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Los 80 años de John Lennon

En este 2020 se conmemoran dos aniversarios esenciales de John Lennon: su cumpleaños número 80, de haber continuado con vida, el 9 de octubre; y los 40 años de su asesinato, el 8 de diciembre, en manos de un fanático de quien se dice numerosas vilezas sin las pruebas suficientes para categorizar las certezas. Cantante, guitarrista y compositor de los Beatles, Lennon es uno de los iconos insustituibles del rock, además de un símbolo pacifista. En este texto Víctor Roura, una de las plumas esenciales de la crítica musical, recuerda al artista, al músico, pero, también, al ser humano (con todo y sus contradicciones).


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En este 2020 se conmemoran dos aniversarios esenciales de John Lennon: su cumpleaños número 80, de haber continuado con vida, el 9 de octubre; y los 40 años de su asesinato, el 8 de diciembre, en manos de un fanático de quien se dice numerosas vilezas sin las pruebas suficientes para categorizar las certezas, como aquella que asegura que es un sicario de la industria autoral que se negaba a pagarle al beatle los millones de dólares que le debía. O aquella otra que reza que la CIA tuvo algo que ver con el crimen.

No se sabe.

Lo único visible fue su irrazonada muerte.

Ahora estaría cumpliendo, el viernes 9 de octubre, las ocho décadas de su vida, emparejándose con Ringo Star, el mayor de los beatles (nacido tres meses antes que Lennon, todos ellos en Inglaterra).

La vida y la muerte de Lennon son aniversarios vitales en este año inolvidable de la pandemia.

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John Lennon en su etapa escolar:

—Era agresivo porque quería ser popular —confesó Lennon a Hunter Davies, autor del libro Los Beatles / Biografía autorizada (Luis de Caralt Editor, Barcelona, versión en español de Ramón Alonso, 1968)—. Quería ser el jefe. No me hacía ninguna gracia ser uno de aquellos niños. Quería que todos hicieran lo que yo mandara, que rieran cuando yo contara chistes y me consideraran su jefe.

Incluso cuando fundó el cuarteto de Los Beatles él tenía la última palabra. Palabra que fue cediendo poco a poco a Yoko Ono; pero antes de esta total entrega, aún lo oíamos con claridad.

Como el día en que el periodista David Sheff fue incisivo.

—Hay quienes piensan que un cierto tipo de música, un espíritu, murió cuando Los Beatles se separaron…

Y Lennon no dudó en su respuesta:

—Si no comprendieron a Los Beatles, y a los años sesenta en ese entonces, ¿qué podríamos hacer por ellos ahora? ¿Acaso tenemos que dividir de nuevo los panes y los peces para las multitudes? ¿Tenemos que volver a caminar sobre las aguas nada más porque una punta de tontos no lo vio la primera vez o no lo creyó? ¿Sabes?, esto es lo que quieren: “¡Bájate de la cruz! No entendí la primera vez, ¿puedes hacer eso nuevamente?” No hay manera. No se puede retroceder. Eso no es posible.

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Lennon hablaba con seguridad y sin temores. En los sesenta, por ejemplo, había declarado que Los Beatles eran más populares que Cristo luego de hablar de la futura difuminación del cristianismo.

El escándalo suscitado posteriormente causó más revuelo en Estados Unidos que en Gran Bretaña. Los Beatles eran los enviados del Demonio. ¿Más famosos que Jesús? ¿Pero a quién se le ha ocurrido tal fantochada?

Hubo boicot radiofónico contra Los Beatles y consignas religiosas contra sus personas.

Una frase conmovió al orbe católico.

Por eso el mismo Lennon diría luego, serio y retraído:

—Lo siento, no me expresé debidamente…

Aunque sus declaraciones siempre fueron francas y directas, sin ninguna fisura que diera pie a la duda:

—¿Por qué tendrían Los Beatles que dar más? ¿No dieron todo lo que era posible en esta tierra de Dios durante diez años? ¿No se dieron ellos mismos? ¿Acaso Dean Martin y Jerry Lewis debieron haberse quedado juntos sólo porque a mí me gustaban? ¿Qué clase de juego es éste de hacer cosas porque otra gente así lo quiere?

En 1971 Lennon declararía a Jann S. Wenner, el director de Rolling Stone:

—Hemos crecido un poco, todos. Ha habido un cambio y somos un poco más libres, pero el juego es el mismo y nada ha cambiado realmente. Se está haciendo exactamente lo mismo: vendiendo armas a Sudáfrica, matando negros en la calle y la gente viviendo en la peor de las pobrezas con las ratas pasándoles por encima. Es igual. Dan ganas de vomitar. El sueño ha terminado. Todo es igual, sólo que yo tengo treinta años y mucha gente tiene el pelo largo. Nada más.

