El libro negro del cine mexicano
En 1960, justo el mismo año en el que el régimen del presidente Adolfo López Mateos adquirió los cines del monopolio de las cadenas Compañía Operadora de Teatros S.A. (COTSA) y Cadena de Oro, se publicaba un libro mítico y casi de culto que resumía las investigaciones periodísticas realizadas por el pionero Miguel Contreras Torres en el exhaustivo El libro negro del cine mexicano, resumen de la batalla que libró durante una década contra el magnate William O. Jenkins y su depredadora forma de hacer negocio. Reproducimos un fragmento de su introducción: “La razón de este libro”.
Varios son los factores que tienden a la nueva entronización de los antiguos métodos, pero no es la intención de este libro extenderse por los oscuros caminos que conducen al descubrimiento de los monopolios. El autor conoce muchos de ellos, detestables, dañinos, vergonzosos, amenazadores, mortales para nuestro pueblo; pero aquí sólo haremos el somero estudio de uno muy característico y de palpitante actualidad, un genuino cáncer social que puede hacer peligrar la paz pública: el monopolio cinematográfico del magnate William O. Jenkins.
A lo largo de un cuarto de siglo, México ha presenciado el nacimiento y el monstruoso desarrollo de este monopolio, que hoy en día comprende no sólo la totalidad del cine mexicano, sino que amenaza extenderse, y de hecho se extiende ya, a otros sectores de la actividad nacional, aunque sólo con sus actuales proporciones es ampliamente suficiente para irrogar un daño enorme, cuyas consecuencias malignas pueden perdurar por una o más generaciones…
…Sólo por necesidades excepcionales del Estado y bajo la presión incontrarrestable de una competencia de orden exterior, son admitidos los monopolios. Nuestra venerable Constitución de 1917 es muy precisa y clara al respecto y poca molestia ha de costar consultarla, a quien lo dude. Lo malo es que México no ha tenido, por lo visto, ningún Lysias como lo tuvo Atenas, capaz de denunciar un monopolio; y si lo ha habido, ha tenido menos suerte que el griego, ya que no fue escuchado en las alturas. Pero aún es tiempo, si bien el mal requiere atención urgentísima.
William O. Jenkins y una camarilla de individuos —desgraciadamente, en su mayoría, de nacionalidad mexicana— encabezada por los señores Manuel Espinosa Yglesias, Gabriel Alarcón, Emilio Azcárraga y el extranjero mexicanizado Gregorio Wallerstein, de ascendencia polaca, han puesto en práctica métodos coloniales y reprobados explícitamente por la Ley, para apoderarse sin escrúpulos de una industria que pertenece al pueblo mexicano, y han desarrollado programas del más puro imperialismo, con el empleo de la odiosa explotación del hombre por el hombre, al mismo tiempo que ponen en peligro la educación pública y nuestros principios de nacionalidad, según veremos en el curso de este libro, donde se presentan pruebas y documentos que lo acreditan como histórico relato.
En los mismos Estados Unidos, país capitalista por excelencia, los monopolios o grandes trusts están puestos a raya o en decadencia, mientras en México se encuentran en el apogeo de su extensión y fuerza: monopolio de la harina, monopolio del pescado, monopolio del azúcar, de los molinos de nixtamal, del azufre, del algodón, del transporte, y tantos otros monopolios que nos hacen sentirnos empequeñecidos y explotados en una época en que se habla de independencia política y económica, cuando en realidad somos esclavos de los reaccionarios que se adueñan de vidas y haciendas por el predominio de las finanzas.
Seguimos en plena jungla, prevaleciendo la ley del más fuerte, con la única diferencia de que el fuerte no aparece blandiendo una maza, sino una bolsa de oro, aunque bien se infiere que el que posee mucho oro puede tener en cualquier momento la supremacía en las armas de todo jaez. Y lo que es más triste, como lo demuestro en el presente libro, es que todo esto sucede en México con la complicidad de altos funcionarios, cuyo ejemplo es abominable cuando se dice propugnar el mejor nivel moral de las masas y una nueva era de justicia social y económica.
