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Desertar y el paraíso

Irónico y mordaz, pero también afilado e incisivo —profundamente inteligente—, Franco Bifo Berardi analiza la actual invasión rusa y el estado del mundo: no está claro cómo saldremos de esta guerra, escribe el filósofo y activista izquierdista italiano. “En el peor de los casos no saldremos de ella del todo. En el mejor, una ola de nacionalismo fragmentará el continente europeo en un mosaico de ejércitos fascistas en guerra entre sí”. Pero ¿quién es el responsable de esta guerra? ¿Quién la quiso, la provocó, la armó y la desató? Y, más aún: ¿cómo se aglutinará el proceso de desintegración social cuando la economía se trastorne y la sociedad se empobrezca de una forma impensable hasta ayer?


Parte I: Desertar

Franco Bifo Berardi


Leo las palabras de viejos compañeros que instan a enviar armas al pueblo ucraniano que lucha contra el invasor. Como dice Gad Lerner en un discurso reciente sobre el tema, “estamos caminando descalzos sobre vidrios rotos”, así que respeto los sentimientos de esos viejos compañeros míos, pero espero no parecer cínico si los invito a reflexionar sobre el contexto y el sentido general del proceso del que la guerra de Ucrania es el catalizador.

Parece que hoy está prohibido pensar. Hay que tomar posición, hay una guerra de agresión desatada por la Rusia stalino-zarista, y hay una resistencia que involucra a la gran mayoría del pueblo ucraniano. Lo sé y parece innegable.

Sin embargo, antes de pronunciarme, si se me permite, me gustaría conocer el contexto histórico: desde la hambruna que mató millones de ucranianos en los años de Stalin, hasta el apoyo que la mayoría de los ucranianos dieron a Hitler durante la guerra, hasta la eliminación de 1,2 millones de judíos por las SS ucranianas, hasta la política de expansión de la OTAN hacia las fronteras de Rusia.

¿Se me permite estudiar historia, se me permite comprender? O, queridos viejos compañeros que ahora son intervencionistas, ¿sólo es lícito tomar una posición, sin comprender, sin saber?

Conocí a esos compañeros míos en las ocupaciones contra la guerra estadounidense en Vietnam, juntos crecimos en la cultura del internacionalismo, creyendo que estábamos viviendo el amanecer de una época más feliz y no, como sabemos ahora, el ocaso de la civilización humana.

Juntos pensábamos que la nación era un concepto brutal y estúpido, herencia de una era bestial de la que la cultura podía emanciparnos.

Juntos pensamos que la nación era una máscara de depredadores competidores que envían a los niños a morir para obtener ganancias.

Ingenuamente juntos, pensamos que la cultura podía emancipar a mujeres y hombres de esa bestialidad. No sabíamos que la cultura estaba destinada a disolverse a raíz del darwinismo neoliberal que restauró la ley natural de la selva en la que sólo puede vivir quien sabe matar. No sabíamos que la bestia estaba destinada a resurgir como un monstruo de dos cabezas que ahora se muerden entre sí. Las dos cabezas son el globalismo capitalista y el nacionalismo soberano: de sus mordiscos proliferan pequeños monstruos nacionales.

Hace veinte años, las multitudes se unieron bajo el grito patriótico “todos somos estadounidenses”, y agitaron sus pañuelos para saludar a la gran empresa afgana que finalizó el 21 de agosto de 2021, ya sabemos cómo. Ahora, las 24 horas del día en las redes unificadas hay una demostración de heroísmo a través de terceros. La persona interpuesta es el pueblo ucraniano, incitado, instigado, exaltado por una multitud de simpatizantes emocionados que siguen agitando sus pañuelos. Pero esta vez el espectáculo puede extenderse a la audiencia, involucrar al público y aplastar lo poco que queda de la vida civil.

Vi ‘Invierno de fuego’

Vi Invierno de fuego del director ruso-israelí Afineevsky. Una película que narra, sin dibujar el contexto nacional e internacional, la resistencia del pueblo, la solidaridad ciudadana, el orgullo nacional, la determinación implacable. Aunque me resulta difícil compartir el nacionalismo como se presenta, entiendo esto: si los ucranianos pudieron resistir la violencia brutal de los Berkuts de Yanukovych con sus propias manos, hoy, con las armas que les enviamos, podrán resistir como leones al ejército de Putin. Y morirán por miles. Y matarán a miles de soldados rusos, veinteañeros enviados a morir por la locura criminal de Putin.