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El ser creativo no se define por la venta masiva de sus discos, tal como se vierte en la vieja costumbre de la prensa de los espectáculos: mientras más popularidad, más creatividad.

Bah.

Habla Lennon:

—Yo había perdido la libertad inicial del artista al convertirme en un esclavo de la imagen de lo que se supone que un artista debe hacer. Muchos artistas se matan por esta razón. Ya sea por medio del alcohol, como Dylan Thomas, o a través de la demencia, como Van Gogh, o por enfermedades venéreas, como Gauguin.

El artista no es el que uno cree ver en la televisión o en cualquier pantalla electrónica. Al aceptar participar en una conferencia donde Hunter Davies daba a conocer la biografía autorizada de Los Beatles escrita por él a fines de los sesenta, John Lennon agarró el micrófono y aclaró sin premura:

—El libro no habla de nosotros. No siempre nos pasábamos comiendo helados y saludando a la gente bonita. Falta. Falta mucho en este libro. Faltan nuestros encuentros con las prostitutas luego de los conciertos o nuestras borracheras o cuando fumábamos mariguana…

El autor Hunter Davies quería esconder la cara.

Lennon:

—Cuanto más importantes nos hacíamos, más irrealidad teníamos que afrontar; más se esperaba que hiciéramos, hasta el punto de que cuando tú no estrechabas la mano a la mujer de un alcalde se ponía a insultarte, a llorar y a decir: ¡pero cómo se atreven!

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—Díganos, señor Lennon, ¿cómo se dividirían el trabajo y los bienes en una ciudad utópica?

—Por el color de los ojos.

Alguien, en otra ocasión, le reclamó que lo que estaba declarando no era cierto.

—Usted dijo hace tres días lo contrario.

—¿Que dije qué? No sé. Todos hablamos de cosas de las que no tenemos idea. Probablemente eso es lo que estoy haciendo ahora. No sé lo que digo. Todo el mundo te toma la palabra y, la verdad, es que soy un tipo a quien la gente pregunta y entonces yo me pongo a hablar y hay cosas que tienen sentido, otras que no, otras que son mentira y otras que ni Dios sabe qué son.

Después guardó silencio durante mucho tiempo, ya viviendo con Yoko Ono en paz consigo mismo, luego de abandonarla una y otra vez y escapar con sus amigos, como Harry Nilsson (1941-1994), a recorrer los bares de la ciudad de Nueva York. Quiso entender la práctica del feminismo, según sus propias palabras. A bañar al bebé, a hacer el pastel, a cuidar la casa.

Decía:

—Siempre había sido servido por mujeres, tanto si era mi tía Mimí o quien fuera. Servido por mujeres, ya sea esposa, novia, amiga o amante. Uno sólo se deja caer borracho y espera que alguna amiga te haga el desayuno a la mañana siguiente. Sabes que ella también habrá estado tan borracha como tú, contigo en la fiesta, pero se supone que una mujer estará dispuesta a servirte siempre.

Y se introdujo al quehacer femenino.

—En los últimos años todos me preguntan: “¿Pero qué has estado haciendo?” A lo que yo respondo: “¿Está usted bromeando?” Porque el pan y los bebés, como toda ama de casa sabe, son un trabajo de tiempo completo…

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Pero, bueno, uno supone que Lennon también estaba para hacer música, como él mismo lo afirmaba, no nada más para hacer pastelillos de chocolate, a pesar de que le salieran muy ricos, tal vez.

Porque hay quienes están en este mundo para hacer música y otros para hacer pasteles. O para hacer pasteles y música, como, ejem, John Lennon.

Para qué buscarle tres pies al gato, caramba.

Pero le había llegado la domesticación en casa, dicen.

Lennon quizá lo sabía. Por eso asumía su papel sin pestañear. Por eso, quizá, había escrito, en su acostumbrado laconismo, en el álbum Shaved Fish: “Una conspiración de silencio habla más fuerte que las palabras”.

Llevaba prácticamente diez años conspirando en el silencio, ya, cuando vino la muerte.

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En su momento se tenía que alzar la voz. Y cantar las palabras, como enseñaba Bob Dylan. En la música, la palabra debía unírsele. Y utilizarla de diversos modos.

