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No concibo el feminismo al margen de la cultura de los derechos humanos: Noelia Adánez

La dramaturga y sociología reflexiona sobre la incomodidad, los estigmas y contradicciones del feminismo en «Parentesco animal / Los feminismos incómodos de Doris Lessing y Kate Millett»

Febrero, 2024

Es doctora en Ciencias Políticas y Sociología, además de tener un máster en gestión de instituciones y empresas culturales. Noelia Adánez es, también, comunicadora, dramaturga y escritora. En su nuevo libro, Parentesco animal, nos invita a celebrar la incomodidad como forma de acercarnos al feminismo; es una inmersión en la vida y la literatura. Escriben los editores en la contraportada: “La autora analiza las condiciones en las que escriben dos grandes autoras durante la segunda ola feminista. Una conversación entre Doris Lessing y Kate Millett que hace emerger tanto preocupaciones comunes como formas contrapuestas de aproximarse a ellas, aportando así ideas muy atractivas sobre la escritura memorialística de las dos. Noelia plantea aquí qué significa vivir una vida feminista, y abre ventanas y sugiere interpretaciones”. Azahara Palomeque ha conversado con ella.

Noelia Adánez (Madrid, 1973) es escritora, politóloga y una de las voces de referencia en la cultura política y feminista española que podemos escuchar en programas de radio y leer en varios medios de comunicación, como La Marea o el diario Público. Quedamos por zoom después de no habernos visto desde junio y, antes de comenzar oficialmente la entrevista, me cuenta el calvario que ha vivido en los últimos meses con las protestas de ultraderecha en Madrid, tan cerca de su casa. Ella piensa que forman parte de una suerte de ciclo político pandémico, y yo le doy la razón tras haber pasado por una situación similar en Estados Unidos, cuando las calles del país se llenaron de manifestaciones y actos vandálicos en torno a las elecciones de 2020.

Poco a poco, vamos redirigiendo la charla hacia lo más importante: su libro Parentesco animal / Los feminismos incómodos de Doris Lessing y Kate Millett (Galaxia Gutenberg, 2023), recién publicado, que a mí me ha resultado revelador en muchos aspectos, además de placentera la lectura. Esta obra, prologada por Edurne Portela, aparece después de una amplia trayectoria intelectual recuperando el trabajo de mujeres y pensando con ellas, como en su ensayo Vivir el tiempo (2019), centrado en las figuras de Dolores Medio y Concha Alós, o en su labor como dramaturga. Nos contamos, nos reímos, reflexionamos juntas.

La escritora Noelia Adánez / Foto: Álvaro Minguito (La Marea).

—Hablas de dos etapas en tu vida, una caracterizada por el (des)amparo de la academia, y otra a partir de 2015. ¿Dónde te sitúas en relación a este libro y cómo te definirías? Como trabajadora cultural, intelectual… Teniendo en cuenta que escribes sin respaldo institucional, algo que consideras “difícil”.

—Yo intento comprender que mi trabajo está vinculado a esas dos etapas profesionales de mi vida. Probablemente no me habría dedicado a esto que me dedico desde 2015 si antes no hubiera pasado por la universidad diecisiete años. Lo que pasa es que hay un gap muy grande entre una cosa y otra, y en realidad mi aterrizaje en el mundo de la producción cultural es un poco fortuito —como suelen ser casi todas las cosas, sobre todo en lo laboral. Es verdad que, cuando escribía el libro, me daba cuenta de que mi cabeza sigue funcionando en un registro académico, y creo que eso es bueno, también porque ha pasado el suficiente tiempo como para que yo no tenga modismos del ámbito académico; he podido renunciar a convenciones que, para un libro de ensayo que quiere ser leído por un público amplio, a lo mejor no serían buenas.