Nosotros enviamos a los ucranianos al frente. Les prometimos la OTAN, Europa y la libertad. La libertad de la que goza Julian Assange, de la que disfrutan los estadounidenses negros y los trabajadores precarios de todo el mundo. Les prometimos democracia, la que vivieron los griegos en el verano de 2015.

A cambio de su libertad, les pedimos que mueran por la OTAN, aunque la llamen Unión Europea.

Pero ahora Zelenski nos llama: “Ucrania está dispuesta a morir por Europa. Veamos si Europa está lista para morir por Ucrania”.

Europa está dispuesta a enviar armas, no a morir. Tampoco está preparada para encontrarse de la noche a la mañana sin calefacción y sin gasolina.

Animaremos desde las gradas.

Como en los días de los gladiadores.

Fotograma de Winter on Fire (“Invierno de fuego”). / Imagen: Netflix.

Es el momento Anders en la historia del mundo

Es el momento Anders en la historia del mundo. En la década de 1960, cuando la bomba atómica se apoderó de la imaginación, Günther Anders reflexionó sobre los efectos políticos y psíquicos de esa innovación tecno-militar. Judío, filósofo de educación heideggeriana, que emigró a América en los años del exterminio de su pueblo, Anders escribió, en artículos y libros que nunca tuvieron la circulación merecida, que el Tercer Reich era sólo el ensayo general de un espectáculo que (él lo dijo) verán nuestros nietos cuando el nazismo esté en todas partes. Ahora los nietos de Anders son testigos del triunfo del Nuevo Tercer Reich, el monstruo bicéfalo del supremacismo blanco que no acepta su declive.

Anders fue tratado con cierto desapego por parte de los académicos: un pesimista, decían de él los ensalzadores de las glorias de la democracia liberal.

Ahora es evidente: el culto a la nación, a la raza, ha vuelto por todas partes a dominar la escena, y lo que se libra en Ucrania es una guerra de Hitler contra Hitler. Guerra interna de exterminio en Occidente.

No es la primera vez que un poder blanco (por ejemplo, los Estados Unidos de América) lanza campañas de exterminio contra poblaciones indefensas.

Gracias a las sanciones contra Irak en la primera guerra del Golfo, la mortalidad infantil pasó del 56 por mil en 1990 al 131 por mil en 1999. En 1996, el programa televisivo Sixty Minutes entrevistó a la embajadora estadounidense ante la ONU Madeleine Albright: “Parece que medio millón niños iraquíes murieron a causa de los embargos. Es más que Hiroshima. ¿Es un precio justo a pagar?”. La respuesta fue digna del Putin que ahora vemos en acción: “Fue una elección muy difícil, pero sí, eso creemos”.

Pero esos muertos eran iraquíes, no pesaban mucho en la conciencia occidental. Los muertos de Mariupol nos impresionan particularmente porque la masacre ocurre dentro del mundo blanco, dentro de Occidente, ya que Rusia es Occidente, en el sentido de que es parte de la raza carnívora.

Lo que es Occidente no está claro. En términos geográficos, Rusia no forma parte de él. En términos políticos, Occidente es el mundo libre opuesto a la autocracia. Y, por supuesto, la geopolítica importa, y la política importa. Pero lo que más importa es la pertenencia cultural al mundo cristiano, blanco e imperialista. Desde este punto de vista, Rusia es Occidente. Occidente es la tierra del declive, la tierra del futuro que ahora está en declive. El futurismo ruso y el futurismo occidental tienen raíces diferentes pero el mismo significado: expansión. Y tienen la misma suerte: el agotamiento en que ni siquiera somos capaces de pensar, ya que el culto a la expansión nos ciega, y nos impide comprender que la expansión ha terminado y que Occidente se está extinguiendo.

Oeste es Rusia, América, Europa, un mundo de viejos que exorcizan la demencia con prótesis cognitivas e inteligencia artificial, de viejos que exorcizan la impotencia con proclamas de exterminio mutuo.

Esta es una guerra dentro de la raza carnívora que no se resigna a desaparecer, y como Sansón quiere llevarse al planeta entero al carajo. Aquí estamos en el último acto de la civilización blanca, rusa, europea americana: la destrucción de la civilización.

Ilimitado es el poder del estúpido

Ilimitado es el poder del estúpido y se dice que ni los dioses contra él pueden hacer nada.