Escribió Lennon: “Todo el mundo habla de ministros, siniestros, barandillas e impertinentes, de obispos, pescadores, rabinos y popeyes [a Lennon le gustaba el juego de las palabras, encimarlas, decir una cosa por otra, agregar una letra para deformarla u otorgarle otro significado, como The Beatles, que es invención suya: en lugar de beetle, que es en español un escarabajo, sustituye una e por una a para utilizar la palabra beat, golpear, que entonces tenía un sentido musical provocador (‘ese grupo tiene mucho beat’ quería decir que poseía un ritmo radical, muy bueno, que golpeaba los sentidos, no en vano la corriente literaria más importante de los sesenta se denominó Generación Beat), de manera que este juego de palabras pop eyes, ojos saltones u ojos del pop también podría indicar a los hombres fornidos e inútiles por Popeye, el personaje del cómic muy popular en aquella época], adiós, adioses, lo único que nosotros pedimos es que se le dé una oportunidad a la paz, dale una oportunidad a la paz”.

Las piezas melódicas también pueden representar narraciones cortas. Es cuestión de centrar la idea de lo que se quiere decir. La creencia en el artista no como entero producto de mercado, sino como individuo social inmiscuido en los aconteceres cotidianos.

El artista es extrañamente sensible. Quizás incomprensiblemente sensible. Escribió Lennon: “El amor es real, es sentir, es desear ser amado… el amor es tocar, es alcanzar, es pedir ser amado. El amor eres tú, tú y yo, es saber que podemos ser… El amor es libre, es vivir, es necesitar ser amado”.

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Desmesuradamente inquieto, el artista contesta con otros ojos y mira con otras palabras. Se contesta a sí mismo Lennon: “Dios es un concepto por el cual medimos nuestro dolor. Sí. Y no creo en la Biblia, ni en el tarot, ni en Hitler, ni en Jesús, ni en Kennedy, ni en Buda, no creo en el mantra, no creo en Gita, ni en el yoga, ni en reyes, no creo en Elvis, no creo en Zimmerman [el nombre verdadero de Bob Dylan es Robert Allen Zimmerman], no creo en Los Beatles, sólo creo en mí”.

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Lennon o la constante mirada hacia la búsqueda de algo tangible. O cómo aprender a decir las cosas sin ocultar nada. Cómo alzar la voz en medio de tanto silencio: “Estoy harto de oír cosas —canta en ‘Gimme some truth’—, de tiesos hipócritas cortos de vista, de mente estrecha, estoy harto de leer cosas de neuróticos y psicóticos políticos con cabeza de cerdos… ningún cobarde hijo de Richard Nixon con pelo corto va a asustarme con sus adulaciones… estoy asqueado de ver cosas, de pequeños chovinistas hijos de mamá de pico cerrado y aires de superioridad… estoy harto de mirar escenas de esquizofrénicas y egocéntricas prima donnas paranoicas. Lo único que quiero es la verdad, sólo dame alguna verdad”.

Su despido de Londres. Sus declaraciones escandalosas. Su decisión de regresar la medalla a la corte inglesa. Su desprecio hacia la burguesía. Sus contradicciones. Sus intromisiones sociológicas. Los puntos de vista sobre la clase oprimida.

Canta Lennon: “Tan pronto como naces te hacen sentir pequeño, sin darte tiempo en lugar de dártelo todo, hasta que el dolor es tan grande que no sientes nada… te drogan con la religión, el sexo y la televisión. Hay un lugar en la cumbre, te dicen todavía; pero primero has de aprender a sonreír… un héroe de la clase obrera es un ser humano”.

Demasiadas fantasías en la cabeza: “Imagina que no hay posesiones, a toda la gente compartiendo el mundo, que no hay ninguna religión, ningún infierno bajo nosotros… puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único… espero que algún día te unas a nosotros y el mundo será nuestro”.

Canciones interminables.

Criterios políticos: “Si tuvieras la suerte de los irlandeses —dice Lennon— te lamentarías y desearías estar muerto… un millar de años de tortura y hambre ahuyentaron a la gente fuera de su tierra. Una tierra llena de belleza y maravillas fue violada por los bandidos británicos”.

Canciones a John Sinclair, a Angela Davis, a las mujeres desprotegidas, visiones alucinantes. Canta Ono, acompañada por Lennon: “Quizá no hubiera demasiada diferencia entre Mao y Richard Nixon si los dejamos desnudos… quizá no hubiera demasiada diferencia entre Raquel Welch y Jerry Rubin si oyéramos el latido de sus corazones… quizá no hubiera demasiada diferencia entre tú y yo si mostráramos nuestros sueños”.

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Y luego andan diciendo en baja voz que fue muerto por asuntos de economía en los derechos autorales, que la CIA no lo vigilaba en balde, que su asesinato no lo tramó un solo hombre.

Pero nadie ha podido indagar más allá de la conocida versión informativa.

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