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Centenario mortuorio de Pancho Villa

Una vida gráfica aún no revelada

Julio, 2023

El día en que lo mataron, el 20 de julio de 1923, Francisco Villa “estaba de buen humor. Iba él mismo manejando el coche y bromeando con su secretario y sus guardaespaldas. Al llegar a la esquina de Juárez y Barreda (en Parral, Chihuahua), un hombre que estaba ahí parado levantó la mano para saludar y gritó: ‘¡Viva Villa!’, el viejo grito de guerra de la División del Norte. Ignoraba que el grito que tantas veces lo había saludado en la batalla, esta vez anunciaba su muerte, porque el hombre había sido enviado por los asesinos para vigilar: su grito y la mano levantada eran la señal para que, quienes lo esperaban en una casa aledaña, abrieran fuego cuando el coche llegara al crucero y disminuyera la velocidad para dar vuelta. Villa recibió nueve balazos y murió instantáneamente”, registra el historiador vienés Friedrich Katz, en su biografía Pancho Villa (Era, 1998). “Parral me gusta hasta pa’ morirme”, dicen que dijo un vez el apodado Centauro del Norte. La mañana de aquel día, hace ahora cien años, aquella frase premonitoria se cumplió. En el centenario de su muerte, Víctor Roura recuerda al revolucionario mexicano, a don José Doroteo Arango Arámbula.

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Cuarenta y cinco días después de que cumpliera —de manera paradójica— 45 años de edad, Doroteo Arango fue asesinado hace exactamente un siglo, el 20 de julio de 1923, en Hidalgo del Parral, Chihuahua, tras una emboscada con fines aparentemente amistosos planeada por el diputado Jesús Salas Barraza quien reunió de modo avieso a más de una docena de pistoleros que, ocultos en una casa, acribillaron a Francisco Villa mientras, confiado, se acercaba al lugar donde caería a causa de una traición política siendo él lo que fuera menos, y él mismo así lo confirmaba, un político, cuyos actos redundaron políticamente en el feudo incluso norteamericano donde la agencia previa a la CIA, según Friedrich Katz, tuvo que ver con su asesinato.

Pancho Villa, nombre que eligiera ya por deserción en los primeros años del siglo XX o por adoptar el apellido de su supuesto abuelo, había nacido en La Coyotada, un poblado de Río Grande en el Municipio de San Juan del Río en Durango.

El coronel Francisco Villa en mayo de 1911. / Foto: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

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Su estudio de más de mil folios, publicado en dos tomos por la Editorial Era, lo resume el austriaco Friedrich Katz —fallecido a los 83 años en Estados Unidos— hábilmente en 17 páginas en el volumen Imágenes de Pancho Villa (Era / Conaculta / INAH, 1999) en la colección bibliográfica “Fototeca”, que reúne 47 fotografías del jefe de la División del Norte que se conservan en la Fototeca Nacional del INAH en Pachuca.

El lector que ya haya leído la monumental obra de Katz encontrará, en este breve libro, un compendio elaborado a vuela pluma que resulta, pese a todo, bastante interesante porque nadie antes, en tan pocas palabras, había ubicado con excelencia a Villa. Katz hace ciertas modificaciones a la hora de redactar su libro. Por ejemplo, en el primer tomo de Pancho Villa comienza diciendo que, “junto con Moctezuma y Benito Juárez, Pancho Villa es probablemente el personaje mexicano más conocido en todo el mundo”, y en el libro iconográfico principia de esta otra forma: “Junto con Benito Juárez y Emiliano Zapata, Pancho Villa es quizás el personaje mejor conocido de la historia de México. Al igual que su aliado Emiliano Zapata, Villa es también muy diferente del resto de los grandes líderes de las revoluciones del siglo XX. Lenin, Mao Tse-tung, Ho Chi Min y Fidel Castro eran todos intelectuales instruidos que encabezaron movimientos políticos bien organizados. Villa, en cambio, apenas tenía alguna educación y provenía de los estratos más bajos de la sociedad (había sido aparcero en una gran hacienda del estado de Durango) y nunca encabezó ningún partido político ni ninguna organización política y, sin embargo, se las arregló para jugar un papel crucial en la Revolución Mexicana, uno de los grandes levantamientos sociales del siglo XX”.

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Hace ya cuatro décadas, en 1982, surgió una idea similar. Coeditados por Martín Casillas y la Secretaría de Educación Pública en la colección “Memoria y olvido: imágenes de México”, se congregaron en una veintena de libros, con los temas más diversos, los documentos fotográficos del Archivo General de la Nación.

La idea de Era de rescatar este concepto gráfico fue, por lo tanto, agradecible. Las fotos de Villa, procedentes del Fondo Casasola, son conmovedoras. Apreciamos a Villa en Canutillo rodeado de niños, en un taller de herrería, practicando su puntería con la pistola, junto a un cañón de artillería, con sus mujeres, con Emiliano Zapata, llorando en el entierro de Francisco I. Madero.

“La lealtad de Villa a Madero no siempre fue correspondida —escribió Katz—. Cuando Pascual Orozco, el antiguo jefe de Villa, se rebeló contra Madero, Villa permaneció leal al presidente y, a sugerencia suya, unió sus tropas guerrilleras al ejército federal bajo las órdenes del general Victoriano Huerta, enviado a pelear contra Orozco. Huerta, que odiaba a todos los revolucionarios y quería destruir los contingentes militares maderistas que subsistían, aprehendió a Villa con el pretexto de que se había querido rebelar en contra suya y su fusilamiento sólo pudo evitarse porque uno de sus propios oficiales se opuso a semejante ejecución y por la intervención del propio Madero. Villa fue conducido a la Ciudad de México, donde fue encarcelado primero en la Penitenciaría y luego en una cárcel militar. Aunque no se le pudo comprobar ninguno de los cargos en su contra, los militares rehusaron liberar a Villa y Madero no intervino en su favor. Con grandes dificultades, Villa se las arregló para escapar de la cárcel y escabullirse hasta El Paso. A pesar de la actitud negativa de Madero, Villa le reiteró su lealtad al presidente desde el exilio”.

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También en dicho volumen se incluye la foto, tomada en diciembre de 1914, de Villa colocando la placa que da nombre a la Avenida Francisco I. Madero en el centro de la Ciudad de México.

La penúltima gráfica es la de su muerte, ocurrida en Parral el 20 de julio de 1923: “Villa fue asesinado por órdenes de Obregón y Calles —apuntó Katz—. Ambos temían que Villa tomara parte en un levantamiento en su contra, pero al parecer también existió fuerte presión para ello por parte de enviados estadounidenses. ‘Una fuente confiable dice —escribía Manuel Sorola, agente del Buró de Investigaciones, predecesor del FBI— que cuando se le notificó a Calles del asesinato, su único comentario fue: Se ha cumplido la segunda de las condiciones básicas impuestas por Estados Unidos para el reconocimiento’.

“Durante muchos años, sucesivos gobiernos mexicanos trataron de convertir a Villa en una persona no grata, o simplemente se refirieron a él como bandido, pero no tuvieron éxito. […] El pueblo recordaba que, aparte de los zapatistas, fue la facción de Villa la que más hizo para distribuir bienes a los pobres”, finaliza Karz.

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Tal vez el número de las fotografías incluidas en el breve volumen sea, en realidad, muy austero, como la mayoría de los libros que tratan gráficamente el asunto.

¿De verdad no habrá numerosas imágenes de Villa que den cuenta, por sí mismas, de la vida de este revolucionario duranguense?

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