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170 años sin Mary Shelley

Novelista, ensayista, dramaturga y biógrafa inglesa, Mary Shelley logró el reconocimiento mundial por una de las obras más famosas de la literatura occidental: Frankenstein o el moderno Prometeo (1818). Sin embargo, no fue sólo la creadora de aquella historia que marcó una época en la ficción gótica y de terror, también instaló un gran antecedente en el rol de la mujer escritora, independiente y feminista.


En el prólogo a la edición de Frankenstein de 1831, Mary Shelley, su autora, reconocía que una de las preguntas que se le hacían más a menudo era: “Cómo es posible que yo, entonces una jovencita, pudiera concebir y desarrollar una idea tan horrorosa”.

Por inaudito e increíble que parezca, más de doscientos años después algunos despistados siguen planteándose la misma cuestión, aunque ahora con una mueca condescendiente, sugiriendo que buena parte del éxito de la obra se debe a su amante y luego esposo Percy B. Shelley.

Sin embargo, como puntualizó el profesor Charles E. Robinson —máximo especialista en la obra de la escritora—: luego del estudio de los manuscritos autógrafos que se encuentran en la Bodleian Library de Oxford, se deduce que “fue Mary Shelley quien concibió y escribió la novela”.

En el prólogo de la edición citada, la autora explica cómo surgió la idea y cómo la llevó a cabo. Por sus diarios sabemos que la narración principal estaba ya trazada a finales de agosto de 1816. Mary Wollstonecraft Godwin (de casada: Mary Shelley) tenía 18 años cuando concibió la idea del estudiante que se atreve a emular a Dios.

Eso sí: echar una mirada a la vida de Mary nos da algunas pistas de cómo nació la escritora, y, desde luego, nos da algunas pistas de cómo nació esa historia de terror llamada Frankenstein

Escribir historias como pasatiempo

Nacida el 30 de agosto de 1797, en la Londres victoriana y en pleno desarrollo industrial, sus padres fueron quienes la inspiraron e incentivaron a abrazar una vida profundamente intelectual. Del lado paterno, William Godwin fue un filósofo y político que ganó cierto renombre por ser uno de los precursores del pensamiento anarquista; y del lado materno, Mary Wollstonecraft, escritora, pensadora y autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792): uno de los primeros textos de la filosofía feminista de la época. “No es extraño que siendo la hija de dos personas que han alcanzado la celebridad literaria, haya tenido desde muy pequeña deseos de escribir”, apuntó en su momento Mary Shelley.

Ilustración de Júlia Sardà para el libro Mary, que escribió Frankenstein de Linda Bailey.

Tal vez Mary no se educó como habría deseado su madre, fallecida a los 11 días del parto, pero su padre estimuló su intelecto desde primera hora. Los biógrafos sugieren que creció con más pensadores que afectos. “Se sentía sola a menudo y carente de un sentimiento de identidad familiar”, escribiría uno de ellos: James Lynn; “las relaciones con la segunda esposa de su padre eran pobres, y aunque Godwin le dio una buena educación, desatendió sus necesidades emocionales”.

El fallecimiento de su madre dejó un marca imborrable en Mary. Se dice que, desde que aprendió a leer, lo hacía con frecuencia sentada sobre la hierba al costado de la tumba de su progenitora. Y no sólo eso: la muerte se convertiría en un tema recurrente durante el resto de su vida. De adulta, sus propios embarazos también fueron trágicos: sólo logró sobrevivir un hijo de los cinco que concibió, con el también poeta Percy B. Shelley, de quien Mary tomó el apellido.

(Aquí es importante recordar algo: a los 16 años, Mary se fugó con Percy B. Shelley, un aristócrata ateo y anarquista, casado, con varios hijos y con cierta tendencia a compartir esposa con los amigos).

Gracias a la educación que le había proporcionado su padre, Mary había escuchado a los poetas lakistas en su casa, conocía bien a Wordsworth y a Coleridge, a Goethe y a Volney, y a los pilares teóricos de su obra: Alexander Pope y John Milton. Puede que Mary fuera joven, pero no era ni ignorante ni pacata. De hecho, desde niña mostró vocación literaria (“mi pasatiempo favorito era escribir historias”) y, cuando se reunió en Villa Diodati con la «Liga del Incesto» (así llamaba Robert Southey a Byron y a sus amigos los Shelley, por razones obvias), participaba en las conversaciones científicas, filosóficas y literarias como participó finalmente en el reto del infame Byron…

El reto que lo cambió todo

En 1816, cuando apenas tenía 18 años, se dice que las enormes erupciones del monte Tambora y las bajas temperaturas trastocaron el clima de ese momento. Casi no había actividades en la vía pública. Mientras tanto, había que pasar el rato. La tradición sostiene que en la casa de Lord Byron, en Ginebra, el escritor inglés le propuso a unos amigos que habían llegado de visita, un desafío literario: “¡Escribamos cada uno una historia de terror!”, dicen que dijo Lord Byron. En aquel grupo de amigos estaba Mary Shelley. También su marido, y el médico John William Polidori, a quien se le adjudica haber escrito el primer relato de vampiros. Durante varios días, los visitantes cumplieron la consigna como un simple juego. Luego, cada uno leyó su historia, una más terrorífica que la otra. Lo que no advirtieron es que entre esos relatos estaba la que se convertiría en una de las obras más celebradas de la literatura: Frankenstein. Y, claramente, Mary había sido la ganadora.

