Artículos

Un siglo de Ida Vitale

La poeta, traductora y crítica literaria uruguaya cumple 100 años; “No lo merezco. Y además, llueve”, dijo a los que se congregaron en la cinemateca de Montevideo el día de su cumpleaños

Noviembre, 2023

Para fortuna de ella, pero, sobre todo, para fortuna del buen lector, en los últimos años el nombre de Ida Vitale ha ido unido a varios de los premios más importantes de la literatura de Hispanoamérica, lo que ha provocado que se revitalice la obra y la figura de esta mujer uruguaya, uno de los grandes nombres de la poesía en lengua española; la avalancha de justos reconocimientos incluye: el Reina Sofía (en 2015), el Federico García Lorca (en 2016), el Max Jacob (en 2017), el Premio FIL de Guadalajara (en 2018), el Miguel de Cervantes (también en 2018) y en su natal país el Gran Premio Nacional a la Labor intelectual (en 2021). En este 2023, la celebración llega a la escritora por otro lado: en lo que llevamos de este año, varios centenarios de ilustres personajes se han conmemorado, tanto de los que nacieron en 1923 como de los que fallecieron en dicho año. Pocas ocasiones tenemos, sin embargo, de celebrar el centésimo cumpleaños de alguien que sigue entre nosotros después de un siglo. Y eso sucede con la uruguaya Ida Vitale. Preparamos este dossier para festejar a la poeta, traductora, ensayista, profesora y crítica literaria.


Ida Vitale, la poeta que pone entre paréntesis la realidad, cumple cien años

Isabel Navarro


Ser poeta y cumplir cien años es una extravagancia. El antipoeta chileno Nicanor Parra, siempre a la contra, llegó a cumplir los 103, pero a la gran mayoría de escritores se les celebran los siglos con fastos póstumos y ventriloquías interesadas. Es decir, en ausencia. No es el caso de Ida Vitale (Montevideo, 1923), que en la noche del 2 de noviembre acudió en excelente forma a la cinemateca de su ciudad, donde se iba a proyectar un documental sobre su vida, a apagar las velas de su centésimo cumpleaños: “Gracias a los dementes que organizaron esto y a los dementes que vinieron. No lo merezco. Y además, llueve”, dijo la poeta, con su tono alegre e irónico de siempre, ante un público heterogéneo, espontáneo y mojado, que se agolpaba en las escaleras y abarcaba desde trabajadores manuales a catedráticos de universidad, y que da fe tanto de la excepcionalidad del lector medio de este pequeño país de gran literatura, como de la propia Vitale.

Agasajada por los premios más importantes de la literatura en español en los últimos años (el Cervantes en 2018, el Internacional de Poesía Federico García Lorca en 2016, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2015), Ida Vitale pertenece cronológicamente a la generación del 45, una época de esplendor económico y cultural en el cono sur donde se incluye a Juan Carlos Onetti, Idea Vilariño y Mario Benedetti. Sin embargo, pronto se distanció de los postulados estéticos de sus coetáneos —es decir, de rasgos como la confesionalidad, los temas urbanos, la política y el exteriorismo, que es como se conoce a la poesía narrativa y anecdótica que se fija en la vida real— para mirar hacia la naturaleza y trazar una poética minuciosa, precisa y esencialista que hace de las limitaciones del lenguaje su ilimitado campo de juego. Una búsqueda poética que sintetiza muy bien en su poema Ecuación, de 2017, cuando dice: “Ármase un poema en la boca del lobo/ y la palabra muerde”.

Hija de maestros de clase media, Vitale fue alumna de José Bergamín, que fue su profesor en la Facultad de Humanidades y Ciencias en Montevideo a finales de los años cuarenta y también conoció a Juan Ramón Jiménez, del que sigue siendo devota: “De Juan Ramón me impresionó que le dieran un libro para que lo firmara y se dedicara a corregir los poemas. Decía que un poema hay que escribirlo y guardarlo hasta que a uno se le olvide. Yo lo he seguido en la medida de lo posible”, dijo en una entrevista con El País en 2015.