Macron declaró recientemente que la OTAN está en estado de muerte cerebral. Sin embargo, se ha levantado y como un zombi ha tomado el lugar de Europa, destruyendo definitivamente su misión constitutiva. Polonia es, de hecho, su vanguardia. La Polonia de Kazinski.

Biden ordenó a Alemania que rescindiera el contrato de Nord Stream. No sabemos cómo terminará la guerra en curso, pero sí sabemos que Biden ya ganó en este punto. Después de renunciar a Nord Stream, Alemania accede a armarse. Contra los rusos, de momento, quién sabe mañana.

El poder del estúpido es ilimitado, porque el estúpido está dispuesto a dañarse a sí mismo para dañar al otro.

No está claro cómo saldremos de esta guerra. En el peor de los casos no saldremos de ella del todo: en vez de perder (todo), el Autócrata podría usar toda su fuerza y destruir (todo). En el mejor de los casos, una ola de nacionalismo fragmentará el continente europeo en un mosaico de ejércitos fascistas en guerra entre sí y especialmente contra los inmigrantes no blancos. Las líneas divisorias son borrosas, porque los nacionalistas no conocen la lógica y no saben nada de universalidad.

No está claro cómo saldremos de esta guerra, pero lo cierto es que la miseria se extenderá, ya que la sociedad tendrá que pagar los costos de un rearme general. Y el aire será cada vez más irrespirable: las minas de carbón están reabriendo para satisfacer la creciente necesidad de energía. El Holocausto climático se precipitará.

Los gobiernos europeos incitarán a las mujeres a tener hijos por la patria blanca, pero el cáncer y el asma se extenderán junto con una pandemia de depresión suicida.

Sometida a una violencia ininterrumpida, la naturaleza ha recuperado el dominio: la naturaleza desatada de los mares crecientes y los fuegos devoradores, la naturaleza bélica de los humanos que han convertido la inteligencia en artificio y ahora son presa de la (il) lógica natural de la pasión por la identidad. Pasión asesina.

Pero ahora, también pasión suicida.

En un pueblo en la frontera

Una docena de desertores llegan cada noche a un pueblo en la frontera con Polonia. No quieren quedar atrapados en una guerra de nación, quizá porque la idea de nación no les convence como no me convence a mí. Miles de jóvenes rusos huyen a Escandinavia y quién sabe dónde. No quieren ser reclutados por Putin para ir a matar a sus pares ucranianos, no quieren vivir en un país donde se persigue la libertad de expresión.

Se llevaron algunas cosas con ellos y se fueron para nunca volver. Son pocos, malditos como traidores a su patria, pero se van: quizás están enamorados y no quieren morir, quizás están asustados por el horror y no quieren matar. En todo caso, mi solidaridad, mi amistad va para ellos. Solo a ellos. Mi amistad va para todos los que desertan.

A los que desertan de la patria y de la guerra, a los que desertan del trabajo asalariado, a los que desertan de la procreación, a los que desertan de la participación política. A aquellos que han entendido que el cáncer ahora ha devorado el cuerpo y están buscando áreas de supervivencia y compartir en los márgenes de un mundo que se desintegra rápidamente.

Por todos los demás, rusos y ucranianos, estadounidenses e italianos, solo siento una compasión desesperada.

▪◾▪

Parte II: el precipicio

La lógica de la guerra es el horror.

En la semiótica de la guerra, todos los relatos de horror, incluso los falsos, son efectivos porque producen odio y miedo.

¿Por qué sorprenderse si Estados Unidos lanza bombas de fósforo sobre Faluya o si los rusos matan a prisioneros indefensos en Bucha?

¿Estamos hablando de crímenes de guerra? Pero la guerra es un crimen en sí mismo, una cadena automática de crímenes.

La pregunta a responder: ¿quién es el responsable de esta guerra?

¿Quién la quiso, la provocó, la armó y la desató?

El nazi-estalinismo ruso dirigido por Putin, no hay duda. Pero todos ven que alguien más lo ha querido con fuerza y lo está alimentando activamente.

Si en febrero la Unión Europea hubiera convocado una conferencia internacional para discutir las demandas del ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, la maquinaria de guerra podría haberse detenido. En cambio, se prefirió soplar sobre el fuego.