Así, el 1 de enero de 1818, casi dos años después de la estancia en el lago Lemán, se publica Frankenstein o el moderno Prometeo con una tirada de 500 ejemplares. No lleva firma. Se especula con la mano de Percy B. Shelley (que aporta correcciones al manuscrito). En la segunda edición de 1823, la escritora se identifica. En apenas tres años se realizan diez adaptaciones teatrales diferentes, y poco a poco la obra se emancipa de la autora. Sus lectores encuentran en Frankenstein lo que necesitan: terror gótico, anticipo de ciencia-ficción o un dilema ético sobre los límites de la ciencia.

“Me dediqué a pensar en una historia, una historia que rivalizara con las que nos habían entusiasmado con esta tarea. Una que hablara sobre los miedos misteriosos de nuestra naturaleza y despertara un horror emocionante, una que hiciera que el lector temiera mirar a su alrededor, que helara la sangre y acelerara los latidos del corazón. Si no lograba esto, mi historia de fantasmas sería indigna de su nombre”, expresó Mary en una carta.

Algo es cierto: Percy B. Shelley no sólo se encargó de buscar editor para la historia de Victor Frankenstein y su horrenda criatura: también corrigió y modificó la novela. A sus aportaciones ortográficas, léxicas o sintácticas —más o menos aceptables—, deben añadirse mutilaciones y reordenaciones cuyo valor es más que discutible. De hecho, al estudiar las distintas novelas tituladas «Frankenstein», los especialistas coinciden en señalar que Mary Shelley sabía perfectamente lo que se traía entre manos, aunque cediera en algunos aspectos relevantes por timidez, por juventud, por inexperiencia, por obligación social, por imposiciones maritales, o por “sugerencias” editoriales.

La propia escritora ya había intentado zanjar la polémica cuando aseguró que el papel de su marido se había limitado a la corrección y la colaboración. “No le debo a mi marido la sugerencia de ningún episodio, ni siquiera de una guía en las emociones, y, sin embargo, sin su estímulo esta historia nunca habría adquirido la forma con la cual se presentó al mundo”, escribió en 1831 en la introducción de la edición más canónica de «Frankenstein» y de la que saldrían la mayoría de traducciones y versiones posteriores.

Grabado en acero para el frontispicio de la edición revisada de 1831 de Frankenstein, publicado por Colburn y Bentley (Londres).

Final y legado

Muchos concuerdan en que Frankenstein es una gran metáfora que aborda el nacimiento como algo creativo y destructivo a la vez, una tensión entre luz y oscuridad en la que Mary Shelley exploró los rincones más tensos de su propia vida.

A partir de la publicación de la novela, la autora consiguió una fama y prestigio extraordinarios cuando ser mujer y escritora de ese tipo de historias en el Londres victoriano era poco frecuente. La vida y la muerte, el dolor y la culpa, la fe y la ciencia son los ejes que recorren su obra, en la que el doctor Víctor Frankenstein llevó adelante el increíble experimento de crear vida. Pero luego no todo es lo que parece y todo se vuelve una cacería entre creado y creador. Hoy, a más de 200 años de su publicación, continúa formando parte de los clásicos para leer entre las distintas generaciones de lectores.

Mary escribió otras cuatro novelas, varios libros de viajes, artículos biográficos, relatos y poemas, aunque no volvió a cosechar el éxito que obtuvo con su primer libro. Algunos de sus títulos son: Valperga (novela histórica), El último hombre (en donde imaginó un mundo devastado por una plaga), Caminatas en Alemania e Italia (libro de viajes), además de Lodore y Falkner, textos en los que incorporó muchos elementos autobiográficos, como la relación con su padre.

También abordó temáticas feministas —herencia intelectual de su madre— con las que expuso el rol de la mujer en la sociedad inglesa. (Y no era para menos: en 1792, tras el éxito de un ensayo en defensa de la Revolución Francesa, Mary Wollstonecraft —su madre— publicaba Vindicación de los derechos de las mujeres, donde exigía la educación para las niñas: “Para hacer el contrato social verdaderamente equitativo, y con el fin de extender aquellos principios esclarecedores que solo pueden mejorar el destino del hombre, debe permitirse a las mujeres encontrar su virtud en el conocimiento, lo que es apenas posible a menos que sean educadas mediante las mismas actividades que los hombres”. Se considera el primer tratado feminista, en paralelo a la Declaración Universal de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana redactada por la francesa Olympe de Gouges, decapitada en París por querer llevar los derechos humanos demasiado lejos).

Mary Shelley definió con profesionalismo y dedicación la figura de la escritora profesional, convirtiéndose en una redactora todo terreno que escribió para vivir y vivió para escribir. Murió hace 170 años, el 1 de febrero de 1851 en Londres, a causa de un tumor cerebral. Con 53 años, Mary Shelley pasaba a la inmortalidad…

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