Hay monopolios que son excepcionalmente constructivos por el beneficio que en determinadas circunstancias pueden rendir a la economía de un Estado, siempre que, dentro de éste, el monopolio no constituya otro Estado; pero, muy en general, el monopolio es nocivo por lo antisocial, ya que facilita el lucro desmedido de un sólo grupo o individuo, en detrimento de muchos, tanto de los propios trabajadores que con su esfuerzo crean la prosperidad del negocio, como de los modestos industriales que, incapaces de sostener la competencia, son despiadadamente arruinados por métodos que rebasan los límites legales para caer de lleno en lo que, repetimos, se llama “la ley de la jungla” o, en concepto no menos brutal, que “el pez grande se come al chico”. Todo esto, bajo una ley que se dice revolucionaria y una moral que blasona de cristiana.
El monopolio de Jenkins es típico en su amoralidad. Ávidamente atento a sus privilegios —inconcebibles en un Estado que se precie de serlo—, la noción del bien y del mal le es absolutamente superflua, y sus procedimientos se parecen mucho, con agravantes, a los de una banda de malhechores. Al Capone no hubiera tenido inconveniente en estar asociado con Jenkins y viceversa.
En Estados Unidos, el monopolio de cine que alcanzó su máxima expresión allá por el año de 1945 fue destruido por el Senado y el Gobierno en una investigación honda y detallada que puso al descubierto el juego tan bien combinado para revestir apariencias legales. Y eso que eran ocho compañías las monopolizadoras no centralizadas en una sola, no un individuo con intereses distintos. Pero aquí en México, el monopolio de cine que padecemos, está a merced de un solo individuo y extranjero para mayor desgracia del país y para mayor indignidad de quienes lo secundan recibiendo sus migajas.
¿Cuál es la meta que persigue Jenkins? ¿Es un programa de dimensiones tales que compromete hasta el crédito de las instituciones financieras más prominentes del país? En todo tiene su mano metida, pero en ninguna parte aparece su nombre. Es un Proteo mitológico por las diversas formas que reviste, y va dejando una estela que cobra relieves de leyenda, leyenda de crueldades y opresiones, persecuciones y sevicias, que nos recuerdan las del sangriento dragón de Wagner el genial, sin un Sigfrido que ose enfrentársele… ¿Llegará por fin un día, en forma de Sigfrido legendario, el decreto presidencial que termine con la hegemonía brutal del grupo de Jenkins y nos permita a todos vivir normalmente?
La impunidad de Jenkins con su política de absorción y su absoluto y permanente desprecio a nuestras leyes, hace que el pueblo desconfíe de la rectitud de sus gobernantes. Quien haga a Jenkins entrar, al fin, por el sendero de la ley y desarme su agresivo monopolio, obtendrá un triunfo tan sonado como en su tiempo lo fue la liberación de nuestro petróleo, y más importante que la recuperación de los latifundios de “Palomas” y Cananea.
Para que un pueblo sea efectivamente independiente, tiene que sustentar sus bases de comercio en el libre arbitrio… Que viva el señor Jenkins su vida y nos deje vivir la nuestra. Que se regrese al lugar de donde vino, aunque nos deje sin herencias ni legados que huelen a sudor del pobre, a explotación inicua y a la sangre de muchas víctimas inmoladas en el altar espurio del Becerro de Oro. No necesitamos genios de las finanzas que lo sean a base de burlar sistemáticamente toda ley y en exclusivo beneficio propio y de una camarilla servil, con la daga y el látigo. Queremos alejar de nuestra juventud el ejemplo de inveterada inmoralidad que en una generación ha marcado la conducta de William O. Jenkins.
¿Iniciará el actual Gobierno una era nueva de reivindicaciones sociales y buen ejemplo contra la corrupción imperante?
Conste que no son tan culpables Jenkins y sus asociados Alarcón, Espinosa, Azcárraga, O’Farril, Wallerstein y su despreciable camarilla de estómago ahíto y conciencia fláccida; lo son mucho más, infinitamente más, los mercaderes que se dicen representar a la Revolución, según lo señalo en las páginas de este libro.
* Este texto inicia las 445 páginas que componen El libro negro del cine mexicano, de Miguel Contreras Torres, editado en la Ciudad de México por Hispano-Continental Films, en 1960.
Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, septiembre de 2019.