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“No existen protocolos para mitigar el impacto del cambio climático en la salud”

En esta Cumbre del Clima de Glasgow (COP26) la salud y su relación con la crisis climática han cobrado gran protagonismo. Jaime Martínez Urtaza, que estudia la evolución de los patógenos peligrosos para los humanos, explica que la urgencia por recuperar la actividad económica después de la covid-19 está frenando las medidas contra el calentamiento, cuyo impacto es mayor en personas vulnerables como niños y ancianos.


La investigación del científico Jaime Martínez Urtaza integra distintas disciplinas: biología molecular, microbiología, genética poblacional, oceanografía, epidemiología y ciencia del clima. Con esta perspectiva plural, ha participado como especialista en el grupo de trabajo de enfermedades infecciosas para el último informe de Lancet Countdown sobre salud y cambio climático.

—¿Qué papel le otorga a las cumbres del clima?

—Es una pregunta difícil de contestar. Lo que vemos es que pasan los años y esta, que ya es la 26ª, sigue prácticamente donde estábamos, diciendo que el límite de 1,5 ºC no se va a conseguir. Además, las políticas energéticas y el uso y las costumbres del día no van cambian tampoco. Esto indica que no estamos haciendo mucho y es un poco desesperante. Cualquier cambio que pueda resultar productivo tiene que venir muy bien planteado desde las altas esferas políticas hacia la actividad diaria de los ciudadanos; sin embargo, en el día a día no se observa que la gente tome decisiones de su vida basadas en el cambio climático. Todavía no estamos en ese nivel.

—¿Qué mensaje hay que transmitir entonces para que cale en la gente y se una a una lucha que nos beneficia a todos como especie?

—El mensaje catastrofista no es efectivo, porque cansa. Estoy más a favor de motivar a la acción, que es algo que se está empezando a hacer. Por un lado, decirle a la gente cómo comportarse ayuda a alcanzar ese objetivo, pero la ciudadanía tiene que ver que los políticos también están en la misma posición. Lo que no puede ser es que las medidas políticas sean incongruentes. Es un ciclo vicioso que no acaba de romperse. El cambio es de tal magnitud que tiene que llegar a cada uno de los niveles sociales, empresariales y económicos. Toda la cadena debe estar implicada. Además, es un problema de desigualdad. Es muy difícil convencer a alguien de que consuma un producto local, porque es mejor, cuando le va a costar cinco veces más que otro que el que llega del otro lado del mundo.

—Según el estudio publicado recientemente en The Lancet, del que es coautor, se están empezando a revertir los avances en la lucha contra la seguridad alimentaria e hídrica. ¿De qué forma?

—Lo que refleja nuestro trabajo es que no hay una progresión como se esperaba. Es decir, que creíamos que a medida que se fueran implementando medidas, iría alcanzándose ese objetivo de 1,5 ºC del Acuerdo de París. Sin embargo, es muy poco probable que la cosa se quede ahí. Parece que va a ir a más, a 2 ºC y 2,5 ºC, con lo cual las consecuencias van a ser devastadoras. Ya no hay margen de maniobra. Por otro lado, se esperaba que la salida de la pandemia y de la covid llegara a tomar medidas más estrictas y dirigirse más hacia ese máximo, pero se ve que la urgencia y las necesidades que ha creado la covid-19 van justamente del lado contrario. Se están volviendo a hacer las cosas rápidamente, para salir del apuro y recuperar la actividad, muchas veces con efectos más dañinos.

—Respecto a los protocolos, ¿se han mejorado en este sentido?

—Precisamente este estudio, que es una colaboración masiva de muchas instituciones internacionales, lo que ha demostrado es que no hay protocolos, ya no sólo para enfermedades infecciosas, sino sobre el impacto del cambio climático en la salud. Pongo un país de ejemplo: España. En el día a día de la política sanitaria española, yo sería incapaz de decirte si se está poniendo en marcha alguna política en tema de salud dirigida al cambio climático. Sí se hacen estudios, como el impacto de las olas de calor u otros fenómenos climáticos, pero en muchos países no existe ni siquiera infraestructura para hacerlo posible.

—¿Por qué estamos así a estas alturas, cuando hemos pasado una pandemia y vemos la crisis climática y sus consecuencias ya en la actualidad?

—Para hacer estudios de los efectos de cambio climático en cualquier aspecto, se necesitan bases de datos históricas muy robustas. Si intentas obtener datos sobre enfermedades infecciosas con más de 30 años de antigüedad, te encuentras que para la mayoría no hay. En muchos países, porque falta esta recopilación histórica. Por esta razón, la mayoría de las investigaciones se encuentran en Estados Unidos, Reino Unido y en los países nórdicos, donde sí hay tradición y se han recogido a lo largo del tiempo.