Un delegado ucraniano que participaba en conversaciones con los rusos declaró con franqueza: “Estoy sorprendido. ¿Por qué la OTAN dijo tan pronto que no intervendría en caso de guerra? Así que invitó a Rusia a escalar” (citado en Limes 3/2022, El fin de la paz, La palabra a los pueblos mudos).

Los que participan en una guerra son incapacitados a pensar. Por razones neurocognitivas bastante fáciles de entender, los que hacen la guerra no tienen tiempo para pensar, tienen que salvar su vida, tienen que matar a los que podrían atentar contra su vida.

Y primero deben silenciar al enemigo interior.

El enemigo interno es la sensibilidad del ser humano, la conciencia, si se quiere, Freud habla de ello en un texto sobre las neurosis de guerra escrito durante la Primera Guerra Mundial: el enemigo interno se manifiesta como duda, vacilación, miedo, deserción. El enemigo interno es la voluntad de pensar.

Aquí hoy está todo el sistema mediático y político empeñado en derrotar al enemigo interno.

Ya estamos muy lejos en el proceso de militarización del discurso público y la clase política y periodística (en este caso italiana) trae disciplinadamente el cerebro a la masa nacionalista. En esa masa se hace difícil distinguir las voces de los periodistas de extrema derecha y las de los intelectuales de formación trotskista.

El sistema de medios ha sufrido una mutación dramática en los dos últimos años. Durante la pandemia se movilizó constantemente con fines sanitarios. Veinticuatro horas al día nos mostraban ambulancias, delantales verdes, dispositivos de ventilación, y a partir de cierto momento inyecciones, jeringas, y más inyecciones y más jeringas, en un torrente ininterrumpido de ansiedad e intimidación. Alguien avizoró que aquel cerco mediático médico era el preámbulo de una mutación definitiva en los medios. Ahora durante veinticuatro horas vemos espectáculos aterradores, cuerpos mutilados, la huida desesperada y dolorosa de madres e hijos. Durante las veinticuatro horas del día somos testigos de la multitud clamorosa de comentaristas y generales llamando a la guerra y silenciando al enemigo interno.

¿Qué haría si viviera en Kiev?

Yo también me he preguntado: ¿qué haría yo si viviera en Kiev? Durante días esta pregunta me persiguió. Mi padre participó en la Resistencia italiana contra el fascismo, me dije, ¿entonces no sería mi deber apoyar la resistencia del pueblo ucraniano? ¿No debería luchar por los valores que la agresión rusa pone en peligro?

Entonces recordé que mi padre no era antifascista cuando tuvo que escapar del cuartel de Padua donde era un simple soldado. Nunca se había planteado el problema, el fascismo era una condición natural evidente para él, como lo era para la gran mayoría de los italianos. Cuando el ejército italiano se disolvió después del 8 de septiembre, huyó como tantos otros, fue a visitar a su familia a Bolonia pero sus padres habían huido de la ciudad por miedo a los bombardeos. Luego, con su hermano, decidió huir a las montañas cercanas, quién sabe por qué. Encontraron un grupo de otros evacuados, se encontraron con algunos partisanos y unieron fuerzas. Para defender su vida se hizo partisano. Hablando con los partisanos le pareció que los más preparados y generosos eran los comunistas, y entendió que los comunistas tenían una explicación para el pasado y un plan para el futuro, así que se hizo comunista.

Si viviera en Kiev y hubiera alguien que me explicara que tengo que defender el Mundo Libre, la Democracia, los Valores de Occidente, palabras con mayúscula, desertaría. Pero tal vez decida unirme a la resistencia para defender mi casa, mis hermanos, palabras con minúscula.

Por lo tanto, no puedo responder cuando me pregunto si participaría en la resistencia ucraniana, si dispararía a los soldados rusos o no. Lo que sí sé con certeza es que las principales razones por las que el Mundo Libre llama a los ucranianos a la resistencia son falsas. Y falsa es la retórica de los europeos que nos anima a seguir con el espectáculo.

El nazismo es una evolución de la humillación

Se desata una orgía de horror en Europa, como se ha desatado en Siria, Afganistán, Irak, Libia, Yemen desde hace un par de décadas. Pero esos eran lugares distantes, habitados por personas diferentes a nosotros, en realidad, para ser precisos, habitados por personas que odiamos y consideramos inferiores.

Vladímir Putin, quien nunca ocultó su vocación imperial y sus métodos estalinistas cuando fue cortejado por nuestros presidentes, empresarios y periodistas, desató esta guerra porque la mayoría del pueblo ruso reaccionó ante la humillación de los últimos treinta años de la misma forma en que los alemanes reaccionaron a la humillación de Versalles en la década de 1930.

