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Contra la histeria mediática de la ‘tercera ola’

La llamada “Tercera ola de contagios” no se está traduciendo ni en una mayor tasa de letalidad (al contrario) ni en hospitalizaciones masivas, señala aquí Carlos Herrera de la Fuente. Ciertamente, hay que seguir siendo cautelosos y precavidos, seguir las medidas generales de salud, pero con la perspectiva clara de que el proceso de superación de la pandemia está en curso gracias a la campaña nacional y mundial de vacunación.


¿Cuál es el sentido de una política gubernamental coherente de salud pública: evitar para siempre las enfermedades o lograr, en la medida de las posibilidades humanas e institucionales, prevenir y disminuir las secuelas graves y los fallecimientos provocados por ellas? Evidentemente, es esto último, porque no hay forma de llevar una existencia sin enfermedad. Vida y enfermedad van de la mano, precisamente porque ningún ser vivo es inmortal e infalible. Los seres vivos se enferman, y, en la mayoría de los casos, si se les atiende a tiempo, usando las herramientas, atenciones y sustancias de la medicina moderna, sobreviven y pueden continuar su existencia con una buena calidad de vida o, por lo menos, una aceptable. Esto es algo tan obvio que antes de la emergencia desatada por la pandemia de covid-19 nadie siquiera se lo cuestionaba.

Ahora, sin embargo, todo parece invertido: se exige un imposible: que no haya, nunca más, ningún contagiado de Sars-Cov-2 para levantar las restricciones y recobrar nuestra forma de vida. Se le ha explicado al público mundial millones de veces en el transcurso de la pandemia actual: un día, la pandemia acabará, dejará de tener la carga y el impacto virulento de la actualidad, pero el virus será endémico, permanecerá y hará su reaparición estacional, igual que pasa con la influenza y otras enfermedades. Antes de la presente emergencia, ¿la gente se confinaba en sus casas cuando llegaba el invierno y se anunciaba un nuevo ciclo de influenza? ¿Tan siquiera se vacunaba? La mayoría no; ni siquiera le daba importancia a la enfermedad. Las personas convivían con sus seres queridos, los abrazaban, los besaban, asistían al trabajo, a la escuela y a actividades recreativas, incluso sabiendo que estaban enfermas. Pero, ahora, nadie quiere asumir, con todas sus consecuencias a largo plazo, que existe esta enfermedad, y que, de hecho, en términos de su impacto mortal, ha perdido fuerza, se ha ido debilitando. A ello ha contribuido, de manera exitosa, la campaña de vacunación en México. Basta con ver las cifras, analizarlas un poco, compararlas, para no caer en la histeria mediática ni prestarse a manipulaciones fáciles.

Lo más triste de esta época digital es que, teniendo las cifras a la mano, teniendo la oportunidad de analizar las estadísticas disponibles en el servidor de Chrome a la distancia de un simple clic, la gente prefiera leer los portales de siempre, los blogs o los videos de siempre, que sólo mienten y engañan, en lugar de hacer un esfuerzo por entender lo que ha significado la pandemia en términos de su evolución. Se vuelve a caer, como de costumbre, en la histeria colectiva y a echarle la culpa a los “otros”, como si se tratara de un problema individual de comportamiento. Se cae, de nuevo, como pasa en esta época involucionada, en una actitud religiosa de culpa y pecado, en la que sólo el que se encierra y cancela su vida actúa éticamente (como lo hacen los monjes en sus retiros). Veamos algunas cifras (el lector las puede revisar directamente escribiendo en su buscador de Chrome “contagios covid mundo”, el cual arroja los datos que ordena y clasifica la Universidad John Hopkins).

El 6 de julio del año 2020, el promedio semanal de contagios en México era de 5 243, y el de fallecimientos, de 571. Puesto que la tasa de letalidad se mide por el número de fallecimientos provocados por una enfermedad entre el número de los contagiados multiplicado por 100, en ese momento la tasa de letalidad era de 10.89%. Por su lado, para el 6 de julio de 2021, o sea, un año después, el promedio de contagios fue, incluso, un poco superior: de 5 870 contagios diarios. Sin embargo, los fallecimientos fueron mucho menores: 165. Esto da, para la fecha señalada, una tasa de letalidad de 2.81%. Así, en el lapso de 1 año, ¡la tasa de letalidad ha descendido poco más de 8%! Esto es resultado de la campaña de vacunación, porque el impacto se empezó a sentir a partir de marzo del presente año, cuando dicha campaña se volvió intensiva. (Por cierto, en la Ciudad de México la tasa de letalidad promedio, para la misma fecha del 6 de julio, fue mucho menor que el promedio nacional: para ese momento, el promedio semanal fue de 1 678 contagios y tan sólo 18 fallecimientos, lo que significó 1.07% de letalidad. En esta entidad, claro, la campaña de vacunación ha alcanzado a un mayor número de población que a nivel nacional).

