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Un año de «Salida de Emergencia»

Amigo de este proyecto periodístico, y desde luego colaborador habitual en las páginas virtuales de esta revista cultural semanal, Víctor Roura ha querido dedicar unas líneas para festejar nuestro primer aniversario. Y, habitual en él, pone los puntos sobre las íes: hoy, “a ninguna autoridad política le concierne, en realidad, el periodismo cultural. No miran esta actividad, a menos que en ella esté implicado algún sujeto de interés para sus engranajes discursivos o un amigo de alta estima”.


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El periodismo cultural no tiene aún en México la mayoría de edad, que la cumple hasta el año próximo, pues este género, el último considerado oficialmente por la Secretaría de Educación Pública, obtuvo su aprobación como corriente periodística en 2004 cuando recibió el bautismo magisterial luego de 27 años de haberse iniciado, con despliegue afortunado, como sección diaria en un medio informativo: el unomásuno, periódico fundado en noviembre de 1977 estableciendo, desde su inicio, paradigmas y vanguardias en la prensa nacional, una de las cuales, acaso fundamental para el desarrollo de este nuevo género, fue determinante en la industria de la noticia: por vez primera el periodista cultural formaba parte de la nómina empresarial, cosa que no sucedió ni en el Excélsior de Julio Scherer García (1926-2015) ni en El Día, cuya sección, como en todos los otros rotativos, funcionaba gracias a los ánimos de los propios artistas y a los críticos que escribían de manera gratuita para retroalimentarse ellos mismos en el contexto y las atmósferas de la cultura.

A pesar de su vigorosa presencia incluso en los diarios decimonónicos, la prensa cultural era tomada más como una afición, un elemento opcional, que como una profesión, que lo es. Los suplementos culturales, por ejemplo, iniciados en México en 1948 por el español Juan Rejano (1903-1976) en El Nacional, el periódico del PRI que entonces dirigía Fernando Benítez (1912-2000), quien estuvo al frente de este medio durante once años, siendo justamente 1948 el año en que es expulsado de dicho rotativo por cuestiones legítimamente priistas (muerto el compadre, desgracia para su sucesor; eliminado el padrino, derrumbadas las canonjías; no hay plazo que no se cumpla ni fecha que no se llegue, etcétera), que lo hizo acomodarse, luego, en el diario Novedades donde el 27 de febrero de 1949 fundara el suplemento “México en la Cultura” en el cual, como el propio Benítez lo declarara posteriormente, trabajara para sus “treinta amigos” a los que alimentó y cotizó con el paso del tiempo, varios de ellos sin duda inteligencias portentosas, pero, con la excepción del cuadro directivo del atractivo suplemento, sin dinero en distintas ocasiones para poder retribuirlos económicamente.

Sí, la prensa cultural existía pero al margen, digamos, de la productividad informativa, es decir sin generar finanzas a las empresas que la albergaban.

Tuvieron que pasar 28 años para que los periodistas culturales, por obra de don Manuel Becerra Acosta (1932-2000), fueran por fin sujetos de salario, pues ni en el mismo Excélsior fue consignado el compromiso monetario pese a ser, en efecto, el primer diario de la era moderna en crear una página cotidiana cultural justo en los días en que se llevaban a cabo en México los Juegos Olímpicos (de 1968) para poder airear las actividades artísticas paralelas a los actos deportivos, magnífica idea impulsada por el periodista Eduardo Deschamps (1930-2018) quien mantuvo milagrosamente todos los días una columna cultural en aquel diario, que acabado el festejo olímpico decidió cancelar la audacia de poseer una sección cultural diaria.

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Pero construir una zona informativa cultural en México es ahora una proeza desde que los hacedores de este género escritural decidieron mantener su dignidad periodística al margen de politiquerías y entendimientos discrecionales con el funcionariato sexenal a los que tanto recurría, y acostumbró a su generación a ejercerlos, Fernando Benítez no sólo para proseguir su fructífera carrera sino, principalmente, para asegurarse beneficios económicos, porque hay que tener presente que la prensa dependía de los recursos financieros del Estado para cubrir todas sus necesidades orgánicas.

Sin embargo, a ninguna autoridad política le concierne, en realidad, el periodismo cultural. No miran esta actividad, a menos que en ella esté implicado algún sujeto de interés para sus engranajes discursivos o un amigo de alta estima.

Porque si Benítez fue consentido hasta el último día de su vida no fue precisamente por su labor cultural, sino por su cercanía con los influyentes políticos en turno. Porque la prensa, efectivamente, se hacía —o se sigue haciendo, aunque con menos recursos económicos, de ahí la ira actual de los hacedores de los medios, tradicionalmente enriquecidos por los gobiernos sucesivos desde la administración cardenista en los años treinta del siglo XX— con el dinero público. Pero la cultura ni la propia Secretaría que la tiene a su cargo la contempla en sus hacedores. En los tiempos victoriosos del PRI y del PAN estos partidos, instalados en el poder, continuaban con las viejas prácticas de respaldar los caciquismos ya conquistados por los patriarcas de la cultura que cimentaron su liderazgo a partir precisamente de 1949 fortalecidos por un compacto grupo al que Luis Guillermo Piazza (1922-2007) denominó, con ironía sorda, “la mafia” cronicando con astucia vocacional algunos comportamientos significativos de esta férreamente armada asociación intelectual. Por eso a esta “mafia” nunca le faltaron las compensaciones económicas para su propia tranquilidad monetaria: los anuncios oficiales les caían a pedir de boca con la única infalible condición de su perfecto simulacro social. Porque el dinero jamás les dejó de caer, de ahí, por ejemplo, la (energúmena) reacción de los intelectuales directivos de revistas que usaban como encumbrados aparadores —con exposiciones a veces de ensayos brillantes, siempre correctamente parcializados y acotados en su estricta vigilancia sectaria— sobre todo para sus satisfacci0nes ideológicas. Al quedar ahora ellos francamente limitados en sus búsquedas financieras, entonces se han puesto, como predecible lógica política, del bando contrario a las decisiones gubernamentales, al grado de obtener el apoyo incondicional de numerosos académicos distinguidos que sólo, a su pesar, han exhibido una muy particularizada —y calurosa— solidaridad mexicana que se sostiene en su afanosa lucha contra la corrupción… siempre y cuando no se toque a uno de los suyos.