—Respecto a la seguridad alimentaria, ¿a qué nuevos retos nos tendremos que enfrentar?

—Uno de los puntos principales es que el cambio climático afecta, sobre todo, a las poblaciones más vulnerables, es decir, a niños y ancianos de países donde los ingresos son bajos. Si viene, por ejemplo, una ola de calor (y regreso al caso de España que este año casi alcanzó un nuevo record de temperatura, rozando los 50 ºC), hay que pensar hoy en un mundo de este tipo y adaptarnos a estas circunstancias. Si vamos a utilizar el aire acondicionado para combatirlo, sólo una parte de la población va a tener recursos para poder hacerlo. Aquellos que no pueden acceder van a estar más expuestos. Esto se puede extrapolar a países de bajos recursos donde no pueden hacer nada por adaptarse. Además, sus efectos son muchas veces difíciles de diferenciar. Por ejemplo, las sequías en una región del planeta pueden hacer que las personas se desplacen y emigren, lo que puede traer enfermedades que antes no existían en nuevas zonas. Un efecto colateral puede surgir con problemas migratorios, demográficos y de salud de forma directa.

—Cuando habla de enfermedades infecciosas, aparte de aquellas transmitidas por mosquitos, ¿qué otras patologías estudia?

—El estudio de The Lancet empezó estudiando, por ejemplo, el dengue. Otras enfermedades, en las que yo he trabajado muchos años, son las transmitidas por agua por Vibrio parahaemolyticus, donde al ser bacterias que dependen de las zonas costeras y asociadas al consumo de marisco, si viven en aguas más calientes van a poder prosperar en más cantidad y expandirse. Al calentarse las costas, la distribución de estas bacterias patógenas va aumentando hacia el norte, de forma que las últimas ya se han detectado casi al nivel del polo norte. Lo que en los años setenta y ochenta eran bacterias consideradas de origen tropical, con infecciones casi limitadas a la región de Asia, hoy en día están causando infecciones en todo el mundo y zonas de latitudes tan altas como el Báltico.

—También ha estudiado que El Niño o la Niña influyen en estas enfermedades.

—Son fenómenos distintos al cambio climático. El Niño siempre ha existido de forma histórica. Ocurre con frecuencia, no siempre periódicamente, sino cuando se dan una serie de condiciones. Tiene un impacto climático a escala mundial porque cambia el clima en distintas regiones. Donde más afecta es en Perú y Chile, y convierte unas costas que son desérticas a un clima tropical con lluvias torrenciales. Esto hace que los mosquitos se reproduzcan y lleguen a lugares donde normalmente no hay agua. Los años de El Niño son normalmente más calientes y lluviosos, por lo que estas enfermedades se expanden. Lo que parece, pero no está claro, es que los eventos del Niño se han ido intensificando en fuerza a medida que ha habido más calentamiento.

—¿Cómo se trabaja en un grupo como el suyo, con campos tan distintos de investigación?

—En la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) estamos trabajando en genómica y en evolución, pero tengo una serie de colaboradores, con los que trabajo desde hace años, como Joaquín Triñanes, de la Universidad de Santiago de Compostela, que es el otro español del informe de The Lancet. Él es un físico oceanógrafo y maneja todos los datos de clima y océano por satélite. Hace modelos de mapas que son lo que aparecen en mis trabajos. Para otro tipo de estudios, contamos con epidemiólogos clásicos que trabajan en el Centro Europeo de Transmisión de Enfermedades en Estocolmo, donde estuve trabajando hace unos años. También colabora el Instituto Nacional de Perú, donde soy asesor científico. Este tipo de estudios se hacen gracias a la contribución de científicos repartidos por todo el mundo.

—Ahora que estamos superando la pandemia, ¿qué enfermedades emergentes deben preocuparnos?

—Con el cambio climático y destrucción del medioambiente, cada vez estamos más expuestos a este contacto directo con animales salvajes. Los hábitats naturales que estamos destruyendo nos hacían de colchón para evitar estas enfermedades infecciosas. En mi campo, continuamos trabajando en el área de Vibrio, utilizando la secuenciación de 10 000 de todo el mundo para hacer la distribución global de todas las poblaciones patógenas y cómo pueden estar interconectadas. Con el grupo de Oscar Cabezón de la UAB estamos haciendo secuenciación, y ellos estudios de la fauna salvaje enfocados a conocer estos patógenos de origen zoonótico que pueden ser un riesgo para los humanos en el futuro.

Fuente: agencia SINC.

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