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Homenaje a Emiliano González

A un año de su fallecimiento...

Abril, 2022

Marzo lo vio llegar a este mundo, en 1955, y marzo lo vio marcharse a otros mundos posibles, en 2021. Poeta, ensayista y narrador, Emiliano González era considerado pilar de la literatura fantástica mexicana. Hace un par semanas, a finales de marzo de 2022, un grupo de amigos y seguidores le organizaron un homenaje (como recordatorio del primer aniversario de su fallecimiento). Entre los ahí reunidos estuvo Vicente Francisco Torres (ensayista, narrador y profesor-investigador en la UAM-Azcapotzalco). Estas fueron sus palabras dedicadas al autor de Los sueños de la Bella Durmiente…

El 25 de marzo del presente 2022, como recordatorio del primer aniversario del fallecimiento del escritor Emiliano González, nacido en 1955, su esposa Beatriz Álvarez Klein y un grupo de amigos y seguidores, agrupados en la revista digital Penumbria, organizaron un homenaje al que tuvieron a bien invitarme por el pequeño mérito de que hace 31 años advertí su calidad de cuentista y antólogo, hecho que me llevó a preparar, con la obra que Emiliano había publicado hasta el momento, el número 84 de la serie Material de Lectura de la UNAM. Me conecté en zoom con un guión que expongo en seguida.

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Alguna vez el gran Isaac Bashevis Singer afirmó que el verdadero escritor tiene su casa y siempre permanece o regresa a ella, sin andar tratando los asuntos más ajenos a su persona e intereses. Cuando en 1991 leí con fascinación Miedo en castellano (Editorial Samo, 1973), Los sueños de la bella durmiente (Editorial Joaquín Mortiz, 1978), Almas visionarias(Fondo de Cultura Económica, 1987), La habitación secreta (Cuadernos de la Gaceta del Fondo de Cultura Económica, 1988), El libro de lo insólito, Fondo de Cultura Económica, 1989) y Casa de horror y de magia (Editorial Joaquín Mortiz, 1989) supuse que el autor viviría no en un castillo, como el escenario de los románticos europeos, sino en una casona de aires góticos misma que años después crearía Leonora Carrington para ubicar “Conejos blancos”. Recordemos que como Edgar Allan Poe —uno de los maestros fundamentales de Emiliano— no encontró en nuestro continente castillos medievales, recurrió a las casonas misteriosas.

Después de leer sus libros mencionados, imaginé la morada de nuestro autor llena de vitrales, áticos y ventanas ovales que daban siempre al horror, lo fantástico, lo decadente, lo mágico, lo escatológico, lo feérico, el erotismo, el onirismo, el esoterismo, el misticismo, el éxtasis y la pintura prerrafaelista. A lo lejos, por los valles, transitarían los escritores modernistas hispanoamericanos detrás de los aires que entonaba Joris-Karl Huysmans en un caramillo.

La única vez que vi a Emiliano y a Beatriz advertí que el escenario donde transcurrían sus días no traicionaba el espíritu de la obra de ambos: era un chalet que estaba en medio de un bosque. Esta impresión no la pude olvidar con el paso del tiempo porque, cuando un exalumno que estudia literatura mexicana en la Universidad de Guadalajara me pidió información sobre este autor tan poco leído en México, lo único que acerté a expresar fue el recuerdo de ese chalet y ese bosque. Beatriz me comentó, recientemente, que sí vivían en una casa como la que yo recordaba pero que el bosque fue devorado por la mancha urbana. Dije líneas arriba que Emiliano ha sido poco leído pero el hecho de que sus seguidores de hoy sean en su mayoría jóvenes resulta muy importante porque han crecido en parámetros nuevos y más amplios. Uno de sus pocos lectores de antaño, que lo valoró cabalmente, fue Rafael Llopis, autor del clásico Historia natural de los cuentos de miedo (Ediciones Júcar, Madrid, 1974).

Portada de la revista Penumbria dedicada a Emiliano González.

Su primer libro, Miedo en castellano (Editorial Samo, 1973) fue una antología excepcional en un joven que, a los 18 años, frecuentaba el horror y lo fantástico pero, ante todo, había construido esa muestra con una bibliografía privilegiada, con autores como Manuel Peyrou, Virgilio Piñera, Alfonso Hernández Catá, H. A. Murena, Antón Arrufat y Manuel Mújica Láinez. Toda proporción guardada, llegué a pensar que Miedo en castellano complementaba la célebre Antología de la literatura fantástica que, en 1940, prepararon Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges. Más tarde supe que Emiliano era hijo único del matrimonio formado por Enrique González Pedrero y la escritora cubana Julieta Campos. Esto explicaba la presencia en la antología de varios autores cuyos libros eran muy difíciles de conseguir y que seguro estaban en la biblioteca de la autora de Muerte por agua (1965).

Si contemplamos a la distancia su biografía y su bibliografía —Historia mágica de la literatura (2007), Ensayos (2009)…— podemos concluir que Emiliano González se dio el lujo de vivir en el mundo que eligió. Una torre de marfil inmersa en la escritura sagrada que, en sus palabras, es la única capaz de reflejar el mundo interior de cada poeta. La obra literaria, creía, es el mundo más intenso.

Su obra se difundía poco y eso no tenía importancia para quien, pudiendo tener homenajes y cargos públicos, vivía encerrado en su mundo crepuscular, para no estropear la solidez de su universo literario del que salía apenas para hacer dibujos y caricaturas, o para entregarse a un collage de imágenes alucinantes, siempre señoreadas por el erotismo. Desdeñó la realidad en beneficio de la ficción.

Los sueños de la bella durmiente, su primer libro de creación, fue reeditado en 2021 por la editorial Random House. Tuvieron que pasar 43 años para que este volumen volviera a librerías. En él cristalizó el aprendizaje llevado a cabo no sólo en la literatura fantástica, sino en los decadentes europeos, en los modernistas americanos y en una figura singular, americana y universal: Jorge Luis Borges. Cuando apareció por primera vez este libro fue imposible no pensar en los textos publicados por Rubén Darío en su libro Los raros. Eran historias escatológicas y delirantes guiadas por la mano enjoyada de Huysmas. La figura tutelar de Rubén Darío estaba presente también en otro rasgo formal y cualitativo: la reunión en un mismo libro de prosa y verso, ambos con la misma calidad expresiva.

[Vicente Francisco Torres: ensayista y narrador. Profesor-investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco]

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