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En toda su vida no dijo una mentira

Hace 400 años nació La Fontaine, el 8 de julio de 1621, en Château-Thierry, Francia, partiendo de esta vida, a sus 73 años de edad, en París, el 13 de abril de 1695. Además de la poesía y la narración, cultivó también la comedia. Asimismo, es el gran introductor de la fábula en el mundo moderno. Después de una cierta decadencia del género, La Fontaine hace resurgir la fábula imprimiéndole un sello personalísimo en cuanto al arte y a la narrativa. Hoy, la historia bien podría otorgarle el título de “padre de la fábula moderna”. Aquí lo recordamos…


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Hace 400 años nació La Fontaine, el 8 de julio de 1621, en Château-Thierry, Francia, partiendo de esta vida, a sus 73 años de edad, en París, el 13 de abril de 1695, a un paso de la entrada del siglo XVIII.

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Tras haber permanecido 12 meses en el Seminario de Saint-Magloire, Jean de La Fontaine, a sus 21 años de edad, “llevó en la casa paterna la vida ociosa y frívola —tal como dijo su biógrafo Geruzez— que enerva a los jóvenes, sobre todo en las provincias. Para hacerle entrar en regla, le casaron, y su padre le dio la sustitución de su empleo. Veintiséis años tenía entonces, y aún no le había tentado el demonio de la poesía. La Fontaine nunca se dio prisa para nada”.

Una oda de Malherbe, “recitada por casualidad en su presencia, despertó el gusto de la poesía en su alma, en cuyo imperio se habían compartido hasta entonces la pereza y el placer”.

Debido a una ausencia de disciplina administrativa, La Fontaine se vio de pronto, ya en su edad madura, en serios apuros económicos. “El ejercicio de su empleo de administrador de aguas y bosques redújose probablemente a largos paseos a la sombra de los añosos árboles sometidos a su jurisdicción, y a siestas no menos largas, dormidas sobre la verde alfombra, a la orilla de murmuradores arroyuelos; tenemos derecho a suponerlo así —apuntó el acucioso Geruzez—, puesto que está probado que a los 60 años ignoraba aún la división y nomenclatura de los bosques y plantíos, según el sistema forestal entonces establecido. Encantábale la poesía: redujéronse sus primeros ensayos a versos de ocasión, que alababan mucho en Chateau-Thierry; atreviose después a escribir una comedia, pero como le faltaba la inventiva, tomó una pieza de Terencio y, conservando el argumento, cambió los nombres de los personajes, siguiendo el texto original y tomándose alguna libertad en su imitación. No era propia de nuestro teatro aquella comedia, y no la dio a la escena; pero la publicó; y aquella obra, aunque muy mediana, bastante bien versificada, dio a conocer su nombre por vez primera. Había cumplido ya 33 años”.

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Habrían de pasar otros tres lustros para que La Fontaine, con sus fábulas, se consagrara en las letras. Antes, estuvieron sus cuentos rimados, que le sirvieron para armar, posteriormente, la perfección de sus apólogos: 240 en total, integrados en 12 libros publicados entre 1668 y 1694. Tuvo que pasar por la difícil prueba de la originalidad, anclado él en una persistente medianía sobre todo por su indeclinable tendencia a imitar los estilos de los escritores que admiraba. Fue una mujer, no su esposa, sino la condesa de Bouillón, la que lo incitó a escribir “cuentos alegres y galantes que Ariosto y Boccaccio tomaron de los antiguos trovadores. Este consejo —según Geruzez—, seguido con entusiasmo, reveló a La Fontaine una de las venas de su genio poético y le puso en la vía del apólogo. ‘Joconda’ fue su primer cuento”, que dio lugar a un intenso debate literario porque ha de saberse que, desde el principio de su nueva fase literaria, La Fontaine fue considerado un escritor “inmoral” ante su propia sorpresa: él mismo se asombraba de que “por cinco o seis cuentos verdes” lo acusaran de pervertir a la inocencia. Por lo mismo, cayó de la gracia del gran Rey Sol, Luis XIV, monarca absoluto para quien sus creadores debían honrarle con ritos de enajenación aunque sus talentos fueran menores.

