentan el poder económico. Dices que “un régimen corrupto sólo puede admitir y digerir a gente corrupta”, razón temeraria mas verídica. Ahora mismo recuerdo a toda aquella intelectualidad admirada supuestamente izquierdista entregada a las complicidades de los regímenes priista y panista, pero venerada por la mayoritaria ciudadanía que ha creído vislumbrar en ella, en sus protagonistas, una “independencia” de pensamiento que no era tal. ¿Cuánto demoraste en escribir Sonar de letras para decir una sustancia tan realista, aunque pavorosa?, ¿es la literatura un fragmento de la utopía deseada?, ¿no la trilogía pachuqueña también fue un sacudimiento literario?

Sonar de letras, de la colección “Cuadernos de El Financiero”, lo mismo que Manifiestos (de asombros y costumbres), que se publicó en 2003 en Tusquets, es una selección de textos publicados previamente en periódicos, fundamentalmente en las páginas de “Cultura” de El Financiero en su época original, la genuina, que en esa sección dio muestra clara de lo que se debe y se puede hacer con y desde la libertad de expresión. A mí, más que tiempo, el libro Sonar de letras me exigió escoger y organizar los textos. Y quedó en dos partes. Una, “Comedia”, que a su vez se subdividía en “Infierno”, “Cielo” y “Tierra”, porque yo pretendía reflexionar sobre las temporadas electorales, las utopías en las naciones y los severos problemas ecológicos que era urgente atender, enfrentar y resolver en el planeta. A la otra parte, intitulada “Sonido y Furia”, la subdividí en “Patria”, “Universo” y “Tiempo”, es decir en visiones de, primero, los cataclismos que afectaban más directamente la cotidianeidad nacional, como el terremoto, los informes presidenciales, la intelectualidad mercenaria y la destrucción del lenguaje; segundo, los fenómenos de escala mundial, guerras, epidemias, cultura internacional y, tercero, la historia con las grandes minúsculas de la vida común. Desafortunadamente, por problemas de espacio, cantidad de caracteres y disposición de papel, la paginación de Sonar de letras no quedó como me hubiera gustado. Ojalá este libro y La sal de la tierra (publicado en la Universidad Veracruzana) tuvieran una segunda oportunidad editorial.

“De la trilogía pachuqueña puedo decirte que, al igual que Sonar…, la escribí en un estado de gracia muy parecido a la plenitud, o viceversa, en una plenitud muy parecida al estado de gracia: escribir por gusto y por necesidad, en la libertad más equilibrada y realista, muy terrenal pero con muchas ilusiones”.

“Cuando leo me convenzo de que no hago falta”

—Si bien no sabes cómo hacer llover, posees, para nuestra fortuna, los conocimientos precisos para cosechar las letras. Sé que esta pregunta puede resultar innocua, ¿pero qué libro tuyo es el que más te ha imbuido en las interioridades del idioma?, ¿qué diferencias podrías ahora sustraer de todos tus ejercicios escriturales?, ¿hubo más trabajo en la hechura del primer libro que en la obra más reciente?

—Todos mis libros corrieron, y se descarrilaron, por dos vías: el idioma y la realidad social. Así fui de estación en estación, buscando un destino siempre fallido o no permanentemente satisfactorio, que consistía en querer hacer literatura en cada línea escrita, fuera cual fuera el género, un boletín de prensa, que llegué a redactar en miserables oficinas de prensa de gobiernos del PRI y del PAN, o poemas, que nunca consideré como tales. Yendo en esa dirección, la literatura debió haber sido para mí una Union Station, una Central de Buenavista, una terminal Términi, una estación parisina de Austerlitz. Así que me la creí y para mí cada libro me parecía un viaje feliz y, su conclusión, la llegada a una gran estación de ferrocarril: el camino de retorno a la casa propia, la vuelta al silencio honestamente conseguido. Fuera de esa metáfora, mi concepción más permanente de la literatura es un lugar común: el mejor libro que leía o escribía era el que estaba leyendo o escribiendo. En consecuencia, así como cada libro mío se gestó y nació en forma (en forma) diferente, así todos se parecen en que fueron, o quisieron ser procesos en busca de la máxima eficacia, tanto en el lenguaje como en su descripción de lo real. Ahora, cuando ya no me interesa escribir para cambiar ni encontrar nada y sólo procuro cuidar mi uso de las palabras, nunca me falta leer algún libro clásico imprescindible (unos le llaman relectura, para mí cualquier clásico es relectura), o libros de algunos jóvenes o de alguien de mi generación o de alguna generación anterior. Así que cuando leo me convenzo de que no hago falta (el mundo de las letras se la puede pasar muy bien sin mí, y con eso creo haber llegado al centro de mi inmodestia y de mi soberbia para admitir que me hizo falta trabajar más, aplicarme más, conocer más, ser más sabio y más astuto).