El nazismo es una evolución de la humillación, es una promesa de redención agresiva contra la humillación. Y cualquiera que quiera saber la profundidad de la humillación sufrida por los rusos desde la década de 1990 debería leer Second hand Time de Svetlana Aleksiévich.

Pero como dice Xi, “una sola mano no hace ruido”. La mano de Putin no es suficiente. La otra mano es la de Joe Biden, que empujó a rusos y ucranianos a la guerra para recoger cuatro resultados: destruir políticamente a la Unión Europea, impedir la creación de Nord Stream 2, volver a las urnas en su país y derrotar a los rusos.

Los dos primeros objetivos se lograron perfectamente.

El proyecto Nord Stream 2 ha sido cancelado por el gobierno alemán, por lo que ahora Europa deberá repostar en el mercado americano, donde el combustible cuesta un poco más, y en cualquier caso no será ni remotamente suficiente para sustituir al ruso.

Políticamente, la Unión Europea ha estado bajo el mando de la OTAN, y obligada a identificarse como nación, que es exactamente lo contrario de lo que habían pensado los fundadores de la Unión.

La Unión Europea nació para salir de la obsesión nacionalista del siglo XX, pero en los primeros meses de 2022 la OTAN la transformó en una nación. Y ahora la Nación Europa va al bautismo de fuego de la guerra como cualquier otra nación en la historia pasada.

En cuanto a los otros dos resultados, la cosa es más complicada, porque una mayoría de los estadounidenses desaprueba la política exterior de Biden (nunca había pasado, ni en tiempos de Vietnam, ni en tiempos de Irak, que un porcentaje mayoritario desaprobara al presidente en la guerra). Las preferencias electorales, según las encuestas, no son favorables para Biden. Es probable que los demócratas pierdan las elecciones de noviembre, y más tarde un republicano (ya veremos cuál, pero no descarto a Donald Trump) gane las elecciones presidenciales.

En cuanto al último resultado que quería lograr Biden, la derrota de Rusia, las cosas son aún más complicadas. A pesar de la feroz resistencia del pueblo ucraniano, Rusia está logrando lo que pretendía; a saber, la destrucción del ejército ucraniano y el control de los territorios del sureste y Crimea. Que los soldados rusos mueran por miles, e incluso que los generales rusos caigan en los combates, a Putin le importa menos que cero. El sacrificio es el alma del místico nacionalista ruso, como sabe cualquiera que haya leído a Tolstoi o Isaak Babel y Alexander Blok.

Más adelante, es previsible que el conflicto se vuelva endémico en territorio ucraniano y que Rusia entre en una fase de catástrofe económica y social.

Pero, ¿han reflexionado los estrategas de la intransigencia antiputiniana sobre lo que significa una guerra de sucesión dentro de la jerarquía militar de ese país que posee 6.000 cabezas nucleares?

La vida es un paraíso

Según algunas encuestas, el 83% de los rusos apoya la guerra.

No me lo creo, pienso que las encuestas que vienen de Moscú no son fiables. Pero es probable que la agresión goce de un consenso mayoritario.

Una minoría creciente de jóvenes rusos también se está orientando hacia las ideas de los ultranacionalistas para quienes la guerra en Ucrania es una autopurificación del alma rusa que es el preludio de aventuras más amplias.

“Gracias, Ucrania, por enseñarnos a ser rusos de nuevo”, declara líricamente un idiota llamado Ivan Okhlobystine.

Hay una larga tradición martirológica que desciende del espiritualismo ortodoxo, que pasa por Dostoyevski, y se extiende por el siglo XX, reapareciendo en Vasily Grossman y en el mismo Alexander Solzhenitsyn. Este victimismo místico se resume en las palabras del hermano moribundo del monje Zosima en Los hermanos Karamazov:

“Mamá, no llores, la vida es un paraíso, y todos estamos en el paraíso, pero no queremos reconocerlo, porque si tuviéramos la voluntad de reconocerlo mañana, el paraíso se establecería en todo el mundo”.