Ida Vitale tal vez militase en la palabra pura de Juan Ramón, pero nunca lo hizo en un partido político; sin embargo, cuando en 1974 la policía entró en su casa buscando a su hija Amparo —fruto del matrimonio con el crítico Ángel Rama, del que se había separado—, la poeta tomó el camino del exilio huyendo del terror de la dictadura cívico-militar. Ya con 50 años y junto a su segundo marido, el también escritor Enrique Fierro, se instaló en México. Allí entabló amistad con Octavio Paz, quien la integró en el comité asesor de la revista Vuelta, y vivió una especie de segunda juventud como intelectual, traductora, docente y periodista, de la que da testimonio en Shakespeare Palace, el libro de memorias que publicó Lumen en 2019.

La poeta siempre se ha mostrado especialmente agradecida a la generosa acogida que le propició este país, donde vivió 11 años, aunque eso no significa que el exilio haya sido fácil para ella, como reconoce en su poema Aclimatación: “Primero te retraes,/te agostas,/ pierdes alma en lo seco,/ en lo que no comprendes,/ intentas llegar al agua de la vida,/ alumbrar una membrana/ mínima,/ una hoja pequeña./ No soñar flores”.

Tras la restauración de la democracia, ella y Ángel Fierro regresaron brevemente al país sudamericano antes de mudarse a Austin (Texas), donde él fue invitado como profesor y que acabaría siendo su residencia durante tres décadas. Allí vivieron hasta 2016, cuando falleció Fierro y la poeta decidió regresar definitivamente a Montevideo.

De ese periodo en Estados Unidos recuerda el profesor de la Universidad de Chicago Mauricio Tenorio Trillo un episodio recogido en Ida Vitale, palabras que me cantan, el libro homenaje a la poeta publicado por la Universidad de Alcalá con motivo del premio Cervantes: “Una noche cenamos Ida, Enrique, Adam Zagajewski y yo en Chicago. La cena transcurre en ironía y desparpajo. Adam me dice: Ida se parece mucho a Szymborska. Me emociono, me entran ganas de largar algo sesudo. Pensaba entonces y sigo pensando en poesía como conocimiento y de ahí Szymborska y Vitale, y por eso en la cena quiero traer a cuento a Szymborska, a su ‘isla, la de la certeza, donde crece el árbol de la correcta conjetura’ (…) Algo así quiero decir pero Ida interrumpe —¿cuándo no?— y suelta eso de que: ‘Adam, a determinada edad todas nos parecemos a Szymborska’”.

También la profesora María José Bruña, especialista en su obra, responsable de la antología Todo de pronto es nada y editora de Vértigo y desvelo: Dimensiones de la creación de Ida Vitale (Universidad de Salamanca), la ha acompañado en ocasiones y recuerda que “lo que más disfruta Ida son las invitaciones lejos de los espacios institucionales como paraninfos o aulas magnas. Se deleita como una niña en el campo, rodeada por encinas, robles, olivos, jilgueros y gorriones. Cuando recibió el Reina Sofía de la Universidad de Salamanca lo que más le entusiasmó fue la visita a un pequeño pueblo enclavado en un paraje natural, Juzbado, con un roble centenario y un río, donde leyó para una multitud que llenaba la plaza, además de los perros y los gatos que se acercaban”. Bruña recuerda además una cita del libro de Ida Vitale De plantas y animales (Paidós, 2003) para destacar que uno de los rasgos fundamentales de su poética es su capacidad infinita de asombro: “Un niño extrae a la larga más y mejores modos de diversión de una lupa que de un triciclo. De su atención detenida, de su naciente curiosidad nacen muchas cosas: para empezar, su propia intimidad. Yo diría que en ella renace la civilización”.