“Servir y funcionar no son verbos que a estas alturas me importen”

—Nos ha tocado ver, Agustín, la compra simulada de casi toda la intelectualidad mexicana por parte de los gobiernos del pasado, hemos sido testigos de la venta de las letras del hidalguense Ricardo Garibay a partir del asesinato del 2 de octubre que, según el propio narrador, bien se lo tenía merecido por ser un autor de primera: los sobres que recibía directamente de la oficina de Díaz Ordaz con miles de pesos lo hicieron, apuntaba el mismo Garibay, dedicarse por completo a lo suyo que era leer y escribir. Una carta pública, enviada al presidente López Obrador, avalada por más de medio millar de académicos abogaba por las bondades de Aguilar Camín pidiéndole el retorno de su cordura (la cordura de AMLO) para que no dejara en el destierro al ínclito intelectual que lo acababa de adjetivar de “pendejo” (Aguilar Camín a López Obrador, no al revés). ¿Cuál es la función del entramado literario en los papeles de la función social desde tu muy personal punto de vista, Agustín? Antes se decía que la literatura podía cambiar al mundo. Un acertado Gombrich se preguntaba qué era más importante, si estar al día o tener cultura. Hoy la mayoría pareciera querer estar al día…

—Los papeles de la función social de la literatura dificultan los análisis serios y desestimulan mi de por sí escasa laboriosidad académica… Pero, ¿de veras hay quienes defienden las bondades de ese pícaro? Ja ja. Si bien con Garibay la compra podía ser simulada, o simulada en parte, la presente venta del “pensamiento” y de sus productores ni siquiera necesita disimularse.

“Siempre han sido parte del poder, pero desde 1988 la prostitución derivó en complicidad, en parte sustantiva de la delincuencia organizada para mantener el statu quo. Los académicos y los intelectuales por antonomasia se acomodaron muy bien bajo los gobiernos del PRI y el PAN, y luego se apoderaron de “empresas culturales” y de cotos académicos, o bien los recibieron como donativo (revistas, empresas editoriales, fideicomisos y control de instituciones autónomas), de la misma o peor manera que a Garibay y a Fuentes los surtían con entregas de la Conasupo a domicilio. Y todo lucía bonito… Ahora que no tienen todo el control de la última palabra ni pueden ejercer a toda madre el control de daños para sus múltiples errores, esos inteligentes han quedado expuestos como todo lo contrario, una bola de pendejos, ellos sí; ahora sólo los compra y los sigue comprando alguien tan imbécil y perverso como ellos: Claudio X México. Porque después de quedar evidenciados por la Operación Berlín, por lo dicho sobre la vacuna Sputnik, por sus insultos más o menos cobardes, por sus mentiras para sembrar miedo, por sus pronósticos fallidos y por pugnar a favor de una coalición político empresarial y de sectores desclasados para votar como fuera con tal de detener a Morena (decían Roger Bartra, Rolando Cordera, Gabriel Zaid, Javier Sicilia), y para defender la libertad de expresión y frenar la deriva autoritaria, tanto los partidos políticos como los miembros de la Coparmex y los abajofimantes se vieron obligados a promover la Equis de Claudio X González: Vota X, Va X México, Sí X México, Fuerza X México. Ya nomás les falta decir: ¡Vota X México X González! Esa X, “que algo tiene de cruz y de calvario”, detrás de la cual está el signo de pesos $.

“La literatura predominante, sometida a los factores canonizantes de la banca y las transnacionales, sirve para sostener, en vilo pero con vigencia ilimitada, la decadencia abisal de un sistema depredador. Servir y funcionar, en ese sentido o en otro, no son verbos que a estas alturas me importen. Si la mayoría acepta eso, aunque sea a regañadientes, ser minoría resulta un consuelo y estar solo es un refugio. Reitero, para mí lo importante de la literatura reside en su potencia como aprendizaje”.

