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Sin respeto por las raíces primigenias

En su columna para Salida de Emergencia, Constanza Ordaz escribe: naturalmente la música africana, en su esparcimiento en el mundo, no es ajena de un montón de influencias exógenas. Su camino también está labrado por algunos estilos esenciales de los creadores de Occidente, con los que creen los africanos poder llegar a instalarse en los grandes escenarios y mercados internacionales.


Las influencias de Occidente

Naturalmente la música africana, en su esparcimiento en el mundo, no es ajena de un montón de influencias exógenas. Su camino también está labrado por algunos estilos esenciales de los creadores de Occidente, con los que creen los africanos poder llegar a instalarse en los grandes escenarios y mercados internacionales.

Su presencia inicial ante el público universitario de Estados Unidos, a principios de la década de los cincuenta, fue un comienzo prometedor, pero contradictorio: sobrevivir con las luces de una cultura adoptada en condiciones desventajosas no es estimulante.

En los músicos africanos existen los que desarrollan una vigilancia discreta, aunque con relativo éxito, para que tal influencia no vaya en detrimento de las raíces básicas de los ritmos ya aceptados por el público nativo más entusiasta.

En efecto, la música africana abre su espectro en un mar lleno de tiburones y navegantes fenicios que la sobrecargan de adulaciones artificiales, falsa celebridad, costumbres burguesas y estilos snobs.

El significado de este cuadro queda de manifiesto en el siguiente fragmento del libro La música es el arma del futuro (Fifty years of African Popular Music, de Frank Tenaille, Editorial Lawrence Hill Books, Chicago, 2002).

Del esnobismo reformista a la conciencia de estilo

El congoleño Papa Wemba (Jules Shungu Wembadio Pene Kikumba, 1949-2016) fue uno de los fundadores de la SAPE (Societé des Ambienteurs et Personnes D’Elegance), que elevó el afán por la moda a alturas delirantes en la noche parisina. Una canción suya, “Proclamation”, consiste en una lista de sus diseñadores favoritos —“Gianfranco Ferré es una marca muy buena”.

Sin embargo, después el propio Papa Wemba trató de distanciarse de tanta frivolidad y se inclinó por una elegancia discreta, en claro contraste con una cantante de su entonces grupo: Gloria Tukhaido, cuyo estilo en 1995 se basaba en una falda escocesa a cuadros, con calcetines y peinados complementarios.

La diáspora ante un público emergente

Otros músicos africanos prefirieron buscar su suerte en la otra orilla del Atlántico. Uno de los pioneros fue el percusionista nigeriano Babatunde Olatunji, en 1950: zarpó con una beca a la entonces segregada Universidad de Atlanta, quedándose asombrado por los mitos y estereotipos referidos a África según Hollywood y el relato de Tarzán: “Los estudiantes me hacían preguntas increíbles, como si teníamos leones en las calles, o cosas de esas. El primer león que vi en mi vida fue en un zoológico del Bronx”.

En 1958 Olatunji inauguró un centro cultural en Harlem gracias a la ayuda económica de John Coltrane: nueve años después, Coltrane dio su último concierto en ese centro.

En la actualidad es evidente una apreciación cada vez más sofisticada de la cultura africana entre la población negra norteamericana. En las universidades ningún alumno negro habla ya de Tarzán; en cambio, puede estudiar la historia de Sundiata Keita (Mali, 1190-1255), cuya obra literaria es reconocida en el mundo. Claro que esas oportunidades están reservadas a la clase media, quedando fuera el resto de la población que aún depende del televisor para instruirse.

Los celosos vigilantes

La misión de Babatunde Olatunji, de comprobar que hay “una clase cultural para la unidad” entre los pueblos de origen africano, se ve incumplida en Estados Unidos, pues en la misma África sobreviven todavía músicos que prestan oídos sordos a la llamada panafricana [movimiento político, filosófico y cultural que promueve el hermanamiento africano y la defensa de los derechos de las personas africanas] y buscan inspiración europea. Según el cantante zairense Evoloko Jocker, “hay dos estilos: uno es de las iglesias y el otro es de Bob Marley, un fumador de porros. Un punk. Son muy distintos. Para mí tiene que ser el de Julio Iglesias”.

Este gusto tan exótico ejemplifica la profunda influencia que sigue ejerciendo la cultura europea, después de siglos de contactos.

Fusiones

El término fusiones, inmiscuido en la industria cultural del mundo, es una verdadera Caja de Pandora donde es posible la disolución del activo cultural y musical de una población habituada a vivir en pobreza extrema, pero con una profunda vida comunitaria y espiritual.

Sin embargo, los teóricos del hecho musical contemporáneo aún no se encargan de explicar la forma concreta en que se efectúan tales fusiones, acaso convencidos de que la diversidad y la pluralidad de estos encuentros, o hallazgo, o exploraciones, de la música hablan por sí solos. Mientras tanto, los músicos occidentales se adjudican, sin objeción moral alguna, buenas partes del soukous, del makossa y del zouk, y cubren sus recitales con buena dosis de estética africana sin hacer alusión de las fuentes donde abrevan.

Bajo estas circunstancias, en un mundo neoliberal depredador, sin respeto por las raíces primigenias, no sería difícil afirmar que las fusiones, desarrolladas sin el juicio crítico y escrutador de los propios creadores, no atraerían un nuevo fenómeno al cual, a falta de una categoría específica para explicarlo, lo denominaremos darwinismo musical.

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