Ida Vitale en una imagen de este año, el XXVI Festival de Cine en Español de Málaga. / Foto: Jorge Zapata (elDiario.es)

A lo que añade que “siempre es interesante comprobar cómo una autora que escribe una poesía hasta cierto punto hermética y nada complaciente, parte siempre de la pura materia, es decir, de los objetos y de los seres vivos, sean plantas o animales”.

Ida Vitale ha cumplido cien años y alguna vez ha dicho que a lo largo de su vida nunca se le ha muerto una planta. Atenta en su poética con todo lo sintiente y viviente, cuando le anunciaron que había ganado el Cervantes contó que la habían pillado regando las plantas de su piso en el barrio Malvín, a pocos metros del Río de La Plata.

Frente a los jóvenes cadáveres de la literatura como Sylvia Plath (30), Keats (25), Rimbaud (37), o los de otras poetas uruguayas que ahora empiezan a leerse apasionadamente en clave feminista como Idea Vilariño (89) y Marosa di Giorgio (72), que Ida Vitale haya cumplido un siglo y siga regando plantas, elipsis y poemas es una noticia feliz para sus lectores y para los que todavía no lo son (pero deberían serlo), aunque se dé la paradoja de que el fetichismo del cien se deba (solamente) a una cosmogonía instalada en un sistema decimal definido por nuestras dos manos, las mismas que levantamos para rendirnos o para decir el asombro, en el que nos seguirá entrenando la poética de Ida Vitale de aquí a los próximos cien años. (Fuente: elDiario.es).


▪️◾▪️



La poesía de Ida Vitale está en permanente diálogo con la literatura universal

Amal Guzmán Conesa Erragbaoui / Josefa Fernández Zambudio


La poeta centenaria Ida Vitale (Montevideo, 1923) es la última representante viva de la generación del 45, grupo literario uruguayo en el que se encontraba también Mario Benedetti.

En 2018 recibiría el premio Cervantes en reconocimiento a una trayectoria poética que empezó en 1949 y que ha continuado hasta nuestros días, caracterizada por una concepción universal de la literatura. Para ella, ésta no tiene por qué limitarse a una lengua, a un tiempo ni a un territorio concretos.

Esto entronca con una de las ideas fundamentales de la literatura: la intertextualidad.

La intertextualidad es, esencialmente, el diálogo que se produce entre las distintas literaturas, entre las distintas obras. Todo texto es, en realidad, una conversación con otro texto. Por tanto, la literatura consiste en la absorción y transformación de textos previos.

Esta idea nos remite al viejo tópico “nada nuevo bajo el sol” y, en efecto, a problematizar el concepto de originalidad. Si la literatura se crea desde sí misma, si ya todo ha sido dicho, ¿es posible ser original?

Esto se planteará Vitale desde el inicio de su trayectoria, y de hecho, lo verbaliza en su poema “Canon” (1953):

Ya todo ha sido dicho
y un resplandor de siglos
lo defiende del eco.

En este mismo poema se preguntará si es posible decir algo de forma:

nueva, extrema, mía
bajo un nombre hasta ahora inadvertido,
y único y necesario.

Su conclusión será que hacer literatura consiste en “jardines vueltos polvo, y de nuevo levantados”. Así, para Vitale si bien todo ha sido dicho, todo ha de volver a decirse. La intertextualidad, por tanto, actuaría como método para volver a levantar los jardines de la Literatura. Vitale encierra en una “cifra nueva, extrema y suya” motivos que han acompañado, a través del “resplandor de los siglos”, a la tradición literaria.

Las mujeres que tejen en Ida Vitale

En el diálogo con otros textos, Ida Vitale se ocupa de la tradición de la mitología grecolatina. La escritura femenina se convierte en una labor que se representa con la mujer que teje. La poeta teje y desteje sus poemas, revisándolos y reescribiéndolos. En esa decisión se asimila con Penélope, la esposa de Ulises.

Como símbolo de su fidelidad, Penélope inventa una manera de evitar volver a casarse. Pacta con los pretendientes que escogerá a alguno tras tejer el sudario con el que enterrarán a su suegro, pero por las noches desteje todo lo que ha hecho durante el día.