“A su vez, desde 2015 ha pasado tiempo suficiente como para que yo conozca el mundo de la comunicación y el editorial, y sepa qué tipo de libro quería hacer. Siendo fiel a mi identidad intelectual, quería hacer un libro que mucha gente pudiera leer, de un acceso razonablemente sencillo. Entonces, no sabría decir cómo me defino. Sí que creo que he empezado a poderme ver a mí misma como escritora, y a no sentirme incómoda cuando me preguntan (…) Porque siempre me presentan como ‘eres tan polifacética’, claro, como alguien con un doctorado, con un maestría en gestión cultural, pero llevo muchos años trabajando en radios comerciales, escribo en medios independientes digitales con una identidad política claramente de izquierdas, he hecho teatro… Son muchas cosas y siempre me dicen: ‘¿Cómo quieres que te presentemos?’. Antes no me sentía capaz de decir ‘como escritora’, porque al final ése es el sustento y el denominador común de todo lo que hago, incluso cuando pongo la voz en radio, mi voz dice que lo escribo, o sea que soy escritora, pero me ha costado mucho llegar ahí”.

—Cuentas que la profesora Ramona, cuando te vio disfrazada de Cyndi Lauper (cantante, compositora, actriz, activista) en el colegio, te llamó puta, con lo que te diste cuenta muy pequeña de que ser “una estudiante ejemplar” no te libraba de insultos. Imagina que quedas con tu profesora Ramona mañana para tomar café y ha leído el libro. ¿Qué le dirías?

—¡Que la puta eres tú! [risas]

—¿Qué crees que te respondería?

—No entendería nada. Fue una irresponsabilidad por su parte. A ver… no me acercaría nunca a hablar con ella, pero si me pides que tenga una fantasía, le diría: la puta eres tú. Para que se desquite la niña, no yo. Para mí, como adulta, decirle ahora puta no me sirve de nada, pero a la niña seguramente le hubiera gustado [risas].

—Hay una cuestión metodológica que me llama la atención. Doris Lessing y Kate Millett, en principio, son dos autoras con poco en común: una es británica y la otra estadounidense, sus feminismos divergen en varios puntos; sin embargo, tú insistes en hablar de ambas en conjunto porque coinciden en cierta “incomodidad”. ¿Cómo llegas a esa conclusión y qué es esa incomodidad que también comparten otras autoras?

—Al principio había una nómina más amplia de autoras, y me quedé con estas dos porque para mí era instrumental para lograr que el libro fuera corto, y que yo no me enredara demasiado con los argumentos. O sea, ahí hay algo mío, para no hacer el libro excesivamente complejo y garantizarme lo que yo quería que saliera, un libro cercano y accesible. ¿Por qué estas dos en particular? Yo quería partir del estigma no como un argumento central del libro, ni como una tesis sociológica, sino como un leitmotiv, casi un punto de partida, por eso empiezo contando mi historia con esto [la profesora Ramona].

“Yo he sido estigmatizada muchas otras veces en mi vida, pero ése era un recuerdo infantil que me daba pie a elaborar ese leitmotiv. Y ellas dos porque Doris carga con el estigma de la mala madre, y Kate Millett con el estigma de la loca. Cuando hablamos de mujeres escritoras, la lista de estigmas es corta, no hay tantos, y esos dos son clave. También lo es el de la puta, y cargaron con él, porque en realidad el de la puta ocurre casi con todas las mujeres, sobre todo si hay un mínimo de libertad y de libertad sexual. Pero los otros dos estigmas los encarnaban muy bien, y habían atravesado sus experiencias vitales, como escritoras, y sus feminismos. La incomodidad deriva de cómo ellas elaboraron ese estigma”.

—Citas a Gregory Corso (en Beat Attitude, Bartleby Ediciones, 2015): “Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familias las encerraron en manicomios, se las sometía a tratamientos por electrochoque. En los años cincuenta si eras hombre podías ser un rebelde, pero si eras mujer tu familia te encerraba”. Es demoledor este testimonio sobre las mujeres de la generación beat. Creo que, en este aspecto, la psiquiatría no ha dejado de estigmatizar a la mujer, pero ha ampliado mercado medicalizando también a los hombres. ¿El feminismo puede beneficiar a los hombres?

—¡Qué pregunta más difícil! Yo creo que la relación entre feminismo y psiquiatría es complicada. Ha habido, por un lado, un aprovechamiento de la narrativa terapéutica por parte del feminismo. El feminismo exigió que se emocionalizaran las relaciones humanas en el ámbito familiar y del trabajo. De hecho, hay un feminismo muy terapéutico, incluso ahora. El eslogan “amiga, date cuenta” es para mí la manifestación más clara de esto. Es un feminismo que tiene el riesgo de ser desmovilizador porque está muy centrado en el ámbito de lo individual, de lo privado. Por otro lado, el feminismo, al aliarse con la psiquiatría, presenta un alcance emancipador limitado. Porque es verdad que hay algunas conductas femeninas que, a partir de cierto momento, se toleran, siempre y cuando se puedan categorizar. Entonces, no es que se prohíban, pero son categorizadas, y a veces eso comporta un diagnóstico. Eso es lo que le pasa a Kate Millett, que hoy sería una persona neurodivergente, pero que hace 30 años era una persona loca y, por tanto, institucionalizada, psiquiatrizada y tratada en parte contra su voluntad.