Veamos otro caso, ahora fuera de México. En Inglaterra, que hace poco, para la sorpresa internacional, anunció que el 19 de julio del presente año se eliminarían todas las restricciones, prohibiciones y obligaciones derivadas de la pandemia mundial, a pesar de un aumento evidente en los contagios diarios, las cosas han sido de la siguiente manera (comparamos fechas con similar número de contagios en el Reino Unido): el 20 de diciembre de 2020, el promedio de contagios diarios fue de 27 249, y el de fallecimientos, de 462. Esto es, la tasa de letalidad fue de 1.69%. Por su parte, el 7 de julio de 2021, el promedio de contagios fue de 27 144, mientras que los fallecimientos llegaron a 23. Así, la tasa de letalidad para esta última fecha fue de 0.08%. Con la campaña británica de vacunación, el descenso en la tasa de letalidad ha sido casi absoluto, del 1.61%. Se entiende, entonces, por qué se piensa ya en eliminar todas las restricciones derivadas de la pandemia: porque aunque haya muchos contagios, éstos ya no se traducen en muchas muertes ni en casos graves que requieran hospitalización. La emergencia, en dicho país, ha pasado.

Lo más llamativo es, por supuesto, la distancia entre las tasas de letalidad de un país y otro (tomando en cuenta, por supuesto, que la campaña de vacunación inglesa ya ha logrado inmunizar, por lo menos con una dosis, prácticamente al 70% de su población, mientras que en México apenas se lleva el 26%). La respuesta es también clara para quien quiera basarse en información seria y no en mediocres fuentes y portales digitales ni en lo que dicen personajes corruptos y de mala fe como Ciro Gómez Leyva, Carlos Marín o Loret de Mola: porque el Sars-Cov-2 impactó sobre todo en la población de adultos mayores y en enfermos de ciertos padecimientos crónicos. Éstos últimos fueron creciendo en las últimas 4 décadas en el país, conforme avanzó el modelo neoliberal que desatendió completamente los aspectos de salud pública nacional y promovió un esquema consumista e individualista de vida, que condujo a un deterioro generalizado de las enfermedades crónico-degenerativas.

Veamos, primero, el caso de la obesidad: “Del 2000 a 2016, el aumento de obesidad en mujeres adultas fue de 28% a 38,6% y en hombres de 19% a 27,7%. La obesidad abdominal en mujeres aumentó de 82.2% en 2012 a 87,7% en 2016 y en hombres aumentó de 64.5% en 2012 a 65,4 % en 2016. Resultados que sugieren un fracaso en las estrategias contra la obesidad” (“Historia, tendencias y causas de la obesidad en México”, Patricia Ruiz-Cota, Montserrat Bacardí-Gascón, Arturo Jiménez-Cruz, Journal of negative and no positive results, volumen 4, número 7, pp. 737-745. El lector lo puede encontrar en el siguiente sitio de internet: Historia, tendencias y causas de la obesidad en México).

Veamos ahora unas cifras sobre la diabetes: “En la Encuesta Nacional de Enfermedades Crónicas (ENEC) en 1993 se reportó una prevalencia de 4.6 % de casos con diagnóstico médico previo de diabetes. En la Encuesta Nacional de Salud (ENSA) de 2000 la prevalencia de diagnóstico previo de diabetes se reportó en 5.8 %. En la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) en el 2006 se reportó en 7.2 % y en el 2012 se reportó en 9.2%. Finalmente en la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de Medio Camino 2016 (ENSANUT MC 2016) se reportó una prevalencia de 9.4 % casos con diagnóstico médico previo (10.3 % de mujeres y 8.4 % de los hombres). Esto representa un aumento ligero en la prevalencia (por diagnóstico médico previo) respecto a la ENSANUT 2012 (9.2 %) y mayor respecto a la ENSANUT 2006 (7.2 %)” (véase el portal digital de la Academia Mexicana de Medicina, “La diabetes en México: orígenes, retos y soluciones”). Así, en el caso de la diabetes, se pasó de una prevalencia del 4.6% en 1993 a una de 9.4% en el año 2016. Un aumento de 4.8%.

Invito al lector a hacer el mismo ejercicio con las otras enfermedades y padecimientos crónico-degenerativos que más perjudican el desarrollo de la enfermedad covid-19 en las personas (hipertensión, enfermedades cardiovasculares, etc.), y le aseguro que se encontrará con una evolución similar o peor en todos los casos. La covid-19 no pudo tener una víctima más ideal que la población mexicana mal atendida, descuidada, con pésimos hábitos de alimentación y ejercicio, producida por 4 décadas de neoliberalismo.

Pero lo importante aquí es que la campaña de vacunación está siendo efectiva. Se ha logrado disminuir en más de 8% la tasa de letalidad. ¿Por qué? Porque se atendió, primero, a la población de mayor edad (de 60 años en adelante), que representaba el 75% de los fallecimientos relacionados con la enfermedad, y se ha avanzado en los siguientes grupos etarios de manera constante e indetenible. La mayoría de los contagios que se están presentando en la llamada “tercera ola” son principalmente de jóvenes, por lo que su infección no se ha traducido en una ola masiva de hospitalizaciones y muertes. Por otra parte, como lo ha informado la Secretaría de Salud, la mayoría de los muertos en el periodo presente ha estado relacionado con personas que no se habían vacunado y padecían severas comorbilidades. Por todas estas razones, la respuesta ante la emergencia actual no puede ser la misma de antes (como lo demuestra también el caso de Inglaterra). Sí, ciertamente, suben los contagios (aunque no de manera tan drástica como en el reciente periodo de diciembre-enero), pero no se están traduciendo a grandes porcentajes de fallecimientos ni a hospitalizaciones masivas.