Con este ardid, Penélope es fiel a su marido durante los 20 años que tarda en volver a Ítaca: pelea durante una década en la guerra de Troya y luego tarda otra en realizar el viaje de vuelta a casa. La tradición convierte a Penélope en la esposa perfecta, porque su amor sostiene su paciencia.

Pero ¿qué piensa Penélope mientras espera? ¿Qué siente en su reencuentro con su marido después de 20 años? Ida Vitale se dirige a la fiel tejedora en “La grieta en el aire” (1998), uno de sus poemas más conocidos. En él, otorga a la esposa el protagonismo que la tradición le había negado.

Tejes la muerte, el canto,
Penélope que sabes a ciegas
del periplo
y la ruta sin gloria
(…)
retírate
al dibujo difícil de tu tela asesina.
Olvídate del canto.

La tela, que podría ser una escritura o una reescritura de las aventuras, reescribe no la supuesta brillantez de los héroes, sino la muerte. Penélope es protagonista, es sabia y es conocedora de lo que sucede. Aunque calla, construye la muerte.

Coser es también la función de la protagonista de “Obligaciones diarias” (1960), que remite a Ariadna. Si la princesa había liberado del laberinto a Teseo, que la abandonó, aquí Ida Vitale nos presenta a una tejedora que no debe pensar:

Pasa, por esta misma aguja enhebradora,
tarde tras tarde,
entre una tela y otra,
el agridulce sueño,
las porciones de cielo destrozado.
Y que siempre entre manos un ovillo
interminable se devane
como en las vueltas de otro laberinto.
Pero no pienses,
no procures,
teje.

Cuando Ida Vitale utiliza la mitología grecolatina, no busca el deslumbramiento de sus lectores, sino que toma los personajes y sus historias asociadas para apropiárselos. Por eso, Penélope y Ariadna son familiares, cercanas, podrían ser cualquiera de las mujeres que todos conocemos.

Actos de conciliación

En la poesía de Vitale existirá una forma concreta de diálogos intertextuales, a los que llamamos actos de conciliación. En estos poemas Vitale escribirá un poema nuevo a partir de un verso de otros autores.

De esta forma se manifiesta que, aún diciendo lo mismo, el significado cambia al cambiar el contexto en el que se dice. Para Vitale supondrá, a su vez, la oportunidad de homenajear y dialogar con aquellos autores a los que admira.

Esta fórmula la acompañará a lo largo de toda su trayectoria. Así, establecerá diálogos intertextuales con autores como Stéphane Mallarmé, Constantino Cavafis o Paul Celan.

Un ejemplo de esta forma de hacer poesía lo encontramos en el poema “Laureles” (1998). En él dialogará con el romántico francés Théodore de Banville (1823-1891) partiendo de su poema “No iremos más al bosque”.

Banville propondrá una estructura circular, que comienza y acaba con el mismo verso. En él, rememorará el bosque como un espacio ideal arrebatado:

No iremos más al bosque, cortaron los laureles,
los amores y náyades de las claras cascadas
ven cómo brilla el sol en sus limpios cristales,
las ondas van vertiendo sus copas encantadas.
Cortaron los laureles, y los ciervos del bosque
huyen al escuchar los cuernos de la caza.
No iremos, pues, allí en donde tiempos pasados
corrían en sus juegos los niños en bandadas,
entre lirios de plata que rociaba el cielo.
Ya está el bosque talado y la hierba segada…
No iremos más al bosque, cortaron los laureles.

Vitale tomará este verso para convertirlo en el leitmotiv de su poema. Desarrollará así el mismo tema que Banville, pero actualizándolo y adaptándolo a su siglo, doscientos años después:

No iremos más al bosque,
cortaron los laureles,
cortaron los cipreses,
los álamos, los robles
las civiles palmeras,
la atinada araucaria,
el pino, el eucalipto
después de escarmentarlos.
No iremos más al bosque,
en ningún lado, ¿a dónde?,
si el desierto prospera
más que la mala hierba.
Cortaron los laureles
el aire, la esperanza,
cortaron lo posible:
cortaron lo cortable,
las nubes en lo alto,
los ríos a sus pies.
Nuestra muerte madura
con la muerte del pez.

