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Sergio Cárdenas y la propia manera de oír el mundo

Director de orquesta, compositor y escritor, el maestro Sergio Cárdenas (Ciudad Victoria, Tamaulipas, 1951) acaba de publicar La propia manera de oír el mundo / Textos diversos, un libro editado por él mismo (y que sólo es posible, por ahora, conseguir en línea) en el que, hay que advertirlo, no pretende en modo alguno ilustrar o explicar tal o cual fenómeno musical. En este volumen, como apunta el propio Cárdenas, sólo pretende documentar vivencias y revelaciones que el ejercicio de la música le ha permitido. Por ejemplo, posturas que el encuentro con algunos compositores que son un hito en el devenir musical le han generado; o su relación ante el árbol frondoso de la música mexicana de concierto o música artística de México; pero también lo que la música ha hecho con él o provocado en él, sus actitudes ante el ejercicio de políticas culturales o las relacionadas con el ejercicio pedagógico. Porque, en efecto, nada en la vida de Sergio Cárdenas está separado de la música. El siguiente texto (cuya esencia sirvió para la presentación virtual, por parte de su autora, del volumen del maestro Cárdenas en una actividad coordinada por el Museo de la Ciudad de Querétaro hace unos días), es una invitación, como dice Patricia Roitman Genoud, a leer La propia manera de oír el mundo como una forma de oír la música.


Patricia Roitman Genoud


Entre tantos pasajes en los que me detuve al estar oyendo el mundo que Sergio Cárdenas nos comparte en su más reciente libro —ese mundo que tiene una singularidad rítmica por vívida, ese mundo que tiene una sonoridad honesta por generosa—, entre tantos pasajes en lo que me detuve subrayé una pregunta que mi querido amigo y maestro Sergio Cárdenas formula al final del texto intitulado “¿Qué es eso de ‘¡Compón bonito!’?”. La pregunta dice: “¿Qué espera uno, pues, de la música?”.

La espera requiere reflexión, pero, además, sosiego, paciencia. La espera es algo que no puede responderse, pero quizás, sí, ejecutarse. Ejercerse. Practicarse. Esta cualidad, cuyo ascendente valoro, puede ayudarnos a comprender la espera en su proceso. Me explico. Como la transeúnte que fui en mis primeros años de vida en Querétaro, a donde llegué oriunda del Cono Sur, este nuevo territorio resultaba, para la jovencita que era en los noventa, si no extraño, sí distante. Sin embargo, al recorrer la ciudad preguntándome sobre ella, o acerca de yo en ella, se fue volviendo para mí y muchos otros amigos, compañeros y colegas, gracias a Sergio Cárdenas, una declinación de la espera: se volvió esperanza.

Entonces, desde esta ciudad (con sus andadores llenos de bugambilias, con su cantera rosa y esa sensación que da la humedecida vereda del verano), agradezco en este 2020 tan insospechado, que Sergio Cárdenas haya estado aquí, en aquellos años, alentando con su batuta la espera esperanzada de los encuentros que sigue propiciando hoy su escritura (como relato y música), su estar en el mundo; ese estar que nos sigue dando luz, un sentido, un camino, como queda claro en las páginas de La propia manera de oír el mundo / Textos Diversos, un volumen compuesto por 325 páginas, distribuidas en cinco capítulos, en las que el lector encontrará diversos relatos de este compositor y director de orquesta cuya trayectoria data de más de 50 años.

Es un libro que, entre otras, despierta, evoca, recuerda, dice, anuncia. En ese sentido, es una obra equiparable quizás a la música. Pero su sonoridad está dada, como es este caso, por la presencia de quien escribe en forma de narrador que interroga, que cuenta con humildad su experiencia con/por/desde la música. También del maestro que enseña, que investiga que comparte.

El libro es un viaje desde Alemania a Tamaulipas (sitio donde nació en 1951), y viceversa, pasando por El Cairo, Viena, Querétaro, Oaxaca y una vasta geografía que no repara tanto en lugares como en personas, como en mundos por conocer. Director de orquestas nacionales e internacionales (Sinfónica de la Universidad de Música Mozarteum, de Salzburgo, Austria (1975-1979); Sinfónica Nacional (1979-1984); Filarmónica del Bajío / Filarmónica de Querétaro (1986-1997); Sinfónica de El Cairo (2003-2004); y Sinfónica Estanislao Mejía de la Facultad de Música-UNAM), Sergio Cárdenas se da a la tarea de sistematizar, en forma de libro, breves recuentos en los que nos narra su experiencia en el mundo de la música: como joven estudiante, como joven director de orquesta en Alemania, como consagrado director y como maestro cuando muestra sus disertaciones filosóficas respecto de la música como fenomenología.