El paraíso del que habla Dostoyevski es el dolor, el frío, la miseria, la tortura, en fin la cruz. El nacionalismo ortodoxo ruso ama el dolor como prueba de la cercanía a Cristo en la cruz, y ama al pueblo tanto como odia a las mujeres y los hombres concretos: “Qué repugnantes son los hombres”, Raskolnikov dice antes de cometer el crimen sin sentido que debe cometerse precisamente por su insensatez. La ignorancia americana se enfrenta al delirio ruso y no es un encuentro fácil. Los estadounidenses (hablo por supuesto de la clase que posee el poder político y mediático en ese país) nunca han sido capaces de entender la diferencia cultural, excepto como atraso e inferioridad para ser explotados, sometidos o corregidos a bofetadas.

Pero la diferencia cultural rusa sigue siendo irreductible en su mezcla de universalismo salvífico y culto al sufrimiento sufrido e infligido.

La locura rusa y la ignorancia americana han arrastrado a Europa a un precipicio en el que ahora parece difícil contenerse.

El país líder del Mundo Libre

En el país que lidera el Mundo Libre (con mayúscula, por favor) la policía mata regularmente a tres personas al día, generalmente negros.

En 2020, después del levantamiento de BLM (Black Lives Matter), cuando se trataba de ganar el voto de los negros y la izquierda, el Partido Demócrata estadounidense se comprometió a reducir los fondos para la policía e invertir fuertemente para mejorar las condiciones de la vida social. Por supuesto, estas promesas no se cumplieron: no cancelar la deuda estudiantil, etc. Pero, sobre todo, ninguna reducción en la financiación de la policía. Por el contrario, la financiación aumenta.

En la frontera mexicana, el retroceso de los migrantes ha llegado a niveles que nos hacen lamentar los días de Donald Trump.

Por una u otra razón, el consenso a favor de Biden ha caído a los niveles más bajos. Después de la derrota de Kabul, Biden tenía que demostrar que a pesar de haber perdido la guerra contra el país más destartalado del mundo, Estados Unidos podía ganarla contra Rusia. Por lo tanto, ni aceptó tomar en consideración las reiteradas solicitudes de Serguéi Lavrov, quien repitió muchas veces que Rusia quería discutir su seguridad, sus fronteras y, por lo tanto, la expansión que la OTAN ha estado persiguiendo en los últimos veinticinco años.

Como suelen hacer los viejos cuando se rebelan contra su dolorosa impotencia, Biden decidió enfrentarse a los duros rusos y preparar el enfrentamiento con Putin. Pero al final los ucranianos se quedaron solos frente al criminal estalinista-zarista del Kremlin. Los patrocinadores euro-estadounidenses de la resistencia ucraniana proporcionan las armas y el apoyo de los medios. Pero son los ucranianos los que están muriendo, a quienes una larga historia de opresión ha empujado comprensiblemente a posiciones ultranacionalistas.

Una guerra interblanca precipita una nueva geopolítica del caos

Aparte de la psicopatología de la demencia senil, que juega un papel esencial en el colapso psicótico de la raza blanca (ruso-europeo-estadounidense), ¿qué motivación estratégica tiene esta guerra? Biden es categórico: hay que defender el mundo libre, es decir, Occidente del que ha decidido volver a ser líder. Defender Occidente después de cinco siglos de colonización, violencia, robos sistemáticos y racismo no es fácil tarea, y la guerra entre blancos ha precipitado el declive, volviéndolo en colapso.

Lo que comenzó el 24 de febrero es una guerra interblanca, en la que la raza blanca lucha contra la raza blanca, pero de esta guerra surgirá una nueva geopolítica posglobal.

Cuando en 1989 el mundo libre derrotó al campo socialista allanando el camino para la privatización del mundo y la imposición financiera del neoliberalismo, los ideólogos se preguntaron si este nuevo orden era irrevocable y eterno, y por tanto si la historia había terminado, con todos sus conflictos, sus revueltas y sus guerras.

Francis Fukuyama habló un poco precipitadamente en este sentido, y los liberaldemócratas tartamudearon: democracia y mercado eran una pareja imbatible. Unido a la ley de hierro del mercado, la palabra democracia pronto resultó ser un sinsentido: cada cuatro o cinco años los ciudadanos del mundo libre podían elegir a sus representantes, pero sus representantes no podían hacer nada más que aplicar las leyes del mercado, cuya lógica automática no puede ser socavada por la voluntad política.

Esta estafa no podía durar y, a partir de 2016, la democracia se reduce a una broma.