“Entonces, la alianza feminismo y psiquiatría es compleja. Con relación a los hombres… Personalmente, estoy en un momento muy anti-narrativa terapéutica. No sé si me ha influido leer a Millett, su historia, pero estoy un poco anti-psiquiatría. Además, últimamente me pasa que escucho a hombres excusar determinadas actitudes en el hecho de estar ‘tratándose’. Como ‘se están tratando’, hay que ser permisiva con ciertos comportamientos. Como decía Eva Illouz, no sé hasta qué punto la psiquiatría se ha convertido en una especie de iglesia a la que tú vas, te estás confesando… y, ‘como te han diagnosticado’, pues eres un hijo de puta, porque eres un poquito sociópata. Creo que Illouz me ha podido convencer: ella es una socióloga con un sistema sociológico, y yo la he leído prácticamente completa; me ha seducido intelectualmente y estoy en ese momento de desconfianza. Además, empezábamos hablando de la situación política en este ciclo pandémico… Pues yo no sé si hay terapia para, por ejemplo, la gente que se adhiere al populismo de ultraderecha. La solución vendrá de la política”.

—Eres española. Hace poco salió una noticia: “España registra por primera vez más nacimientos de bebés de madres solteras que de casadas”. La familia “se ha redefinido” (Illouz), y ya no pasa por el matrimonio. Al mismo tiempo, el 50 % de las familias monoparentales están en riesgo de pobreza. ¿Hemos avanzado? ¿Cómo esta redefinición de la familia beneficia o perjudica al feminismo?

—Yo creo que esta redefinición de la familia representa un avance con relación a lo que había en la época de Lessing y Millett, en la medida en que hay más modelos disponibles. La cuestión es: ¿se dan las condiciones materiales para que tú puedas optar por un modelo u otro de familia? La respuesta evidentemente es no. Las familias monomarentales, que son más habituales que las monoparentales, lo tienen dificilísimo. Por otra parte, cada vez estoy más preocupada con un feminismo que sea consciente de cuáles son las dificultades que nos afectan por razones de clase y de reparto de la riqueza. Es el feminismo que me interesa más. Creo que hay cuestiones que se han desatendido en detrimento de otras muy importantes. Ha generado debates muy hinchados, y no lo digo por la confrontación, que forma parte de la vida pública y de los movimientos sociales, sino porque restan la atención de otros asuntos que son muy relevantes también y no están siendo objeto de tanto interés. Creo que hay un feminismo muy centrado en temas de identidad sexual y que desatiende otras cuestiones, como ésta: modelos de familia, sí, pero hablemos del modelo de familia que la gente puede pagar.

—¿Qué es “el malestar que no tiene nombre”, concepto de Betty Friedan? ¿Se cura llevando una vida feminista, una de las reivindicaciones de tu libro?

—Ella hablaba de una sensación muy extendida en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial entre muchas mujeres, sobre todo de clase media y alta, pero el nombre que le da es tan acertado que es extrapolable, y todavía hoy resuena, aunque no sepamos su significado preciso. Pero creo que todas nos entendemos cuando hablamos de “esa cosa” que nos carcome y que tiene que ver con una conciencia más o menos clara de que estás haciendo las cosas en contra de tu voluntad, es decir, de que estás siguiendo un mandato y, al hacerlo, estás incurriendo en renuncias importantes, renuncias que afectan a lo que querrías hacer, o a quien tú querrías de verdad ser. Muchas veces ese malestar que no tiene nombre se concreta en forma de depresión; pasaba muchísimo en la época y sigue ocurriendo hoy en día. Muchas mujeres son diagnosticadas de depresión, cuando lo que están experimentando quizá es una tremenda soledad. Les sigue pasando a las mujeres jóvenes con la maternidad. La maternidad a veces comporta aislamiento, y el aislamiento comporta depresión. Y ese malestar que no tiene nombre, pero que cuando vas al médico te dice que es depresión, es un malestar conectado con una experiencia colectiva. El feminismo ha ayudado mucho a colectivizar ese tipo de experiencias.