Desde entonces los dineros de la cultura (de su presupuesto de la propaganda oficial) ha quedado generosamente en sus manos porque, y este subrayado es crucial para este despliegue monetario, la cultura había sido regida por un continuismo asombrosamente similar en su fachada política, ya sea de uno u otro partido en el poder presidencial. Hay que recordar que sólo un hombre, Rafael Tovar y de Teresa (1954-2016), fungió de rector cultural desde el lopezportillato hasta el peñanietismo (¡siete sexenios!), consintiendo siempre a los jerarcas de la cultura mexicana, eternamente agraciados, premiados, recompensados, estimulados, festejados, viajados, escuchados. Tovar y de Teresa, por ejemplo, para complacer a Aguilar Camín (1946), compró miles de suscripciones a la revista Nexos. ¡Vamos, hasta una casa obsequió a Octavio Paz (1914-1998) mientras habitara este mundo!

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Pero la rectoría cultural siempre argumentaba no tener dinero para todos aquellos que se contraponían al engranaje corporativo establecido por el entonces llamado Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Y sí había dinero, y mucho, sólo que estaba destinado a las manos de siempre. Porque lo que debía ser repartido democráticamente (la propaganda oficial), sencillamente se entregaba con ingrata parcialidad… ¡hasta con el VoBo de asociaciones supuestamente indiscriminadoras como Artículo 19!

El favoritismo se visibilizaba en tales actos corrompibles, de ahí que una promesa de la campaña presidencial morenista se basaba precisamente, y por fin, en la repartición igualitaria y justa de la publicidad oficial, que hasta este momento ha sido incumplida. Revistas digitales como esta Salida de Emergencia, dirigida por José David Cano, ni siquiera es mirada por la rectoría de la cultura, cuya agenda pareciera centrarse, de nuevo, tanto en los nombres ya consagrados como en la antropología social, sin contemplar los niveles medios que acaso sean los que más construyan los simbolismos necesarios para que este país continúe con su milenaria tradición cultural.

Un año ha pasado ya desde que esta semanaria Salida de Emergencia va haciendo su camino propio, un año —y déjenme ser indiscreto— sin haber recibido una sola llamada de la rectoría cultural, que no sé si está enterada que en esta zona periodística se hallan las claves del quehacer creativo en México. Pero como están las cosas en la Secretaría de Cultura federal, no creo que le interese saberlo. Un año sin un solo anuncio publicitario, además de heroico, retrata a la perfección el interés que la confidencialidad política siente por la cultura en México. Pues, como ya es sabido, la publicidad oficial debiera ser un recurso democrático (es decir, ser repartida sin especulaciones ni con fines cooptativos), no una condicionante para encadenar las posibles independencias. La publicidad oficial debiera entregarse al periodismo cabal y honorable, cosa que está muy lejos de ocurrir en el país a pesar de la promesa presidencial morenista de acabar con la corrupción de la propaganda gubernamental.

¿De qué viven el director y el equipo de Salida de Emergencia si no de prestado (o de trabajos alternos) hasta que la cuerda floja los haga caer estrepitosamente?

Yo los felicito por el arresto admirable de afanarse en impulsar el periodismo cultural contemporáneo sin otro objetivo que el de la difusión y la creación culturales.

Y un detalle más: nadie duda de la belleza de su presentación, que el propio director de Salida de Emergencia construye cada semana desde la elaboración personal de los collages para ilustrar los textos recibidos cada semana, y que, con el paso de los meses, caracteriza artesanalmente a esta página cultural, ya con una personalidad propia. A veces llamo a José David Cano en la madrugada y lo encuentro armando, con paciencia, los collages para el siguiente número.

—La culpa es de Alberto Blanco —me contesta cuando le pregunto si ya va a salir la nueva Salida.

Porque los collages del poeta Alberto Blanco, muchos de ellos habilitados para portadas de libros del Fondo de Cultura (y expuesto en galerías incluso extranjeras), han alimentado la imaginación del buen David para otorgarle un sello personal al portal noticioso.

No sé cuántas horas acumula creando sus collages para las portadas de su portal, pero en efecto esta minuciosidad se la debe al poeta Alberto Blanco. Porque en ocasiones las horas se le vienen encima y la Salida tarda un poco más en dar a luz su nueva información. Son unas pocas horas, pero para el periodista un minuto tardío puede significar una hora.

—La culpa la tiene Alberto Blanco —dice José David Cano—. Ya en quince minutos estamos en línea…

Y ya es la medianoche de un viernes.

Así, semana tras semana.

Y lo hace con tanto gozo que contagia su entusiasmo.

(Es cierto, la pandemia nos ha arrebatado numerosas cosas y limitado cercanías y palabras de frente, pero la vida sigue: los creadores continúan creando, como los políticos politizando y los empresarios generando dinero. La Secretaría de Cultura no ha cesado en sus funciones, incapacitada aún para voltear a ver donde nunca ha posado su mirada.)

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