Vitale entronca aquí con la ecopoesía, que abordan autoras como Claribel Alegría. Refleja así un claro mensaje contra el ecocidio en los versos finales. De este modo, dialoga con Banville para ampliar y actualizar el tema de su poema. Mientras que en el siglo XIX, para Banville, cortar los laureles significaba perder un lugar de ocio y recreo, para Vitale, en el siglo XXI, cortar los laureles supondrá la muerte de su especie.

Pero este tipo de diálogo no se cierra únicamente a otros poemas. Estos actos de conciliación se producirán también con filósofos, de los que tomará conceptos o ideas clave para dialogar con ellas.

Es el caso del poema “Agradecimiento”, en el que dialogará con el alemán Peter Sloterdijk y su “metafísico animal de la ausencia”, actualizando así sus reflexiones en torno a la necesidad de ausentarse para poder estar presente en el mundo. Este diálogo se producirá también en “Sanminiato”, esta vez con el filósofo clásico Platón:

no hay defecto en las cosas celestes
ni una mezquina envidia
que haga que los dioses se avergüencen
de presentarse ante nosotros.

Volvemos así, con Platón y los dioses, al origen. Ida Vitale renovará la tradición literaria a través de los mitos y actos de conciliación gracias a su concepción universal de la literatura. Para ella, la literatura nunca termina, sino que adquiere nuevos significados para nuevos contextos. (Fuente: The Conversation).


▪️◾▪️



Ida Vitale y su fascinación con plantas y animales

María José Bruña Bragado


La escritora uruguaya Ida Vitale (1923), perteneciente a la Generación del 45 junto a nombres como los de Amanda Berenguer, Mario Benedetti, Carlos Maggi, Ángel Rama, Idea Vilariño o Sarandy Cabrera, manifiesta que su fascinación por la botánica, la zoología y la biología se remonta a la infancia, que siempre es el comienzo de la curiosidad por todo.

Hereda tal afición de una tía que lleva el mismo nombre de la poeta y que le inculca la pasión erudita por la naturaleza. En efecto, Ida, bióloga, le regala docenas de cajitas con criaturas animales y vegetales que deleitan y asombran a la niña, hoy centenaria, para siempre.

Disfrute de plantas y animales

Es interesante comprobar cómo una autora que escribe una poesía hasta cierto punto hermética, difícil, conceptual, nada complaciente, parte siempre de la pura materia, de los objetos y de los seres vivos, sean plantas, sean animales. En su trabajo “Árboles y pájaros. Ida Vitale y la palabra muda”, Ana Inés Larre Borges afirma que las criaturas y la naturaleza pueblan ese lenguaje poético porque su capacidad de observación del entorno le hace penetrar de manera profunda en la esencia de las cosas y los seres. “Nunca se me murió una planta”, confiesa, con su particular e inteligente sentido del humor.

Sus libros De plantas y animales y Léxico de afinidades dan buena cuenta de ello. Zorros, lobos, cigüeñas, vacas, perros, caballos, gatos y un sinfín de aves, desde el teru teru al colibrí, la alondra, la urraca, pero también reptiles como las serpientes, sapos y ranas, sin olvidar los grillos, escorpiones o mariposas, se multiplican en sus versos. Y flores o árboles, desde el helecho al crisantemo, de la dalia a la rosa, del eucalipto al plátano, la palmera, el tilo y el sauce.

Para la escritora, la ignorancia contemporánea consiste en no distinguir un roble de una encina, un ombú de un ceibo o un mirlo de un sinsonte (el equivalente al ruiseñor, pero del lado americano y pájaro central en su obra por lo musical).

Veamos un poema que da muestra de lo que venimos diciendo. “Otoño” se detiene en un gesto simple: en cómo un perro interrumpe la inspiración y la escritura.