Alguien un poco menos estúpido que Fukuyama escribió un libro para explicar que había comenzado una era de conflicto entre civilizaciones. En El choque de civilizaciones y la reconstrucción del orden mundial, Samuel Huntington esbozó la geopolítica de este choque, que en su opinión debería haber enfrentado entre sí a un cierto número (siete, quizá, más o menos) de bloques de civilización.

De alguna manera, la teoría de Huntington vio en la identidad (étnica, religiosa, cultural) la línea divisoria entre las fuerzas en conflicto, y anticipó las guerras estadounidenses contra los países islámicos, y el choque que se avecinaba entre Occidente y el mundo chino. Huntington no estaba tan descaradamente equivocado como Fukuyama, pero su teoría trivializa un proceso mucho más complejo.

El triunfo de la democracia liberal coincidió con la privatización general de la esfera social y con la precariedad general del trabajo. Su efecto fue el desmantelamiento de la “civilización social”, una forma de civilización en la que los intereses de la mayoría son protegidos por normas políticas y sobre todo por la educación que permite suspender la ley natural de la selva.

Junto con muchas otras cosas, el totalitarismo capitalista destruyó la escuela pública. Los procesos educativos que en la segunda mitad del siglo XX motivaron la vida humana en un sentido ético y solidario, promoviendo el humanismo y el igualitarismo, han sido reemplazados por procesos formativos deshumanizadores: publicidad omnipresente, palpitante, ineludible, digitalización dominada por grandes empresas globales que inervan en la actividad cognitiva de los humanos asociados.

Se produjo así el efecto de conformismo más fantástico jamás conocido: la ignorancia y la superstición publicitaria eliminaron toda regla política y toda forma cultural que no coincidiera con la imposición del lucro.

La financiarización integral de la economía, posibilitada por las tecnologías digitales, ha logrado el dominio definitivo de lo abstracto sobre lo concreto.

El capitalismo financiero aparecía como un sistema automático sin alternativas, el trabajo precario se mostraba incapaz de solidaridad y el futuro aparecía definitivamente encapsulado en el presente automatizado.

En este sentido, Fukuyama tenía razón: la historia había terminado, la miseria psíquica se extendía como un furioso incendio forestal y la subjetividad estaba sujeta a una dictadura psicofarmacológica masiva y una datificación digital generalizada.

Luego vino la Catástrofe. Tras las convulsiones globales del otoño de 2019 (las extintas globales de Hong Kong, Santiago, Quito, Teherán…) llegó el virus.

Y el virus creó las condiciones para el colapso psíquico que ahora trastorna el escenario mundial.

El caos viral bloqueó la circulación de mercancías y la continuidad del trabajo en gran parte del mundo, pero ahora la amenaza de guerra trastorna la cadena concreta de producción-distribución-consumo y la amenaza atómica trastorna la imaginación deprimida, como un mal sueño del que despertamos sólo para descubrir que el mal sueño es realidad.

Venganza

La guerra entre blancos, paradójicamente, hace que el mundo se divida en líneas sin precedentes, que no tienen mucho que ver con la ideología o la geopolítica, y tienen mucho que ver con la historia de la colonización y la explotación racial.

Cuando se presentó ante la ONU la propuesta de condenar la invasión rusa, los países más poblados —India, Pakistán, Indonesia, Sudáfrica— junto con China se abstuvieron. Por primera vez se perfila un escenario geopolítico que recorre la línea de fractura colonial. Los imperios blancos del pasado chocan o se unen, mientras el mundo no blanco emerge en el horizonte.

Rusia es el comodín, el loco, el elemento interno que funciona como ganzúa para desbaratar el mundo blanco.

Otros elementos locos se ven por ahí, ni siquiera es necesario nombrarlos. Otros se volverán locos.

La guerra interblanca de Ucrania es el catalizador de un proceso de fractura entre el sur y el norte del mundo del que sólo estamos viendo los primeros movimientos.

A veces me acuerdo del presidente Mao, de quien nunca he sido seguidor, pero que dijo cosas interesantes. Recuerdo que en la década de 1960 Mao teorizó que los suburbios pronto estrangularían a las metrópolis.

La teoría fue particularmente apoyada por su leal escudero Lin Piao (quien luego fue eliminado mientras volaba en avión unos años más tarde, en 1971).

Pero la visión del Gran Timonel debe entenderse como una alianza estratégica entre los trabajadores del mundo industrializado y la población proletaria o campesina de los países periféricos. El lema de la Internacional Comunista “¡Trabajadores del mundo, uníos!” fue reformado por los maoístas: “¡Proletarios y pueblos oprimidos, uníos!”.