“Lo que abunda es la plaga de quienes se dicen poetas o dejan que les digan poetas”

—Setenta años mirando el mundo no con ojos de lugar común, ¿cómo ha sido observar la vida desde la apertura literaria? Ahora que las cosas, prácticamente todas las cosas (hasta las concepciones amorosas), son distribuidas y apreciadas de manera digital, ¿también la literatura acortará su lenguaje, caminará sobre el andamiaje de la posibilidad, la lectura tendrá otros visados?

—La vida experimentada desde la rendija de la literatura puede resultar un fenómeno estético portentoso, pero no es la vida. La literatura, como cualquier otro trabajo, virtuoso o no, rutinario o creativo, enajenado o libre, multitudinario o solitario, digital o analógico, sólo es el medio, porque el fin siempre es la vida. Los visados para la lectura cambiarán, por supuesto, y su rumbo correrá paralelo al destino que la humanidad está enfrentando y cuya disyuntiva medular, me parece, es la siguiente: los visados serán más justos, sencillos, borradores para ir tachando fronteras, o bien forzarán una migración todavía más cruel y salvaje que la que hoy padecemos. Lo que quiero decir es que, independientemente de los beneficios, perjuicios o demás consecuencias que conlleven las transformaciones tecnológicas en un hábito evolutivamente diferenciador como la lectura, el hábito opuesto, el automatismo productivista, la ceguera del alma, el analfabetismo funcional, el alfabetismo pragmático, nos desplazan a todos, extinguen a la raza humana y la dejan en la total indefensión.

“El amor, la muerte, la vida, los ímpetus religiosos o amorosos, me parecen fenómenos intransferibles, podemos vivirlos, incluso transverberarlos, pero no todos podemos transcribirlos. Escribir escribir, solamente lo consigue un poeta, una poeta, el médium. ¿Hay poetas? ¿Hay quienes pueden hacer llover? Lo que abunda es la plaga de quienes se dicen poetas o dejan que les digan poetas y hasta viven de eso. Me acuerdo de uno que exigió, y obtuvo, la beca del SNCA con un proyecto en el que se proponía transcribir la poesía que él soñara (sí: sólo la poesía que él soñara cuando estuviera dormido, lo precisaba casi como regañando a quien leyéramos su propuesta). Y nadie discutió, ya no digamos el derecho del solicitante a tener una beca de tres años a treinta mil pesos por mes sino, por lo menos, cómo dar seguimiento objetivo a esa soberbia estupidez. A otra figura similar le dieron esa misma beca sin necesidad de pedirla (lo declaró a un reportero que iba a entrevistarla y a felicitarla). Pero volviendo a la ocasión en que fui miembro de la comisión dictaminadora, nadie consideró necesario discutir y supongo que ni revisar, como lo hizo un servidor, los proyectos de Orlando Ortiz, Federico Arana y Eve Gil. En cambio sí me concedieron discutir un proyecto de diccionario de modismos de Jorge García Robles, recuerdo bien quiénes y con qué argumentos lo descartaron por innecesario (el más ruin fue un ‘poeta’, a quien, tras esa sesión, le ayudaron a rellenar a mano su informe anual de actividades, y también, qué afortunado, fue el año en que sus amigos obtuvieron la beca aunque él no votó explícitamente por ellos porque los dictaminadores por primera vez procedimos a la selección de acreedores a la beca conforme a un código de ética o algo así).

“La digitalización, en abstracto, es un extraordinario fenómeno de cambio de lenguajes para transmitir lenguajes. Punto. Así visto, ese paso tecnológico no amenaza ni imposibilita nada. Todo lo contrario. Es como la energía nuclear, potencia pura. ¿Habrá sido mejor la perspectiva en el momento en que la humanidad comenzaba a pintar en las piedras? Somos, creo, una generación que inaugura una era y en momentos de optimismo pienso que nuestra vida será algo infinito. Entonces, la literatura actual (en sus dos fases, escritura y lectura) será vista y apreciada por la humanidad futura de manera equiparable a la forma en que la humanidad de hoy aprecia el arte rupestre; así que un poema universal será recibido como ahora se recibe el bisonte de Altamira. En suma, apoyando mi optimismo en la visión de Johan Huizinga (El otoño de la edad media) siento que estamos ante la más grande de las promesas y la peor de las amenazas. Si no ganamos, lo habremos intentado aunque no quede nadie para reconocer esa buena intención, que no será la que cuente pero es lo que tenemos”.