En La propia manera de oír el mundo, el maestro Cárdenas nos comparte un mundo que desde el título invita a pensarnos en otras formas de oír la música, como posible mundo, precisamente, como posibles otros. Y al escuchar los relatos que se leen, se genera en el cuerpo la sensación elocuente de la música a la cual siempre, como alumna, me invitó. Recuerdo al maestro Sergio Cárdenas decirnos que la música está compuesta de sonido y de silencio, en esos silencios hay pausas necesarias que nos conducen a contemplar oyendo, mientras escuchamos.

El director de orquesta y escritor, Sergio Cárdenas, junto a la portada de su reciente libro.

Oír es implicarse cuando se interviene en el mundo para escucharnos mejor. En ese sentido, este libro hay que oírlo para leer su música, sumergirnos en las provocaciones e interpretar el don de la escucha, tan olvidado. Dialogar, hoy, es seguir en la música, y estar cantando de otras formas (¡menos ma!), entonando, tratando de ¡dar la nota!, implicándonos con este tránsito parecido a una navegación que sabotea la inmovilidad de la pandemia. El maestro Sergio Cárdenas insiste en varios pasajes sobre las vibraciones corporales, la presión arterial como latencia de lo intraducible, por ejemplo.

De esta forma, el cuerpo vive no sólo si se lee, sino que el libro es una especie de sugerencia permanente a conocer más, a escuchar lo que es señalado prolijamente en las direcciones de YouTube que el autor transcribe para que escuchemos su mundo, su propia forma de oírlo. Entonces, parece un juego de símbolos que, entrelazados por el mundo de lo tecnológico (en todas sus expresiones), moviliza.

Literalmente, mientras leía imaginaba algunos pasajes de algunas obras que menciona junto con la invitación a conocerlas… Los audífonos y el YouTube dictaron algunos pasos para el ejercicio del espíritu, también para el que alimenta el recuerdo tan singular, de fuerza y entrega, que tuve el honor de experimentar en los ensayos en el Quéretaro de la década de 1990… ¡Jamás se me olvidará su mirada! Gracias a este recuerdo puedo decir, por ejemplo, que conocí (como si alguien me hubiese presentado a alguien) la música como esperanza, porque había un lugar en ese Querétaro (que entonces, como he dicho, se me presentaba inhóspito) al que podía acudir; había un lugar porque comencé a sentarme en los ensayos en el Auditorio Josefa Ortíz de Dominguez. Podría decir, sin ningún riesgo a exagerar, que la música no sólo me atrapó, sino que me contuvo, dio sentido. Y tuve la fortuna de hacerlo a través de ver dirigir, y luego también de ser dirigida, guiada, enseñada, por Sergio Cárdenas. Puedo decir, que así me he vuelto a sentir cuando leo sus relatos: guiada, con su pasión puesta en ellos, en donde nuestro maestro nos sigue compartiendo.

Por ello tampoco exagero si menciono que, en este caso, los exilios son contenidos gracias a la música. Incluso uno puede recurrir a ella sin sonido, siempre con pausa, tarareando. Pero es justo eso lo que no es posible traducir; algo que marca el primer relato de su libro.  Me imagino a Walter Benjamin leyendo en sus múltiples exilios, recurriendo a ella, a la música, como un refugio que permite que el cuerpo vibre. Es tan fuerte entonces esto que se produce que las sensaciones son intraducibles porque es lo materno, una lengua que tiene un lugar propio y desde el cual todos podemos sentir menos orfandad. El libro es una especie del cuidado procurado, creado en, seguramente, tantas esperas. Por ello nos dice Cárdenas que la música no es extranjera, radica en el corazón; en ella hay espontaneidad, precisión, naturalidad y contundencia.

Entonces la traducción es inútil, pero intentamos una y otra vez lo inútil como esa forma inasible de los días, de la existencia que jamás será traducción, sino experiencia: “Oír hacia dentro del sonido”, como le enseñó su maestro Sergiu Celibidache; si escuchas el sonido hacia adentro todo se pone en su lugar. Entonces, me imagino que el exilio es un lugar sin música hacia afuera, pero sí hacia adentro en donde cabe todo. En donde el mundo se inventa. En donde yace la palabra impronunciable pero decible en otras lenguas. Entonces el exilio se diluye.  

La arteria que palpita, la congoja en la panza… como una verdad allí. Escuchar para oír otra forma de mundo, por fuera de este que inventamos, mejor ese propio que no lo es tanto, generoso por hospitalario. Y allí está envuelto como un regalo para todos, para ser oído y no leído, o ambas. Que se invente un mundo para oírle y que al hacerlo renazca un mundo, esa fuerza materna, eso es lo que Sergio Cárdenas logra.

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