En esos años el colonialismo parecía retroceder, y en 1975 la derrota de los estadounidenses en Vietnam parecía el momento culminante de un proceso de emancipación.

Pero las cosas no salieron exactamente como esperábamos: el colonialismo derrotado resucitó en nuevas formas como dominación económica, como extractivismo, como colonización cultural.

La fórmula “el campo estrangulará a las ciudades” puede considerarse retrospectivamente como una alternativa estratégica a la alianza entre los trabajadores industriales y los pueblos empobrecidos por el colonialismo.

Si todo sale bien, dijo Mao, habrá una alianza entre los trabajadores del norte y los campesinos del sur. Si algo sale mal y los trabajadores del norte son derrotados, entonces serán los pueblos oprimidos los que estrangularán al capitalismo imperialista.

Espero que me perdonen por la simplificación caricatural, pero Mao no estaba bromeando. La Gran Marcha había sido precisamente eso: el campo había rodeado a las ciudades hasta que tomaron el poder en un país predominantemente campesino.

Los chinos conservan el recuerdo de la humillación que las potencias occidentales en ascenso infligieron al Imperio Celestial a mediados del siglo XIX. En este momento los chinos se proponen de nuevo como punto de referencia de los pueblos empobrecidos por el colonialismo, sujetos durante dos siglos a la explotación y la humillación, que hoy están estrangulando a la metrópoli blanca de muchas formas: migraciones, tribalismos nacionalistas, tendencia a romper el papel del dólar como función monetaria a nivel global.

La perspectiva estratégica “buena” fracasó porque el comunismo obrero fue derrotado por el capitalismo global neoliberal. Queda pues sólo la segunda, la peor: los nacionalismos resurgidos, la venganza.

Por ahora, la venganza se está dando dentro del mundo blanco, con el conflicto entre Rusia y el Mundo Libre. Pero el próximo capítulo es el resurgimiento agresivo de los poderes que fueron subyugados en siglos pasados.

¿Podrá Occidente sobrevivir a este doble ataque que se suma a la persistencia de la hostilidad islamista, lista para estallar de nuevo en Oriente Medio, pero también en los suburbios de Europa?

Sólo el internacionalismo de la clase obrera podría haber evitado que el enfrentamiento con el colonialismo pasado y presente terminara en un baño de sangre mundial: en los anos sesenta y setenta, una parte decisiva de los trabajadores del Occidente industrial y los proletarios de los pueblos oprimidos por el colonialismo se reconocieron en el mismo programa comunista. Pero el comunismo fue derrotado, y ahora nos toca enfrentar la guerra de todos contra todos en nombre de la nada.

Precipicio europeo

En este precipicio general, hay que intentar imaginar la evolución del precipicio europeo. ¿Cómo se aglutinará el proceso de desintegración social cuando la economía se trastorne y la sociedad se empobrezca de una forma impensable hasta ayer? ¿Quién liderará los probables levantamientos europeos?

Por el momento parece seguro que las fuerzas predominantes serán nacionalistas y psicóticas, y viene a la mente la profecía de Sandor Ferenczi, quien en un artículo de 1918 excluyó que una psicosis masiva fuera curable.

Este es el desafío de hoy: ¿cómo se trata una psicosis que ha ido más allá de sus límites individuales y ha invadido la esfera de la mente colectiva?

A estas preguntas no podemos responder hoy de manera coherente, pero debemos plantearnos estas preguntas con urgencia, porque la subjetividad social oscila entre una epidemia depresiva y una psicosis masiva agresiva, y sólo una cura eficaz de este cuadro patológico puede evitar el holocausto terminal.

Encontrar esta cura eficaz es tarea de un pensamiento a la altura del presente.

[Franco Bifo Berardi (Bolonia, 1949) es escritor y filósofo. Actualmente es profesor de Historia social de los medios de comunicación en Milán. Autor de numerosas obras, como La fábrica de la infelicidadEl sabio, el mercader y el guerrero y los recientes El umbral (Tinta Limón, 2021) y Tercer inconsciente (Caja Negra, 2022).]
[Este ensayo fue publicado originalmente en CTXT / Revista Contexto en dos partes individuales, “Desertad” y “El precipicio”; son reproducidos aquí bajo la licencia Creative Commons.]

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