Noelia Adánez.

—¿Y cómo llevamos una vida feminista?

—Yo creo que siendo consciente. La conciencia de los conflictos, las contradicciones, los dilemas. Me parece que llevar una vida feminista consiste en eso, no en seguir un decálogo de conductas o de buenas prácticas, sino en tener conciencia de cuáles son los conflictos vinculados a la existencia de las relaciones de género, y saber qué posición ocupas tú en esos conflictos y, no necesariamente actuar en consecuencia, pero actuar siendo consciente de que el lugar en el que estás depende en cierta medida de ti, pero en una medida mucho mayor de las relaciones sociales.

—Hablas del problema del feminismo cuando “se postula en nombre de una idea de la mujer que desprecia la diversidad de subjetividades e identidades que la atraviesan”. Me imagino que aquí se englobaría el rechazo que sufrió la propia Millett entre las feministas por ser lesbiana, pero ¿puedes profundizar en esta idea?

—A mí me parece que estamos o venimos de una época de debates muy nominalistas, y de mucha presencia de los feminismos en el debate público. A su vez, todo esto vino acompañado de una gran confrontación en torno a temas diversos que tienen que ver con la agenda feminista: violencia de género, derechos de las personas trans, etc. Esto ha pasado con mucha intensidad en poco tiempo, y durante esto que yo llamo “ciclo político pandémico”, porque de verdad creo que la pandemia debería estar en el centro de los análisis políticos que hacemos de los últimos cinco años y no sé por qué la ignoramos, como si fuera una plaga divina que vino y se fue, y no es verdad. Generó un montón de cambios y hubo quien pudo instrumentalizar esa situación en beneficio propio: la ultraderecha ha salido ganando, dio la batalla cultural en ese contexto.

“Probablemente, si el contexto hubiera sido otro, no habría obtenido las victorias que ha obtenido, en una situación de demolición de consensos, etc. Esto tan heavy que ha ido pasando nos ha tenido queriendo reducir todos los debates a uno que tenía que ver con las esencias: qué era ser mujer; estaba o no la identidad “mujer” amenazada por lo que sucedía dentro de los feminismos; qué es ser feminista; quién es feminista. Eso es otra cosa que se nos ha ocultado: decir quién es feminista quiere decir quién maneja [dinero], quién tiene el poder, quién está en las instituciones, quién tiene presupuestos, o sea, ese afán de patrimonializar el feminismo es puro poder.

“Entonces, hemos estado debatiendo de cuestiones muy nominalistas, y yo creo que ha llegado el momento de que nos desinteresemos de eso y veamos que los feminismos no son necesariamente una agenda, no se reducen a la capacidad de acción de una institución, están en los movimientos sociales, se expresan de maneras distintas… y de que volvamos a abrir en ese sentido la mirada. Por mi parte, yo no concibo el feminismo al margen de la cultura de los derechos humanos; no he entendido el feminismo trans-excluyente; no creo que el feminismo tenga que ver con definir un sujeto político, sino con trabajar en favor de la transformación social, y esto ha de hacerse bajo el prisma y la lógica de los derechos humanos. Espero que vayamos por esa senda; que, una vez que haya pasado esta tormenta, empecemos a dejar que el feminismo vuelva a ser esa especie de lluvia fina, ¿sabes? Que vaya calándolo todo, que aliente movimientos sociales, que aliente reivindicaciones que tienen que ver con derechos para todas, todos, y todes, y ya está. Aunque siempre va a haber una disidencia, un feminismo muy conservador, de clase media o media-alta, blanquísimo, burgués, y preocupado de cuestiones que no van a ser las de todas…”

[Entrevista publicada originalmente en La Marea; es reproducida bajo la licencia Creative Commons — CC BY-SA 3.0]
[En su página web, Galaxia Gutenberg ha puesto a disposición de los lectores un fragmento de Parentesco animal. Los feminismos incómodos de Doris Lessing y Kate Millett, en el siguiente enlace: aquí.]

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