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Coronavirus: siguen los estragos en la cultura

Entre las noticias de la semana, el escritor chileno Luis Sepúlveda, uno de los autores latinoamericanos más leídos en Europa, murió en España por coronavirus. También, se pospone la reapertura de la explanada exterior de la catedral de Notre Dame por el nuevo virus.


Luis Sepúlveda (1949-2020)

La mejor manera de entender quién era Luis Sepúlveda la expresó hace unos días  su editor de Tusquets, Juan Cerezo: “Luis era un escritor muy querido”. Nacido en el pequeño poblado chileno de Ovalle el 1 de octubre de 1949, Luis Sepúlveda Calfucura falleció el pasado 16 de abril en la ciudad española de Oviedo, en Asturias. Al estilo de algunas de las crueles ironías que aparecen en sus relatos, el autor de obras como Un viejo que leía novelas de amor y Patagonia Express fue capaz de escapar de la barbarie pinochetista en su país, pero como cientos de miles de personas en el mundo no pudo contra un diminuto pero letal enemigo llamado SARS-CoV-2. Es probable que Luis Sepúlveda haya pescado este virus durante su participación en distintas actividades literarias que tuvo en Portugal en febrero, pues a finales de ese mes le diagnosticaron la covid-19.  Desde entonces sostuvo una batalla intensa contra el mal. Como era un hombre acostumbrado a luchar, no se rendiría tan fácil. Así que durante varias semanas los 70 años bien curtidos de su cuerpo ofrecieron tenaz resistencia, hasta que la disputa se volvió tan desigual que terminó por claudicar, en el Hospital Universitario Central de Asturias, ante el virulento ataque a sus pulmones.

Sí, Luis Sepúlveda era un escritor muy querido. Quizá porque sus lectores bien saben que la obra de este autor chileno es —como él mismo lo fue en vida—  primordialmente sencilla, directa, entrañable, sin falsos laberintos o sofisticados adornos, sin pretensiones. Hijo de un militante del Partido Comunista chileno y de una enfermera de origen indígena, parece que Sepúlveda no tenía más remedio que ser un rebelde, un inconforme con el estado de cosas cuando estas cosas no hacen más que favorecer a quienes detentan el poder político y económico.

Luis Sepúlveda no era, como tanto se estila ahora, un hombre que se escondiera tras un teclado para enfrentar al poder. Usó su literatura no para combatir a nadie, sino para contar buenas historias. ¿Cómo olvidar la ternura y la solidaridad que recorren su Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar? Él tenía muy claro cuáles eran los caminos de la lucha: “Al mundo lo cambian los ciudadanos”, decía. Por eso, cuando lo consideró necesario, llegó incluso a empuñar  armas.

Después de pasar casi tres años preso por la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, Sepúlveda fue obligado a exiliarse. En 1977 dejó Chile para comenzar una travesía que lo llevó a recorrer, sobreviviendo, media América Latina: Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador y Nicaragua (donde participó y vivió el triunfo de la Revolución Sandinista), hasta encallar en Alemania, donde su vida comenzó a cambiar, pues decidió quedarse tres lustros. Allí, incluso, estudió una nueva licenciatura: Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Heidelberg (en su juventud se graduó como director en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile). También fue allí, en Alemania, donde inició su carrera como periodista.

Si hay algo que caracterizó a Sepúlveda, fue la inquietud del viajero: nunca dejó de moverse por todo el mundo. Primero como exiliado, luego como una especie de activista político latinoamericano, más tarde como ecologista y corresponsal de Greenpeace y, al final, como escritor, sobre todo a partir del gran éxito que le acarreó la publicación en Europa de su novela Un viejo que leía novelas de amor, en 1993, en francés. Desde entonces este libro se ha editado en más de 20 idiomas. A partir de 1997 optó por vivir en Gijón, Asturias, donde Luis era una figura central del festival literario Semana Negra  de Gijón.

Además de los libros ya mencionados, también publicó, en otros, Cuaderno de viaje (1986), Desencuentro al otro lado del tiempo (1990), Nombre de torero (1994), Mundo del fin del mundo (1996), Desencuentros (1997), Historias marginales (2000), Hot Line (2002), La locura de Pinochet (2002), Los calzoncillos de Carolina Huechuraba (2006), Historia de un perro llamado Leal (Tusquets Editores, 2016), El fin de la historia (2017), Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud (2018) e Historia de una ballena blanca (2019).

Fueron casi 50 los días que Luis Sepúlveda pasó en coma luchando por su vida. Su partida de este mundo comenzó a fraguarse mientras estaba de viaje, en Portugal. Así, igualito a como fue su llegada: nació en un lugar al norte de Chile cuando su padre, que era cocinero, viajaba hacia un compromiso acompañado de su esposa ya embarazada; decidió, entonces, pasar por la comuna de Ovalle donde la mujer comenzó a tener contracciones, cosa que le sucedió,  por suerte, en el momento en que estaban muy cerca del Hotel Chile. En este hotel nació Luis Sepúlveda: “Siempre he pensado que el hecho de haber nacido de esa manera y en un hotel marcó mi destino de viajero voluntario e involuntario”, dijo alguna vez. Y no queda la menor duda de ello.

Por cierto: aquí pueden leer un fragmento de Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud, que Luis Sepúlveda publicó en 2018 en Tusquets Editores. (JJFN)

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Notre Dame: se pospone la reapertura de la explanada exterior

Todos recuerdan la imagen de Notre Dame envuelta en llamas la tarde del 15 de abril de 2019. Aún con más terror se recuerda el derrumbe de la fabulosa estructura de madera que sostenía el techo, conocida como “el bosque”, por haber estado conformada por 1300 vigas de robles talados entre los siglos XII y XIII, y la dolorosa caída de la aguja central reconstruida por el arquitecto Eugène Violet-le-Duc en el siglo XIX, después de haber sido desmontada a finales del XVIII, debido a serios daños en su armazón tras 500 años de vientos inclementes. El incendio fue apagado, gracias a la valentía de los bomberos parisienses, la madrugada del 16 de abril, salvándose la estructura primaria, las dos torres y un tercio del tejado; pero la herida a París y al mundo era ya permanente.

24 horas después del incendio se habían recaudado ya 800 millones de euros para su reconstrucción. Pronto se anunció que la catedral sería reabierta exactamente cinco años después del incendio, el 15 de abril de 2024, aun cuando los elementos más representativos del antiguo edificio, como la aguja, tardarían entre 10 y 15 años en volver a estar en su lugar. El primer paso hacia la reinauguración sería la reapertura de la explanada exterior de la catedral, la cual estaba planeada para el 15 de abril del presente año. Pero, entonces, se cruzó la pandemia desencadenada por la transmisión del Covid-19 (que tan sólo en Francia, para la fecha señalada, había provocado más de 17 mil decesos), por lo que la reapertura fue suspendida. Nadie se para hoy frente a la majestuosa Dama de París, alrededor de la cual reina una calma angustiosa repleta de silencio. Un virus minúsculo ha derrotado, por el momento, la reapertura de la gran basílica. Pero sólo por el momento. Los 8 siglos de Notre Dame harán valer, tarde o temprano, su vigor centenario. (CHF)

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