Otoño, perro
de cariñosa pata impertinente,
mueve las hojas de los libros.
Reclama que se atienda
las fascinantes suyas,
que en vano pasan del verde
al oro al rojo al púrpura.
Como en la distracción,
la palabra precisa
que pierdes para siempre.

Leer en la naturaleza

Hildegard von Bingen, consejera, abadesa y mística, compositora también, se aplicó en el siglo XII a escribir de materias varias y sobre todo a describir con particular realismo y en lengua vulgar a humanos y animales en libros como Physica o Liber simplicis medicinae.

Al igual que ella, la pasión de Ida se vuelca, como cuenta en su libro Léxico de afinidades, en “bayas, agallas, muestras de maíz pisingallo, crisálidas, himenópteros, lepidópteros, una estrella y un caballito marinos, un nido de colibrí, piedras que me encantaban por sus colores, brillos o dibujos o por sus nombres, como el feldespato o el oropimente”. Su libro De plantas y animales es otro homenaje a su gran vocación natural.

En cierta forma, esa pasión por la naturaleza se da también en sus recitales poéticos, pues desea siempre que no se den en entornos urbanos sino rurales. Vitale recibió el Premio García Lorca en Granada, pero lo que más disfrutó fue la lectura detenida de sus versos en los jardines de la Alhambra, con el sonido del agua, con el canto de las aves.

Recibió asimismo el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de la Universidad de Salamanca y lo que más entusiasmó su ánimo fue la visita a un pequeño pueblo enclavado en un paraje natural hermoso, con un roble centenario, con percas en el río. Allí, en Juzbado, leyó para una multitud que desbordaba el Ayuntamiento.

Poesía ecologista

Hay, además, una temprana preocupación ecologista en su poesía y anhela un equilibrio del ecosistema donde el ser humano es el principal enemigo de esa armonía natural. Un ejemplo de ello es su poema “Sinsonte y margaritas”:

De nuevo aquí el sinsonte,
el ruiseñor del día,
acróbata por los aires de plata.
De nuevo es marzo,
para él feliz, y danza
y en ese impulso vuelan trinos
desde el mástil muy alto
al más cercano borde del azul,
vacila, lo borda por segundos,
recompone una malla,
tensa un vacío, mira con ojo exacto
las quietas margaritas
y vuelve, en un vuelo gracioso,
vigía sin paz,
a la misma, persistente atalaya
donde lo descubrí.
No le importa, sensato,
lo pasajero, lo que abajo pasa,
gente sin ton ni son,
sin música
agobiada de urgencias.
Él canta por su especie
como no lo hace el hombre.

Como dice Paul Valéry en sus Cuadernos, y nos recuerda Mauricio Cheguhem en su trabajo “Gramática de la naturaleza: Poéticas y ciencias de lo vivo en Ida Vitale”: “No estamos en la tierra para anular el misterio del mundo; sino, al contrario, para crearlo y complicarlo, añadir más misterio. ¡Para que la naturaleza se pierda en él! Si lo miramos de cerca, vemos que es la gran obra de la ciencia”.

Tal vez la función de la poesía sea esa: observar, contemplar la naturaleza y añadirle más misterio a través del lenguaje. (Fuente: The Conversation).

• Isabel Navarro: funámbula de la literatura, la prensa y la maternidad. Autora del poemario Cláusula suelo. Edita la revista de elDiario.es. Su texto fue publicado originalmente en elDiario.es; es reproducido bajo la licencia Creative Commons — CC BY-NC 4.0.
• Amal Guzmán Conesa Erragbaoui: investigador, Universidad de Murcia; Josefa Fernández Zambudio: profesora de Latín, Universidad de Murcia. // María José Bruña Bragado: profesora Titular de Literatura Hispanoamericana, Universidad de Salamanca. Texto publicado originalmente en The Conversation; son reproducido bajo la licencia Creative Commons.

Related Articles

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button