“Si volviera a escribir sería para fracasar todavía más”

—Aunque todos tus libros generan una constancia distinta y una labor diversa, ¿hay alguno de tu casi treintena de volúmenes uno que te haya dejado completamente convencido desde su inicio hasta el corte final?

—Entre Al cielo por asalto Justicia mayor hay una transverberación que soy yo mismo. Aquella novela no me gustó, pero les gustó y algo significativo les dijo a muchos lectores; la última novela, que apareció en 2015, tampoco me gustó ni creo que le haya gustado a nadie. Me resigno, pues, a esta sintonización con el mundo a quien la mera verdad no quise ni me interesó servir. Por si hiciera falta, mis dos libros más recientes: Cuentos completos y La historieta detrás del mitote, sobre Gabriel Vargas y la familia Burrón, quedaron atrapados en la pandemia, no me los rechazaron pero tampoco los aprobaron para su publicación y en esos ámbitos no sé insistir. Las cosas suceden o no suceden, punto. Por supuesto, no son mis únicos libros que no llegaron a la imprenta, como recordarás hubo uno de entrevistas que rechazó un mandamás de publicaciones de Conaculta. Y como ese hubo otros, quizás unos diez, que ni siquiera me animé a proponer, o que aborté, aparte de que a dos o tres que por angas o mangas me rechazaron y que ya no intenté dar a la luz… El problema con los cuentos y con lo de Gabriel Vargas es que los escribí siendo becario del Sistema Nacional de Creadores Artísticos; es decir, sin la menor preocupación económica, sin presión ni cortapisa alguna, ¿quería mejor señal? Si volviera a escribir sería para fracasar todavía más y mejor que como lo conseguí con Justicia mayor.

Retirado de la escritura

—“Si volviera a escribir sería para fracasar todavía más”, dices y no denotas turbiedad en la afirmación; pero a mí me deja inquieto: ¿ya te despediste de las letras sin saberlo tus lectores?

—Me retiré de escribir, pero podría volver, ¿por qué no? Sin embargo lo dudo, no tengo la edad ni la motivación. Tampoco quisiera anunciar mi retiro como la gran noticia; porque no lo es y no me agradaría que se volviera un truco (porque sería eso si de repente me animara, por no sé qué razón, a escribir otra novela, o si de pronto se editara el libro de cuentos que se atoró en la pandemia).

La palabra

—Es difícil pensar en el retiro de un escritor con las venas recorriendo grutas y recovecos donde nadie se introduce, como es tu caso, además sin soltar aún la pluma como lo podemos atestiguar debido a tus colaboraciones en el suplemento cultural de La Jornada. En todo caso, la pregunta última sería: ¿por qué pensar en el retiro literario?

—La mera verdad no me gustaría insistir en el tema de dejar la escritura. En primera porque sinceramente no lo considero la gran cosa y en segunda porque no me gustaría tener que desdecirme. En otras palabras, sólo tengo la palabra, mi palabra, y no dejaré de ejercerla como y cuando me resulte imprescindible.

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2 Comments

  1. Gracias por esta entrevista, es larga, clara y permite reconocer a Agustin Ramos como el humano polivalente, que lo marcan etapas de su vidas. Información que no conocía como de Garibay. Pero ahora me queda más claro su heterogénea escritura, y lo celebro, desde hace tiempo me queda claro que la literatura no siempre está conformada por los mejores, son una infinidad de variables que ahora Ramos me hace tener claro. Sobre su obras, espero salgan las que se quedaron en la computadora. He leído parte de su obra, pero por primera vez quiero coleccionar toda su obra… Gracias nuevamente.

  2. Sin duda Agustín Ramos es un referente de la literatura actual, de la era digital pese a sus arteros origenes. Porque no se ubica en una sola era y un sólo núcleo, no busca dar luz ni prueba que las letras deban tener funcion social per se, Agustin escribe y ya. Eso lo hace interesante e importante. Sus lectores debemos buscar y el que busca encuentra, no es el escritor el que nos da todo, su literatura de varias épocas tienen para deleitarse y para gozar esas letras potentes, sutiles, abstractas, sarcásticas, dolorosas, amargosas y sabrosas. Que sus 70 años duren muchos más y contagie un poquito de tanta alegría a nuestra vida porque la suya es ya una alegoria.

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