Si la campaña de vacunación sigue siendo tan efectiva como ahora y abarca en los próximos meses a la población juvenil que hoy se está contagiando, cabe esperar que para agosto o septiembre del presente año la tasa de letalidad sea cercana a la del Reino Unido (esto es, menor a 0.1%). Esto permitiría, bajo la misma lógica, mantener abierta la economía en su conjunto y reabrir los centros educativos y culturales del país (incluyendo las bibliotecas, que permanecen cerradas a pesar de que casinos y cantinas ya están abiertos), sin ningún tipo de restricción. No se puede seguir dañando a la educación del país de manera tan severa. Los maestros (principalmente los críticos y de izquierda), que fueron uno de los grupos privilegiados en el proceso de vacunación, deberían ser conscientes de esto y no participar de una política que ha generado más daños que beneficios en el sector educativo de la nación.

Si, finalmente, el argumento es que no debería morir nadie por la enfermedad, la pregunta sería: ¿por qué sí lo aceptamos en los casos de otras enfermedades, como la influenza, la tuberculosis, la diabetes, el cáncer, etc.? Por poner un ejemplo entre tantos, fuera del ámbito de las enfermedades, anualmente mueren, a nivel mundial, 1 millón 300 mil personas en accidentes de tránsito, y entre 20 y 50 millones padecen traumatismos no mortales derivados de esos mismos accidentes, lo que significa un promedio de 3 562 muertes y entre 54 794 y 136 986 traumatizados diarios. ¿Por qué sí toleramos esas muertes, completamente evitables, y no las provocadas por covid-19? ¿Valen menos las muertes provocadas por accidentes automovilísticos? Y habría una forma de acabar, de una vez por todas, con esos fallecimientos y esos daños traumáticos de largo plazo: prohibir para siempre el tránsito automovilístico. ¿A alguien se le ha ocurrido semejante idea? Por supuesto que no, porque eso significaría el quiebre absoluto de la economía mundial, que depende del traslado de mercancías y fuerza de trabajo para su sobrevivencia. Así pues, en nombre de la economía mundial, se tolera un tipo de actividad que genera millones de muertes al año y que no tiende a disminuir, sino, al contrario, a aumentar anualmente, mientras que, en el caso de la enfermedad actual, se prohíbe el mínimo contacto con las personas, así como la realización de actividades vitales para el progreso y desarrollo de cualquier nación (como la educación y la cultura). ¿Cuál es la lógica de todo esto en un momento en el que, aunque los contagios aumentan, gracias a la campaña de vacunación los fallecimientos tienden claramente a disminuir? No la hay, claro.

En conclusión: la llamada “Tercera ola de contagios” no se está traduciendo ni en una mayor tasa de letalidad (al contrario) ni en hospitalizaciones masivas, como las que se vieron en el periodo reciente de enero-diciembre. La política que siga la Secretaría de Salud, a nivel federal, no puede, por lo tanto, ser la misma que en el pasado, y tal parece que ella misma lo ha entendido al proponer cambiar los criterios de evaluación de riesgo epidémico, que se reflejan quincenalmente en el semáforo epidemiológico propuesto para medir el impacto de la pandemia en cada estado a nivel nacional.

No hay que caer en la histeria mediática. Ciertamente, hay que seguir siendo cautelosos y precavidos, seguir las medidas generales de salud, pero con la perspectiva clara de que el proceso de superación de la pandemia está en curso gracias a la campaña nacional y mundial de vacunación. No hay que participar en el juego alarmista de los medios masivos de comunicación (incluyendo a los de supuesta “izquierda”), sino contextualizar con un claro objetivo: disminuir al máximo o, si es posible, anular los fallecimientos por covid-19, levantar todas las restricciones, sin excepción, relacionadas con la pandemia, y aprender a vivir con el virus de manera normal, como se ha hecho a lo largo de toda la historia de la humanidad con todo tipo de enfermedades. Hay que ser claros: la pandemia pasará y el miedo tendrá que ser superados. Ninguna sociedad puede vivir ni desarrollarse presa del terror.

Twitter: @CarlosHF78

Carlos Herrera de la Fuente

Carlos Herrera de la Fuente (Ciudad de México, 1978) es filósofo, escritor, poeta y periodista. Autor de 3 libros de poesía ('Vislumbres de un sueño', 'Presencia en Fuga' y 'Vox poética'), una novela ('Fuga') y dos ensayos ('Ser y donación', 'El espacio ausente'), se ha dedicado también a la docencia universitaria y al periodismo cultural.

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