“No atribuyamos tampoco —advirtió oportunamente Geruzez— aquel abandono a lo que hoy se denominaría oposición del escritor: el buen La Fontaine no era tan valeroso. Nada le hubiera complacido tanto como ser poeta de la corte, y cuando se presentaba coyuntura su voz se unía al concierto universal para cantar las glorias del reinado de Luis el Grande. La verdad es que había cierta prevención contra él por las licencias poéticas de sus versos y su conducta”.

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Ahora tenemos oportunidad de releer algunos de esos “inmorales” relatos. Edivisión publicó, en el año 2000, 20 de sus Cuentos en los que se advierte el discreto humor, “libertino” y “licencioso” acaso para su barroca e iluminada época, del futuro y afamado fabulista Jean de la Fontaine:

Perdió un hombre del campo una ternera
y fue a buscarla al bosque más cercano,
do se subió a la copa de una higuera
para ver a lo lejos, en el llano.
Llegó en esto una dama y un mancebo
que amantes navegaban en conserva,
y de la higuera al pie, decirlo debo,
se tendieron los dos sobre la yerba.
Sólo hablaban las manos y los ojos,
cuando el doncel, parando su recreo,
exclamó en el ardor de sus antojos:
“¡Qué veo, Señor mi Dios, y qué no veo!”
Y al oír esto, gritóle el anciano
que observaba en la copa de la higuera:
“El que ve tantas cosas, buen hermano,
¿no ve por esa selva una ternera?”

La Fontaine. (Wikimedia Commons)

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Ahí está ese otro breve relato que cuenta, con “impudicia”, la triple relación amorosa:

Alcibiades y Axioco, compañeros
de cuerpo juvenil, bello y fornido,
concertaron sus ansias y pusieron
semillas de su amor en igual nido.
Sucedió que uno de ellos, diligente,
trabajó tanto a la sin par doncella,
que una niña nació, niña tan bella,
que los dos se jactaban igualmente
de ser el padre de ella.
Cuando ya fue mujer y rozagante
pudo seguir la escuela de su madre,
al par los dos quisieron ser su amante,
ninguno de ellos quiso ser su padre.
“¡Ah, hermano!”, dijo el uno, “a fe os digo
que es de vuestras facciones un dechado”.
“¡Error!’, el otro dijo, ‘es vuestra, amigo,
¡dejadme a mí cargar con el pecado!”

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Ya en estos ultrajantes y atrevidos cuentos es notoria la sagacidad fabuladora de La Fontaine. En “El beso devuelto”, por ejemplo, está la mismita raíz de lo que, más tarde, iba a estar desarrollada en sus más de 200 fabulosas moralejas:

Paseaba Juan y Juana por la villa,
y un señor que halló a Juana de su gusto,
dijo a Juana: “¿Quién te dio esa maravilla?
Déjame que la bese, y como es justo,
tomarás tu desquite
cuando entre los casados yo milite”
“Acepto”, dijo Juan, “con mil amores,
a condición que nada el pacto tuerza”.
Besóla luego el otro, y con tal fuerza,
que Juana se volvió de mil colores.
Casó ocho días después el caballero,
y Juan tomó el desquite con esmero.
Y así dijo: ‘Señor, de haber sabido
que érais tan leal y fiel a lo pactado,
en vez de haber a mi mujer besado,
podrías muy bien con ella haber dormido”.

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Al morir La Fontaine, su amigo Maucroix dijo estas sentidas frases: “¡Dios misericordioso lo tenga en su santa gloria! Era el alma más sincera e ingenua que he conocido. Nunca había en él engaño: me parece que en toda su vida no dijo una mentira”.

Por algo, los fabulistas son una especie en peligro de extinción… si no es que ya se extinguieron por completo.

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